Por Carlos López Dzur / Fundador de Sequoyah Virtual
En días en que retomo la lectura de «El Libro de Esplendores» (Zohar), estos «encadenados» con la simbología de La Escalera (en hebreo, «sulam»), me ofrecen referentes para asignar a la intuición poética el papel que tiene el espíritu como vinculador y explorador de la Totalidad. La primera pregunta es: ¿Qué es totalidad?, una vez entendemos que el espíritu es lo más apetente y profundo de la inteligencia, verdadero motor intuitivo.
Totalidad es la unión entre cielo y tierra, el fluir entre lo de Arriba y lo de Abajo, lo caracolíneo o movimiento circular, lo contractivo (implosivo) y lo expansivo. La totalidad incluye descensos (inframundos) y ascensos, en cuanto se habla de tres reinos cósmicos y un doble movimiento: inclusión y exclusión antes de que se alcance un carácter estructural.o mecanismo de transformación comprensible desde cualquier teoría. Demás está decir, que el principio de totalidad incluye el de la reintegración de los seres en la unidad, y a la vez, la consecución del ciclo evolutivo de la humanidad misma, ya que de la unidad, o totalidad, fue que emanaron cada uno de sus elementos constitutivos.
De hecho, la primera vez que me impactó una lectura sobre este símbolo de La Escalera fue con la lectura de Génesis, donde se narra el sueño de Jacob, quien vio una escaleta por la que ascendían y descendían ángeles. En ese momento de cotidianidad en que el Jacob histórico vivía, «huía» por causa de su enfrentamiento con su hermano Esaú. En un sentido práctico, la lógica contextual nos dice que en la escalera hay una doble inferencia, una de las cuales mienta ascenso y protección y otra huída del peligro. Como símbolo, una escalera señala a la posibilidad de subir o de descender. ¿Qué son los seres que suben si no las propias almas humanas llenas de anhelos infinitos? ¿Qué son los ángeles que bajan, si no seres ascendidos, auxiliadores? Decía metafóricamente Gastón Bachelard: «La escalera que sube a un desván, siempre sube y nunca baja, igual que siempre baja y nunca sube, la de un sótano». Y lo decía en referencia a la actitud humana que ama la inacción por apatía espiritual. Don Nadie es el sótano de la mundanidad.
Aunque el bíblico Jacob huía, después de soñar, entendió algo muy interesante sobre su tránsito en la mundanidad: Estaba en un lugar que antes fue llamado «Luz» y, con susto todavía dijo: «¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!» Fue así como rebautió el lugar como Betel, «Casa del Señor» o «Puerta del Cielo». Baste indicar que, en su huída de Esaú, Jacob buscaba un lugar para estarse a salvo de él; pero lo pondré en un contexto filosófico que ha sido discutido por Heidegger cuando dice qué es realmente estar «a salvo», más allá de las preferencias. Dice: «No es cuestión de querer más, sino de querer de otra forma, de abrirse a lo abierto de otro querer... Sólo estamos seguros donde no contamos ni con la desprotección ni con una protección edificada sobre el querer... Nuestra morada es la intemperie. Sólo en ella —en su 'afuera'— se desprende la esencia (invisible) de lo humano». Es decir, «tratándose de mortales, solamente lo abierto proporciona abrigo».
Me gusta leer a todos los autores, filósofos o poetas interesados en la esencia de lo humano, de lo invisible, de «su intemperie», que es su apertura, extrapolándolos con la Torá y la Kábbalah. En este tipo de estudio, se dice algo esencial sobre la escalera. Es el símbolo de la Torá, vínculo entre cielo y tierra. La Torá es una manifestración de abrigo en la Montaña, si seguimos el invisible y metafórico ascenso, los trechos de arribo.
Extrapolaré unos poemas hallados en los encadenados de «Muestrarios» con este tipo de análisis, kabbaleándolos un poco, en la comprensión de que todos ellos (Oscar Néstor, Ana Lucía, etc.) coinciden en estos hechos fundamentales:
(1) Expresan en sus textos un deseo de escapar del eco inmediato de lo cotidiano (para lograr cierto ascenso); el ascenso siempre habla de un querer hallar una «íntima armonía» [Einklang] con el acontecer [Geschehen] auténtico o lo auténticamente histórico.
(2) Asciende quien no quiere o se conforma con el «rasero» que, en sentido heideggeriano, es el modo de saber de lo deficiente, inútil y vulgarmente nivelador, que define las épocas de desasosiego y la prisa, esto es, la modernidad. Heidegger define el proceso de nivelación como una insana «uniformidad de la existencia y de las cosas», como «acontecimientos bajo el rasero de la normalidad que persisten en la protección edificada sobre el querer», rehuyendo lo abierto. La normalidad niveladora instala «su necesidad de permanecer —en todo momento— a salvo en el ámbito de la producción y el encargo, de lo útil y lo susceptible de protección». Es de este modo que no se impone retos más allá de la rutina y lo conocido. El ser-normalizado no quiere el oro invisible. Quiere el rasero, el conocimiento del Don Nadie (el Neutro inauténtico), que es toda la gente, pero siendo él mismo nadie. No se abre a mutaciones o enriquecimientos propios. Para Don Nadie («Das Man») no se hzo el Portal del Cielo, la Escalera, el Betel. Claror [Lichtung] para el hallazgo del Ser y el evitamiento de la desaparición técnica de la subjetividad como destino en la modernidad cotidiana por la maquinación [Machenschatt] o rechazo de lo humano, el agente espiritual de lo humano.
(3) En estos textos encadenados, hay la noción de peldaños, etapas, escalones como ciclos de aprendizaje.
Ahora lo que pretendo, al repasar este símbolo de la escalera, es considerar cómo los autores se observan ante la escalera. Y ésto tiene que ver con la actitud filosófica ante la vida o, más rigurosamente dicho, ante sí mismo. Acitud filosófica es sólo una cosa, que Nietzsche observó cuando dijo: «Un filósofo: ay (es) un ser que con frecuencia huye de sí mismo, que con frecuencia se tiene miedo a sí mismo, pero que es demasiado curioso para no ‘volver a sí mismo’ una y otra vez». Quien vuelve a sí mismo, una y otra vez, es quien sube y baja la escalera. Don Nadie no filosofa. Obedece la manada de los normales. El poeta es el filósofo que mitologiza, que crea metáforas que le ayuden en su comprender de la totalidad. Es el aspirante a la escalera cósmica y apasionadamente subjetiva.
Aunque parezca muy grande la tarea, por cuanto la insistencia de la curiosidad demanda que se vuelva y una otra vez a ese espacio del «sí mismo», rehuyendo la huída (y su forma más común, la conformidad), el poema de Oscar Néstor Galante presenta la actitud del filósofo comedido y tenaz cuando su aspiración es el ascenso. Cito:
Dócil ahora, vestido de nubes,
subo vertical los cincuenty cuatro cristales
que son sesenta y ocho en otro espacio,
y próximo tiempo...
Intento el equilibrio
mientras cuelgo de tu ventana
un manantial brioso que mitigue
el cansancio y la sed
cuando aparezcan al fin.
Los peldaños no pesan.
[Oscar Néstor Galante, en: Muestrarios]
Me sorprende hallar en este texto de Oscar Néstor lo que son conceptos de la pedagogía de la Apertura y la Poiesis de Heidegger, tal como los discuten los doctores David Lines y Chris Naugton en la diserttación «Changing Places, Openness, Pedagogy and Heidegger» (2009). En el texto, la mención de la ventana y de colgar de ella para subir verticalmente significa confianza en la apertura porque ni modo que suba si está cerrada o es apertura inaccesible. Colgar de ella, aunque parezca paradójicamente caprichoso o inusual, acusa tenaciadad y desafío. Algo valioso se prohíbe por la tradicional entrada. Sugiere algo que hay que penetrar desde la altura, aunque haya que colgar en el empeño. «Vestido de nube» reenfatiza el ascenso. «Dócil» es estar a tono con la tarea. La espectativa es un manantial brioso, pero bénefico. La mención de agua y cristales, por cuantificados 54 y 78, puede prestarse a una lectura más kabbalística de este evento simbólico; pero me limitaré a apuntar lo siguiente. En los mitopoemas egipcios, el agua (las aguas celestes de Nun) son las creadoras del primer ser humano y Nun, el emblema visible del Creador. ¿Qué aparición espera?
Hay un poema de para contestar:
Mudos testigos asombrados
observan los escalones,
con respeto, ya vencidos
con la tenacidad y mutaciones.
Ambos han revisto sus posturas.
se han mostrado más permisivos.
Han apartado las nubes
y evitado que los hieran.
A su favor corre el tiempo
que disfrutan aliviados.
Sólo es un juego la vida.
A gozarla ella te invita.
[Oscar Néstor Gakante, 2 de diciembre de 2010, en Muestrarios]
En el contexto esotérico, cualquiera sea el mito religioso, la subida del hombre hacia el Reino de Luz, o del viaje que emprende desde la oscuridad terrenal hacia la luz espiritual, tiene a su bien este elemento que Oscar Néstor introduce: «A su favor corre el tiempo». Hay una cierta permisividad o mood, estarse a tono, para no salir herido, resbalar. En este juego de la vida, el progreso o la victoria se da escalón tras escalón, y así es que se vencerán los obstáculos. Hay que aprender, dice él, a apartar las nubes, a cada paso y en cada recodo.
Encadenado a estos textos, hay dos aportes de Ana Lucía Rendón, que especifican los peligros cuando la escalera es de sueños y se descuida la vereda que conduce a ellos:
SOLO UNA
Vida y Tiempo / siempre son...
miro algo que fue
limados escalones
escofina cruel
ya no hay paso ni pupila
solo pendiente extrema
furibundo tobogán
por el que rueda una gota
solo una...
lágrima eterna / eterna lágrima
en uno de mis pezones suspendida
<><><>
así
hoy los peldaños
así
de caracol la escalera
hoy
vértigo del vacío vespertino
ayer en la mañana
centrípeta de fuego
la rampla el escape cela
nudo sudoroso
cada paso de los sueños
descuidado por la vereda rueda
si... de caracol esa mágica escalera
[Ana Lucía Montoya: en «Muestrarios»]
También el caracol es un símbolo de búsqueda y ascenso espiritual, así como de la excelencia del Agua como fuente. Es en las aguas, orillas de las playas o ríos, o riberas coralinas, donde abunda este símbolo, al que Montoya Rendón adjetiviza de tal modo que inferimos una visión cíclica y no lineal del tiempo: «centrípeto», «nudo», «mágico». Obstruirse en los peldaños, según estos poemas, ocasiona lágrimas, sudor, vértigo del vacío, riesgos de pendientes extremas
Un remoto contexto bíblico lleva la escalera de caracol al simbolismo de Templo, como se leería de la descripción dada en el Primer Libro de los Reyes (VI. 8): «La entrada que conducía a la cámara del medio estaba situada en el lado derecho del Templo: y tenía acceso por medio de escaleras de caracol a la cámara del medio, y de ésta comunicaba a la tercera». Aquí si hay codificada una sabiduría kabbalística. El Templo como la personificación del mundo purificado por el Shekinah, o Presencia Divina, es el finalizado enlace de los 3 reinos cósmicos. Los siete peldaños de la Escalera Cósmica, entendida como Templo, representan los 7 niveles esotéricos del saber, 9 peldaños en los templos egipcios como representación del triple itinerario de la enéada divina.
Cuando me pregunto por qué Heidegger dice que, por lo general, los seres humanos viven los raseros del querer, rehuyendo la intemperie de lo abierto, prefiriendo los sótanos, se me ocurre que el mundo profano no se satisface con el entrar en los pórticos y subir escaleras y, por consiguiente, se quedan fuera del Templo. Y el poeta Rilke decía, porque consideraba los raseros una tierra provisional y dolorosa, que los poetas «somos las abejas de lo invisible. Libamos incesantemente la miel de lo visible, para acumularlo en la gran colmena de oro de lo Invisible».
Néstor, el poeta muy armado con el mood o temple entusiasta / «Stimmung», / hedeiggeriano, tiene otro texto en que revela que por la escalera se sube gozosamente o no se sube. De eso depende la enseñanza final sobre lo que sea el destino.
Cuando el hombre baja
Cuando el hombre baja por su escalera infinita
y su sombra son sus pies
y se hace su alma en un hilo de acordes sin límites por el mar.
Es difícil abrirse,
como el viento que ventosea su voz .
Se obedece a una forma de andar por el mundo
de ver, de mirar el alba
de susurrar plegarias.
Se ve el horizonte ante los ojos
sin importar el tiempo
Nos convertimos en horas, en minutos sin fin,
porque hemos tocado todo
y nada nos falta
No buscamos el fin
lo llevamos adentro.
No queremos que exista otro,
ni hallarnos subiendo a un mar desconocido,
ni mirar sus olas, ni sentir el bramar.
Nos basta con una escalera.
Nos es suficiente para bajar al mundo
Nos es suficiente para andar.
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