Wednesday, January 5, 2011

Las obsesiones del Vale Santoni

Se ha dicho que el trujillismo es una actitud. Y en el vocabulario de las dictaduras caribeñas, en la década del ’30, la palabra entró por la puerta ancha y, entre los hombres que la encarnó en un pueblo puertorriqueño (San Sebastián del Pepino) estuvo una familia de ancestro dominicano. El Vale Santoni, Por su afán de justificar el gobierno de Joaquín Balaguer, por su enorme odio al vudú y la santería, siendo católico de misa y golpe de pecho, este personaje se hizo muy popular entre los pepinianos.

El siguiente cuento es una estampa histórica frente al fenómeno del expresidente dominicano Rafael Leonidas Trujillo, quien viajó desde la capital dominicana a Dajabón a principios de octubre de 1937 y pronunció un discurso que echó la base de cierta política de fronteras que permitió el exterminio de inmigrantes haitianos, con la llamada Matanza de 1937. Para esas mismas fechas, la poilicía colonial de Puerto Rico hizo una matanza, pero de «nacionalistas» en la Ciudad de Ponce, la primera matanza después de la invasión militar estadounidense en 1898.

En días en que la Guerra Civil española no se había olvidado la conversación que, en foros y casinos, esquinas y calles en el Pueblito de San Sebastián, Vale Santoni fue uno de los pocos que justificaría, no la matanza ordenada por Trujillo en 1937 contra campesinos azucareros haitianos, pero sí el objetivo de «blanquear» la raza dominicana.

Este cuento describe ese contexto; pero, la anécdota se centra en la profunda tristeza que se desató en Santoni cuando murió el dictador Trujillo y las obsesiones con el vudú, el espiritismo y el blanquitaje racial y social, que Vale Santoni comenzó a dejar de escapar de su boca. Martin Santoni pertenecía al grupito de pepinianos que vestía de blanco, al estilo de Rubirosa, con gafas oscuras hasta en la noche, tal como vestían los círculos allegados al Dictador Dominicano, «El Jefe».



* * *

Las obsesiones del Vale Santoni


Querido jefe, hasta luego. Tus hijos espirituales, veteranos de las campañas que libraste durante más de 30 años, miraremos hacia tu sepulcro como un símbolo enhiesto y no omitiremos medios para impedir que se extinga la llama que tú encendiste en los altares de la República y en el alma de todos los dominicanos: Panegírico leído por el Dr. Juan Balanguer en el del Palacio Nacional a San Cristóbal el 2 de junio de 1961, al morir el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo Molina.

«Ese follón del espiritismo en Pepino es cosa vieja».

A Vale Santoni no le vengan con cuentos. A él no le gusta y sabe por qué, cómo y de dónde procede todo eso. «Es cosa de negros», dice. Si lo hacen, con malamañosas alusiones por picarle la cresta, él tiene muy claros los expedientes que lo mencionan y la difamación que se le hace. Todo lo que concierna a la maledicencia fue explicado por su parentela, que son dominicanos que llegaron a la villa de Aguada cuando la Cédula de Gracias, dictada por el rey Fernando VII, en 1815, autorizó a que salieran de Santo Domingo los españoles leales.

En su progenie no se quiso otra cosa que no haya sido, desde siempre, con la llegada de cualquiera de ellos, que un Santoni sea un buen español y propietario. Y su cepa lo logró. Es cierto: Domingo Santoni fue Alcalde de Aguada y corría el año de 1843 para entonces. Volvió al poder municipal en 1864. Ángel Luis Santoni fue esclavista en tal área; Santiago Santoni fue Alcalde de Rincón en 1880. «Santoni es un nombre asociado al servicio público», aseveraba defensivamente el Vale a mediados de 1960.

De los corsos que llegaron a Puerto Rico, él mencionaba a Pascual, quien fundó una central azucarera en La Romana (República Dominicana) y se casó con una boricua. De los Santoni Danesi, habría que decir, según las memorias del Vale, que pasaron de Salinas a Rincón y de los Santoni de Yauco, «habría que decir que son los corsos que emparentan con los Ortiz de la Renta y el hacendado Joaquín Vidal», agricultor cañero, de origen mallorquín del barrio Perchas.

Los primeros Santoni llegaron por el 1820. Son gente a la que les ha gustado el poder, «pero no para fuñir a nadie». De ahí que a Vale lo enoje el que alguno diga que él justificara que el General Trujillo Molina haya hecho su escante con asesinatos en la frontera dominico-haitiana y que viene de una familia de explotadores. Sin embargo, por esas cosas de los pleitos y campañas por los escaños municipales, su familia ha estado bajo el fuego de las acusaciones. «Pero eso es historia vieja y mal contada».

En Pepino, pormenoriza el Vale, hay familias políticas que han sido pro-españolas, apellidos muy conocidos y tradicionales y que, por tanto, como la suya, han administrado la localidad como alcaldes y sus parientes han sido, sino alcaldes, funcionarios en otros pueblos. Desde que está en el Casino del Pepino, Vale Santoni funge como el que todo lo sabe. Está familiarizado con los nombres, a saber, los Del Río, los Chiesa, los La Xara, todo el que tuvo u ostenta todavía cierto poder público o financiero entra en la cuenta mental de sus intereses. Martín El Vale es un tipo que se junta con los ricos.

No que menospreciera al pobre; pero no se le observó en comunión con ellos. Es burgués. Anexionista. Conservador. Pomposado. Ama la élite y la vieja guardia. En el Pueblo se piensa que fue simpatizante franquista, o que creyó en las Falanges. Un facho.

Es un consultor político porque, si bien no compite para nada, es un portavoz / correveidile de los anexionistas del PER. La bohemia política le encanta y, más si se acompaña, con el póker. Los políticos de Pepino lo traen de allá para acá por lo que él sabe y, posiblemente, se le distingue desde principios del ’30, cuando Oronoz Font fue electo Alcalde y lo hizo miembro del Casino.

Vale Santoni dice que la historia le gusta: Identifica cómo, a medida que avanza una sociedad más flexible, se pierden los valores. Se intensifica la vagancia y el confort generalizado sobre bases falsas. Una sociedad sin memoria lo primero que olvida son los apellidos, la procedencia y la gratitud. Todo se sustituye con envidia y con odio. El es muy religioso porque él no odia a Dios ni lo olvida. Los que ésto hacen se vuelven resentidos. Se refugian en sus instintos lujuriosos y en vez de buscar la verdad en el trabajo, en los valores cristianos, la buscan en la superchería, las borracheras y el sexo.

«Inclusive», dicho con dos palabras, «en el espiritismo»

Ahora se concentra y hablará sobre Monsiú Alers. Diferencia a los suyos de él, porque Alejandro (Monsiú Alers), hacendado esclavista y usurero como fue, no fue realmente blanco, ni francés, como se piensa, sino un mulato. Y la gente mulata se acompleja, se resiente y se vuelve violenta y cínica. Ejemplifica con las correrías de Silvio Alers, cómo murió trágicamente. El gobierno de España le aplicó el garrote vil en la Cárcel de Aguadilla.

Aquellos valores, como clan, por los que los Alers de Culebrinas vivieron durante el gobierno de España, fueron tan distintos a los de su cepa, los Santoni Santoni, los Santoni Vidal y los Santoni Danesi. El haitiano / Louvreture y su camada / destruyeron su propio pueblo y se fueron al Santo Domingo español a hacer lo mismo. Esa escuela haitiana, usurpadora y fornicaria, formó a Monsiú Alers, el que vino a Pepino, después de su estancia en las costas de Aguadilla y Aguada.

«Esto yo no se lo perdono a Paco Domenech, el Brujo. Mandó a Don Lion el Levitante a echarme mierda de bruja en mis balcones. Mandó a Guilimbo a vaciar polvos de mierda de boa frente a mi casa». Dijo que vio a Florita, la hechicera, barrer con una escoba como si fuera una bruja, dizque por salvarlo de la muerte. Los brujos lo acusaron de lo mismo que a Trujillo, antes de que fuera asesinado, en 1961: de ordenar una masacre de cortadores de caña en La Vega y Moca; de promover que Franco Bahomonde, el Generalísimo, le enviara republicanos españoles a fin de que se mezclasen con su pueblo, blanqueándolo. A Trujillo no le importaba que llegaran, por ñapa, los judíos a la república, pero que sean de ojos azules, laboriosos, ilustrados. Gente blanca y sacerdotes con espíritu santo.

Vale Santoni dijo que escuchó la voz cavernaria, profunda y grave, de El Británico, otro de los guías que Paco Domenech sacara de los antiguos tiempos. Lo escuchó, al comunicarse en trance mediunímico, y hablaba un inglés vibrante, europeizado, como los viejos piratas antillanos. «Pero yo no sentí miedo alguno y fui a decirlo al Padre Aponte, a pedirle una misa exorcisante por el Pepino». Además le pedió al sacerdote que rezara por O’Neill, vecinos de Aguadilla, por los Firpo, que son corsos, por los Salguero, las familias Cabán, Eurite y Suárez de Mendoza, cuya simiente se ha mudado a Pepino. «A todos ellos los hechiceros quieren destruirlos», porque Aguada y Aguadilla abrieron sus puertos a Europa, asentaron en sus tierras a los dominicanos, a españoles antillanos y de Bariñas (Venezuela) que rechazaban la anarquía y el odio negro y bolivariano por el europeo.

Vale Santoni hubiese preguntado: «¿Por qué te comunicas en inglés conmigo, Domenech, si sabes que sólo hablo el castellano?» Racionalizó que no quiso que se encendiera una discusión con emisarios ilusorios del Diablo, siendo que Paco el brujo es poderoso. Engaña y desarmoniza las almas, si se le hace caso. Supo que su intención fue recordar el ingreso de Trujillo Molina al Ejército Dominicano. Diría que fue bajo el auspicio de la Marina americana, a la que él prestó servicios, una vez que se ocupó el país por largos años. Las tropas estadounidenses no abandonaron la antilla hasta el 1924 y ese año, cuando fue electo Horacio Vásquez a la presidencia, se hizo a Trujillo el Teniente coronel y Jefe de Estado Mayor dominicano.

2.

«El espiritismo es cosa con la que yo no quiero cuentas», siempre lo dijo Vale Santoni.

Y hay que decir más: los Santoni, en Pepino, nunca anduvieron con hechicerías. Mejor que se diga lo que dicen: Vale ha sido un alzacola del Cura Aponte, el incondicional de Cucán, el casinista consuetudinario, el buen amigo de la familia Caballero, los Abarca Portilla y otros que en Pepino, son cultos, buenos conversadores y le gusta la distinción y jugar su dinerito.

«En eso dudo yo que haya pecado», justificaba.

«Este follón de espiritismo», dijo cada vez que pudo, «es un invento de Paco Domenech y la gente espiritera que desde Aguada a Rincón y del Pepino a Moca», le han echado miedo a su familia. A Santiago Santoni, ex-alcalde, de Rincón, «por poco lo enloquecen». Quisieron embrujarlo con un fufú de muerte. Considerándolo ya, por lo que a él personalmente ha sucedido, con esta epidemia de espiriteros de Pepino, Vale alega que es la conspiración de negros que invocan la Real Cédula de Gracias de 1815. No otra cosa dijo Domenech cuando se traslenguaba como Alejandro Cantero, el catalán.

Sería una advertencia que le dan los espíritus mediunímicos por el intento de los transterrados por vigorizar la industria azucarera y con ello perpetuar la esclavitud y la opresión del africano en los cañaverales.

«El espiritista es un agitador escondido». Sólo que no viene con bandera de político. Se disfraza de catalán con voces de uiltratumba. Y ejemplifica con la voz con que el negro retinto Domenech comunicara al guía Alejandro Cantero. «Así han echado sus mentiras. Asustaban a la gente de iniciativa en el campo».

No se equivoquen. Un ex-alcalde de Aguada, Agustín Domenech, fue buen amigo de la familia Santoni. Orientó a Domingo a que comprara tierras en Rincón y Quebradillas. «Juan Martin Domenech de Arce es una linda cepa y él también fue Alcalde». Santiago Santoni llegó a Rincón. Querían extenderse a Hormigueros, Isabela y Ponce, según crecía la parentela. Santiago tuvo por amigo a Luis Chiesa, ex-Alcalde de Rincón, y luego de Pepino. Conoció a los mallorquines de Saltos, que son Domenech también, y a los Vidal de Perchas. «Y ahí, en Las Perchas, le dijeron: No hagas éso. Con familias de Isabela no te metas; no compres ni tierra allá. Que ninguno de tus hijos se meta con los isabelinos. Allá hay muchos negros brujos. Allá son brujos hasta los españoles y, si saben que son dominicanos, los obsesionan con la muerte y hacen sus vidas cruelesy sus castigos despiadados».

Han pasado tres o cuatro generaciones desde que la familia Santoni recibió la advertencia y, según se lo han pasado de boca en boca, hasta hoy que el Vale Santoni lo pondera, el meollo de este asunto es político. Lo disfrazan; lo ocultan en vaporosos éteres ultratúmbicos, pero es odio contra España, contra el dominicano y contra el anexionismo. En los tiempos del Gobernador Mendizábal, cuando se hizo un poblado en honor de la Reina de España, unas familias españolas, residentes en San Antonio de la Tuna, en la parte izquierda del Río Guajataca, y ésto antes de fundarse Pepino, veinte años antes por lo menos, fueron apartadas de Dios por los espíritus. Esto lo dijo Alejandro Cantero: «Que la maldición del dominicano en Puerto Rico vendrá del poblado de Isabela».

Posiblemente, Vale Santoni racionalizó, discutiéndolo a fondo con Oronoz Font, historiador ex-oficio. La maldición que echó Cantero mentaría que Isabela se excedió de población esclava. Los mismos peninsulares, como liberadores, no serían otra cosa que remedos de negros, en apariencia blanca, con el alma africana. La llamada orilla izquierda del Río Guajataca, fue la que correspondió al barrio de La Tuna en el área del puerto. Allí, por desgracia, se asentó una villa pesquera tomada por la cimarronería. Ciertamente, un buen lugar para hacer un poblado a la Reina Isabel, monarca de España, pero, para hacerlo en justicia, se tendría que vencer la resistencia de la gente oscura. Convencer a los pescadores de admitir el gobierno y los nuevos pobladores, que son la gente blanca.

Toponímica y geográficamente, San Antonio de la Tuna siguió siendo lo mismo; pero, no las almas de los pobladores. Cuando se efectuó la primera procesión, los Corchado ya no fueron los corchados originales; los Piñero no fueron ya los Piñero, los Avilés no fueron los avileces ni los Juarbe fueron ya los Juarbes. Allá, en toda esa área, el indio y el esclavo cruzaron sus almas y el que viniese tendría que hacer lo mismo.

El mestizaje entre razas no es el problema que conturba a Santoni. «El espiritismo es cosa con la que yo no quiero cuentas». Esto es lo que, realmente, le molesta. El sincretismo cultural que surgiera.

Y él halló el culpable. Le dio el nombre de dos ancestros isabelinos. Gente de San Antonio de la Tuna, gente que convivió con cimarrones: Corchado Juarbe.

3.

Todavía está obseso. Ha creído que Santo Domingo debe controlar las contínuas olas de inmigrantes desde Haití. Es cierto que el país vecino ha sufrido. Papa Doc Duvalier es un demonio y utiliza el vudú, la hechicería y, aún así, no sale de su grave crisis política y económica. La violencia en su escenario no cesa. Es la razón por la que Trujillo Molina los odiara. El haitiano es un guache despreciable.

«No. Yo no justifico qué se hizo allá en tierras dominicanas con esos pobres haitianos», dice Vale Santoni.

«En Moca se prendieron alrededor de 800. Hacíaseles levantar el brazo izquierdo y los verdugos les hundían la bayoneta en el corazón. Los niños de pecho, cogidos por los piesecitos, eran lanzados contra los árboles», cuenta Luis Mejía.

«En el Santo Cerro, provincia de La Vega, en un zanjón, enterraron seiscientos haitianos. Casi todos fueron ejecutados con machetes, puñales, y bayonetas. Se les obligaba, antes de sacrificarlos, a cavar sus propias fosas… Cuando las víctimas salían corriendo eran cazados como fieras. Muchas familias dominicanas escondieron sus sirvientes y cocineras haitianas para salvarlas».

«No, yo no lo permitiría», grita conmovido el Vale cuando recuerda que fue real. Que lo leyó en la prensa del final de los ’30. El dictador Trujillo pagaría a 30 dólares por cabeza, como compensación a Haití, al saberse que pudo haber sido tantos como 20,000 muertos. «Aquello fue peor que la Matanza de Ponce», le dijo el albizuísta más criminal que había en Pepino, el mentado Jenjibre.

Todavía está obsesionado con la suerte de la antilla. Y tiene el nombre de varios culpables para explicar las causas. «El espiritismo». El maldito vudú, seudocristiano. Y, cuando más divaga, ya disparatero y con un traguito encima, mitad jugando, mitad filosofando en el Casino, en esos días de Fiestas Patronales en Pepino, a la memoria le viene el nombre de Corchado Juarbe.

Y es que que ese apellido, como los negros, lo persiguen. Le mienta la abolición esclava, el espiritismo, el liberalismo subversivo, al socialismo de Mingo e Idelfonso, la Barcelona de Epifanio Manuel Liciaga Juarbe, la propuesta de Manual Corchado, ex-diputado a las Cortes Españolas, de que el espiritismo sea parte del plan de enseñanza de los estudios superiores.

4.

Sin embargo, un día que caminaba por la Plaza Baldorioty de Pepino le dieron la noticia. Uno que sabe que el tema dominicano lo revienta.

«¡Mataron a Trujillo, don Vale!»

«¿Qué? ¿Qué dice?», se exaltó. Fue como si le dijeran que mataron a su padre.

Siguió al muchacho un buen trecho por asegurarse que no inventaba tal cosa por pura jorobancia.

«No fastidies conmigo, ¿dónde oíste eso?»

«Por la radio, don Vale. Por la radio y me acordé que usted es dominicano».

Y él corrió a su casa a informarse, sintonizando una radioemisora. El es ya puertorriqueño y por generaciones. Se equivocó el muchacho. Mas la sangre llama. Paco Domenech se lo dijo: «Los espíritus no conocen los límites del tiempo. No funcionan basado en los relojes. Ellos se asoman a las almas. Al karma. A las pasiones dominantes. A los sentimientos escondidos, ancestrales, a las ruedas energéticas del alma. Al inconsciente colectivo y sus cargas genéticas de instintos».

Del libro El pueblo en sombras de Carlos López Dzur

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