Thursday, August 25, 2011

Deliquios del divino amor / cuento


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Del libro «Leyendas históricas y cuentos colora'os»




A Francisca Josefa de la C. Castillo y Guevara (1671-1742)

«El hombre es ignorancia y es olvido. / Es imagen de la sombra y el engaño»:
Francisca J. Castillo y Guevara
«¿Quién pudo hacer ¡ay cielo! / temer a mi querido? / que huye el aliento y queda / en un mortal deliquio». Ella sabe. Francisca Josefa de la Concepción. Que los confesores no le vengan con cuentos o recriminaciones. No a ella, quien ha visto al diablo escabulléndose por los huertos de Tunja, en su natal Boyacá.

En el monte de la mirra, donde cuelga sus devociones y locuras en aras de su amado, apretado racimo de consuelos, porque ella es lágrima viva, solitaria, Francisca Josefa ha visto cómo se apresura la imagen de la sombra. El engañador que se viste de monje. Se ha despertado, en medio de la cama, cuando ese rostro la examina. Le mete un delicado silbo por entre los muslos. «Tan eficaz persuade / que cual fuego encendido / derrite como cera / los montes y los riscos» de su púbis.

Pero no hay escapatoria. Ya está sola en el mundo. Pobre, ella que fue hija de un mercader, Ventura Castillo, mal come y la cama no es blanda. Su único tesoro es un racimo de salmos y frases latinas que aprendió en el Convento de Santa Clara, donde se internó. ¡Cuánto quisiera que sea su primo el que viene a alegrar sus huesos, «aún lo más escondido».

Su madre, María Guevara, le dijo a la niña: «¡Con ese primo no!» Era un pobre. valepoco, de tan mala prosapia como su marido Ventura, que la trajo a estos andurriales de Bogotá. Después de todo, ella es descendiente de los Marqueses de Pozo. «Mejor apréndete el catecismo y cásate bien. No cometas el error mío que vine a parar a Tunja, con un mercachile».

En un mortal deliquio ha quedado desde entonces. La edad de 18. No hay escapatoria. No tiene donde ir después de la pobreza sobre la cual avisa la Dama María Guevara, dama de la amarga mirra y este huerto de chabacanería y rustiquez. Tunja es tan apartada, despoblada, insignificante y las monjas revelan esa cultura agresora, tanta orfandad y pobreza que, en cuanto puede, se impone la mirra amarga. A veces, mientras lee un librillo que se le ha obsequiado de Teresa de Avilla, las monjas le jalan el hábito. La arrastran por los pasillos del claustro y se le pelan los codos y las rodillas.

«El rigor de la noche / le da el color sombrío» a todo, hasta a los sentimientos. Color sombrío tiene la Capilla que fie construida en 1571 como parte del primer convento de monjas de clausura de la Nueva Granada. Van ya casi diez confesores que le dicen: «Deja de pecar»; cree ver a su ángel, a su amado, y sólo cree verlo porque su querido tiene la cabellera de oro fino, tan dulce y suave que lo percibe, además siente la dura rama de árbol; átbol llovido de rocío, húmedo, destilante, «el amor le ha cogido», dice ella a los confesores, si suda el licor más primo», cuando la rama le entra, punza derecho al chocho de la ventiañera. «De bálsamo es mi amado / apretado racimo / de las viñas de Engadi», y goza «y difusamente baja / de penas a un abismo». El abismo suyo porque la asalta la posibilidad de que no sea él.

Puede que sea una broma de otras hermanas clarisas que le sacan la ropa y le levantan los tobillos para ver el negrísimo esplendor de la ranura, crica o ano según destila, o «suda el licor más primo». Y ese primo, con el que no se pudo casar, duele y diez confesores lo han sabido. Y diez monjitas de Tunja se entretienen con su misterio, medio conversado a los libros. Ella escribe sobre esos Afectos Intimos, su vida y la de su querido.

Y difusamente baja de penas a un abismo.

Francisca Josefa de la Concepción lleva, por nuevas cuentas, una veintena de años de monjilería. Es abadesa del concvento y aún cree que la rodean brujas de perversas artes. Entonces, se enferma, como cuando recién entrara a la orden monacal. Es agónico el sentimiento de no saber si hace bien cuando invoc, a uno que iguala en celeridad al cervatillo, cuando se cuela en su alcoba.

Desde chiquilla lo invoca, aunque crea que se trata de la Sombra Engañosa, padre de los olvidos, como Ventura Castillo, el mercachifle, indigno de una Marquesa del Pozo.

«¿Quién pudo hacer ¡ay cielo! / temer a mi querido? / que huye el aliento y queda / en un mortal deliquio». Ella sabe. Ha de ser la Sombra, el Engañador o la Ignorancia. Y no ha querido ser ignorante, a fin de ser juiciosa e imponerse controles. No lee comedias baratas, peste del alma. Reza y escribe más que antes ya que ahora le dicen Madre y superiora y se le suben los colores al rostro porque sabe que peca y que las madres dan testimonios de sus pecados, por el fruto que se gesta con la semilla. ¿Con quienes pecó? Es lo de menos. Alguien le llena la vagina del licor más primo y entonces dice que el amor le ha cogido.

La Madre Castillo ya lo dice en latín. Cada día es menos simple su fantasía. o la conceptualidad que maneja. Sabe que es poeta, otros porque es monja y habla sobre sexo, la declaran la mística de Tunja. Clarisa iluminada. El Virreinato del Perú quiere una teóloga mística, con castellanía verbal, una Teresa de Avila, que la Inquisición no puieda callar; pero es en Boyacá, con Francisca Josefa, donde el milagro se ha dado.

Nunca fue a escuela alguna. Ni ha salido de Tunja. Sin embargo, sabe hablar sobre la angustia, en teoría y al dedidllo y hay 55 capítulos de su Vida espiritual, a veces perdidos, o rehallados en registros y papalería oficial del convento, pues, en los márgenes de los libros de contabilidad del monasterio escribe y se apasiona con anotaciones que se alejan de memorias piadosas. A veces es un huracán discursivo que no tolera manipulaciones. Es acusatoria y señala a las mujeres más crueles, brujas que visten de internas clarisas y se turnan para torturarla, verbal y físicamente.

Entonces, difusamente baja a una celda de oraciones, donde colocó la cama. Allí se queda escondida. Sea a Dios, o al diablo, lo invoca y siente que él baja a su abismo. «Tan dulce y tan suave / se percibe al oído» la lengua de él, con palabras que le dejan su racimo de consolaciones y después, como yendo a su huerto, pese a las noches frías, él deja «gotas de su hielo / le llena de rocío». «Tan eficaz persuade / que cual fuego encendido / derrite como cera / los montes y los riscos» y ella quiere pensar, aunque no sea cierto, que son «deliquios del divino amor».

21-09-1988
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