MI BLOG / PUERTO RICO
BIOBLIOGRAFIA DE
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Recibo la noticia de la abdicación de Don Juan Carlos y no pienso en él. Ni en el hijo (ya próximamente Felipe VI) Ni siquiera en la futura ex Princesa de Asturias. Recibo la noticia y enseguida pienso en usted, Doña Sofía. A usted sí que le tengo aprecio, por muchísimos motivos pero el principal porque ha hecho usted su trabajo con matrícula de honor. Será que hay que nacer para ello pero su esposo nació para tal fin y ha metido la pata...de elefante. Lo único que se le puede reprochar son aquellas desafortunadas palabras sobre los gays y no por su pensamiento ( a ver si ahora no puede una persona pensar lo que le dé la gana) sino porque una reina debería ser más polite.
No ha tenido, señora, una vida fácil. A pesar de nacer princesa no vivió una vida cómoda. Y no me refiero a viandas para comer (que también hubo días que faltaron) Me refiero a esa vida huyendo en el exilio. Me refiero a esa vida en el internado sin las caricias de una madre al acostarse, sin ese beso de buenas noches que te arropa para la noche y para la vida. Luego le tocó una vida con alegrías porque, a pesar de haber sido educada para casarse con quien debía, usted conjugó también el quería. Sólo hace falta ver las fotos de su boda para saber que se derretía por los huesos de Juanito. Del chico de Los Barcelona. Que tampoco hacía usted una gran boda. Por aquél entonces él sólo era un príncipe atrapado en una dictadura y con muchas equis por despejar. Usted se casó con el hombre y fundó una familia. E hizo lo que se le pedía a las princesas de entonces: dar un heredero varón. Y además fundó un hogar. Como las mujeres buenas y de buena casta, que a usted, señora, eso le sobra.
Un día quiso darle una sorpresa a su Juanito en un pabellón de caza y parece ser que la sorprendida fue usted. Como ya entonces había varón heredero se rompió la verdad y comenzó la farsa. Un farsa que usted ha llevado con la mayor de las dignidades durante los últimos cuarenta años. Eso es digno de agradecer. Yo como ciudadana y como mujer le admiro la fortaleza que hay que tener para no coger un día y decir: "ahí te quedas que yo me voy" E irse, a ser posible, con una sonrisa en la cara. Ésa que ha estado en su rostro de manera permanente a pesar de los pesares.
Me vienen ahora mismo a la mente imágenes como querer ayudar el Rey subiendo las escaleras de la catedral de Santiago y que éste la despreciara públicamente de un manotazo que rebelaba más de lo que a él le hubiera gustado. Y usted, digna. ¡Qué tristeza debió de pasar por su garganta entonces! O aquél partido de fútbol (creo que era la Selección Española) en el que, sumida por la euforia de un gol quiso usted abrazar al Rey y éste la rechazó. El campechano que es cariñoso con todo el mundo menos con la Señora de su Casa. De nuevo públicamente. Esas actitudes son las que me hicieron pensar quién era ahí alguien con realeza. Ahí me ganó usted para siempre. Porque, a pesar de la pública humillación (estaban mirando millones de personas la tele en ese momento que el realizador tuvo la mala suerte de pinchar la imagen) a pesar de la pública humillación, decía, usted apretó los dientes sin que se notara y siguió sonriendo y haciendo su papel de reina. Como siempre.
La hemos visto disfrutar en su papel de abuela. Dice Pilar Eyre en uno de sus libros, que a usted sólo la veremos expresando públicamente su cariño a seres vivientes que cumplan las siguientes características: que sean menores de 12 años o que sean animales. Y debe de ser cierto. Cuando los hijos se fueron a vivir sus vidas, debió de ser terrible quedarse atrapada en Zarzuela, tan sola. Menos mal que enseguida llegaron los nietos y ahí pudo revivir usted lo que de verdad le apasiona.
¡Cuántas veces habrá usted suspirado sola mientras se fuma uno de los dos cigarros que se fuma a diario mientras mira los Montes del Pardo y añora los años más felices de su vida, la infancia en Tatoi! ¡Cuántas veces habrá usted llorado amargamente en el hombro de su fiel compañera y hermana la princesa Irene! No se crea, Señora, que los españoles no la queremos. Ya sé que a usted le hubiera gustado más tener otro amor. ¿Qué no habrá tenido que llorar atrapada donde ha estado? Me conmueve usted como mujer, no como reina. Me conmueve que no la hayan querido bien quién la tenía que querer, que lo haya visto todo el mundo y que se haya mantenido en su puesto firme, apretando la mandíbula. ¡Qué lección de tronío dio cuando la rubia Corina perdió la poca dignidad que le quedaba concediendo entrevistas!
Ahora resulta que su marido, el Rey, abdica. Y con él, usted también puesto que es reina consorte. Pues le intuyo una inmensa alegría porque esto es lo mismo que romperle las cadenas a las que lleva casi 50 años atada. Media vida. No tengo ni idea de cómo se procede en estos casos puesto que no he visto ceremonia de abdicación es España. Pero si se televisa y sale usted me fijaré en su cara. Estoy convencida de que hará un gran papel, su último papel. Seguro que estará seria porque la ocasión lo merece. Puede incluso que hasta se emocione. Si lo hace el Rey seguro que le acompaña. ¿Quién puede olvidar cómo le pasó el brazo seguro por la espalda aquél día que su marido lloraba la marcha de su padre, Don Juan de Borbón? Usted está hecha de la pasta de las personas buenas. Sólo una persona llena de bondad contiene y reconforta a quién le ha hecho previamente daño.
Le decía, Señora, que estará a la altura. Ojalá a partir de ahora se dedique usted a vivir. A disfrutar de sus nietos, a viajar, a tomarse Gin Tonics, vino del bueno y lo que quiera. Ojalá los años que le resten sean los más felices de su vida. Se merece todo eso y más. Y si su amado Juanito se va antes que usted, estoy convencida de que estará a su lado para darle la última vez la mano, apoyando y reconfortando como lo ha hecho durante todo este tiempo.
Yo no soy monárquica. Pero tiene usted todos mis respetos. Gracias por el trabajo hecho al país que un día acogió como suyo. Nunca la olvidaré.
La Columna de Gema Lendoiro
No es ningún
secreto que no soy nada monárquica. Ni siquiera soy Juancarlista. No es nada en
contra de los Borbones, ni los Windsor ni los antiguos Capetos. Es la
institución en sí que me parece injusta porque coloca a unos seres humanos por
encima de otros por el valor de la sangre que no del mérito. Yo nunca
defendería que les cortaran la cabeza por muy amante de lo galo que sea. En el
caso de proclamarse una república tampoco los enviaría al exilio, dejaría que
se quedasen como ciudadanos normales sin privilegios, algo de lo que, sin duda,
aprenderían más.
Recibo la noticia de la abdicación de Don Juan Carlos y no pienso en él. Ni en el hijo (ya próximamente Felipe VI) Ni siquiera en la futura ex Princesa de Asturias. Recibo la noticia y enseguida pienso en usted, Doña Sofía. A usted sí que le tengo aprecio, por muchísimos motivos pero el principal porque ha hecho usted su trabajo con matrícula de honor. Será que hay que nacer para ello pero su esposo nació para tal fin y ha metido la pata...de elefante. Lo único que se le puede reprochar son aquellas desafortunadas palabras sobre los gays y no por su pensamiento ( a ver si ahora no puede una persona pensar lo que le dé la gana) sino porque una reina debería ser más polite.
No ha tenido, señora, una vida fácil. A pesar de nacer princesa no vivió una vida cómoda. Y no me refiero a viandas para comer (que también hubo días que faltaron) Me refiero a esa vida huyendo en el exilio. Me refiero a esa vida en el internado sin las caricias de una madre al acostarse, sin ese beso de buenas noches que te arropa para la noche y para la vida. Luego le tocó una vida con alegrías porque, a pesar de haber sido educada para casarse con quien debía, usted conjugó también el quería. Sólo hace falta ver las fotos de su boda para saber que se derretía por los huesos de Juanito. Del chico de Los Barcelona. Que tampoco hacía usted una gran boda. Por aquél entonces él sólo era un príncipe atrapado en una dictadura y con muchas equis por despejar. Usted se casó con el hombre y fundó una familia. E hizo lo que se le pedía a las princesas de entonces: dar un heredero varón. Y además fundó un hogar. Como las mujeres buenas y de buena casta, que a usted, señora, eso le sobra.
Un día quiso darle una sorpresa a su Juanito en un pabellón de caza y parece ser que la sorprendida fue usted. Como ya entonces había varón heredero se rompió la verdad y comenzó la farsa. Un farsa que usted ha llevado con la mayor de las dignidades durante los últimos cuarenta años. Eso es digno de agradecer. Yo como ciudadana y como mujer le admiro la fortaleza que hay que tener para no coger un día y decir: "ahí te quedas que yo me voy" E irse, a ser posible, con una sonrisa en la cara. Ésa que ha estado en su rostro de manera permanente a pesar de los pesares.
Me vienen ahora mismo a la mente imágenes como querer ayudar el Rey subiendo las escaleras de la catedral de Santiago y que éste la despreciara públicamente de un manotazo que rebelaba más de lo que a él le hubiera gustado. Y usted, digna. ¡Qué tristeza debió de pasar por su garganta entonces! O aquél partido de fútbol (creo que era la Selección Española) en el que, sumida por la euforia de un gol quiso usted abrazar al Rey y éste la rechazó. El campechano que es cariñoso con todo el mundo menos con la Señora de su Casa. De nuevo públicamente. Esas actitudes son las que me hicieron pensar quién era ahí alguien con realeza. Ahí me ganó usted para siempre. Porque, a pesar de la pública humillación (estaban mirando millones de personas la tele en ese momento que el realizador tuvo la mala suerte de pinchar la imagen) a pesar de la pública humillación, decía, usted apretó los dientes sin que se notara y siguió sonriendo y haciendo su papel de reina. Como siempre.
La hemos visto disfrutar en su papel de abuela. Dice Pilar Eyre en uno de sus libros, que a usted sólo la veremos expresando públicamente su cariño a seres vivientes que cumplan las siguientes características: que sean menores de 12 años o que sean animales. Y debe de ser cierto. Cuando los hijos se fueron a vivir sus vidas, debió de ser terrible quedarse atrapada en Zarzuela, tan sola. Menos mal que enseguida llegaron los nietos y ahí pudo revivir usted lo que de verdad le apasiona.
¡Cuántas veces habrá usted suspirado sola mientras se fuma uno de los dos cigarros que se fuma a diario mientras mira los Montes del Pardo y añora los años más felices de su vida, la infancia en Tatoi! ¡Cuántas veces habrá usted llorado amargamente en el hombro de su fiel compañera y hermana la princesa Irene! No se crea, Señora, que los españoles no la queremos. Ya sé que a usted le hubiera gustado más tener otro amor. ¿Qué no habrá tenido que llorar atrapada donde ha estado? Me conmueve usted como mujer, no como reina. Me conmueve que no la hayan querido bien quién la tenía que querer, que lo haya visto todo el mundo y que se haya mantenido en su puesto firme, apretando la mandíbula. ¡Qué lección de tronío dio cuando la rubia Corina perdió la poca dignidad que le quedaba concediendo entrevistas!
Ahora resulta que su marido, el Rey, abdica. Y con él, usted también puesto que es reina consorte. Pues le intuyo una inmensa alegría porque esto es lo mismo que romperle las cadenas a las que lleva casi 50 años atada. Media vida. No tengo ni idea de cómo se procede en estos casos puesto que no he visto ceremonia de abdicación es España. Pero si se televisa y sale usted me fijaré en su cara. Estoy convencida de que hará un gran papel, su último papel. Seguro que estará seria porque la ocasión lo merece. Puede incluso que hasta se emocione. Si lo hace el Rey seguro que le acompaña. ¿Quién puede olvidar cómo le pasó el brazo seguro por la espalda aquél día que su marido lloraba la marcha de su padre, Don Juan de Borbón? Usted está hecha de la pasta de las personas buenas. Sólo una persona llena de bondad contiene y reconforta a quién le ha hecho previamente daño.
Le decía, Señora, que estará a la altura. Ojalá a partir de ahora se dedique usted a vivir. A disfrutar de sus nietos, a viajar, a tomarse Gin Tonics, vino del bueno y lo que quiera. Ojalá los años que le resten sean los más felices de su vida. Se merece todo eso y más. Y si su amado Juanito se va antes que usted, estoy convencida de que estará a su lado para darle la última vez la mano, apoyando y reconfortando como lo ha hecho durante todo este tiempo.
Yo no soy monárquica. Pero tiene usted todos mis respetos. Gracias por el trabajo hecho al país que un día acogió como suyo. Nunca la olvidaré.
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