Monday, June 16, 2008

Comunidad y civilización


Busto del Dr. Ferdinand Tonnies (1855-1935) y Samuel Huntington

Por CARLOS LOPEZ DZUR

ORANGE COUNTY: El que confunde la comunidad con la civilización es un enemigo de la comunidad. Y ésto aquí implícito (que parece un juego de palabras) no lo es y bien vale que entendamos el por qué. El sentido de comunidad es más amplio y profundo que lo que suponen los que avalan ciegamente la civilización como el paradigma a seguir. Nadie puede llamarse civilizado si no entiende esa raíz de la que surge toda civilidad, que es la comunidad. Antes de haber civilización, la comunidad fue primero. Tampoco puede ser civilizado si no se sabe el por qué y que no necesariamente por participar de una civilización se pierde lo básico, o se debe perder, que es el sentido de comunidad.

Utilizaré, por puro gozo metafórico, un viejo poema de Pedro Calderón de la Barca, titulado La banda y la flor, ya que contiene una linda alegoría. El poema nos invita a que pensamos en la comunidad como un jardín. Un miembro de la comunidad es como un clavel y el forastero que llega, con galas de civilizar o engendrar enemistad, es el áspid. El hombre curioso y bueno, sin mala fe, es la abeja oficiosa, es decir, trabajadora. La gente malintencionada y anticomunitaria es comparada por Calderón de la Barca con una banda, o si se quiere, otro término, es la pandilla.

El poema dice:

Del más hermoso clavel,
pompa de un jardín ameno,
el áspid saca veneno,
la oficiosa abeja miel.
En: La banda y la flor: Jorn. II, Esc. 3

Seguida esta lógica, lo sugerido es que el político que no trabaja para el Jardín Comunitario para lo que trabaja es para lo que no es la comunidad. Este es el áspid que extrae veneno, lo peor de la naturaleza humana, a pesar de que el jardín es ameno y el puede extraer también miel. La vocación de otros es la Miel de la Armonía, la Unidad Colaborativa. El Bien Común. No así el áspid.

Tristemente, hay quien a la comunidad llega, o en la comunidad nace, con la función de un áspid, y no es como la abejita, cuyo propósito es dulce y colaborador. Su reina es el jardín como un Todo. En mi opinión, todas las naciones del mundo son como una red de comunidades. Son esencialmente buenas, hospitalarias, humildes y laboriosas. Aunque haya comunidades muy pobres, sin la «pompa de un jardín ameno» y florecido, la persona allí tiene lealtad a su sentido de comunidad. Puede que produzca un clavel que ya esté lleno de néctar hacia un estado más avanzado de aceptación, más universal; pero sus valores, en el marco de la comunidad, no cambiarán. Esa será siempre su miel. En general, las comunidades saben las diferencias entre la abeja y el áspid, su autenticidad y el artificio. Por ésto a menudo son reacias a asimilarse a propuestas civilizatorias que no han sido construídas para que se preserve la autoctonía de su jardín. La comunidad no quiere perder ni su calor vital ni su dulzura caracterológica e innata. Se paga un precio al ser civilizado.

¿QUE ES COMUNIDAD? Ahora discutiremos la misma idea desde la perspectiva sociológica que fue teorizadas por Ferdinand Tönnies en Comunidad y sociedad (utilizo una edición de 1947). A su análisis contrapondré, el concepto de civilización de un áspid de Harvard, Samuel Huntington, autor de El choque de civilizaciones.

Para Tönnies, la comunidad surge «de la unidad perfecta de la voluntad humana». Une tres relaciones de la voluntad humana: (1) la de madre e hijo, (2) marido y mujer como cónyugues y la de (3) hermanos. Estos «son los gérmenes más fuertes de esa significación o los más capaces de desarrollo». Este proceso se enriquece progresivamente y «se presenta con regularidad en los más importantes grupos de pueblos, el matrimonio y la hermandad». De esta «comunidad de la sangre como unidad de esencia», como paso sucesivo, «se desarrolla y especializa en la comunidad de lugar» una inmediata expresión en la convivencia local, y esta comunidad pasa, a su vez, a la de espíritu, resultado de la mera actuación y administración recíproca en la misma dirección, en el mismo sentido. La comunidad de lugar puede con­cebirse como vínculo de la vida animal, y la de espíritu como vínculo de la mental; de ahí que la última, en su relación con la primera, «deba ser considerada como la propiamente humana y como el tipo más elevado dde comunidad».

El hecho de que esas «tres especies originarias: 1° el parentesco, 2° la vecindad y 3° la amistad» sean fundamentales para explicar la génesis de la comunidad no significa que la comunidad se determina para el tribalismo.

LA MIEL DEL GOZO COMUN: Habría que añadir que «la vida comunal es posesión y goce mutuos, y es posesión y goce de bienes comunes. La voluntad de poseer y gozar es voluntad de proteger y defender. Bienes comunes, y males comunes; amigos comunes, y enemigos comunes. Males y enemigos no son objeto de posesión y goce; no son objeto de la voluntad positiva sino de la negativa, de la indignación y del odio, es decir de la voluntad común de aniquilamiento... El estado jurídico de esclavitud es por esencia contrario a derecho, porque el derecho quiere y debe ser algo conforme a la razón, y por lo tanto, exige que se haga una distinción entre personas y cosas, y en todo caso que el ser racional sea reconocido como persona». La comunidad sólo es posible desde la racionalidad del aprendizaje en ese proceso milanario que sacó al pariente de las actitudes irracionales y lo transformó en amigo. Ferdinand Tönnies explicaría abundantemente el proceso: «La amistad se hace inde­pendiente del parentesco y de la vecindad, como condición y efecto de ac­tuaciones y concepciones coincidentes; de ahí que suela producirse más fácilmente a base de pertenecer a un oficio o arte iguales o semejantes. Pero este vínculo debe contraerse y conservarse por medio de fáciles y frecuentes reuniones».

La comunidad que nos pertenece (y desde la cual nos identificamos) es aquella en la que sentimos que se nos trata como amigos. Mas para merecer amistad también el que viene como vecino nuevo debe portarse como tal. Una persona que no abre su corazón a la comunidad que lo recibe y no lo muestra con obras que validen su buena voluntad no es naturalmente parte de ella. Entró al Jardín Comunitario, vestido de clavel, pero es un áspid. Son los áspid, resentidos, amañados y traicioneros, lo que convierten una ciudad en sumideros, dignos de que en ella se arrastren las serpientes. Es común que las ciudades se corrompan y carezcan de ese calor humano que J. J. Rousseau echaba de menos cuando evaluaba al aldeano campesino con el citadino y su comportamiento en las grandes ciudades.

Las grandes ciudades se fragmentan en barrios y distritos en la medida en que se huye del riesgo de pérdida y cohesión que la comunidad ofrece. En la ciudad, prevalece el sentimiento de anonimia y desdicha, pese a que haya un cine, un billar, un parque, una taberna o las oficinas públicas y privadas de las distintas profesiones en cada esquina. La ciudad es fría como un reglamento y el costo de vivir en ella más caro. Una abeja de vecindad no se siente tan desdichada como un áspid urbano y citadino porque entre ambos hay una diferencia de emotividad: el áspid, el individualista urbano, piensa mucho en sí. La abejita, con sentido de pertenencia comunitaria, cree que existe un jardín que la proteje, piensa menos en sí y sus problemas. Vive sin la presión de competir, con menos noción de desdicha.

LAS ACTITUDES DEL ASPID: Introduzco la noción de la ciudad y la áreas metropolitanas porque dentro de ellas pueden hallarse comunidades empotradas. Este no es un estudio limitado a las comunidades étnicas o aisladas en selvas de pre-civilización. No es una meditación sobre tribus. Hablo de la comunidad morderna y, por fuerza, urbana, sujeta a la planificación y servicios gubernamentales. Nos interesa aquí la comunidad sobre la que incide toda la diversidad de ideologías. Comunidades donde los vecinos participan de los intereses sociales propios y prevalescientes con otros conglomerados, aún distantes, pero evitando la búsqueda de discrepancia que produzcan cambios, no positivos ni saludables, en la autoridad de su superestructura de base.

Las comunidades modernas son conservadoras, no significándose con ello que el cambio social sea imposible, pero, en este caso, requiere que a su gente se les muestre e instigue de un modo gradual, convenciéndola de la existencia de un fracaso, rémora o inadecuación de sus ideas y acciones cuando surge una dirigencia con ideas nuevas. La comunidad tiene un sentido común y una inteligencia que no se debe despreciar. Tiene la capacidad de detectar la sinuosidad serpentina del áspid. A la comunidad hay que saberle hablar. «El verdadero órgano del consenso, en el que ésta despliega y desarrolla su esencia, es el lenguaje mismo, expresión comunicada y recibida, en gestos y sonidos, de dolor y placer, temor y deseo, y todos los demás sentimientos y estímulos emocionales. Como es sabido, el lenguaje no se inventó ni estipuló a títu­lo de medio e instrumento para entenderse, sino que él mismo es consenso vivo, y a la vez su contenido y su forma».

La ideología que admite una comunidad tiene que ser un consenso vivo. Debe expresar a su vez un contenido de ideas y una apelación formal que apele a la vecindad como si se tratara de un parentesco inmediato. Por ejemplo, no se le puede hablar y convencerles de las bondades de la asimilación cultural o la tecnologías avanzadas de la civilización sin demostrarles (no ya la buena fe del ofrecimiento civilizador), sino la adecuación misma a su competitividad como etnia. ¿Por qué habría que desprestigiar los símbolos de un barrio mexicano, su fe en la Virgen de Guadalupe, si con ella se siente bien, para predicarle las conveniencias de la fe en el progreso; por qué quitar la fe en los Santos Reyes para sustituirles su Navidad con Santa Claus? ¿Por qué mutilar la lengua materna de una comunidad migrante so pretexto de que adopte el inglés / los valores del Mainstream / si tal comunidad puede adquirir o conservar ambos?

La ideología conveniente, a la que la comunidad se inclina, tiene un sentido común. Siempre asociada a experiencias y valores. La ideología social («outlook upon the world», como diría Gordon Leff) es «la inclinación recíproco-común, unitiva, en cuanto voluntad propia de una comunidad». Tönnies designa a ésto consenso. «O la fuerza y simpatía social especial que mantiene unidos a los hombres como miembros del conjunto. Y porque todo lo instintivo del hombre va unido a razón y presupone la posesión del lenguaje». Las comunidades se pueden destruirse como conglomerados sociales físicos por muchas razones. Una: ser aniquiladas externamente por los enemigos de ésta. La movilidad social, la mudanza a otros lugares, saca a muchos vecinos de su comunidad de lugar. Sin embargo, el sentido de comunidad no deja de ser como un aprendizaje. La abeja puede buscar donde seguir ejerciendo ese sentido, su vuelo sobre el Jardín Comunitario y su panal de lealtad. Lo que significa es lo expresado por Tönnies: «Los que se aman y se entienden conviven y permanecen juntos y ordenan su vida común». Cuando la comunidad de lugar no puede existir más, materialmente dicho, lo que se llevan es la concordia o «espíritu de familia (unión y coincidencia cordial) una forma total de voluntad determinante de comunidad, que ha pasado a ser tan natural como el lenguaje mismo, y que, por consiguiente, abarca una pluralidad de consensos».

El aprendizaje del consenso y concordia, como voluntad comunal, se lo puede llevar consigo a donde quiera que vaya. Así como los hermanos no dejan de quererse porque estén distantes, el hombre comunitario como los hermanos se ofrece a otro «con la mayor pureza para la verdadera prestación de ayuda, la defensa y amparo recíprocos». En este caso, podríamos verlo insertado sanamente en una comunidad que no fue originalmente la suya. Hay algo, en el aprendizaje de la solidaridad, cuyo crecimiento no es institucional, sino orgánico. Por esta razón, se ha dicho por autores que entienden el por qué de la comunidad: «Hemos nacido para unir con nuestros semejantes y para ingresar en la comunidad con la raza humana» [«We were born to unite with our fellow men, and to join in community with the human race»]; a lo dicho por Cicerón, añadiría Elie Wiesel: «Este es el deber de nuestra civilización al entrar en el siglo XI: solidaridad con el débil, el perseguido, el soltario, el enfermo y aquellos en la angustia. Esto fue expresado por el deseo de dar un significado noble y humanizador a la comunidad en la cual todos los miembros se definirán a sí mismos, no por su propia identidad, pero por las de los otros».

Abraham Lincoln comprendía este papel que Ferdinand Tönnies dio a la simpatía y los lazos de familias y amistad: «El vínculos más fuerte de simpatía humana, fuera de la relación de familia, debe ser el que una a los trabajadores de todas las naciones, lenguas y clases [«The strongest bond of human sympathy outside the family relation should be one uniting working people of all nations and tongues and kindreds»].

La cruel situación es que hay personas que no agradecen la simpatía humana. Conspiran contra ella. Sabotean la miel, pero chupan del néctar de los claveles. Ya he puesto un nombre poético a ésto: son los áspides del mundo. Hay seres serpentinos que atacan, con sus anti-valores comunitarios silenciosamente, o a distancia. Otros entran, siseantes y ruidosos, a hacer el mismo daño u otros peores. Entre los silenciosos, hay muchos políticos y hombres poderosos económicamente. De ellos Amós Bronson dijo que representan una civilización que degrada a las mayorías, a las masas, para encumbrar a unos pocos. Algunos se creen institucionalmente distinguidos, o que ocupan «a recognized position in society», aunque sean las peores lacras de la civilización. Gordon Leff da cuenta de ellos en su libro History and Social History (1959) al discutir el concepto weberiano de menosprecio («desdain»), es decir, el por qué el pueblerino burgués menosprecia a quien realiza labores manuales; o el pueblerino expresa su menosprecio por el que viene de campo y articula un lenguaje rudo y descuidado que lo presupone menos educado que él. Hombres de cuello blanco y profesionales se sienten, con derecho a la prepotencia, al tratar al más humilde o al analfabeto. El que es fisonómicamente más agraciado comenta con desparpajo del malvestido y el feo. La distancia afectiva es parte de esos contextos que hizo pensar a Rousseau, ennoblecedor del salvaje y el bruto, que la ciudad por su conducta ante las relaciones humanas es un sumidero de menosprecios e hipocresías, la tumba de la virtud, el altruísmo y la colaboración creativa.

Pienso, por cierto, una teoría sobre la conducta prosocial y su base neurológica puede explicarlo. Donald Pfaff, autor del libro The Neuroscience of Fair Play: Why We (Usually) Follow the Golden Rule argumenta que: «Hay personas que son prosociales; afrontan el mundo con una sonrisa y son uniformemente amables con los demas...Otras se enfrentan al mundo con un gruñido y son rutinariamente agresivas y desconsideradas. La mayoria de nosotros estamos en equilibrio; casi todo el tiempo somos capaces de tratar con los demas de manera civilizada y considerada». Al subrayar sobre la significación de ésto, Pfaff especula que: «El cerebro humano está programado para ejercer el altruismo... Por que (generalmente) seguimos la Regla de Oro), cree que tiene la respuesta. Nuestro cerebro está preparado para que hagamos a otras personas aquello que querriamos que nos hicieran a nosotros (la regla de oro). Los actos individuales de agresión y maldad se producen cuando este circuito se colapsa».

El Dr. Pfaff, quien tiene un laboratorio en la Universidad Rockefeller estudia varias hormonas y señales cerebrales que influyen sobre el comportamiento social positivo.

Una de las razones por las cuales me gusta la alegoría de la abeja y el áspid que discutimos en el poema de La banda y la flor es porque se aparta de la noción hobbeana del salvaje primitivo, esencialmente dominado por su animalidad y nos coloca sólo ante la alternativa de una alimentación simbólica. ¿Para qué nos acercamos al jardín del Bien y la Belleza? ¿Para libar del néctar? ¿O para intentar la succión o la ingestión de la abeja que fabricará la miel? El áspid representa una irrupción criminal y antisocial. Representa a quien aspira a ser su propio jefe por no aceptar subordinarse a nadie. Es la imagen de la desobediencia en ese paraíso natural del Jardín Comunitario. La abeja trabaja para el beneficio de miel de su panal. Es la imagen de los rasgos prosociales. Esta relación metafórica es la base de lo que llamo el modelo de equilibrio entre los rasgos prosociales y los antisociales. Como en principio creo que al hombre lo enmalecen las circunstancias, o experiencias anteriores en la vida, así como las presiones de la horda o la banda, dedicaré unos párrafos a explicar este entrevero antropológico.

EQUILIBRIO PROSOCIAL Y ANTISOCIAL: Es el ya citado J. JacoboRousseau y uno de los padres del Pensamiento Pedagógico Estadounidense, Robert Owen, quienes plantearan, esencialmente, lo que aún pienso. En términos generales, el hombre nace con capacidad para el bien y la empatía a menos que tenga desórdenes hormonales. El hombre y mujer comunitarios son ya productos sociales, manufacturados, sejetos a los agentes socializadores. Contrario a Rosseau quien decía, el hombre nace bueno, Emanuel Kant arguye que es en función de la libertad que el hombre asume el bien o el mal. Mas, ¿puede la libertad conscienzarse para el Bien? Guiado por la razón, dice Kant es que, que la criatura humana llegará a ser buena o mala, según una ley moral que no necesariamente viene impuesta por Dios.

Que el hombre pueda ser civilizado y ético, depende ese libre juego teorizado por Pfaff cuando describe «los recuerdos del miedo, en la experiencia evolucionaria, así como varias hormonas cerebrales, que pueden desempeñar un papel vital en la decisión que lleva a las personas a escoger actuar con sus semejantes de forma ética o a optar por hacerlo de forma violenta». El carácter del hombre es una creación del medio social, natural y de las memorias de sus miedos. Yendo a los tiempos de su conducta arcaica se puede descubrir, la proclividad del hombre a la cooperación comunal y la búsqueda de autoridad. El hombre primitivo fue más abeja que serpiente. Los filósofos individualistas tienden a desfigurar este proceso que va del parentesco a la vecindad y de la amistad a la convivencia local. Intentan desprender o entresacar de los derechos del individuo la existencia de la estructuras sociales, priorizando tales derechos, respecto a la estructura grupal.

El individuo aislado, incapaz de vivir en sociedad, no creó derechos individuales, ni sentido de autonomía sicológica ni asociación voluntaria como las conocemos hoy. De hecho, lo único que aportó fue una imagen de desconfianza, un grito por lástima, una soledad desdichada. Aprender es un acto social. Fuera de la comunidad, como madurez institucional primaria, la libertad es un espejismo.

El rompimiento del equilibrio prosocial es un resultado de la tribalización y la fragmentación de las sociedades, hoy llamadas primitivas, tras las revoluciones culturales agrarias. La tribu que forza a una comunidad sedentaria a irse de su lugar original representa el agente cultural agresor. La formación de relaciones sociales más abiertas como las que trae el modo de vida urbano, la aparición de la gran ciudad, son otros elementos que irá debilitando el equilibrio prosocial. Una comunidad puede vivir e integrarse a los cambios sociales y desafíis que el desarrollo económico y la industrialización, la comercialización de excedentes y otros agentes socializadores del poder y la civilización, hasta que esos intereses imponen sus propios reclamos sustanciales más allá de lo que una comunidad puede soportar. La comunidad observa con respeto el servicio a la individualidad de los miembros; igualmente, no admite que ninguna presión social los reviente.

En términos generales, se podría afirmar que es el surgimiento más o menos tardío de civilización el agente socializador que más ha afectado a las comunidades. Imponer nociones de civilización es fastidioso. Sin embargo, los ideólogos del gobierno y la nación es lo que han hecho, legislando intervencionísticamente, desde los tiempos de la Edad Media. El punto de vista nacional, a diferencia del religioso, para impartir nociones de ley e intervención con los asuntos comunitarios, se desarrolló a principios del siglo XVI a partir de la filosofía política de Nicolás Maquiavelo. Ciertamente, hay que considerar a éste como uno de los culebrones mayores. Sus ideas aplicadas contra una comunidad son enormes mordiscos, con efectos ponzoñosos.

¿QUE ES CIVILIZACION?: El expresidente Lyndon B. Johnson (para quien la ciudad americana debería ser un grupo de comunidades), éstas están en el alba de la civilización. La civilización debe ser la comunidad universal del género humano, pero aún no lo está. Su visión de la comunidad y la ciudad como su espacio fue muy bien descrita: «The American city should be a collection of communities where every member has a right to belong. It should be a place where every man feels safe on his streets and in the house of his friends. It should be a place where each individual's dignity and self-respect is strengthened by the respect and affection of his neighbors. It should be a place where each of us can find the satisfaction and warmth which comes from being a member of the community of man».

La pregunta es: ¿existió o podrán existir en tal ciudad americana anhelada por Johnson las condiciones por él descritas: un sentido de pertenencia, de seguridad en las calles y en la casa de los amigos, dignidad individual y autoestima, fortalecidas por el respeto y el afecto de lso vecinos? La Gran Sociedad fue una propuesta de Johnson a explorar ese camino que él sabía que aún no estaba abierto. El Alba de la Civilización, tal como él la concibe, debe nacer en la sociedad entendida como comunidad. Es más el concepto de sociedad debe ser replanteado y es lo que Johnson intentara al decir que el concepto de sociedad que tenemos es ominoso.

Todavía en la Era de Johnson, hubo la necesidad de estimular el tipo de reformas sociales, programas de eliminación de pobreza e injusticias raciales, con el programa llamado Gran Sociedad / Great Society que recordara la agenda doméstica del Nuevo Trato / New Deal, en tiempos de Franklin D. Roosevelt. O aún más recientemente, los objetivos de la Nueva Frontera / New Frontier, de J. F. Kennedy. Lo más grave en tales períodos (que se distinguieron por la prosperidad de las comunidades blancas, especialmente aquellas que Paul Lunt, George G. Homans y Neil J. Smelser descrían como ciudades típicas medias en el noreste de EE.UU.) es que lo mismo no sucedía con las comunidades étnicas. El urbanismo social y la legislación estuvo largamente fallando a la nación, lo que provocaría intensas crisis sociales. Uno de los problemas desatendidos fue la segregación racial que existía en el Sur. Otro la persecusión política contra el Movimiento de Derechos Civiles cuando comienza a ganar su momentum.

Para 1964, las comunidades en las grandes urbes, con vecindarios de raza negra, comienzaron a experimentar motines y perturbaciones raciales, donde destacaría un deseo divisivo, corruptor y desacreditador. Las comunidades de New York y Los Angeles son acusadas de gobernarse con las leyes de las bestias salvajes. Los grupos en pugna se acusaron mutuamente del mismo mal. En el siglo XX, ningún índice fue más revelador de la crisis de simpatía, acumulada en la historia estadounidense, como el asunto de derechos civiles. Mordiendo al negro como perro, o picándolo como el áspid a su presa, dentro de tales comunidades afectadas, brotó no ya la necedad del resentimiento, sino la toma de acción y responsabilidad por la afroamericano. Por el lado, del blanco brotó el remordimiento, que no es un claro ndicio de consenso. Sólo reacción. Ambos sentimientos, resentimiento e remordimiento, ilustran la bipolaridad de la consciencia culpable. El negro que acepta su opresión es tan culpable como el opresor y el blanco que discrimina tan culpable como el que lo tolera. Tanta culpa tiene el que mata la vaca, como el que le amarra la pata.


En lo que parecemos vivir, según avanza el alba de la civilización, es en la ética de la jungla, ciudades donde Eugene V. Debs temía vivir, oponiéndose a su sistema social: «I am not satisfied to make myself comfortable knowing that there are thousands of my fellow men who suffer for the barest necessities of life. We were taught under the old ethic that man's business on this earth was to look out for himself. That was the ethic of the jungle; the ethic of the wild beast. Take care of yourself, no matter what may become of your fellow man. Thousands of years ago the question was asked; ''Am I my brother's keeper?'' That question has never yet been answered in a way that is satisfactory to civilized society».


En su libro Comunidad y sociedad, 1887, Tönnies argumenta que si algo ha debilitado la vivencia del sentido de comunidad es la aparición de la sociedad («Gesellschaft») y que él define como «las relaciones impersonales e instrumentales propias de una ciudad o gran urbe; una en que la división de trabajo y los intereses de clases se han vuelto más complejos, así como sus relaciones: la sociedades son más competitivas e individualistas». Al estudiar el aspecto artificioso, instrumental y arquitectónico de toda sociedad, cuyo orden es impuesto por el poder del estado, observa que una clase dominante o ciertas élites en la cúspide de las instituciones, hiperagitan a los grupos de presión. Destruyen los consensos y engañan. El pastel de la sociedad es muy bien vendido con el pretexto de que hay que civilizar.


Para Tönnies hay una Comunidad / Gemeinschaft (que es esencialmente afectiva organicista, motivada por sentimientos, emociones y deseos) y, paralelamente, una Gesellschaft o sociedad racional, mercantil y mecanicista, que es la que renuncia, muy comúnmente, a su responsabilidad moral y, por su codicia y ambición, reestablece la Etica de la Jungla. La sociedad impersonal y racionalizadora se propone como la «época en que el solo lazo que une a un hombre con otro es el dinero». Al decir de Robert Walpole: «Where cashs payment has become the sole nexus of a man to ma». Esa es la sociedad impersonal y la puerta a la jungla. Dinero que ignora la «puerta de la virtud».

LA TIRANIA DE LA MENTIRA: Desde la perspectiva sociológica, existen los cultores del sufrimiento que son aquellos que describen lugares tales como las cárceles, los campamentos, órdenes religiosas y cuarteles militares, como comunidades, pues estos grupos de asociación exhiben «valores, propósitos comunes y gran cohesión social», y subsisten aún económicamente dentro de una óptica de gran familia gobernada que pudiera ser comparada a una comunidad. Lo que encuentro fundamental para la comunidad (Gemeinschaft, en el original en alemán) no es, sin embargo, sólo el tipo de vínculo social, sino el resultado, a largo plazo, de éste. Una comunidad no puede ser, ni es en esencia, ni una banda ni un claustro. Ni es pandilla ni es trinchera. Esos lugares tomados como comunidades tienen en común su predisposición a evadir la realidad y la naturaleza de las relaciones humanas. Su gobierno y guías son exclusivamente restrictivos. No se fundan como instituciones en un principio de libertad, sino como dijera F. Nietzsche sobre las instituciones de los evasores y los censurados. Esas instituciones, comparadas con la verdadera comunidad, son monstruosas y sus miembros, aún luchando contra cualquiera sea lo que considere un mal, son creadores de monstruos: «Todo aquel que luche contra monstruos, ha de procurar de que al hacerlo no se convierta en otro monstruo».

Cuando Nietzsche pregunta: «¿Cuál es el único ser que genera una necesidad de evadirse de la realidad inventando mentiras?», tiene la capacidad de responder acertadamente: «Aquel al que la realidad le produce sufrimiento». Los culebrones sociales, como grandes inventores de mentiras, ese a quien hemos llamado el áspid de la civilización, es un quebrantador de esperanzas. Es un vocero ponzoñoso contra la comunidad. El necesita de esos rincones donde sólo se permite expresar el monólogo de su frustración ante lo que se pueda llamar la esperanza y la simpatía colectiva. «La esperanza es un estimulante vital muy superior a la suerte», medita Nietzsche, el filósofo del Gran Sí, afirmador de la Vida y el Juego.

Son sus reflexiones sobre la civilización y sus errores fundamentales lo que nos permitirá conocer algunos de los rasgos de la metafisica o ciencia de la mentira que se administran en el mundo «como si fueran verdades fundamentales».


La cárcel, el monasterio y el cuartel militar son instituciones cuya misión es la supresión de la libertad, en cuanto en todas hay por miras quebrantar las voluntades humanas. Todas han pasado su juicio sobre el prójimo, sea el pecador, el delincuente o el enemigo. Es el contexto de los enjuiciadores discursivos, que son los que han creado estas instituciones, que Nietzsche lanza una crítica al lenguaje y a la palabra como sustrato de la mentira, con la cual se pretende el mantenimiento de la sociedad. El discurso de los sacerdotes y legisladores morales que justifican la transformación de la comunidad básica que describimos con la Teoría de la Comunidad de Ferdinand Tönnies, en una que funcione, en menor o mayor grado como el Cuartel, la Cárcel y el Monasterio, representa una metafísica decadente, caduca y artificial. Una tentativa de hacer una realidad estática y no viva. Del lenguaje se hace una convención arbitraria, incapaz de captar la realidad y la verdad.

Para Nietzsche, la metafísica artificial que desde la Edad Media a la Edad Moderna ha manipulado no sólo los conceptos del Yo / sujeto, la posibilidad de una existencia armoniosa en sociedad, la conscienciación de la responsabilidad y los cuatro horizontes del ser (entendidos como Esencia, Unión, Bien y Verdad), presuponen una disputa por el poder. Sin salir todavía de la metafísica de la subjetividad, Nietzsche opta por la idea de juego. Esta es aún una característica de la comunidad como Unidad Colaborativa. En el juego hay libertad y hay apertura al mundo. En la comunidad, ninguno es tan solemne, desdichado y grave, para plantearse los fines últimos de las metafísicas absolutas. La comunidad puede vivir la dualidad apolíneo-dionisíaca, sin tener que eliminar alguno de sus componentes y el resultado es una esperanza abierta, base de toda tolerancia. Nietzsche es una abejita que como la colmena, o las abejitas en el jardín, no tienen la gran preocupación de resolver el horredum pudendum de la «Cosa-en-Sí» y otros misterios de misterios de la metafísica y la religión en general.

La comunidad se puede dar el lujo del juego y la despreocupación máxima. Es cierto que la abeja representa trabajo, como la hormiga hacendosa; pero ellas asumen que la vida es empírica, ritualizada en el trabajo y ese es su gozo. Tönnies, en su Teoría de la Comunidad, lo indicó como citamos anteriormente: «La vida comunal es posesión y goce mutuos, y es posesión y goce de bienes comunes. La voluntad de poseer y gozar es voluntad de proteger y defender».<p>
Claro está, hay posiciones diferentes. Están los sociólogos de los antivalores comunales. Gente absolutista de la metafísica subjetiva e individualista que enfatiza en la Ley de la Selva. Un mundo de guerra permanente de unos contra otros, donde la disputa por el poder sólo se resuelve con la aniquilación, no en rituales de juego, sino de más engaños y violencia. Gente que son el áspid a quien jamás se le convencerá de que: Quien la hace la paga. Aún Mahatma Gandhi, el líder de la Desobediencia Civil y la Resistencia Pacífica, lo advertía: «Lo que se obtiene con violencia, solamente se puede mantener con violencia».

LA CONSCIENCIA CULPABLE: La consciencia culpable, es decir, la que menos gozo deriva de entrar a un jardín y chupar del néctar del Clavel más hermoso, representa el hombre ponzoñoso. El verdadero veneno es en sí su propia consciencia reaccionaria y cobarde. Esa cobardía que lleva a mentir, al lenguaje artificioso, a la demagogia discursiva o puede llevar a la crueldad. Michael Montaigne decía que la cobardía es la madre de la cobardía. Este tipo de hombre, incompetente, cazafortunas, sólo puede presumir que es un líder sin serlo. Lo único que tiene bien aprendido es el sentido ingenuo de lo que el lenguaje es. O como escribiera Nietzsche: «El mentiroso utiliza las designaciones válidas, las palabras, para hacer aparecer lo irreal como real».

El mentiroso, que las comunidades llega casi siempre en el rol de político, organizador mendaz y vendedor de algo sabe, que las comunidades, en cuanto no investigadoras de ultimidades, se conforman «con las consecuencias agradables de la verdad» (H. Vaihinger). Tienen su respeto y su deseo de conservar los rasgos prosociales, pero son crédulas.

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Bibliografía

Ferdinand Tönnies, Teoría de la comunidad. En: Ferdinand Tönnies (1947): Comunidad y sociedad. Losada, Buenos Aires, pp. 25-48. Ver

Gordon Leff, History and Social Theory [1969: University of Alabama Press]

H. Vaihinger, Sobre la verdad y la mentira [Madrid. Tecnos. 1998]
Eugen Fink, La filosofía de Nietzsche [1966, Madrid. Alianza}


1 comment:

Azpeitia poeta y escritor said...

Muy interesante tu blog, voy a leer despacio su contenido, vendré más veces...enhorabuena....azpeitia