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De repente, como esas lluvias torrenciales que se largan sin previo aviso, el narcotráfico se instaló en la agenda mediática. Al parecer, de la noche a la mañana, Argentina se convirtió en uno de los principales países de la región en lo que hace a la producción de sustancias ilícitas ¿Es posible que en un país se instale un negocio tan complejo en cuestión de segundos? Difícil, muy difícil.
El narcotráfico hace tiempo que viene operando en el país. Hay que recordar que en la década del ´90, la dirigencia de ese entonces, principalmente el señor de patillas prominentes y el petiso cabezón, hicieron todo lo posible para que las drogas comiencen a penetrar las fronteras y, de ese modo, desembarquen en los barrios menos pudientes de la región; siguiendo a rajatabla las políticas imperialistas impulsadas por EE.UU. a través de la DEA (Agencia para el Control de Drogas) para manipular a la sociedad, más precisamente a la juventud.
Actualmente, nuestro país es el segundo productor mundial de éter -insumo necesario para producir pasta base- detrás de EE.UU.; el primer consumidor de cocaína, alcohol y tabaco de la región; además de ser en el tercer exportador de estupefacientes de América hacia Europa.
Desde que el narcotráfico se asentó, en el interior de cada barrio, se inició una cruel disputa de poder entre distintas bandas por monopolizar, primeramente, la distribución, para luego ver quién se quedaba con un negocio más redituable aún, la producción. La disputa, lejos de ser diplomática, se libró a los tiros. Un tiro por acá, otro por allá, un pibe muerto, otro y otro más, generalmente inocentes o víctimas de una red que ofrece dinero líquido y fugaz a cambio de la vida. Tal es así, que en lo que va del 2013 en Rosario y Córdoba -territorios narcos- se produjeron 200 y 126 homicidios respectivamente.
Sin embargo, las estadísticas oficiales no se interesan por averiguar las causales de muerte, en todo caso, si una muerte trasciende la omisión, la culpa se despersonaliza en la droga. Quedando así al resguardo: el poder político, los jueces, los grandes grupos económicos y las fuerzas de seguridad. Todos cómplices de un negocio que agranda sus bolsillos en igual proporción a las muertes que ocasiona.
También hay muertes silenciosas, y no nos referimos a la que causa el talquito que pasa por las narices respingadas de reconocidos personajes públicos, sino a la que generan las “drogas de los pobres”, el paco sobre todo, arma letal con la cual los pibes, cada vez más temprano, empiezan a tomar contacto para alejarse mínimamente de la realidad que padecen.
Ante este escenario, la clase dirigente se mantiene inerte, claro, si el negocio es redondo como el plato donde arman sus lagartos. Por un lado se llenan de guita siendo cabezas de la red, por el otro acaban de un plumazo con toda la juventud de los barrios humildes, ofreciendo paco en vez de educación, vivienda y salud. Garantizan así su dominio, quitándole la posibilidad a los pibes de vivir una infancia digna donde puedan desarrollar plenamente sus capacidades, para de ese modo forjar una conciencia crítica que les permita intervenir en la realidad para transformarla.
Por eso, mientras los medios masivos de comunicación abordan limitadamente la problemática, consolándose con armar un espectáculo ante cada secuestro de estupefacientes, nosotros, desde Otro Viento, decimos que no se puede combatir el narcotráfico sin combatir al capitalismo, ya que aquel es absolutamente funcional a éste, permitiendo un amplio control sobre la población, y generando un circuito de dinero apto para solventar grandes negocios económicos y políticos.
EL NARCOCAPITALISMO
De repente, como esas lluvias torrenciales que se largan sin previo aviso, el narcotráfico se instaló en la agenda mediática. Al parecer, de la noche a la mañana, Argentina se convirtió en uno de los principales países de la región en lo que hace a la producción de sustancias ilícitas ¿Es posible que en un país se instale un negocio tan complejo en cuestión de segundos? Difícil, muy difícil.
El narcotráfico hace tiempo que viene operando en el país. Hay que recordar que en la década del ´90, la dirigencia de ese entonces, principalmente el señor de patillas prominentes y el petiso cabezón, hicieron todo lo posible para que las drogas comiencen a penetrar las fronteras y, de ese modo, desembarquen en los barrios menos pudientes de la región; siguiendo a rajatabla las políticas imperialistas impulsadas por EE.UU. a través de la DEA (Agencia para el Control de Drogas) para manipular a la sociedad, más precisamente a la juventud.
Actualmente, nuestro país es el segundo productor mundial de éter -insumo necesario para producir pasta base- detrás de EE.UU.; el primer consumidor de cocaína, alcohol y tabaco de la región; además de ser en el tercer exportador de estupefacientes de América hacia Europa.
Desde que el narcotráfico se asentó, en el interior de cada barrio, se inició una cruel disputa de poder entre distintas bandas por monopolizar, primeramente, la distribución, para luego ver quién se quedaba con un negocio más redituable aún, la producción. La disputa, lejos de ser diplomática, se libró a los tiros. Un tiro por acá, otro por allá, un pibe muerto, otro y otro más, generalmente inocentes o víctimas de una red que ofrece dinero líquido y fugaz a cambio de la vida. Tal es así, que en lo que va del 2013 en Rosario y Córdoba -territorios narcos- se produjeron 200 y 126 homicidios respectivamente.
Sin embargo, las estadísticas oficiales no se interesan por averiguar las causales de muerte, en todo caso, si una muerte trasciende la omisión, la culpa se despersonaliza en la droga. Quedando así al resguardo: el poder político, los jueces, los grandes grupos económicos y las fuerzas de seguridad. Todos cómplices de un negocio que agranda sus bolsillos en igual proporción a las muertes que ocasiona.
También hay muertes silenciosas, y no nos referimos a la que causa el talquito que pasa por las narices respingadas de reconocidos personajes públicos, sino a la que generan las “drogas de los pobres”, el paco sobre todo, arma letal con la cual los pibes, cada vez más temprano, empiezan a tomar contacto para alejarse mínimamente de la realidad que padecen.
Ante este escenario, la clase dirigente se mantiene inerte, claro, si el negocio es redondo como el plato donde arman sus lagartos. Por un lado se llenan de guita siendo cabezas de la red, por el otro acaban de un plumazo con toda la juventud de los barrios humildes, ofreciendo paco en vez de educación, vivienda y salud. Garantizan así su dominio, quitándole la posibilidad a los pibes de vivir una infancia digna donde puedan desarrollar plenamente sus capacidades, para de ese modo forjar una conciencia crítica que les permita intervenir en la realidad para transformarla.
Por eso, mientras los medios masivos de comunicación abordan limitadamente la problemática, consolándose con armar un espectáculo ante cada secuestro de estupefacientes, nosotros, desde Otro Viento, decimos que no se puede combatir el narcotráfico sin combatir al capitalismo, ya que aquel es absolutamente funcional a éste, permitiendo un amplio control sobre la población, y generando un circuito de dinero apto para solventar grandes negocios económicos y políticos.
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