Friday, February 4, 2011

Del círculo selecto o la primera vez que oí la palabra imbécil


a Rosita y Angela Cardona,
maestras de mis años de escuela primaria

... a mí me lo preguntó Hernán Sagardía,
a quien llamaban entonces el profesor Brinca-Charcos,
el de rojos calcetines, por mí admirado
porque alguna vez se jactó de comunista
y estuvo preso en los '50, cuando La Mordaza
y el ataque en Río Piedras y el arresto de Albizu...

«¿Qué le hicíste a Mrs. X que parece
enojada contigo y no te quiere en la lista?»

y yo pregunté: «¿Qué lista?»
Pues la del círculo de los escogidos,
crema y nata de los «sobresalientes»
niños estudiosos que no se emborrachan
ni fuman marihuana ni van a la escuela
con uniformes mugrientos...

Los sobresalientes son casi por lo general
los «blanquitos»: hijos de médicos
o dentistas del pueblo, del banquero,
o los almacenistas. De ingenieros,
farmacénticos, ilustres, ex-alcaldes
o políticos. De pedagogos influyentes,
o ricos agricultores con ancestro.
Niños que nunca calzan unos zapatos viejos.

... y yo tenía que figurar porque en la Gran Evaluación
de cierto examen de promoción inaugural
para la nueva preparatoria Manuel Méndez Liciaga
(recién anexada a la intermedia Rabell Cabrero)
logré el puntaje más algo en una prueba...
Rosita y Angela Cardona me dieron
la noticia. Dijeron que estaban orgullosas
de mis conocimientos. Angela me pagó
con un beso... y, con los días, por causa de Sagardía
y un club de historia y otro de español
que ellos fundaran,
recuerdo a quien recopiló la susoducha lista
de candidatos al Círculo Selecto,
unir en un grupo
compacto, permanente,
exclusivo
a niños que estarán con las niñas
más nítidamente uniformadas,
las de ojos azules, hijas de los almacenistas
y los profesionales, blanquitas por apellidos
y ancestro, niños con enciclopedias
en sus casas, futuros abogados
que estudiarán en el extranjero... y yo
(lo más enorgullecedor que tuve entre unos pocos
libros, fue el Manifiesto Comunista
y la Torá y el Corán en árabe
que obsequió a mi familia un vendedor ambulante
de la Arabia Saudita)
y revino a mí una memoria quemante:
me la produjo la Mrs. X
a boca de jarro, al personarme en clases,
cinco minutos tarde por quedarme columpiándome
en el campus, sin oir la campanilla
del fin del recreo.

Ella me gritó: «¡Imbécil!»
delante de todos en la clase y me dio dos reglasos.
Nunca nadie me pegó, nunca nadie
por tan estúpido motivo
y me dijo esa palabra extraña y yo lloré y lo dije
a mi madre y, si bien como todo niño,
olvido y perdono... ella no.
Yo la enfrenté a mi madre y ha de dolerle
todavía lo que Mamá le dijo.

Para Mrs. X, seguí siendo un imbécil
y el examen del Estado y la superintendencia
no significa nada. No le gustaría que yo esté
en el Círculo Selecto y junto a los más granado
de la pequeña burguesía pueblerina,
que se me vea codo a codo, con hijas de los banqueros,
almacenistas, hijos de abogados y legisladores
que serán a su vez futuros abogados, médicos
y políticos... sí, yo podré ir a la high school
la recién construída, pero... si de ella dependiera...
con niños a los que se pueda llamar
imbéciles, indisciplinados, pobretones,
especímenes viciosos del proletariado,
campestres, flacos, feos, muertos de hambre
Con ellos, a los que se dan coscorrones
y reglasos y a cuyas madres se les calla
la boca, niños que no busquen como yo en el diccionario
la palabra IMBECIL...
Con blanquitos impecables no.

E insistió Don Hernán en preguntarlo:
«¿Qué le hiciste?», azuzaba en mi psiquis
la memoria. «Pues ya lo olvidé; será que sabe
que soy independentista y no lo niego
y que traigo a la clase en secreto
El Manifiesto de Marx y ha visto cuando lo leo».


09-07-1980 / De Las zonas del carácter
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