Saturday, August 8, 2009

La economía de los EE.UU. ante la crisis





La actividad económica ha sido lenta en gran parte de Estados Unidos durante las últimas semanas, pero ha habido cierto alivio en los precios de materias primas y energía, dijo la Reserva Federal. «El ritmo de la actividad económica ha sido lento en casi todos los distritos», dijo la Fed en su Libro Beige, un reporte sobre el estado de la economía de Estados Unidos.
Por Francisco A. Catalá Oliveras / Economista

La economía de Estados Unidos, aunque ya no tiene el peso hegemónico de que gozó a raíz de la Segunda Guerra Mundial, sigue siendo enorme. Su población, poco más de 300 millones de habitantes, constituye el 4.6 por ciento de la población planetaria, pero su Ingreso Nacional Bruto, de alrededor de $14 trillones, equivale al 25 por ciento del total mundial de dicha medida macroeconómica. ¿Dentro de? sus fronteras se concentra el más alto nivel de consumo. También se concentra el más alto nivel de depredación de recursos y de contaminación ambiental. Encabeza la lista de emisores de bióxido de carbono. Le sigue en la lista, en cifras absolutas aunque no sobre bases per cápita, la constantemente citada economía de China que, con más de 1,300 millones de habitantes, emula a Estados Unidos en su ruta de crecimiento a toda costa.

Cuando las economías de gran tamaño tienen problemas, éstos asumen dimensiones mundiales. El ejemplo más reciente es la crisis financiera que con su epicentro en Wall Street ha estremecido a todos los mercados financieros del mundo y se ha traducido en una recesión generalizada. De ésta no se ha escapado casi nadie. Las dos excepciones más notables son China e India, con tasas de crecimiento económico proyectadas para el año en curso de 7.2 y 5.5 por ciento respectivamente. No obstante, cabe aclarar que estas tasas, aunque considerables, lucen modestas si se comparan con las que corresponden a los pasados años cuando rondaban en ambos casos el 10.0 por ciento. Además, hay que advertir que estas proyecciones de crecimiento responden a una renovada gestión gubernamental.

Con la crisis financiera, la falta de dinamismo en la inversión y la reducción en la producción de artículos y servicios aumenta, lógicamente, el paro. La tasa de desempleo ha aumentado significativamente, sobre todo en los países europeos y en Estados Unidos. En este último gira en torno al 9.5 por ciento y se anticipa que podría llegar a 10.0 por ciento. En algunas instancias estatales, como Michigan, el desempleo supera el 15 por ciento.

Muchos analistas, empezando por Ben Bernanke, presidente del Sistema de Reserva Federal, sostienen que la recesión aminoró durante el segundo trimestre del año (abril-junio) en comparación con la experiencia del primer trimestre (enero-marzo). Confían que durante el segundo semestre (julio-diciembre) las señales se tornen aún más positivas gracias a los efectos de las políticas de recuperación protagonizadas por los $787,000 millones ($787 millardos o billones en la acepción anglosajona) de la Ley Federal de Recuperación y Reinversión, lo que algunos llaman los “fondos de Obama”. Sin embargo, otros analistas no son tan optimistas. Consideran que estos fondos ni son suficientes ni están eminentemente orientados a la creación de empleos de carácter duradero. El resquebrajamiento del sistema financiero, el colapso del consumo y la manifiesta incapacidad en la creación de nuevas fuentes de empleo obligarán, según este segundo grupo de analistas, al diseño de otras políticas de estímulo. Pero esto cuesta.

El programa de gastos de la administración del presidente Obama, junto a la disminución en la recaudación tributaria, ha provocado un extraordinario aumento en el déficit presupuestario del gobierno federal de Estados Unidos. De acuerdo al Congressional Budget Office (CBO) el déficit aumentará de $459 millardos en el año 2008 a $1,850 millardos ($1.85 trillones) al finalizar el año 2009: de 3.2 por ciento a 13.2 por ciento del Producto Interno Bruto. Esta situación fiscal propicia la búsqueda de nuevas fuentes tributarias, entre las que se ha destacado a las corporaciones estadounidenses radicadas en el exterior. Esto tiene sus límites. Primero, estas compañías se caracterizan por su poderoso cabildeo y por su agilidad contable; segundo, no se puede perjudicar ni ofender a los acreedores externos, como China.

El cuadro se complica cuando se incorpora al mismo a los gobiernos estatales. éstos, en conjunto, confrontan un déficit presupuestario de $166,000 millones ($166 millardos). Se espera que reciban alrededor de $416 millardos del programa federal de estímulo económico. Estos fondos vienen acompañados de restricciones. Por ejemplo, no pueden utilizar los mismos para viabilizar incentivos fiscales.

Cabe preguntar, ¿cómo el gobierno federal evitará que se usen indirectamente con tal propósito? ¿Cómo evitar que los estados compensen reducciones en sus presupuestos de salud y educación, dos de las prioridades de los fondos federales, y desvíen las economías de tales reducciones hacia incentivos fiscales?

Tales interrogantes han cobrado pertinencia ante la incruenta “guerra civil” que se está librando entre los gobiernos estatales para atraer empresas hacia sus jurisdicciones mediante el viejo instrumento de los incentivos tributarios. Sobre esto se han citado tres problemas. El primero es que las empresas aprovechan las ventajas fiscales pero no crean los empleos prometidos; el segundo problema es que el balance neto para la economía estadounidense como conjunto es cero puesto que las empresas juegan con los estados sumando en unos y restando en otros; y el tercer inconveniente es nada más y nada menos que esta conducta de los gobiernos estatales provoca ineficiencia en el uso de los recursos y debilita la unión económica del sistema federal de Estados Unidos (véase Business Week, 13-20 de julio, 2009, págs.. 24-25).

Tal parece que los estados con más bajas tasas tributarias y mayores ventajas para las operaciones corporativas, como Delaware y Dakota del Sur, están bajo la mirilla tanto del gobierno federal como de los otros gobiernos estatales. La estrechez fiscal acentúa la búsqueda de fuentes tributarias. Por ejemplo, el gobierno del estado de Massachusetts ha recurrido a una serie de recursos legales para requerirles responsabilidad contributiva a diversas casas matrices corporativas que no están ubicadas en su jurisdicción.

Por otro lado, en el Congreso se ha sugerido la posibilidad de retener los fondos federales de aquellos estados que recurran a medidas tributarias para piratearles empleos a otras jurisdicciones. Ciertamente, esta guerra civil, todavía en la etapa de sus primeras escaramuzas, tendrá consecuencias. Ya se asegura que la administración del presidente Barak Obama aumentará el poder del gobierno federal de forma significativa (véase The Economist, 25-31 de julio de 2009, pág. 32).

Al descomunal déficit presupuestario del gobierno de Estados Unidos hay que sumar el recurrente desbalance entre sus exportaciones e importaciones. éste, aunque más modesto, se manifiesta en un déficit comercial que durante los últimos doce meses sumó $674,400 millones ($674.4 millardos). A Estados Unidos le interesa aumentar sus exportaciones. Esto no está enteramente en sus manos. Para empezar, depende de que las economías con superávit comercial, encabezadas por China y Alemania, aumenten su demanda. En otras palabras, el balance se restablece si los acreedores responden a las urgencias del deudor.

El sistema capitalista nunca ha sido estable. De hecho, como subrayara Joseph Schumpeter, uno de los más reconocidos economistas del siglo 20, su dinamismo radica en la inestabilidad, lo que denominara destrucción creativa. La historia económica de los siglos 19 y 20 está lastrada de crisis recurrentes. De éstas el andamiaje económico no salió intonso. No han sido pocas las alteraciones tecnológicas e institucionales. En tal orden coexiste el cálculo racional con la más absoluta irracionalidad.

El siglo 21 ya tiene su primera crisis. Se ha iniciado, como era de esperar, ante la desproporcionada centralidad que ha cobrado en el sector financiero para luego contagiar a toda la economía real. El mercado ha operado al desnudo. Ha revelado, todo su potencial anárquico: especulación, fraude, quiebras, desigualdad, desempleo, destrucción de riqueza, degradación ambiental. . . El costo social de todo esto es incalculable.

Las crisis económicas suelen sacar a flote profundos antagonismos, como el sempiterno conflicto entre la clase trabajadora y la clase patronal y la tensa competencia entre los socios que participan en el comercio internacional, lo que en ocasiones degenera en crudo proteccionismo. Aparte de estas constantes la actual crisis ha colocado sobre el tapete estadounidense varios viejos focos de tensión institucional entre los que cabe destacar dos. El primero, lo define el juego de poder entre los estados y entre éstos y la esfera central o federal; el segundo, nos remite a la clásica tensión entre el espacio privado y el espacio público, entre el mercado y el Estado. Aunque no se sabe a ciencia cierta qué rumbo tomará el proceso de destrucción creativa puede darse por descontado que de este hoyo, como en ocasiones anteriores, no se saldrá intocado o intacto.

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Física cuántica / Ciencia: Ricardo López

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