Por Silvia Ribeiro / Investigadora del Grupo ETC.
La gran industria farmacéutica se ha destacado desde sus orígenes por la búsqueda inescrupulosa de lucro. Por muchos años fue el sector industrial con mayor porcentaje de ganancias. Al 2008, diez empresas controlaban 55 por ciento del mercado global de farmacéuticos: Pfizer, GlaxoSmithKline, Sanofi-Aventis, Roche, AstraZeneca, Johnson & Johnson, Novartis, Merck, Wyeth (engullida por Pfizer en 2009) y Lilly.
Cuando no encuentran nuevos mercados, los inventan. Crean dolencias, colocando nuevos títulos a situaciones que no demandaban tratamiento con fármacos, con mercadeo agresivo sobre sus supuestos beneficios. La tendencia actual es comprar empresas de biotecnología y lanzarse, por un lado, a promover la investigación genómica, esperando crear nuevos nichos de mercado si nos convencen de que debemos secuenciar nuestros genes para saber como nos sentimos; y por otro, crear un mercado para vacunas transgénicas, que es el caso de la controvertida vacuna para el virus del papiloma humano (VPH).
Mientras que las ventas de productos farmacéuticos han tenido un crecimiento anual de 5-6 por ciento, el mercado de vacunas aumentó hasta 20 por ciento anual, y se espera que llegue a 36 mil millones de dólares anuales en 2013. Cuatro empresas controlan 91.5 por ciento del mercado mundial de vacunas: Merck, GlaxoSmithKline, Sanofi Aventis y Wyeth (ver "¿De quién es la naturaleza?" en www.etcgroup.org)
En 2007, por primera vez, las vacunas para adultos superaron las ventas de vacunas pediátricas, como parte de la estrategia de creación de nuevos mercados. La contribución más importante fue el jugoso negocio de las vacunas del VPH, algunas de cuyas más de 100 cepas están asociadas al desarrollo de cáncer cérvico uterino. Hay dos vacunas en el mercado: Gardasil, de Merck, que actúa sobre las cepas 6, 11, 16 y 18 y Cervarix, de GlaxoSmithKline, sobre la 16 y 18. Según las compañías, los tipos 16 y 18 están asociadas al 70 por ciento de los casos de cáncer cérvico uterino.
Esas vacunas, producto de procesos de transgenia, han sido erróneamente propagandeadas como vacunas contra el cáncer. Pese a su costo exorbitante, efectos secundarios y restringido campo de acción, han sido compradas en los últimos años por varios sistemas de salud públicos, para campañas de vacunación masiva a niñas púberes, adolescentes y mujeres jóvenes. Desde 2008 son también obligatorias para mujeres de 11 a 26 años que soliciten visa de inmigrante en Estados Unidos, que por supuesto, deben pagarlas.
El único dato no controvertido de esta vacuna son las altísimas ganancias de las empresas: Gardasil le reportó a Merck mil 500 millones de dólares solamente en 2007.
Mucha gente puede pensar que los costos se justifican porque la vacuna protegería contra un cáncer de alta incidencia. Veamos los datos. En México, según datos del instituto de estadísticas Inegi, mueren más de 4 mil mujeres al año por cáncer cérvico uterino, representando 1.7% de las defunciones femeninas registradas. La infección por VPH es una de las más difundidas en el mundo y se estima que hasta 80% de la población se puede contagiar en algún momento de su vida. Sin embargo, en ocho de cada 10 casos, se produce una resistencia natural al virus.
Pero mientras que en México el cáncer cérvico uterino ocupa el segundo lugar en muerte por cáncer femenino, en Estados Unidos y Europa su incidencia ha disminuido significativamente en las últimas décadas. Esto se debe a que la presencia del virus no implica necesariamente la aparición de cáncer, sino que otros factores concomitantes, como tabaquismo, presencia de otras infecciones, desnutrición, sistema inmunológico debilitado y falta de detección oportuna de los primeros síntomas (como control regular con Papanicolau), coadyuvan a que derive en cáncer. Se trata principalmente de causas socio-económicas contra las que no existe ninguna vacuna.
Gardasil y Cervarix son aún vacunas experimentales. El estudio más amplio sobre sus posibles efectos fue auspiciado y conducido por Merck, con amplia gama de conflictos de interés de los científicos involucrados. Al 2009 se habían reportado al Sistema de Notificación de Eventos Adversos en Vacunas de Estados Unidos, más de 10 mil casos –y se estima que sólo se reportan 10 por ciento de los casos. De éstos, 458 fueron hospitalizados y 29 fallecieron (ver excelente artículo de Asa Cristina Laurell en La Jornada, México, 4/3/09). Entre los efectos secundarios, se incluye que la vacuna puede promover cáncer a partir de otras cepas de virus presentes en el organismo, abortos espontáneos en mujeres embarazadas luego de la vacunación, parálisis y otros.
La vacuna ha sido probada en ensayos clínicos con mujeres de 15 a 23 años, pero la vacunación se está practicando a niñas desde los nueve, sobre las que se desconocen sus efectos. Según el estudio mencionado, la vacuna tuvo un efecto preventivo en lesiones precancerosas, pero si realmente evitará el cáncer cérvico-uterino, sólo se sabrá hasta dentro de 25-30 años.
Por estos y muchos otros datos, asociaciones médicas y de científicos en España, Canadá y Alemania exigen una moratoria a estas vacunas. No obstante, México ha embarcado a su población en un gran experimento de vacunación masiva (y lo consideran o han comenzado varios otros países de la región como Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay, Uruguay, Venezuela, entre otros), gastando millonarias sumas de dinero público que deberían usarse para verdadera prevención, en lugar de regalarle a las trasnacionales farmacéuticas el dinero y el uso de sus poblaciones como conejillos de indias.
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