Por Salvador González Briceño (ALAI)
Sin brújula, como ha estado en las últimas semanas el Presidente Felipe Calderón, a partir de ahora comenzará a ser el solitario de Los Pinos. Sin algo que celebrar, porque a tres años y medio de su sexenio no tiene logros mayores, como tampoco se propuso metas importantes desde el principio y menos los tendrá hoy que su partido ha perdido credibilidad en el país.
El problema para Calderón es que si su principal apuesta de gobierno, la de proporcionar seguridad a la población la está perdiendo -y de paso ha desgastado al Ejército en la guerra contra del crimen organizado-, entonces nada le queda por hacer. Porque sus miras cortoplacistas le impidieron diagnosticar para planificar cómo resolver los problemas más urgentes del país, que son cuantiosos.
Y derrotado su partido, como resultó en las urnas el 4 de julio pasado, desde ya tendrá menos respaldo político para su gestión. Y aún para convocar, como lo hizo recién, a las fuerzas políticas con el afán de buscar solución para la crisis sistemática que está ocurriendo en el país, en buena medida por la carencia de una propuesta gubernamental, y su fallida estrategia contra las drogas desde el inicio de su sexenio. Calderón es el gran perdedor.
Hacia adelante queda muy poco para el presidente en turno. Continuar con una lucha sin cuartel prometiendo combatir y controlar al crimen organizado y el narcotráfico. Pero seguirá fallando, empeorará el país, y se profundizará su desgaste. Es decir, que su Presidencia se debilitará y la situación será todavía más complicada para México.
Políticamente su partido no tiene mucho qué ofrecerle como pudiera ser respaldar a Calderón en esta coyuntura, más allá de los revires electoreros del pasado reciente. Porque el Partido de Acción Nacional (PAN) está en declive. En gran medida como consecuencia de un gobierno fallido. Si el Partido de la Revolución Institucional (PRI) resultó ser el ganador durante la pasada elección con nueve de las doce gubernaturas en la bolsa, el PAN y el Presidente son los perdedores. Desde luego que también el Partido de la Revolución Democrática (PRD) declinó, porque malogró la gubernatura importante de Zacatecas.
Y lo que se llevaron PAN-PRD en alianza en Puebla, Oaxaca y Sinaloa, no fue por méritos electorales de ambos, sino más bien como saldo de los propios gobernadores salientes que hicieron mal su trabajo y se ganaron el rechazo de la población local.
Por un lado, el clima de violencia y el saldo sangriento de tanta represión orquestada por Ulises Ruiz en Oaxaca. No sólo a la APPO y la sección 22 del SNTE en 2006, sino a la población en general en todo el periodo gubernamental. Por las mismas anduvo en el escándalo por la red de pederastia destapada por Lydia Cacho, el gobernador Mario Marín en Puebla y sus compinches. Ambos gobernadores caciquiles, dignos herederos de las conductas del viejo PRI, se juntaron para unir a los ciudadanos locales en su contra, y votaron por la otra opción.
Y dicha otra opción no la representan tanto los partidos como los candidatos de esos partidos. Porque no había tampoco más alternativas, en general. Es el caso de Gabino Cué, de Rafael Moreno Valle. Y de Mario López Valdés en Sinaloa, que también es para la coalición PAN-PRD-PT-Convergencia. Y en particular, debido al abandono del gobernador actual a la problemática en aumento del narcotráfico en las tierras del cártel de Sinaloa que encabeza Joaquín el Chapo Guzmán.
En otras palabras, ni el PAN ni el PRD ganaron por méritos propios cuanto por el repudio bien ganado de los gobernadores caciques del PRI. Pero el PRI, en cambio, les arrebató espacios importantes, también por rebatingas internas como es el caso de Zacatecas al PRD, en donde ni Amalia García ni Ricardo Monreal lograron el consenso para marchar juntos contra un frágil candidato; y Tlaxcala como Aguascalientes al PAN, ya por un divisionismo panista interno o por entregar de plano la gubernatura al PRI.
Es decir, que el 4 de julio despejó, además, algunas hipótesis importantes sobre el proceso político y electoral presente en el país. No se olvide que, sumado a lo que suceda en el 2011 con elecciones clave como la gubernatura por el Estado de México (y otras entidades), se perfilará con claridad lo que ocurra en el 2012, cuando haya relevo en la silla presidencial.
La tendencia más clara parece ser que el PRI regresará a Los Pinos. Nada hay seguro todavía. Si el saldo cruzado en las boletas electorales es de rechazo generalizado para el PAN. Todavía le falta cosechar al PRD. El costo que tendrá que pagar el partido colocado a la izquierda del espectro ideológico y político del país, todavía no aparece. Se verá llegado el momento, cuando el ciudadano le cobre la factura por aliarse con la derecha, sólo para ganar espacios dejando a un lado los principios.
Lugo entonces, la tendencia es clara. La población ya no quiere al PAN en el poder. Por mucho y que los líderes partidistas -César Nava como presidente del PAN y Jesús Ortega como el líder del PRD- aseguren lo contrario. La realidad será cruda para los dos. No obstante se erige el principio de que las alianzas funcionan. Y eso agrupará a los partidos, ya a partir del 2011. Algo similar ocurrirá en el 2012. El PAN dice que irá solo. Pero es la única opción que tiene el PAN para mantenerse en la Presidencia de la República: aliarse sin mirar con quién. Así sea nuevamente con el PRD.
Mientras tanto, envuelto en la trifulca electoral y de las falsas alianzas, lo que el PAN no ve todavía es el desgaste presidencial. Y que Calderón no tiene muchas opciones, más allá de gobernar con discursos desde la televisión. Pero hacia adelante, falta todavía lo que proponga el PRI. Como partido ganador tampoco puede seguir alentando o sosteniendo a gobernadores caciques, como los que recién perdieron la elección.
Ahora lo importante no es que el PRI haya ganado elecciones, sino qué clase de PRI es el que ganó y el que estará de regreso en Los Pinos. Mientras tanto, Felipe Calderón felicita a los candidatos ganadores. Frente al vacío de poder que solito se ha creado en su entorno, no le queda otra que seguir. Ahora solo y sin rumbo. Son algunas de las lecciones de este proceso electoral.
Salvador González Briceño es periodista mexicano.
Tomado de ArgenPress
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