Wednesday, February 9, 2011

Egipto y la imagen rota de la democracia burguesa

De pronto, la imagen de Mubarak pasa a analogizarse en lo medios de difusión mundial con la de Karzai, Batista, Pinochet, el Sha de Irán y tantos otros monarcas y dictadores que desde centurias repiten el cuadro de corrupción, despotismo y despojo...

Por Edgardo Sapiaín

Las masas llenan las calles de las ciudades de Egipto y de otros países del medio oriente. ¿Revolución social? Sin lugar a dudas, vimos cómo en ese país y en otros de la región se lanzan a la calle los explotados por regímenes autocráticos, dinásticos o dictatoriales, confesionales o laicos en diverso grado, pero corruptos en general a gran escala, indudablemente dependientes de o ligados con el así llamado ‘Occidente’. ¿Revolución socialista?. Para nada, ni remotamente.

Es indiscutible el efecto renovador que producen estas concentraciones en el espectador, interesado o no, que es testigo del accionar de un pueblo que decide que no tolera más y se lanza a las calles, ese espectáculo arquetípico de la revolución social—la lucha callejera—de por sí da nuevo vigor a las luchas sociales que enfrentan a explotadores y explotados—, que se revelan ser el meollo insito en aquellas otras luchas predominantemente étnicas, o de independencia nacional, o de afirmación etnocultural o lingüística, válidas e indiscutibles en esta era postmoderna y que parecen constituir el centro de interés más importante de las izquierdas mundiales. Gracias a la instantaneidad y universalidad potencial de las técnicas de información y comunicaciones y a la imposibilidad de los poderes fácticos para ejercer un control absoluto sobre los medios electrónicos de comunicación social y por ende del periodismo independiente, las masas televidentes vibran y solidarizan en forma natural, más allá de la política o de la religión, con esa gente vibrante, de todos los credos, de todas las edades y condiciones que se vuelca a las calles, a la plaza central, reviviendo momentáneamente y en cada espectador el arquetipo social de la rebelión revolucionaria, en que sus actores parecen encarnar sus roles tradicionales por la fuerza de las cosas: los esbirros del régimen premunidos de armas y encapuchados se ensañan con los opositores, tratando de ocasionar daño físico, de cortar, hendir, quemar, de silenciar a la prensa, y manifiestan así la ceguera que arquetípicamente acompaña a los sicarios de las tiranías y las derechas. Muestran sus pocas luces y estrechez de miras, ya que saben que sus acciones son registradas y repartidas mundialmente y aún así no parece importarles. Hacen patente la torpeza que los hace aumentar la precariedad del régimen a través de acciones que les restan credibilidad y debilitan la reputación y la fuerza del estado de cosas que sostienen. Así, el teleespectador en cualquier parte del mundo se da cuenta que por un revanchismo local, el deseo de mantener el poder a toda costa, o quizás el mero resentimiento, estos elementos contribuyen a sofocar el mismo estado de cosas que desean defender.

Los poderes que contaban con la estabilidad del régimen amenazado se avergüenzan ahora de alinearse con su líder. Tratan de mantener silencio o de distanciarse. La imagen de Mubarak pasa a analogizarse en lo medios de difusión mundial con la de Karzai, Batista, Pinochet, el Sha de Irán y tantos otros monarcas y dictadores que desde centurias repiten el cuadro de corrupción, despotismo y despojo de los países y continentes coloniales o neocoloniales por parte de las clases, estamentos o grupos dependientes de las potencias metropolitanas.

Su chapotear en el barro no puede sino salpicar a sus aliados y sostenedores que cubrieron las desigualdades y abusos y guardaron silencio. Así, la rebelión social en Egipto se convierte por analogía en una lucha antiimperialista y anticolonial. Cada minuto de silencio de la institucionalidad israelita es una confesión de culpa. Los políticos más avezados en el viejo mundo se apresuran a ponerse al lado de los manifestantes antigubernamentales, lo mismo que la Casa Blanca, que ejercita todos los elementos permisibles de presión dentro del respeto formal de la soberanía de un estado, al mismo tiempo que los medios más difundidos internacionalmente del país, como CNN, muestran la inevitable simpatía de los periodistas en el terreno con los manifestantes prodemocráticos. Las posiciones de parte de los republicanos, en el sentido de que se debería apoyar a un régimen aliado, caen en el descrédito confrontadas con las inevitables imágenes televisivas y no pueden plantearse frontalmente, sino bajo el argumento oblicuo de esgrimir el peligro del fantasma de la revolución islámica que recorre el medio oriente.

La ideología oficial y formal estadounidense —y por ende norteamericana y occidental— es democrática, lo que la izquierda llamaría ‘democracia burguesa’, con derechos humanos, igualdad de oportunidades e igualdad de géneros, aunque sean en mayor o menor medida nominales. Son el discurso oficial, salvo en minúsculos centros de la derecha delirante. Entonces, no es raro que los periodistas en el terreno y los televidentes se alineen de manera inmediata con los manifestantes antirrégimen en Egipto y otros países. Por el momento y por conveniencia política, el espectro del anti yanquismo y el integrismo islámico se ponen a la espera, en el plato de atrás de la cocina, esperando su turno para ser usados en futuras campañas de terror.

Porque lo que pasa es que en definitiva, en Egipto como en los otros países candidatos a insurrecciones populares en el mundo islámico, a excepción de Irán, cuya rebelión democrática fue temporalmente aplastada hace unos meses y en que participaban desde monarquistas hasta comunistas, los integrismos islamistas son las fuerzas más organizadas, con una ideología más enraizada en las masas, ya que se basa en sus tradiciones y porqué no decirlo, sus estereotipos y prejuicios .

Además, en esas sociedades con férreas divisiones y compartimentaciones sociales, muchas veces bajo la égida de monarquías absolutistas feudales que obran como clase oligárquica y negocian las relaciones económicas con el mundo, ese parece ser el único sector que proporciona ciertos servicios sociales a las masas, y que puede organizar manifestaciones y en general luchar, ya que poseen en reserva el arma inigualable y a la postre irresistible de la autoinmolación explosiva o en combate.

Pero a pesar de realizarse en estados no occidentales, ex coloniales y en mayor o menor grado de dependencia, y aunque a veces estén en pugna con el centro imperialista estadounidense de occidente —que todavía lo es— cuando estos regímenes integristas se imponen, lo hacen con su base de poder teocrática y sacerdotal, sus limitaciones a los derechos humanos, su estructura capitalista extrema combinada con elementos subsistentes feudales y etnotribales, su discriminación contra la mujer, su xenofobia y etnocentrismo en algunos casos. Esto los convierte en los peores regímenes existentes desde el punto de vista del avance hacia eventuales sociedades socialistas, aunque es innegable que en su seno encierran todas las contradicciones como para dar lugar a una lucha revolucionaria. Pero dado el escaso nivel de organización y desarrollo de las izquierdas nacionales y del poco apoyo que éstas reciben de la izquierda internacional —en crisis desde la desaparición del bloque socialista— es de esperar que las asperezas más extremas de esos regímenes desaparezcan no en virtud de procesos hacia estados socialistas, sino más bien con su ‘modernización’ o ‘globalización’.

El capitalismo no se ha detenido en su fase superior imperialista, se prolonga en una globalización neoliberal que es una etapa más en la universalización de ese sistema capitalista de producción, circulación y consumo. En el área que nos preocupa falta una alternativa de izquierda. Entonces es probable que veamos la consolidación de estados capitalistas islámicos remozados, más ‘globales’ y modernos en el área, con relaciones económicas con Estados Unidos o los poderes imperiales que surjan en un futuro mundo multipolar de imperialismos, y que quizás hasta implementen ciertas concesiones democráticas y de equidad entre géneros. A la Casa Blanca no le cuesta modificar ligeramente sus alianzas y convenios en su área de influencia económica y política para dar cabida a regímenes capitalistas remozados en el Medio Oriente, incluso en relativo detrimento de Israel.
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