Tuesday, November 23, 2010

El fuego del karma / Cuento / Carlos López Dzur



No deja de ser una ironía el hecho de que, con frecuencia la causa kármica del dolor experimentado en la vida actual, es una acción terrible del pasado, sino un sentimiento de culpabilidad, que no está justificado a una resignación excesiva ante el sufrimiento personal... El karma es una energía metafísica (invisible e inmensurable) que se deriva de los actos de las personas. El universo tiene forma circular y todo lo que emitimos vuelve a nosotros, pero más que nada como una ley universal cuyo motivo es despertar nuestra conciencia... La suma de nuestras experiencias pasadas está contenida en el Nodo Sur que suele simbolizar áreas que nos son familiares. Representa hábitos que no queremos dejar por razones de comodidad; es decir, el Nodo Sur representa el camino de menor resistencia. La herencia kámica no es irrevocable. Cualquier idea preconcebida en el sentido de que el karma es algo con lo que uno ha de cargar, o tiene que ser resuelto de un modo doloroso, no es adecuada ni exacta: Daniel Meurois-Givaudan

Al responsable lo arrestaron y se ocasionó sorpresa entre todos quienes le conocían. «Del vecindario malo, él fue uno bueno», se decía. Es cierto que las investigaciones llevaron a la conclusión de que él fue el incendiario, mas también que las doce personas que murieron fueron especialmente ancianos, o niños, que dormían o estaban solos, con resguardos que, durante el incendio, se transformaron en riesgo.

«No hubo mano criminal, sí un evento negligente», dijo un perito forense.

Independientemente de los lamentos por pérdidas materiales y vidas, acusaciones exageradas, la mala defensa que se le hizo al acusado, las conmociones en el vecindario y la política de la ciudad, factores catalizados por el ansia premurosa de asignar responsabilidades y producir un culpable, El Incendiario fue preso. El mismo admitió la culpa.

Lleva 15 años calado por la angustia, ultrajado, frustrado ante el sistema de leyes, decepcionado ante la justicia del mundo. El odio de quienes fueron sus amigos le induce a pensar de que no hay nada permanentemente bueno. Pervive la soledad radical de quien, existencialmente, fue arrojado a la desgracia del aquí y ahora.

Ahora que, al fin, le han concedido una celda de aislamiento, después de superar la negativa de casi un mes (a probar bocado de alimento), ahora que tiene 60 libras menos de peso y tirita de frío, pese a una mullida cobija, se ha dedicado a redefinir conclusivamente si vale la pena vivir, si realmente la libertad existe... Cuando queda dormido, el Incendiario se da cuenta que aún sumido en el sueño, o en el inconsciente, filosofa. Creyó que se había deshumanizado y que otros presos lo llevaron a ese estado de verdadera perversión, o nihilismo, por la vía de la fuerza.

La objetividad de los hechos revela lo siguiente: De los 40 años que tiene, quince han sido su pesadilla carcelaria. Aparenta fácilmente la edad de 60 años. Dibujaron a navajazos una cruz en su pecho. Se le puede contar una veintana de cicatrices de cuchillo, quemaduras con cigarrillos; han roto su boca, por lo que muchos dientes le faltan. Si sale alguna vez de la prisión, saldrá renqueando debido a que patadas le rompieron un tobillo para que, con la pata monga, no pueda correr, si surgiera un fuego en la cárcel... Y pensar que, cuando pasó a chirola, tenía 25 años de edad. Era un «chico» normal, fornido, hasta con buena pinta.

En un barrio de ciudad, como latino, rodeado de afroamericanos, donde creció, mantuvo su limpio expediente policíaco, se graduó de H.S. de pansazo. No se reclutó en el ARMY, porque era indocumentado, entonces. Fue su sueño juvenil. Quería ser «heroico», ¿pero qué mayor heroísmo que trabajar, cuando se cierran las oportunidades, en el taller mecánico de un amigo, aprender cada día un oficio, hasta dar con lo anhelado y compartir lo ganado con la tía que lo crió, achacosa mujer, ignorante, mas buenos consejos de ella no le faltaron? Fue más fiel que su patrón. El empleador, cuasi reciente, ya lo echa de cabeza. «Es como un cuico. Mejor que no salga y venga y me queme este taller y los carros».

Y, en los últimos siete años antes de su encarcelamiento, era un auxiliar de electricista, sin dejar la mecánica. Fama de chambeador tuvo. Y de agradecido: enterró dignamente a su única compañía, la Tía, a la que le decía 'Abue'. Su verdadera madre no volvió a buscarlo. Se fue a México, no se sabe dónde y él trató de saberlo.

Que la vida de El Incendiario fue heroica, sacrificada, ejemplar, se olvida. Su apartamento, según los informes policíacos, fue uno entre los más limpios. «Es asombroso que allí, donde comenzó el fuego y se produjo el estallido de la cablería electrica, el daño fue mínimo. De la pared, cercana a la estufa, el lugar donde cundió el estrago fue una esquina. En la sala y la habitación, cada mueble y cada objeto, se mantuvo sin daño. Es obvio que el inquilino ni fumaba ni bebía. Ni traía mujeres. Un vecino dijo que es servicial, meticuloso. Cuida las cosas y estudia para tomar el examen de la ciudadanía...»

Mas para El Incendiario todo se vino abajo. Cada sueño, cada sacrificio que hizo en vida, cada negativa a caer en vicios y en delincuencia por la presión intergrupal de su barrio, abajo. Y fue una cosa tan estúpida lo que desató la tragedia.

Un viernes, hace 15 años, tomó el día libre con permiso autorizado por dueño del Taller Mecánico. Estaba nervioso porque el lunes tomaría el examen de Naturalización como estadounidense y quería el tiempo para estudiar a fondo. En la casa, una señal del celular no le permitía capturar la llamada que se marcaba en el teléfono. Entonces, decidió salir a la calle. Había puesto una cafetera sobre la hornilla encendida y lo olvidó por completo cuando cerró la puerta. En esa premura, él también olvidó las llaves de entrada al edificio. El día fue de pequeños olvidos por el maldormir de varios otros. Soñaba con una niñez dura, sin alegrías.

Los pequeños olvidos desataron el fuego del karma. Se estremeció el edificio, apenas a las 2:00 de la tarde. Con días de investigaciones es que se dijo: «Oímos algo como una explotación en la calle». Mas no fue en la calle. Fue en el tercer piso de un complejo de apartamentos. Fue al lado de una pipa de agua caliente, detrás de la pared que separa donde El Incendiario habita de una sección de balcón, llena de lavadoras, ropa vieja y mercancías... Y fue un viernes 13.

El decía que, si aprobara su ciudadanía, por gratitud a la nación que lo acogiera, desde su mísera niñez, serviría al Servicio Militar, siendoun tributo viviente a la patria, la democracia y la libertad. Ya sabía inglés, casi a la perfección, salvo el acento, e historia de los próceres y Padres Fundadores... y en eso estaba el sentido preocupón por la llamada a su teléfono. Tenía 25 años, 7 al menos deseando ser un héroe como Patton y Marshall... y, cuandol estuvo en la esquina de la Calle, escuchó la explosión y se dijo: «¡Carajo! Esa será mi cafetera».

Dejó la llamada que le marcaba una espera. Buscó sus llaves olvidadas. Hizo guardia en las entrada al tercer piso. Vacilaba en la idea de pedir auxilio al número de Emergencias. Anhelaaba ver que al alguien bajara de algún piso. Abriera los portales. Nadie. Pero eran las 2:00 de la tarde. Los ancianos dormirán sus siestas. Los pequeños estarán en alguna cuna, a puerta cerrada; otros de los niños, en las escuelas. Los padres de familia en sus jales, talleres, lugares donde se ganan el sustento... y ninguno aparece que abra, nadie que sea dueño de una llave. Y la oficina de alquileres, pues siempre cerrada. «La rentera se las pasa puteando; y los consejes, como siempre, brillan por su ausencia».

El llamó el 911, al final. Y ya fue tarde para tan rápidas consecuencias. Un viento se arreció súbita e inesperadamente y el fuego pasó, vorazmente, sobre casi todo el tercer piso. Al cabo de unas horas, personal consultado entre los camiones de bomberos, ambulancias, paramédicos y policías, frente a escaleras eléctricas, equipos especiales de socorro, prensa de noticiarios televisivos, filtraron sus averiguaciones: hay doce muertos por asfixia y ataques cardíacos, casi sesenta evacuados y la calle es un hervidero de gentes y curiosos...

Y, el sujeto, descrito por la prensa como El Héroe por llamar al 911 y a todas las agencias de salud pública y emergencia que pudo, a par de días es a quien por, de pronto, la Detective y la policía describen como El Incendiario. La mano intencionda, o no, de los hechos.

Por el saldo de muertos, daminificados que tendrán que rehacer lo poco que poseyeron, por los perjudicados moralmente por el olvido de una cafetera que chilló por horas y reventó las hornillas, El Incendiario está dolido... máxime porque, culpado por las autoridades, como «inmigrante burdo e incompetente, inquilino negligente, malandro insensato, en una cultura de pobreza», fue detenido y, por la pobre defensa, ya es el convicto y lanzado al sistema penitenciario, donde los criminales se lo han comido como buitres. Es una presa, juvenil y conturbada, publicitada en los lamentos logreros, mes tras mes, semana tras semana.

Como era soltero, ahora es la hembra favorita de los bujarrones. Hay días en que la violencia anal contra él se corresponde a los doce muertos del incendio. Hay días en que festejan su Ciudadanía Norteamericana, no conseguida, con orgías de golpizas que se asemejan a un 4 de Julio. «Esta es la justicia de América», le dicen sus verdugos en prisión.

En atención a su expediente de 'buena conducta', casi siempre por el estado lastimoso en que le dejan otros presos que lo atropellan y que se afanó en tareas de trabajo en talleres de la cárcel, lavando tambos, que fue a .lo que lo asignaron durante cinco o seis años, un Día de Acción de Gracias, le dijeron: «Se te concedió misericordia». Le entregaron la correspondencia acumulada que no se le entregó, o él no quiso recibir. Recordó la ropa con que vino, todo lo que tuvo en el bolsillo y la cartera, haría 15 años.

Ha de vivir en una casa de convalescencia. Lo han sacado, en silla de ruedas, como si fuera un anciano... Le han dado un cheque con el monto de cinco años de paga nominal por lavar tambos y un bolso con unas mudas de ropa que equivalen al peso que ahora tiene. Es una tercera parte de la fisonomía y salud con que vino. Es una pilltrafa humana con el rostro de la angustia.

... pero él sabe lo que tiene que hacer. Se encerró en la habitación de una vivienda que la policía le agenció. Se sentó sobre la cama una vez que le bajaron de la silla de ruedas y después que dio una mirada examinadora al modesto cuarto, sólo amueblado por un pequeño gabetero, una silla y la cama. Abrió uno que otro paquete que trajo. Vio su camiseta, ya no huele a él. En sus pantalones vaqueros, si metiera sus piernas, quedaría espacio para que otros tres como él quepan y se abrochen un cinto. «Este celular ya no sirve de nada». Entonces, del fondo de un morralito, extrajo un paquete de cartas.

Le escribe el Army, el Servicio de Inmigración, repetidas cartas, que decide que no abrirá... Una carta si es extraña. Viene de una base militar en Alemania, en un sobre con membrete oficial. Remitente y destinatario tienen los mismos apellidos y, por ese detalle decide que la leerá.

Al fin, se entera que se relaciona al gran secreto de su padre. La carta ha sido escrita por un capellán católico en nombre de su padre, quien se suicidó en la base alemana después que hizo una declaración en secreto de confesión al cura. «Tu padre ha reconocido que tuvo un hijo en la señora mexicana X, el que se supone que eres. Esta memoria de culpa sobre la madre e hijo abandonados han dolido mucho el sargento X, al punto que se le ha recluído como veterano por X desequilibrios mentales. En sus delirios, dice que consultó a centros espiritualistas en los días del abandono de su novia embarazada, quienes le informaron que el niño crecería para ser un gran guerrero y ocasionaría muchas muertes en el enemigo».

Agrega el padre X, según la carta, que no quisiera que un hijo suyo le siguiera los pasos porque, «matar ha sido mi carrera militar y la Guerra de Vietnam no me permitirá ser buen padre, ni buen ejemplo para ninguno; ya no me queda ternura paternal. Es mejor que ella, la madre X, se busque otro hombre». Fue un adiós, pues, se quitó la vida.

El capellán, ésto no lo sabe El Incendiario, envió al Gobernador otra carta relacionada a estos hechos. Es la razón por la que esta amnistía anual considera el nombre de El Incendiario para perdón. Mas ni la carta a la Gobernatura ni la carta al ex-reo cambiará lo que éste ha decidido. Con la ropa nueva de su talla, una vez desgarrada, ha estado formado un trenzado de tela, suficientemente fuerte para resistir su peso. Si acertara a colgar una parte del trenzado al gachillo del alto techo, desde el que cuelga el bombillo que da luz a la habitación, quedarán visibles los cables y contactos eléctricos. Desprenderá la tapadera al tirar el trenzado.

Conoce muy bien qué hacer con las manos mojadas con el corto rabo del cordón eláctrico y el trenzado amarrado a su cuello. Piensa que se unirá a su padre, después de todo, y le dirá que lo perdona. Por de pronto, hay que finiquitar el fuego de este karma que circula por su propio cuerpo y esperar el momento para colgarse y electrocutarse a sabiendas.
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