Tuesday, December 16, 2008

Obediencia e imbecilidad

Por Enrique Tomás Bianchi / Secretario letrado de la Corte Suprema de Justicia de la Nación / Argentina

Los monoteísmos que creen en un dios personal son propensos a postular que la actitud fundamental del creyente debe ser desentrañar la voluntad divina y cumplirla. En el caso particular del cristianismo, eso está inscripto en el mismo Padrenuestro: Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo.

Sucede, también, que quienes ostentan una situación de poder dentro de los respectivos cultos están, por lo general, absolutamente convencidos de que pueden señalar, en la mayoría de los casos, cuál es esa voluntad celestial, ya se trate de problemas religiosos, morales o aun políticos. Esto hace incómodo el intercambio de ideas con ellos, pues no resulta fácil discutir con quien sostiene que su postura expresa la voluntad del Altísimo.

Pero hay en el Talmud un texto delicioso que va en la dirección contraria. Es decir: invita a pensar por sí mismos, más allá de lo que quiera el Todopoderoso. El Talmud es, después de la Biblia, la obra más importante del judaísmo y es la recapitulación escrita de la tradición oral. Tiene la particularidad de que transmite las discusiones entre los doctos, consignando no sólo las conclusiones, sino también las proposiciones rechazadas.

La historia es ésta: el rabino Eliezer sostenía que un horno hecho con tejas unidas entre sí con arena era puro, en tanto que los otros rabinos pensaban que era "impuro". Eliezer, cansado de presentar a sus colegas todos los argumentos (sin éxito alguno), propuso: "Si yo tengo razón, que este árbol lo pruebe". Y el árbol se desplazó cien codos. Los otros maestros respondieron: "No se extrae ninguna prueba de los árboles". Eliezer insistió: "Si tengo razón, que las aguas lo prueben". Y las aguas del río invirtieron su curso. Los otros dijeron: "No se extraen pruebas de las aguas". Eliezer prosiguió: "Si tengo razón, que los muros de esta casa lo prueben". Las paredes se inclinaron e iban a caer cuando el rabí Josué exclamó: "Si los discípulos de los sabios discuten de jurisprudencia ritual, ¿a ustedes qué les importa? Y los muros no se cayeron, por respeto a Josué, pero tampoco se enderezaron, por respeto a Eliezer?

Este último, ya cansado, gritó: "Si yo tengo razón, ¡que el Cielo lo pruebe!". Y una voz, desde lo alto, tronó: "¿Por qué se oponen al rabino Eliezer, si su interpretación es la justa?!". Entonces, el rabí Josué se levantó y recitó este versículo: "La Torá no está más en los cielos" (Deuteronomio XXX, 12). El maestro Jeremías tomó la palabra y dijo: "Puesto que la Torá ha sido ya entregada en el Sinaí, no tenemos ahora que tener en cuenta las voces celestiales. Y está escrito: «Ustedes seguirán la regla fijada por la mayoría» (Exodo, XXIII, 2).

Pasado un tiempo, el rabino Natham se encontró con el profeta Elías y le preguntó cómo había reaccionado el Santo, Bendito sea El (denominación de Dios en el Talmud) frente a la postura de Josué. Y el profeta respondió: "Dios se rió y dijo: «¡Mis hijos me han vencido! ¡Mis hijos me han vencido!». Es amable la imagen de ese Padre que está orgulloso de la mayoría de edad que sus hijos, discutidores y corajudos, han ejercido sin temores. Es una invitación a pensar con libertad.

Me hace acordar al diálogo hilarante entre Abraham y el Creador que imaginó Woody Allen (en su libro Dios, Shakespeare y yo ). Abraham le dice a Sara, su esposa, y a Isaac, su hijo, que en la oscuridad de la noche ha escuchado la voz de Dios, "una voz profunda, tonante, bien modulada" que le ha ordenado sacrificar a Isaac. Nada detiene a Abraham, pero, cuando está por consumar el homicidio, Dios inmoviliza su mano y le reprocha: ¿Cómo puedes hacer una cosa semejante? Abraham se justifica: ¿Pero tú me has dicho? Y el Señor: "No te ocupes de las cosas que yo digo. ¿Es que te crees todas las bromas que te cuentan? Yo te sugiero, a modo de chanza, que sacrifiques a tu propio hijo y tú lo aceptas sin discutir, sin plantear preguntas? Ningún sentido del humor. Es increíble?".

Abraham: "Pero ¿esto no prueba que yo te amo? Yo estaba dispuesto a matar a mi hijo único para demostrarte mi amor". Y el Señor concluye: "¡Esto lo único que prueba es que los cretinos seguirán siempre las órdenes, por imbéciles que sean, con tal que sean formuladas por una voz autoritaria, tonante y bien modulada!". Estas dos muestras del humor judío expresan -me parece- la misma idea: ¡atrévanse a pensar!

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Memorias de la contracultura: Indice / El libro de la guerra / El hombre extendido / Indice

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