Por CARLOS LOPEZ DZUR / Historiador y editor de OC La Naranja
En la industria del libro, la comunicación cultural y política en los medios electrónicos, divulgar el mito de Al Qaeda, conjurar el demónico Islamismo y su conspiración contra Occidente, es la novedad de la propaganda, la tendencia que vende y la que necesitaría el Establecimiento neo-conservador, la Derecha Evengélica y el gobierno estadounidense que involucró a los EE.UU. en aventuras militares que han agravado la crisis en Oriente Próximo, a fin de acallar la consciencia. El terrorismo, aunque ha existido siempre, se ha puesto de moda y se ha manifestado con un más intenso descontento en el mundo islámico. En ese mercado de libros que examinan todo lo que va de la Guerra entre Iraq e Irán, la intromisión de EE.UU. en Afganistán, la búsqueda de talibanes, Al Qaeda, la tragedia de Saddam-Hussein y la Guerra en Iraq, la mayor parte parecen escritos para dar loas a las políticas extranjeras neo-conservadoras de Ronald Rumsfeld, Paul Wolfowitz y otros Western Hawks.
Entre los leídos, el libro Al Qeada: The True Story of Radical Islam (2004) de Jason Burke es el primero que me da la impresión de que su autor ofrece un recuento erudito, honesto y desapasionado, admitiendo que las águilas de la CIA estadounidense y la política neo-fascista en la Administración Bush crearon a Osama Bin Laden, promocionado como «genio diabólico» y una organización que Burke define como nunca mayor a tres decenas de militantes; asociada indirectamente a muchos actos terroristas, atribuídos a ellos y que, tras el fin de la Guerra en Iraq, quedó incapacitada y en gran parte eliminada.
Jason Burke, quien ha vivido en Afganistán, Paquistán y París, es excelente como investigador y colaborador con The Observer de Londres. El libro tiene una versión española, Al Qaeda: La Verdadera Historia del Islamismo Radical (Madrid: 2007), 400 páginas.
Al-Qaeda: The True Story of Radical Islam (2004) es una versión actualizada del libro previamente publicado con el título Al-Qaeda: Casting a Shadow of Terror (2003), en el que Burke anticipa la idea de que, por lo por las piezas de evidencia por él investigadas, la imagen creada por la propaganda islamofóbica sobre «Al-Qaeda as an Evil Empire with an omnipotent mastermind» es contradictoria y falsa. Se tomó como pretexto para eliminar a figuras claves en ese mundo musulmán [como Osama, Saddam y otros}, consuelo para aterrorizados al pretender que destruyendo a ciertos demonios y sus asociados se soluciona un problema. No fue así. Se creó por defecto una política oficial, la Seguridad Nacional entendida como War on Terror.
Ahora bien, lo que se requiere es definir en qué consiste el verdadero terror, qué es lo que verdaderamente lo representa, o quiénes, y cuáles serían las vías más seguras para neutralizarlo. De ésto es lo que me encargaré en las páginas de este ensayo. Devolver a sus fuentes el origen de los contenidos del Islam y discutir cómo Occidente, con sus prejuicios y sus políticas, crea monstruos en ese 5% poderoso del mundo árabe.
Concuerdo con la conclusión de Burke en cuanto a lo que sería el arma más poderosa contra la violencia proveniente de los radicalismos de izquierda, derecha o los extremos religiosos. La buena voluntad y la moderación. Burke dice que el «el 95% de los 1.3 billones de musulmanes en el mundo, realmente creen en la buena voluntad y la moderación»; pero un 5% representa lo contrario. Desgraciadamente, por ese 5% de islamistas radicales, Occidente los pone a todos en el mismo costal. Toma la parte por el todo. Ataca, divide y desprestiga, su religión y los pueblos árabes. Y, por su incapacidad para razonar sobre la raíz del resugimiento del islamismo radical, equivoca las estrategias en la guerra contra el radicalismo. Clave es el hecho de que ese «language of high-tech weaponry, militarism and eradication» que domina las políticas extranjeras para el Oriente Próximo y Asia, no es sino la justificación de los actos de quienes más lucran con estas guerras y el miedo que provocan en esa región del mundo y aquí mismo, el mundo occidental y Norteamérica. Quienes más lucran son el aparato jurídico, político-militar. La industria armamentista y la élite militar.
Entre las cosas que Burke nos dice sobre Al-Qaeda y Bin Laden muchas coinciden con las que he leído de Flagg Miller, académico experto en Islam, quien trabaja con la Universidad de Californian (UC, Davis). Miller ha estudiado con rigor la colección de casi 1,500 cassettes o cintas que se encuentran en la Universidad de Yale, donde son conservadas y digitalizadas y que contienen las reflexiones políticos-religiosas de Bin Laden. Son cintas, algunas de las cuales se utilizan en los noticiarios televisivos de forma irresponsable, citadas fuera de sus contextos, con el fin de «simplificar al enemigo ante la audiencia y Bin Laden es el centro de eso». El profesor Miller argumenta que «la imagen que se tiene en Occidente del propio Bin Laden y de la organización Al Qaeda, ha sido engrandecida ante los ojos de los ciudadanos por los medios de comunicación y los Gobiernos occidentales… Los imaginamos como una red bien organizada de gente a través de todo el mundo en la que manda Bin Laden, pero esta idea general no se percibe en esas cintas».
Los terroristas del 5% de la población utilizan para su beneficio la confusión que alrededor de Al-Queda se ha creado. En ese 5% están los que creen en el Choque de Civilizaciones que no es una pretensión sólo árabe. De hecho, su teorización intelectual nació en la Universidad de Harvard con Samuel P. Huntington. Si bien el término Al Qaeda en árabe significa regla, base, «puede referirse a muchas cosas, incluída su connotación militar», pero Bin Laden, revelado por las cintas, lejos de ser un monstruo, es una persona «intelectualmente creativa, que habla con pasión del Islam y de cómo ha sido dañado por Occidente y los mandatarios árabes. Se dirige a su oyente en árabe estándar, de forma humilde, pero no como un político o un religioso, sino como un militante».
Opuesto a la teoría del Choque de las Civilizaciones, está otra teoría sobre el diálogo intercultural, como es la Alianza de Civilizaciones, promovida por el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero. Jason Burke y Flagg Miller enfocan la problemática de mundo islámico desde esa perspectiva. Como si repitiera la idea de Burke de que los árabes, como pueblo y grupo religioso, creen que el arma más poderosa contra todo radicalismo son la moderación y la buena voluntad, Miller dice: «Esta idea, la Alianza de Civilizaciones, es ahora más importante que nunca, porque el 'choque de civilizaciones', aunque es un concepto persuasivo, es menor que la relación que hay entre las sociedades, que originalmente han tenido más intercambios y aprendizaje que animadversión».
Para contribuir desde tal perspectiva, el Dr. Miller comienza, con sus investigaciones, a separar el grano de la paja. Un pajal creado más que por ninguna otra cosa por la manipulación de los medios televisivos y el mercado de libros de la Nueva Derecha, xenofóbica y anti-islámica, europea y estadounidense. Por fortuna, ya la comunidad general se ha dado cuenta que el Gobierno Bush es absurdamente mentiroso. Aún dolida por los atentados del 11 de septiembre de 2001, las imagánes que se le introyectaron en torno a Saddam Hussein y Bin Laden, comprende que «no hay prueba del vínculo entre los atentados del 11 de septiembre de 2001, Saddam Hussein y Bin Laden».
Según se quita la presión alarmista, la buena fe y la moderación se observan en el claro del horizonte. Ni aún los inmigrantes, con valores distintos al país que los recibe, imaginan que la xenofobia es real. Saben que trabajarán por migajas que caen de la mesa del anfitrión, que no es necesariamente su benefactor; pero, hay una humildad básica («peor es vivir en el país que dejé»). Paulatinamente, vendrá la decepción. En los EE.UU. se habla del sueño de los inmigrantes como el ideal de progreso a la americana.
Hay un hecho insoslayable. Sociedades como Estados Unidos, Francia, Italia o Inglaterra, sociedades capitalistas de Occidente, que «no pueden proyectar un capitalismo de integración», observan como invaden su centralidad las minorías étnicas. Huntington en su propuesta de El choque de las civilizaciones las llama la inmigración indeseada. Exhorta a las sociedades opulentas, las que ocupan la centralidad del sistema y generan riqueza en sus territorios, a que cierren sus puertas a las que no pertenecen al mundo de la vida civilizada, que es aquella que, «al menos, asegura trabajo, educación y comida a sus habitantes»; pero, no justifican los medios con que la sociedad opulenta los consigue ni el pequeño número de los propietarios cuya mentalidad es metropolítica y neocolonial en su naturaleza. La sociedad opulenta se ilusiona con algunos privilegios que les da su centralidad; pero, sin querer compartir la representatividad política y la integración cultural. Esta sociedad no quiere nada que se le recuerde que hay que competir y, aún compartir el trabajo y el alimento disponible. El discurso político que se canaliza hacia quien llega de fuera es que, siendo extranjero, debe ser aislado. El es una otredad indeseada. Las sociedades del hambre y pobreza son un espejo temido, presuponiendo un tipo de relación que debe evitarse. La pobreza misma presupone vicio, riesgo, violencia. Viendo ésto tal como se dice, como lo expone José Pablo Feinmann: «el capitalismo del siglo XXI es necesariamente xenófobo» y el papel de la derecha es «reaccionar como sabe, como siempre lo hace: no dar trabajo, reprimir».
Al analizar que Europa, en menos de 5 años tendrá 50 millones de musulmanes y que los representantes de las sociedades de la inseguridad y la pobreza también inmigran, Feinmann señala la causa: «El Islam experimenta una explosión demográfica. Los musulmanes emigran a Occidente. Los africanos también. Los mexicanos buscan la tierra de Bush. Contra los musulmanes, Europa se prepara duramente. No en vano han surgido los gobiernos de derecha dispuestos a ejercer esa dureza». Con los fracasos del neoliberalismo en la tarea de crear progreso en naciones en la periferia de las sociedades centrales y opulentas, «el neoliberalismo, por su propia dinámica, crea una sociedad de ricos muy ricos y de pobres muy pobres». El inmigrante observa la materialidad del fracaso al entrar al país anfitrión y rememora el fracaso cuando piensa en el país nativo que dejara.
Lo que esbozaré ahora sobre la política oficial, es decir, en cuanto a la Seguridad Nacional entendida como War on Terror, en EE.UU. y otros países cómplices de los EE.UU., es quiénes son los que sustentan la necesidad de las doctrinas de las guerra perpetua, el choque de civilizaciones y sus aspectos de islamofobia. De hecho, quienes se oponen a la noción de buena voluntad y moderación, tienen su propio discuso sobre la moralidad saludable, pero, en su postura pragmática, lo que propulsan son guerras sangrientas. Para poder identificar ésto, adelantemos el hecho de que el marco general está influído por dos vertientes: un fascismo mesiánico, adoptado por el sionismo cristiano, y una doctrina straussiana. En ese doble marco, son identificables como promotores, las siguientes personas y grupos:
(1) Jossef Bodansky, director del Congressional Taskforce on Terrorism and Unconventional Warforce
(2) Dr. Hillel Fradkin, presidente de Ethics & Public Policy Center, discípulo del jurista Leo Strauss
(3) el Dr. Avi Becker, secretario general del Congreso Mundial Judío
(4) Martin Klein, miembro del grupo ultraderechista Zionists of America
(5) Herbert Zwieborn, miembro de America for a Safe Israel
(6) Alan Keyes, miembro del American Enterprise Institute
(7) Frank Gaffney, miembro del Center for Securiy Policy
(8) el profesor Aryeh Eldad
(9) Richard Perle: Este es uno de los co-autores del proyecto para el Oriente Medio, A Clean Break, patrocinado por el Hudson Institute, dirigido en 2003 por Meyrav Wurmster. Su esposo David fue miembro del personal del Vicepresidente estadounidense, Dick Cheney. Este plan, también asesorado por Charles Fairbanks, discípulo de Wolfovitz, y Douglas Feith, sugería usar armas nucleares contra Corea del Norte y propiciar que Israel atacase a Siria e Irán. En la mira, como futuros objetivos, estaba el ataque al Líbano. El primer paso sería proveer a Sharon / Netanyahu, de Israel, con misiles Harpoon [Douglas Frantz, Los Angeles Times, «Israel Adds Subs to Its Atomic Ability», 12 de octubre del 2003]. ¿De qué se trata? Venta de armas atómicas, la guerra como negocio. Véase como detrás de esos «institutos» y proyectos de asesoría en paz lo que hay es majarrería, hipocresía y negocio, y obsérve los nombres y procedencias porque son los «terroristas» / los amalecitas contemporáneos / no oficialmente acusados como tales por la prensa.
(10) el devoto straussiano Paul Wolfowitz, quien trabajó para la Secretaría de Defensa de los EE.UU. defendiendo la invasión de Iraq hasta su renuncia en 2007
(11) William Kristol, otro devoto straussiano
(12) Abram Shulsky, otro de los estudiantes de Strauss, trabajaba para The Pentagon's Office of Special Plans, junto a Wolfowitz, en la tarea de recaudar la información de inteligencia que justificaría la guerra contra Iraq.
En la sociedad opulenta estos son los cotillas, ideólogos de la cresomanía y la majarrería, esto es, la mala intención disimulada. Son los defensores de un Mundo Libre (libre-empresarismo, en manos de unos privilegiados cogiocas), que no quieren compartir la riqueza con el invasor / inmigrante / pobre y feo. En la sociedad opulenta, hay pues quien se considera un aristócrata natural, aunque sea más vulgar que el filisteo, en el sentido cultural. A lo que voy, con estas metáforas, sobre los cotillas / chismosos / contemporáneos / es al señalamiento del coro ideológico de personas que formulan las políticas para frenar migratoriamente al que llega a Occidente e insisten en no crear espacios de integración y convivencia, en términos principalmente de trabajo y disfrute de libertades básicas.
Por la influencia de Strauss, se han fortalecido los mitos creados neo-conservadores en torno a la Unión Soviética y a organizaciones terroristas como Al-Qaeda que aparecen a la luz del criterio o la mentira política de que están mejor organizadas y coordinadas que lo que realmente están. La consecuencia es justificar el mito de la amenaza, lo pesadillesco, con que los neo-conservadores exigieron su desproporcionado poder en las administraciones de Reagan y George W. Bush. Esto es el por qué a Leo Strauss se lo considera un Profeta de la Majarrería, i.e., de las malas intenciones disimuladas, pese a que su pensamiento neo-conservador no endosa el imperialismo, duda por relativismo de la utilidad de la filosofía política en la práctica política y, personalmente, nunca estuvo activo en ella (Robert Alter), con la excepción de que, en 1933, Strauss coqueteó con la idea de ganar el favor de Charles Maurras, líder derechista de Action Française, y escribió cartas a su amigo Karl Löwith, que argumentan, por ejemplo, que pese a que Adolf Hitler expulsara a los judíos y no siguió el principios justo, no habría una razon sonada para rechazarlo. «To the contrary, only on the basis of principles of the right – fascist, authoritarian, imperial – is it possible in a dignified manner, without the ridiculous and pitiful appeal to ‘the inalienable rights of man’ to protest against the mean nonentity (Nazism)».
Lo sospechoso y controversial del asunto es que Strauss fue judío. Y trabajó para el Movimiento Sionista, codeándose en amistad con intelectuales como Norbert Elias, Leo Löwenthal, Hannah Arendt y Walter Benjamin. Su pensamiento está profundamente influenciado por Federico Nietzsche, más que por Max Weber. Si el primer, e nihilismo brutal, es uno que representa el Hombre-Bestia, el Super-Hombre, polticamente conquistador y subyugador, destructor de los valores de la tradición, como es el diriegente característico de los regímenes nazi y marxista, asi de abominable, ¿por qué Strauss tomará partido? Prefiere no hacerlo directamente al evadir la pregunta socrática: ¿Qué es el Bien para la sociedad civil y el hombre? Mas bien, se inclina a pensar que el discurso civil o político no es natural porque se abstrae de lo Erótico. El segundo tipo de nihilismo al que designa de gentle nihilism es típico de las democracias liberales occidentales; lo visualiza como «a kind of value-free aimlessness and a hedonistic, permissive egalitarianism», y en cierto modo es el que permea la sociedad estadounidense. Si lo justificara, va en favor del cogioquero, afanado en enriquecerse, y el cogotudo, o plebeyo enriquecido, que son la representación del igualitarismo permisivo; sin embargo, el hombre profundo, filosófico, el que merece el poder es minoritario y adeuda una élite. A los discípulos suyos en la Universidad de Chicago, Strauss los preparaba para asumir ese rango. Pese a su bajo perfil político y sus quince libros, Strauss es el maestro que instruye sobre la necesidad del «engaño perpetuo de los ciudadanos por quienes están en el poder», asunto crítico porque el pueblo necesita ser guiado por dirigentes fuertes («strong rulers») que le digan que es lo mejor para ello. La labor docente de Strauss fue preparar la élite del liderazgo político estadounidense que se ha vinculado al imperialismo militar y el fundamentalismo cristiano.
Ese sentido de élite, de discípulo selecto, es lo que lo fascinara como sionista. Un sionismo que no es necesariamente afin al judaísmo ortodoxo, sino sinarquismo. Importante es destacar que en la islamofobia no participa el judío común y corriente, el simple ciudadano. No todos los judíos son sionistas y, más bien sufren con él. En el judaísmo, una enseñanza básica es la caridad para el pobre. El abre la puerta, la Dalet espiritual y convive. Otra cosa es que, de pronto, un gobierno sionista se imponga y les arruine la vida a todos, árabes, palestinos y judíos. En el sionismo, el judío que adopta tal ideología es el usurpador que corre detrás de los demás para quitarle. Su meta no es dar, sino robar. Es posible inferir la aplicación de la ideología straussiana entre hombres prósperos judíos como el sureño Judah P. Benjamin y otros patricionalistas que sirvieron a la Confederación durante la guerra civil de los EE.UU.. El sionismo elitista no representa, insisto, una totalidad de la mentalidad colectiva judia.
El historiador norteamericano W. J. Cash, quien ha estudiado la ética de trabajo del sureño y del Norte del Oro (Mamón), establece que el ocio («leisure») debe ser parte de la identidad regional y que el aristócrata natural debe promover la diversión entre los comerciantes prósperos y judios en negocio. Cita al Gobernador de Virginia, Henry Wise, cuando decía que en una sociedad opulenta «la primera finalidad de la vida es el vivir mismo»; pero el Norte, con su ética de trabajo, cree que el ocio atenta contra el sentido de comunidad. El Norte se opone al señoritismo como ociosidad y presunción porque confunde el ocio con lo frívolo, lo «kitsch», y el pobre al darse a la imitación y sobrellevar esfuerzos en que no lucra, asume la filosofía «a mal dar, tomar tabaco». Si sufres, diviértete.
No obstante, el asunto es que ni Benjamin ni Wise simpatizan con un igualitarismo permisivo. Son fundamentalmente straussianos. El hedonismo del pobre no es ocio, sino majaseo, pereza y holgachonería y se necesita un sistema que los ponga a raya. Las ideologías que vienen de la Ilustración intentan destruir las tradiciones, la historia, la ética y sus normas morales, reemplazándolas por la fuerza. Cuando el mero manguindón pobre, el plebeyo coñón y feo indeseable, se apropian de la tradición del ocio verdadero convierten a la sociedad en su propia burla, en nihilismo brutal y es por lo que es necesaria una «moralidad saludable». Para los straussianos, eso significa el control en sus formas mesiánicas, lo que puede incluir el fascismo y el islamofascismo con esa factura. Ese es el por qué Leo Strauss justicaría el nazismo y el sionismo.
El modo en que se deshumaniza al Otro que no sólo pide el salario digno, sino que también su ocio, es el mismo que el imperialismo ha utilizado en los pasados 200 años. Ese otro / casi siempre inmigrante / se interpreta como un rival que imita y daña la centralidad, el orden dentro de la mainstream society; el enemigo no quiere estar en la periferia, como un costal de paja, sin mérito. El trabajador desaliñado, siempre en lamento y echando chufas, o resignado a un tabaco, quiere divertirse, sea cual sea su concepción de ocio.
En la medida en que el imperialismo conquista tierras extranjeras, el enemigo es el inmigrante que deja la tierra conquistada e invade, o se desterritorializa. En los EE.UU,, el negro fue traído, pero tardíamente integrado, porque se le indujo a ser esclavo, no un igual. Siempre fue el enemigo, mas a raya por las cadenas de la indignidad de su esclavitud. Cuando se rebela, es ya un enemigo declarado. A los indígenas nativoamericanos se les puso el estigma de secuestradores de mujeres, infanticidas y salvajes. Lo hizo el dizque civilizador europeo, pese a que el indio no le quitó nada. Ni siquiera supuso que la tierra tiene dueño. La tierra es de todos.
Entre 1494 y 1504, al menos, 3 millones de indígenas en Sur América fueron exterminados por las guerras de conquistador español que se atrevió llamar caníbales al indígena que no supo respetar ni integrar. El trato imperial, basado en agendas de dominio, ocupación, explotación, tortura y matanza, es el mismo sufrido por los indígenas, los africanos, los judíos y los musulmanes. Experiencia que incluye el genocidio de sus lenguajes, religión y demarcaciones naturales y territoriales.
Cuando estudiamos la islamofobia, el contexto para verla es el imperialismo sionista. Y es imprescindible que se entienda que el sionismo y el ser judío no es lo mismo; pero, como dice el Dr. Mohamed Elmasry, el imperialismo y el sionismo datan, en la modernidad, de los mismos tiempos. «Islamophobia has been a political tool of convenience that has been used at least since 1492 CE and is still in use by Western imperialist powers». Un ínfimo grupo de judíos que sufrió, como comunidad, con potencias imperiales adoptó el sionismo desde hace 200 años. Sin embargo, como explica Burke en su libro, ha sido a partir de la Guerra Fría y la irrumpción masiva de la tecnología de la televisión comercial, que se ha impreso en Occidente la idea de que el Islam es un enemigo. Lo que Al-Queda como fenómeno indica es que Occidenta halló una buena herramienta para combatir el socialismo. Durante la ocupación de Afganistán, que durara 13 años,la resistencia afgana, asesorada por las potencias occidentales (la CIA), dio a la prensa occidental la idea de que hay un heroísmo plausible en desacreditar el mundo árabe al mismo tiempo que se combate el comunismo. Los afganos de la Jihadi, o Mujahideen, son los héroes, y los Combatientes de la Libertad, aunque junto a los gringos y los británicos sean los verdaderos promotores y practicantes del terrorismo.
Burke destaca que el moderno radicalismo islámico está influenciado por el pensamiento político radical y de izquierda de Occidente y sus conceptos de vanguardia y estrategia incluyen nociones provenientes de Trotsky, Mao Tse Tung, Hitler y Heidegger.
Por otra parte, por desesperación y en reacción a los mitos creados, acusatorios (incluyendo la propensión natural de los musulmanes al terrorismo, la locura, la comisión de atrocidades, su amenaza nuclear y a la moralidad: Dr. Daya Kishan: Media, Terrorism, and Theory (2006: editado por Anandam P. Kavoori and Todd Fraley), como paga con la misma moneda de agresión, hay que destacar la presencia de:
(1) Abdullah Azzam, el principal ideólogo de los militantes no-afganos y mentor espiritual de Osama bin Laden
(2) Khaled Sheikh Mohammed, involucrado en ataques en Filipinas
(3) el imán Sayed al Cherif, el gran inspirador egipcio de la yihad y considerado uno de los fundadores ideológicos de Al Qaeda (ahora en la cárcel)
(4) el jefe de los talibanes, el mulá Omar
(5) Ayman al Zauahiri
(6) Abu Musad al Zarqaui fue muerto en el 2006 al atacar a los chiíes iraquíes
(7) Según Burke, los miembros de Al-Qaeda que no fueron ni capturados ni muertos en Afganistán «ayudaron a financiar operaciones mundialmente; ocasionaron la radicalización y terminaron en Paquistán, Cachemira, Algeria, Yemen, Chechnia, Indonesia y Uzbekistan».
Los más sólidos atentados cometidos por el terrorismo han sido:
(1) Los atentados del 11-S señalaron el apogeo del radicalismo musulmán y, posteriormente, a los terroristas les ha resultado más difícil mantener la imagen de una acción unificada al más alto nivel mundial. Según analiza Burke, Al-Qaeda fue una organización de corta vida, siendo activa entre 1996 y 2000, esencialmente desde Afganistán, destruída y dispersada como en sus combates en Tora Bora. Las nuevas generaciones de combatientes no se sienten tan capaces de sostener una acción sólida y coherente. Michel Wieviorka, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, explica que «los éxitos de la represión y el contraterrorismo han debilitado a Al Qaeda, cuyos dirigentes actuales parecen más zafios y menos formados políticamente». Ya no pueden considerar la reflexión política más compleja y sofisticada.
En algún momento, hubo tres niveles de Al-Qaeda. Uno de línea dura que operó en Afganistán. Al «al-Qaeda hardcore» correspondieron hombres como bin Laden, Mohammed Atef, Abu Zubaydah, Ayman al-Zawahiri y otros. A los dos siguientes, veteranos afganos. Ayman al Zauahiri dijo que uno de los líderes, Sayed al Cherif, «bajo la tortura y el miedo... dobló la cerviz ante los occidentales y los judíos; se inclinó a la sumisión y la capitulación». Burke dice en su libro que el tercer grupo «es vasto, amorfo y difícil de definir, con miríadas de células, grupos domésticos e individuos». Son las redes de redes, el movimiento mismo y las hay entre los kurdos de Iraq, Paquistán, Algeria, Uzbekistan y otros lugares.
(2) Para Burke, las idióticas teorías conspiratorias que vinculan a Bin Laden con los atentados de Oklahoma City, TWA 800, son éso, especulaciones.
(3) Continua
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