Thursday, December 16, 2010

La cara siniestra del consumismo

En La historia de las cosas, la ecologista Annie Leonard llama la atención sobre los peligros del consumo inmoderado para el medio ambiente

Por Ana María Vara / Para LA NACION

Riguroso, bien informado, tremebundo, iluminador: La historia de las cosas, el libro de la estadounidense Annie Leonard, consagrada como heroína del medio ambiente por la revista Time en 2008, muestra la otra cara de los objetos que nos rodean, lo que está por detrás -y por delante- del diverso mundo material de la cotidianidad.

De dónde vienen y a dónde van una lata de gaseosa, una remera de algodón, un anillo de oro: cómo se obtuvieron los materiales, cuánta energía se consumió en su producción, qué tóxicos se utilizaron o liberaron al medio en ese proceso, cómo se los transportó, qué poco se los usó, de qué modo se los descartó. Quiénes perdieron su trabajo para que su costo se redujera, quiénes se intoxicaron con químicos durante su transformación, quién vive junto al basural donde acabarán su recorrido.

Qué efectos puede tener en la piel un proceso antimancha, qué peligros se ocultan en los cosméticos, qué venenos respiramos cuando sentimos olor a plástico. Lo familiar, lo trivial, lo entrañable revelan su faz siniestra: el verdadero costo del consumismo.

La historia de las cosas. De cómo nuestra obsesión por las cosas está destruyendo el planeta, nuestras comunidades y nuestra salud, y una visión del cambio es la continuación de un video del mismo nombre, que se tradujo a una docena de idiomas y fue visto por millones de personas. Hoy es un proyecto de largo aliento en el que Leonard y su colaboradora Ariane Conrad están involucradas con mente y corazón. El libro está organizado en cinco secciones: Extracción, Producción, Distribución, Consumo y Desecho. Cada una tiene industrias privilegiadas. Corrijamos: villanos favoritos. A los lectores argentinos no les sorprenderá que la industria del papel y la minería se lleven gran parte de la sección primera, habida cuenta de las protestas contra esas actividades en el país.

Leonard cuenta su infancia en los bosques del estado de Washington, y su preocupación al ver que, a medida que crecía, los árboles se alejaban más y más de las ciudades, como retrocediendo ante una fuerza imparable. Con sensibilidad, contrasta su pérdida estética con la más dura de la pérdida del hogar o del trabajo que la deforestación causa en países en desarrollo: 300 millones de personas viven en los bosques, de las cuales 60 millones son indígenas. Y nada menos que 1000 millones de personas en situación de extrema pobreza encuentran en bosques y selvas «la principal fuente de vida».

Los bosques son reemplazados por plantaciones de madera para hacer casas, muebles o pulpa de celulosa. Contradiciendo a Gertrude Stein, Leonard argumenta que un árbol no es un árbol no es un árbol. En términos de biodiversidad, las diferencias son notables: en apenas diez hectáreas de la selva de Borneo hay más de setecientas especies de árboles, la misma cantidad que en toda América del Norte. Tras ampliar el arco a otros seres vivos, Leonard advierte que, de la exuberante biodiversidad de las selvas tropicales, sólo conocemos el uno por ciento de las especies benéficas.

Barrer esa pluralidad para dar paso a la monotonía vertical de incontables pinos o eucaliptos es como apostar un inmenso capital a un billete de lotería. Pero la maquinaria de consumo es difícil de parar: sólo los estadounidenses usan una cantidad de papel que permitiría levantar una pared de tres metros de altura de Nueva York a Tokio. A nivel mundial, el consumo de papel se ha sextuplicado en los últimos cincuenta años.

El panorama de la minería no es menos espeluznante. Por el agotamiento de las vetas, la industria desarrolló el proceso de lixiviado, que hace estallar las montañas y las disuelve en enormes piletones con agua y cianuro. Para hacer una alianza de matrimonio, se producen 20 toneladas de residuos peligrosos. Sí, leyó bien: un anillo por 20 toneladas.

¿Otros objetos terribles? Celulares, MP3 y controles remotos requieren tantalio, una de las mayores riquezas de la República Democrática del Congo, codiciada por algunos grupos. La globalización puede tener efectos potentes y velocísimos: el lanzamiento de la consola de juegos PlayStation 2, en 2000, hizo disparar el precio del tantalio y desató una ola de violencia en la zona: mujeres violadas, chicos y prisioneros de guerra reducidos a la esclavitud.

«Los niños del Congo son enviados a morir en las minas para que los niños europeos y estadounidenses puedan matar alienígenas imaginarios en el living de su casa», concluyó Oona King, del Parlamento británico.

La sección Producción informa sobre los 100.000 compuestos sintéticos que se usan hoy en la producción industrial. La historia de una lata de aluminio muestra que las inequidades entre países favorecen el derroche: el traslado de esta industria a países en desarrollo, con energía barata, esconde su verdadero costo.

Una simple remera ilustra un camino de transformaciones que van del consumo de agua (el del algodón es uno de los cultivos más irrigados) a los agroquímicos (aunque ocupa el 2.5 por ciento de las tierras del mundo, consume el 10 por ciento de los fertilizantes y el 25 por ciento de los insecticidas); al cloro, las tinturas, el formaldehído, la soda cáustica para tratar las telas. Muchas de las sustancias utilizadas en el acabado de la prenda están vinculadas a dermatitis, problemas respiratorios, ardor en los ojos y hasta cáncer.

Los impactos ambientales, analizados en el capítulo Distribución, dejan de manifiesto desventajas claras del libre mercado en un mundo globalizado: por barco se mueven más de 1500 millones de toneladas anuales de mercaderías.

Eso supone 140 millones de toneladas anuales de combustibles: casi un cuarto de las emisiones mundiales de dióxido de carbono, responsable del cambio climático. Dejamos para los lectores enterarse de las prácticas de los hipermercados, cadenas transnacionales que mueven ingentes volúmenes de los puntos más distantes del planeta. Leonard los califica de hipermalos.

La sección Consumo es quizá la más localista de un libro que tiende a poner el acento en Estados Unidos. La tristeza acompaña una cultura de más es mejor, de mercantilismo extremo. El Índice de Pobreza Humana del Programa de Desarrollo de Naciones Unidas (PNUD) ubica a Estados Unidos en último lugar entre los países industrializados. Y el Indice del Planeta Feliz, realizado por una fundación, lo coloca en el puesto 114 de 143 naciones.

Leonard comenta estas cifras yuxtaponiendo otro dato: el gasto militar de esta potencia representa el 42 por ciento del gasto mundial.

Fuera de la vista, fuera del sitio, fuera de la mente es donde va a parar el vasto conjunto que integra el apartado Desecho. Esa relativa invisibilidad de la basura es gran parte del problema. Reutilizar y reciclar es clave, pero no alcanza con controlar la basura hogareña: los desechos industriales representan entre 40 y 70 veces más que los domiciliarios.

El lector sentirá angustia, agobio, desazón ante muchas páginas de La historia de las cosas. Leonard lo sabe y se apresura a ofrecer alternativas.

Algunos ejemplos de la industria son alentadores: la empresa Interface, el mayor proveedor de alfombras en baldosas, inició una transformación en 1995 que le permitió reducir su consumo de agua, combustibles y energía y, reciclando, logró evitar que 74.000 toneladas de alfombras usadas llegaran a los basurales.

A las sugerencias incluidas en cada capítulo dirigidas a los consumidores, se suma una sección final con recomendaciones de cambios legislativos, nacionales e internacionales, así como la necesidad de cambios culturales.

Muchos de sus consejos pueden implementarse también aquí. En balance, quedan fuertemente reivindicados los ciudadanos de Gualeguaychú o Andalgalá que alertaron sobre la peligrosidad de ciertas industrias. En economía se habla de los impactos sociales y ambientales como externalidades. Leonard insiste en que se los incluya en los costos. De este modo, aumentaría el precio de los materiales nuevos y se alentaría el reciclado: una lata usada dejaría de ser basura para convertirse en valioso insumo. Imaginación, generosidad, voluntad: no es el futuro sino el presente lo que está en juego.

Fuente: La Nación
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