Sunday, April 18, 2010

La culpa parece ser huérfana


Por Arturo Cardona Mattei / Poeta y escritor puertorriqueño

En nuestro estado de imperfección cometemos muchos errores. Todos estamos bajo ese yugo tan pesado. No pasa un solo día sin que caigamos o resbalemos por algo que hemos hecho mal. Nos caemos, nos levantamos y volvemos a caer. Somos rehénes de la imperfección. No importa cuánto hagamos para mejorar nuestras actitudes, siempre estaremos dándole patadas a la misma piedra, siempre estaremos chocando con la misma pared. He aquí el meollo del asunto. Nunca creemos ni queremos calgar con la culpa de lo malo que hayamos hecho. La culpa es un sentimiento extremadamente pesado. Pasemos al mismo origen de todo este problema.

En el libro del Génesis encontramos lo siguiente. Aquella primer pareja de hombre y mujer, que fueron creados en perfección, cometieron una desobediencia deliverada. Cuando Dios les pidió cuentas, ambos negaron tener la culpa. El relato dice: «La mujer que me diste para que estuviera conmigo, ella me dio del árbol, y así es que comí». Ante eso, Jehová Dios dijo a la mujer: «¿Qué es esto que has hecho?». A lo cual respondió la mujer: «La serpiente…ella me engañó, y así es que comí». Esa es la misma muletilla que seguimos usando en todo nuestro proceder diario. Esa es la misma puerta de escape que tenemos a nuestra disposición al día de hoy. Siempre somos capaces de fabricar alguna coartada para salir airosos. De eso saben mucho los abogados. La culpa parece ser huérfana, nadie quiere calgar con ella. Así somos los seres humanos, hombres y mujeres todos. Estemos desnudos o arropados con sotanas, siempre buscamos esa sutil metáfora para culpar a otros. Ese argumento de inculpabilidad está muy atado a nuestra imperfección humana.

En estos días la prensa mundial nos ha traído nuevamente los escandalosos casos de pedofilia que se han estado amontonando y encubriendo dentro de la Iglesia Católica Romana. Es una vergüenza horrenda que una institución que dice y machaca tener de su lado el Espíritu Santo, haya caído en un sumidero de tanta suciedad espiritual. Este problema le ha costado a la Iglesia sobre un billón de dólares en demandas. Y todavía siguen aflorando casos nuevos en diferentes partes del mundo. Pero la Iglesia sigue cabalgando sobre el potro de la negación y el encubrimiento. Dicen que eso es una gran minoría, que son seres humanos que deben ser perdonados y que nadie está exento de esas debilidades. La remota coartada del Génesis sigue funcionando hasta el día de hoy. Lo que no entienden sus jerarcas es que esas fallas morales y espirituales están bien marcadas en la Biblia, la palabra de Dios. Y para ese gran pecado Dios ha dispuesto un arreglo que será firme y final. ¡Y no habrá posible apelación!

En Apocalipsis está muy claro ese inapelable castigo. Dejemos bien claro esta situación. Ese relato de Apocalipsis es aplicable a toda la falsa religión de este mundo. Toda religión que sus enseñanzas no concuerden con los principios y mandatos del Unico Dios Verdadero, será destruida en ese momento prescrito por Dios. Bajo el abominable y espantoso nombre de Babilonia la Grande, la madre de las rameras y de las cosas repugnantes de la tierra, se nos presenta el capítulo final de una historia de miles de años donde la falsa religión ha llenado este mundo de cosas repugnantes y de las inmundicias de su fornicación espiritual.

El ejemplo más repugnante lo tenemos en la increíble vida del sacerdote Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo. Este hombre de Dios vivió una doble vida por largos años. Pero sus andanzas fueron descubiertas. Sus feos pecados fueron sacados a la superficie y llegaron hasta el trono mayor, a los oídos y vista del Papa Juan Pablo II. La prueba contra este eminente líder religioso era contundente y abundante. ¿Qué pasó? El Vaticano calló y escondió los demoledores informes que ponían a este mimado prelado en las mismas puertas del Infierno. Lo que ya se sabía de él era algo infernal: que era un notorio pederasta, que tenía el vicio de las drogas, que tuvo mujeres e hijos y que uno de sus antiguos colaboradores lo acusó de haber envenenado a su tío abuelo, el Obispo Guízar, quien avaló la exitosa carrera eclesiástica del ambicioso sobrino en el convulso México de los años treinta del siglo pasado.

Con ese abultado pedigrí este hombre de Dios ya tenía gano el salvoconducto para su eterno viaje por las pavorosas ráfagas del Infierno. A pesar de todas esas desviaciones morales y espirituales el Papa Juan Pablo II tuvo grandes elogios para este sacerdote, cuando dijo: «El fundador de los Legionarios de Cristo es un guía eficaz de la juventud». Algo más. El expediente de pederasta de este Legionario de Cristo había llegado al Vaticano en la década de los años cincuenta del siglo pasado, durante el pontificado de Pío XII. ¡Encubrimiento monstruoso este!

Pregunta importante. ¿Qué va a pasar con el embeleco espiritual de la canonización y santidad de Juan Pablo II? ¿Cómo verá Dios toda esta tramoya eclesiástica urdida para colarle un santo fatulo? La Iglesia Católica Romana, sencillamente, está atrapada en sus propias redes de las muchas mentiras finamente tejidas a lo largo de muchos siglos. Con razón el cardenal Ratzinger pudo decir: «¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia!» Dos días más tarde Joseph Ratzinger era elevado al Trono de Pedro, convirtiéndose así en el Papa Benedicto XVI.

Por curiosidad, ¿qué prueba fidedigna tiene la Iglesia Católica de que el apóstol Pedro estuvo en Roma?

Otra curiosidad, ¿será aplicable a toda esta jerarquía religiosa el pecado contra el Espíritu Santo, el único pecado que no tiene perdón?

Resumiendo: No es que el mundo la tenga cogida con la Iglesia Católica. Es que los actos de la Iglesia se ven grotescos y patéticos. Es que huelen a axilas huérfanas de un buen desodorante.

Caguas, Puerto Rico

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