Por Juan Francisco Coloane (especial para ARGENPRESS.info)
En medio de la peor crisis económica post segunda guerra mundial, la elite del poder capitalista rechaza cohesionadamente la transformación del sistema. Una que le dé aires más humanos y un trato menos totalitario y en Estados Unidos esta situación se ha presentado con claridad.
El Gobierno de Barack Obama, que se instaló con un mandato para transformar ese sistema, no en hacerlo socialista como enfatizó el mismo, sino para hacerlo más viable y menos martirizante para los pobres, enfrentó estas elecciones de senadores, congresales y gobernadores bajo un clima electoral adverso. Su popularidad bordeaba el 48 %, un índice relativamente bajo desde que asumió, aunque todavía sustenta un estimable capital político.
Los republicanos vencieron holgadamente en la cámara de representantes y en el senado los demócratas consiguieron una ajustada mayoría con 51 escaños. Los republicanos lograron asientos senatoriales en estados emblemáticos demócratas como Pennsylvania e Illinois, mientras los demócratas consiguen las gobernaciones de los estados de California y New York, lugares pilares en las elecciones presidenciales.
No fue un terremoto electoral en contra de los demócratas y del presidente, pero sí fue una señal de que la pista la tiene más que pesada para ser reelegido. Hay que destacar que ni Ronald Reagan ni Bill Clinton, dos presidentes populares y exitosos, lograron victorias electorales en elecciones de mediano plazo en el primer período de sus dos mandatos.
El mensaje del partido republicano que anida la continuidad del status quo es muy claro: En tiempos de crisis económica hay que reducir los impuestos, reducir el rol y el tamaño del estado y elevar la individualidad a costa de cualquier iniciativa que incite el esfuerzo colectivo.
«Regresar a la década de los años 80 de Ronald Reagan», fue el slogan de la líder de la nueva horneada del republicanismo duro y de derecha, Sarah Palin. Las políticas del ajuste estructural volvieron a sonar con estruendo en una voz femenina que apela al irrenunciable individualismo americano. Las reuniones del té (Tea Party), fue una brillante estrategia para comunicar las políticas del ajuste estructural, que apela al concepto de que el estado solo controla y gasta el dinero del contribuyente.
El grado de derechización del Tea Party republicano es cercano a la ideología del Ku Klux Clan exhibido en la genial cinta Mississipi en Llamas (Alan Parker, 1988). No es tan distante la referencia, en donde no se descartan matices racistas en contra de la raza negra, aún en republicanos de origen hispano o asiático que participaron en una enconada campaña.
De todos modos, el camino no está tan abierto para los republicanos con esta victoria electoral. Se ha comprobado que no tienen agenda excepto lo del estado pequeño y congelador del gasto social, la reducción de impuestos y la privatización de todos los servicios sociales. Una encuesta del PEW Research Center señala que una mayoría se opone a la congelación del gasto social, así como otra encuesta de The New York Times y CBS, indica que una mayoría prefiere mantener los servicios sociales del estado.
El resultado de esta elección que ha favorecido las posiciones recalcitrantes de la derecha, está demostrando que la crisis económica ha sido más profunda de lo estimado inicialmente. El discurso transformador de Obama ha sido rechazado en parte por la dificultad en aumentar los puestos de trabajo. El desempleo que bordeó siempre el 10% ha sido esencial para impedir una reafirmación de su popularidad inicial y reforzar su mandato.
Las advertencias sobre el paquete de estímulo económico aplicado en el primer trimestre de 2009 fueron las correctas. Debió haber sido más agresivo en volumen monetario y en metodología. Especialmente ésta, que en vez de beneficiar el presupuesto de los estados, debió haber apelado a la entrega de fondos directos a la población vía subsidios, inversiones de rápida canalización y tasas más convenientes al emprendimiento de tamaño medio.
El periscopio para visualizar la reducción del desempleo también falló. En tiempos de crisis tan profunda como la de 2008-2009, la inversión en empleo es magra y privilegia los rubros indispensables en modernización de la tecnología y la gestión.
Los esfuerzos de Barack Obama por superar la crisis económica y social, han encontrado el gran escollo de la polarización de derecha e izquierda. La administración republicana liderada por su predecesor George W. Bush, privilegió al capital especulativo y un sistema financiero sin regulación, dejando un surco indeleble en el subconsciente de la población. Es tan así que la población no cree que el sistema funcione de otra forma.
Cuando los apetitos de la izquierda se abren por hacer reformas radicales al sistema, generan temor. Por el contrario, la derecha para seguir gobernando sólo debe usar la misma receta –hacer lo mismo- porque el mundo no se ha venido abajo.
Bajo crisis, se produce una fórmula casi mágica en la sociedad que cierra fila en las posiciones de gobierno más autárquicas y en alternativas económicas que disminuyan la incertidumbre, aunque todo sea en más tarjetas de plástico, más deudas y más liquidez fantasma, mientras el modo de producción del Asia siga poniendo el lomo.
El cambio político ofrecido por Obama encuentra resistencia debido a valores enraizados por décadas. Las personas están acostumbradas a estrategias de supervivencia determinadas por patrones de consumo, y muy escasamente por valores solidarios o búsqueda de formas alternativas al estado actual de la situación. La pronunciada opción republicana del electorado de Estados Unidos envía una señal equivocada respecto a los objetivos de justicia social y equidad de una nación que intenta liderar y promover modelos de convivencia más solidarios y de respeto a los derechos humanos. La propuesta republicana exacerba el individualismo y ensancha la división entre ricos y pobres.
Lo que se observa en Estados Unidos es un fenómeno global. La inestabilidad social que afecta a varios países europeos es producto de los desequilibrios económicos gestados hace tres décadas atrás. Tanto Estados Unidos como Europa han renunciado a un sistema de bienestar liderado por un rol potente del estado. Las medidas de recorte fiscal y reducción del tamaño del estado no resolvieron los problemas del desequilibrio económico que causaron la crisis en los años 80, tampoco servirán ahora.
Si hay un modelo conocido es éste que usó el partido republicano para su victoria electoral. El problema es más grave todavía, el electorado que vota ha reducido su capacidad de análisis a la perversa contingencia del dinero en el bolsillo. No podría ser de otra forma, son las reglas del capitalismo.
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