Friday, December 3, 2010

Discapacidad, la hija más olvidada de la pobreza


Por Marta Gómez Ferrals (PL)

Más de 600 millones de personas -aproximadamente el 10 por ciento de la población del planeta- viven en el mundo de hoy con algún tipo de discapacidad física, intelectual o mental, de acuerdo con estimados de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El 80 por ciento de los discapacitados residen en los países de más bajos ingresos.

La mayoría son personas pobres, sin acceso a los servicios básicos de salud, educación y mucho menos a programas de rehabilitación.

Su principal función en la vida es tratar de sobrevivir a toda costa y satisfacer, aunque sea precariamente, necesidades esenciales como la alimentación y la vivienda.

La OMS ha reconocido, además, el creciente incremento mundial del número de discapacitados, debido a factores como las guerras, en primer lugar, las minas terrestres que explotan aun en tiempos de paz, el VIH-Sida y la malnutrición.

Le siguen en orden de importancia las enfermedades crónicas, el abuso de sustancias como las drogas y el alcohol, accidentes, degradación del medio ambiente, crecimiento de la población, envejecimiento y progresos médicos que prolongan la vida.

Esa tendencia al crecimiento genera una exigencia considerable para los programas de salud y rehabilitación, definen los expertos.

No todo, desde el punto de vista de la evolución moral de la humanidad, es tan negativo, a pesar de la sobrecogedora situación que aún nos rodea.

En los últimos tiempos, el tratamiento o el abordaje de la discapacidad, han afrontado cambios notables con la sustitución de vergonzosos enfoques y valores arraigados secularmente en distintas culturas y sociedades, con nuevos conceptos basados en la ciencia y el humanismo.

Desde 2008 se dispone de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas Discapacitadas como un instrumento de vital importancia no sólo global, sino para la puesta en práctica de las necesarias y urgentes políticas nacionales.

La ONU reconoce que los estados nacionales tienen responsabilidad primordial en el cumplimiento de programas a favor de trato justo, humano, igualdad de oportunidades, acceso a educación, salud y rehabilitación de las personas discapacitadas.

Y aunque la ciencia hoy establece que no siempre la discapacidad está asociada a una enfermedad, sugiere que cuando esta aparece en la niñez, lo ideal es ofrecer tratamiento en las edades más tempranas.

Con ello se reducen las limitaciones en el desarrollo de esas personas y a largo plazo el costo por los servicios sanitarios.

Los más vulnerables: Nadie ignora hoy día que entre las derivaciones más trágicas de la pobreza está la discapacidad humana.

Otras cifras divulgadas por la OMS y el Banco Mundial precisan que el tres por ciento de la población del orbe padece discapacidad intelectual.

De ella, el 70 por ciento vive en los países en desarrollo. A su vez, un poco más del 40 por ciento es muy pobre y no tiene ningún acceso a programas de rehabilitación.

El drama de las naciones en desarrollo y las más pobres es la carencia de recursos financieros e infraestructura socio-económica para poder sostener programas adecuados de atención.

Con sistemas sanitarios deprimidos o casi inexistentes, deficiente educación y todavía en lucha por un desarrollo sostenible que parece una utopía, el problema de la discapacidad va quedando al final de una interminable lista de problemas graves a resolver.

En África, un continente sacudido por hambrunas, intensas sequías e inundaciones y conflictos bélicos, que generan desplazamientos de grandes grupos humanos y el incremento de enfermedades como el Sida, malviven a duras penas unos 80 millones de discapacitados.

Es verdad que varios países africanos han firmado la Convención de la ONU sobre el tema e intentan llevar a cabo programas, con el apoyo de instituciones y organizaciones no gubernamentales.

Sin embargo, el esfuerzo parece perderse como una aguja en el pajar de situaciones sociales y humanitarias de extrema gravedad.

En Asia, continente densamente poblado, los estimados sobre las víctimas de las discapacidades son contradictorios y no pueden cristalizar, según expertos.

Sí se sabe que también son millones, y algo muy preocupante, en esa región es notorio el incremento de afecciones auditivas que causan limitación, posiblemente debido a enfermedades infecciosas o de origen genético, causadas por prácticas culturales ancestrales.

En el mundo desarrollado: Un estudio dirigido por la doctora Nora Groce, de la Universidad de Yale, EE.UU., publicado en 2004, confirmó que las personas con discapacidad sensorial, contrariamente a lo que se cree, tienen un riesgo igual o mayor a contraer enfermedades infecciosas como el VIH-sida que las que no lo son.

Esta investigación también llevó a la doctora Groce a una conclusión de inequívoco sesgo social: los discapacitados "son las personas más estigmatizadas, más pobres y menos educadas del mundo».

«No sólo afrontan problemas médicos», dijo la especialista.

«Aunque algunos padecen problemas de salud y requieren rehabilitación», puntualizó Groce, «sus principales problemas son la ausencia de derechos humanos: equidad social y la ausencia de una vida digna".

En la década de los noventas en Estados Unidos el índice de personas sordas infectadas con el Sida resultó ser el doble superior al de los oyentes.

Y el índice de infección de mujeres esquizofrénicas, hospitalizas en dos instituciones urbanas, estaba entre el cinco y el nueve por ciento.

El Sida era entonces la primera causa de muerte entre mujeres con enfermedades mentales en la ciudad de Nueva York.

En las naciones de la Unión Europea, donde existen 40 millones de mujeres con discapacidad, estas son un grupo social muy vulnerable a la violencia, de acuerdo con Ana Peláez, presidenta del Comité de Mujeres del Foro Europeo de la Discapacidad.

América Latina: Abiertos a la esperanza: Las cifras abrumadoras y el dolor que todavía generan la discriminación, la pobreza y la falta de oportunidades que hoy golpean a millones de discapacitados, no deben llevarnos a la paralización y el pesimismo.

Se pueden cambiar las cosas, si hay políticas gubernamentales responsables. Aquí va un ejemplo muy esperanzador.

En una región geográfica como América latina y el Caribe, donde se calcula existan unos 42 millones de discapacitados, en los últimos tiempos se ha visto un accionar que pudiera convertirse en modélico.

Y es que políticas creadas por los gobiernos de Bolivia, Ecuador y Nicaragua, han venido realizando estudios masivos, al interior y lo más intrincado de sus respectivos países, con la ayuda de especialistas de Cuba y Venezuela.

Son investigaciones profundas, integrales y costosas de la evolución de la discapacidad y la genética, que no terminan en las conclusiones científicas y la recopilación estadística.

Son la piedra angular de programas de inclusión y justicia social en torno a las personas discapacitadas, tradicionalmente olvidadas y preteridas. Ya los necesitados han comenzado a recibir los beneficios.

Las llamadas misiones Manuela Espejo, Moto Méndez y Todos con Voz, en Ecuador, Bolivia y Nicaragua, respectivamente, no tienen precedentes y abren un rayo de esperanza respecto a lo que puede lograrse cuando hay voluntad política, a pesar de la inmensidad de los problemas y de la tarea por hacer.

Es bueno reconocer ese logro de nuestra región en un día como hoy.
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