Por Arturo Cardona Mattei / Escritor puertorriqueño
Una fuente bíblica nos da el siguiente relato: «Es el año 56, y Pablo acaba de llegar a Jerusalén de su tercer viaje misionero. Allí, las autoridades lo arrestan y deciden enviarlo a juicio. Pero sus enemigos no quieren que él sea juzgado: ¡lo que quieren es asesinarlo! Su plan es enviar unos cuarenta hombres para atacarlo por sorpresa». Un valiente joven, sobrino del apóstol, se entera de la trama urdida y los delata a las autoridades. Luego de dos años de un encarcelamiento injusto, Pablo pide ser juzgado en Roma. ¿Cuál es la razón de ese pedido? El apóstol apela a su ciudadanía romana. Su pedido fue escuchado. La ciudadanía romana era muy atesorada en el mundo conocido de aquel entonces.
En estos días la ciudadanía norteamericana es para los puertorriqueños lo que la ciudadanía romana era para los judíos. Bajo esta ciudadanía llevamos 92 años. La inmensa mayoría del puertorriqueño la atesora y la ve como un símbolo de progreso y seguridad. Desde que el Estado Libre Asociado se formó, la ciudadanía americana ha tomado un sitial de suma importancia en nuestro proceso político. Tanto los autonomistas como los anexionistas tienen el mismo pensamiento: sin la ciudadanía americana Puerto Rico retrocedería en su vida política, económica y social. Solo los independentistas se oponen a dicha ciudadanía. Aunque, yo creo, que en un pacto bien pensado el independentismo estaría dispuesto a una ciudadanía dual. No olvidemos que la ciudadanía americana le fue impuesta al pueblo, pues la mayoría estaba opuesta a la misma. Y fue impuesta porque la nación americana estaba muy necesitada de hombres y mujeres que engrosaran sus filas militares. La primera guerra mundial estaba en todo su apogeo. Fue un trueque muy hábil de parte del Congreso norteamericano. Y mi pensamiento profundo es que los norteamericanos están muy arrepentidos de haber hecho esa tramoya, que se dio en el 1917.
El Partido Popular Democrático –guarida de anexionistas e independentistas- está preparando un nuevo documento para usarlo en la batalla cercana de un nuevo plebiscito. Sus martirios siguen aumentando, pues ahora una nueva ala soberanista está ganando fuerza. Este grupo parece creer que la ciudadanía americana no es del todo necesaria. Sin embargo, otros líderes sí la quieren conservar en la plataforma del partido. Luchas internas muy interesantes están tomando cuerpo dentro de esa colectividad política. Por ahora estos líderes tienen que bregar con estos asuntos –soberanía y ciudadanía- con mucha cautela. La historia está fresca.
El cuatrienio pasado, bajo la tutela de Aníbal Acevedo Vilá, el PPD sufrió la derrota más aplastante de toda su historia. En ese entonces el tema de la soberanía fue uno que levantó muchas ronchas dentro y fuera del partido. La masa, el pueblo común, es muy materialista y muy poco idealista. Para ese sector del pueblo la ciudadanía americana sabe a cupones de alimentos y demás ayudas federales. No olvidemos que sobre un 50% de nuestra población vive y se sostiene de todas esas ayudas federales. Ahí está el meollo de todo este emburujo.
Una vez más, por medio del plebiscito que nos van a atosigar, veremos a puertorriqueños ante el Congreso exponiendo sus ideales. Unos cantándole loas a los norteamericanos, otros denunciando los atropellos de los norteamericanos, y otros –en el medio- cantándose puertorriqueños al 100%, pero sin renunciar a la ciudadanía que ya lleva con nosotros la friolera de 92 años. Este es el gran dilema de Puerto Rico. Somos como tribus nómadas, ingobernables que no encontramos un punto en común para poder vivir en paz. Y esta indecisión ha creado una clase política que lo que hace es vivir de esa incertidumbre. Por eso aplauden cuanta iniciativa nazca para celebrar a este hijo espurio de nuestra política bachatera.
Los anexionistas saben que la estadidad es fuego fatuo. Los independentistas están dolidos porque el pueblo nunca ha votado favoreciendo ese ideal. Y los estadolibristas no encuentran la forma y manera de venderle al Congreso un nuevo pacto que acabe con la incertidumbre política de nuestro país. Mientras, las arcas del pueblo puertorriqueño siguen siendo malversadas para cumplir con todo este chiste político. Y los vividores del Congreso se ríen de nuestra parálisis política y continúan visitando a Puerto Rico en busca de más fondos que mantengan sus ambiciones de quedarse en el poder.
Este es un perverso juego político donde ambos bandos –norteamericanos y puertorriqueños- se gozan las desgracias de nuestro pueblo. Pero cada cuatro años nuestra gente se tira a las urnas con fogosidad para defender su ideal preferido. No tienen conciencia de que son los peones en ese juego de ajedrez. No entienden que son rehenes del sistema político. Con ese voto no mejoran en nada la democracia que dicen tener y vivir. La llamada democracia en nuestro país es una que está manipulada por los grandes intereses políticos y económicos. Perturba saber que en nuestra democracia individuos son montados en posiciones para la cual no compitieron. El cuatrienio pasado -2004/2008- nos trajo de esa forma un senador fatulo. Esa silla fue comprada descaradamente. En este batey se baila todo tipo de areito. ¡Que viva la democracia!
El apóstol Pablo fue a Roma para ser juzgado como ciudadano romano. Los líderes políticos puertorriqueños van a Washington para arrodillarse ante el tabernáculo de la ciudadanía americana.
Caguas, Puerto Rico
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