Por Arturo Cardona Mattei / Escritor puertorriqueño
El cuadro mundial es aterrador. Lo que nos llega a través de todos los medios noticiosos indigna a cualquier ser humano normal. La estela de sangre es como un manto oceánico. El hombre parece haber perdido todo sentido de humanidad. La frialdad con que se mata no tiene paralelos en la historia. Estamos al nivel de las fieras salvajes. La compasión no existe en el mundo del crimen y la muerte. Los gobiernos de todo el planeta están de rodillas. ¿Hasta cuándo podrá el mundo resistir este salvajismo sanguinario? ¿Quién tendrá la solución para este problemas de crímenes tan macabros? Estamos en la ruta perfecta para borrar del mapa mundial a toda una inmensa humanidad.
He aquí una corta lista de titulares que nos llegan anunciando la gran ola criminal que está arropando al mundo: Ciudad Juarez, 1,600 asesinatos en el 2008. Violencia de los carteles se expande por Estados Unidos. Un asesinato destapa el peor caso de sobornos en la petrolera estatal de Bolivia.
Un informe sobre drogas y crímenes, dice lo siguiente: «El último Informe Mundial sobre las Drogas de la ONUDD publicado hace unos meses confirma nuestros temores: las Américas se enfrentan al problema de drogas más acuciante en el mundo –lo midamos en hectáreas de cultivo, toneladas de producción, por su valor de mercado o por el número de personas que son asesinadas en este proceso. Suramérica produce toda la cocaína del mundo -950 toneladas, y Norteamérica consume la mitad de esta producción (la otra mitad va a Europa)».
Los gobiernos se reunen en cumbres mundiales para discutir estos asuntos. La ciencia interviene desarrollando nuevas y sofisticadas tecnologías para combatir el crimen organizado. Las instituciones educativas tratan de moldear nuevos ciudadanos. Pero todo parece no tener resultados positivos. El flagelo de la droga y el crimen se ha adueñado de nuestro planeta. El miedo cunde por todas partes. El ciudadano decente y común se ve atrapado en una posición de impotencia, muere callado, y si habla y delata se suma a la lista de víctimas. Los narcodólares han inventado el narcoestado.
Así va nuestro mundo, de mal en peor. El crimen está instituido como si fuera un deporte. Matamos por cualquier motivo o razón. Nuestro presente es abrumador, y nuestro futuro se perfila peor. La indignación de la ciudadanía no parece hacer gran mella. Las protestas de hoy se disipan mañana. Los llamados de los gobiernos se pierden en la desidia. La ONU dicta resoluciones que parecen irse con el viento. El caos mundial no tiene paralelos en la historia humana. El catálogo de valores que ha ordenado la vida humana por siglos se está rompiendo pedazo a pedazo. La paloma de la paz está acribillada por las balas. La esperanza de la humanidad se encuentra en una posición catatónica.
Así va nuestro mundo, temblando de miedo. Lo único que nos falta es que un día amanezcamos con la noticia de que los armamentos nucleares de todas las naciones van camino al enfrentamiento. El monstruo de una guerra nuclear sería el último paso que daría la humanidad antes de su desaparición. Entonces tendríamos que esperar millones de años más para que la evolución vuelva por sus fueros donde nuevos monos parieran una nueva civilización mundial.
¿Tiene solución el problema de las drogas y el crimen? ¿Es posible eliminar la corrupción? ¿Qué haremos para alcanzar una nueva y mejor vida humana? ¿Cómo cambiar la mente del hombre? Todo esto sería fácil si fuesemos máquinas operadas por una superfuerza cósmica. Unos cuantos controles sería todo lo que se necesitaría para alcanzar ese objetivo. Pero somos seres humanos con el don del libre albedrío. Precisamente, ese don es el que hemos pervertido. De la libertad hemos pasado al libertinaje. Ese libertinaje es lo que nos ha catapultado a los demás males. Nuestros mejores atributos como seres humanos –el amor, la compasión, el sentido común, la honradez, la lealtad- se han ido evaporando de nuestras relaciones humanas. El diablillo del odio y la maldad ha usurpado la mente de los hombres. Hemos elegido el Mal sobre el Bien. El hombre ha querido probarlo todo provocando su propio cautiverio. Y ha inventado el relativismo moral para poder acomodar todas sus perversiones a su manera de vivir.
Somos una familia mundial torcida. El dios del dinero y los placeres nos tienen perdidos en una inmensa maraña de problemas. Todas estas malas actitudes se ven reforzadas por los medios de comunicación y por los malos modelos de conducta de nuestros líderes. El hombre ha aumentado barbaramente el desafuero. ¿Podrá el hombre alcanzar una regeneración genuina para el mejor bienestar de este mundo? Sobre la mesa queda: o somos seres humanos, o somos animales producto de una infame evolución.
Caguas, Puerto Rico
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