Por Fernando Dorado / Desde Colombia
La fuerza política de Uribe consiste en que convenció a la mayoría de los colombianos de que todo lo que hizo – incluyendo los crímenes –, lo realizó en beneficio de la patria.
Ha conseguido que el país lo sienta como un héroe que es víctima de las circunstancias. Según esa matriz de pensamiento, todos los colombianos somos culpables por dejar crecer la amenaza terrorista y, no sólo nos merecemos la tragedia vivida, sino que debemos premiar – y perdonar - a quien lideró la alianza criminal.
La habilidad de Uribe – a diferencia de Fujimori – consistió en que involucró en la ejecución de los delitos a mucha gente: campesinos ricos y medios, a la clase política tradicional, a los grandes empresarios y hacendados, a ejecutivos de empresas transnacionales y a altos funcionarios del gobierno de los EE.UU.
Ello explica que el Departamento de Estado de los EE.UU. esté haciendo lobby para posicionar a Álvaro Uribe Vélez como candidato a la presidencia de Naciones Unidas, en reemplazo del coreano Ban Ki-moon. Sería la carta imperial a la posible elección del brasileño Ignacio Lula Da Silva. Los perpetradores de la empresa criminal se cubren la espalda protegiendo a Uribe.
La vinculación del ex-presidente colombiano como profesor visitante en la Georgetown University, y la designación como vicepresidente del comité especial que investigará el ataque israelí a la Flotilla de la Libertad, serían los primeros pasos para llevarlo a esa importante posición. El objetivo: otorgarle inmunidad frente a cualquier tipo de proceso judicial que le pueda iniciar la Corte Penal Internacional.
En Colombia se desarrolló una sistemática guerra contra el pueblo a la sombra de la lucha anti-subversiva. Tres componentes tenía la cadena criminal: los verdugos, paramilitares y militares de niveles medios y bajos; los jefes de los verdugos, con Uribe a la cabeza de la cúpula de altos mandos militares, políticos y funcionarios; y los perpetradores, empresarios nacionales y extranjeros que se lucraron de todos los negocios, tierras, grandes proyectos y contratos que se movieron y – aún se mueven – al son de ese conflicto.
Es necesario entender que el poder imperial norteamericano aprovechó la debilidad de una oligarquía antinacional y corrupta - representada en Uribe -, para diseñar un plan integral de intervención territorial, que además de apoderarse plenamente de nuestras riquezas convirtió a Colombia en la principal punta de lanza contra las revoluciones nacionalistas que hoy encabezan en América Latina los pueblos venezolano, boliviano y ecuatoriano.
La resistencia y el trabajo sacrificado de miles de colombianos que no bajaron la guardia frente a la amenaza y la muerte, y la valentía de unos magistrados de la Corte Suprema de Justicia que no se dejaron amedrentar, pusieron en evidencia el tamaño y la brutalidad de los crímenes, y tanto el gobierno de Washington como las cúpulas capitalistas colombianas se percataron a tiempo de la imposibilidad de continuar con esa fórmula.
Hoy los verdaderos perpetradores de los crímenes juegan una nueva partida. Necesitan arreglar las cargas entre ellos, sacrificar a unos cuantos cómplices, comprar a contradictores sobornables, y quitar del camino a enemigos peligrosos. A la sombra de un gobierno de buenas maneras, con el supuesto respeto a la institucionalidad, en medio de la diplomacia y la lisonja, ya están rediseñando su nueva ofensiva contra lo que realmente les preocupa: que la verdadera conciencia nacional coja fuerza entre el pueblo colombiano.
Por ello, más allá de que Uribe sea o no condenado y castigado en el corto plazo – que debe serlo algún día -, la tarea principal es sacar a flote la maraña de intereses nacionales e internacionales que han estado – y están – detrás del holocausto colombiano.
Las víctimas de la atroz guerra que hemos vivido en los últimos 30 años sólo podrán ser reivindicadas, si su memoria sirve para derrotar políticamente a quienes a nombre de la patria – por codicia y afán de poder –se pusieron al servicio de intereses imperiales extranjeros.
Cómo lo demuestra la historia de tantos países, especialmente los del Cono Sur de América, si los perpetradores y verdugos siguen al frente del Estado, seguirán echando a la hoguera a unos cuantos perros flacos mientras ellos disfrutan de las mieles del poder. Los Sabas Pretelt y los José Obdulios, siguen en la fila. Que no se nos pierda el gran objetivo.
Tomado Semana.com
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