Friday, February 4, 2011

Los perros y yo / De El hombre extendido


No me saque en cara usted que me haya dado
un hueso y, si nada, ni se preocupe.
Para que el amor se asome
yo nunca pido ni suplico ni espero.
No lamo a ningún amo.
Me voy cuando me toca, e irme se me ha vuelto
el instinto, me recupera para todos los cimientos.
Contribuye a mi entera permanencia dinámica.

Conmigo sucede que es más lo que dejo que lo que guardo.
Yo guardo las pistas de amor cuando las veo
y si con animal me comparo es con el perro
que ensalivó una roca, en tronco de árbol
o cercado de camino, puso señal, por si le toca el regreso
con el rabo entre las patas, pero el corazón
siempre con su regocijo.

Un perro mil veces apedreado, mi alma;
la azora la violencia del entorno,
la ingratitud y el rechazo y, alma tengo yo
que aprende su lugar, espacio humilde y alto
no porque sea inefable, no porque sea orgulloso.
Es que soy más solo que el perro, soy zorruno,
vigilo astutamente sin poder evitarlo,
duermo con los ojoa abiertos y soy gato,
quieto y frágil, distante, pero instaurador
del noble rincón donde reposo.

Y cuando estoy de buenas
que es casi siempre, acaricio más que el perro
y me guardo el miedo y me siento sagrado.

Usted no me da nada
(¡qué bueno!) porque de usted nada espero.
Casi todas las cosas que tiene no las quiero.
Me las puede regalar, cortésmente o por piedad
pedir que las retenga, las admita como algún tesoro
que cambiará de dueño, ¿pero sin amor?
todo estorba, hasta una mujer,
hasta el sexo, hasta la risa y la saciedad
y la vejez y la vida... no.

Yo dejo atrás casi todas las cosas,
casi todas las tradiciones, cada convicción
que a larga sea frívola y terquedad, fatulo sentimentalismo
(egoísmo siquitrillado, chatajeante. simulacro
de absolutos); yo todo lo descubro, tarde o temprano
Y no necesito razones suyas, justificadoras
ni que me ofrezcan cuentas ni me pidan perdones.
Yo cuando hiedo la mierda, me voy
y si soy yo el apesto, más temprano.

En la distancia es donde más amo y donde soy
más fecundo; con lejanía de por medio,
oigo clarito el llamado de amor que antes me fue negado.
La nostalgia de mí se vuelve grito, imperio de los ecos,
aunque también la indiferencia del que dijo:
«yo soy el más que te amo», eso se vuelve el ruidoso
«No vuelvas. Te olvidamos». Y lo oigo, por igual
y hasta más conclusivo y claro.

Hay que tener de perro y gato para saber sobre ésto;
pero ser digno, uno para sí ante de ser-quien-pasa
sin ser visto por el otro y hay que echar distancia emocional
porque si no te matan, te cosifican,
te sacan en cara que estés vivo y van y borran
tu saliva de amor y de recuerdo.
Te hacen la existencia miserable.


08-01-2002 / De «El hombre extendido»

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