Por Arturo Cardona Mattei / Escritor puertorriqueño
Las noticias sobre el hambre nos llegan de todas partes del mundo. Es increíble e indigno saber que este planeta aún produce alimentos en cantidades suficientes para alimentar a toda su población, y es cuando más hambre sufre la raza humana. Algo anda terriblemente mal. Conocemos la razón de tan terrible desbalance, aún así, el hombre no puede eliminar tan calamitosa situación. Hay países pobres que no pueden hacer mucho para paliar ese gran mal. Pero el hambre también hace su presencia en países que sí producen lo suficiente y tampoco pueden alimentar a toda su población. Todo nos hace pensar en una mala distribución de las riquezas. La avaricia acompañada por la injusticia hacen que este mal siga avanzando en todo el planeta. La maldad del hombre es destructiva a grado superlativo.
«Y cuando abrió el tercer sello, oí a la tercera criatura viviente decir: ‘¡Ven!’. «Y vi, y, ¡miren!, un caballo negro; y el que iba sentado sobre él tenía en su mano una balanza. Y oí una voz como si fuera en medio de las cuatro criaturas vivientes decir: ‘Un litro de trigo por un denario, y tres litros de cebada por un denario; y no dañes el aceite de oliva ni el vino’.»Este es el relato bíblico anunciándonos cómo sería la situación mundial para estos tiempos. Y la comunidad científica de estos mismos tiempos no dice lo mismo, pero en otras palabras. Biblia y ciencia se dan la mano cuando nos hablan del grave problema mundial del hambre.
Hoy nos llegan noticias desde la Argentina. La pobreza y el hambre caminan de la mano por esa inmensa geografía suramericana. Argentina se encuentra entre los países más grandes del mundo. Sus recursos naturales son inmensos. Y produce alimentos en cantidades industriales que llegan a otros lugares del mundo para ser consumidos por muchos seres humanos de otros lugares del planeta. Es tétrico saber que una tercera parte de su población -unos 13 millones de habitantes- padecen hambre y los niños mueren de desnutrición. El hambre se ensaña especialmente con su población indígena, los eternos olvidados. La desnutrición conspira contra la educación de los niños, particularmente en sus zonas rurales.
Dice un informe: «En el país hay un mínimo de 8 millones de personas (20% de la población) que no tienen vivienda, salud, educación y trabajo, lo que técnicamente se llama pobres. Entre esos 8 millones hay un piso de 2.3 millones que no tienen garantizada su comida: son indigentes».
Los dirigentes de este mundo siguen demostrando que son torpes. El poder los engríe y los llena de un falso orgullo. Se sienten prepotentes. Tal vez se creen infalibles. No perciben su ceguera. Y siguen tomando decisiones fatales para sus países. En este último año los gastos militares de ciertos países de la America del sur han sido incrementados monstruosamente. En esa sucia corriente están: Brasil, Colombia y Venezuela. Nos preguntamos, ¿dónde está la tan cacareada razón del hombre? Sus habitantes se mueren por millones, pero sus arsenales bélicos crecen desenfrenadamente. ¿Por qué el hombre pierde su capacidad de razonamiento? ¿Por qué tanto odio entre los pueblos? ¿Por qué no usar esas riquezas para llenar estómagos, para garantizar una educación de excelencia, para mejorar los cuidos médicos? Yo creo que estos amos del mundo sí evolucionaron del mono. No son otra cosa que canallas con poder y con una avaricia imperdonables.
¿Por qué los pueblos sufren estas tragedias tan monumentales? Sencillo, sus dirigentes son corruptos, inmorales, avaros, practican la injusticia y son glotones. Unos tienen mucho y muchos tienen poco. La desigualdad es espantosa. Sin lugar a dudas, hay comida para todos, pero las fuerzas de la maldad son muchas y están bien arraigadas en las clases dominantes. Son esos miembros de las clases dominantes los mismos que vemos bajándose de la tribuna y subiéndose al púlpito. No hay vergüenza, ni honor, ni pudor. Todo vale cuando se trata de vivir bien y de poseer poder. No importa si hay que extorsionar y estrangular a todo un pueblo. La hermandad y solidaridad entre los pueblos es un mito. En ese caballo siguen cabalgando los dueños de este mundo.
Cuando los dirigentes y líderes de los pueblos cometen errores, todos pagan las consecuencias. Siendo la carga más pesada tirada sobre los hombros de los más pobres. Ese ha sido el cuadro a través de los tiempos. Nada parece cambiar. Pero en todos los foros mundiales siguen los discursos de buena voluntad, de mejores esperanzas y de una prometida paz que no acaba de materializarse. La justicia y la igualdad no son otra cosa que bellas expresiones poéticas. Los políticos siguen aferrados a sus privilegios, los ricos siguen arropándose con la gran sábana de la avaricia, los comerciantes siguen esquilmando a los ciudadanos y los líderes religiosos siguen en sus negocios de real estate: vendiendo parcelas celestiales a toda su feligresía. Y el pueblo humilde y pobre sigue con su espalda doblada.
El amor al prójimo se ha cambiado por el amor a las riquezas. La paz ha sido borrada del planeta para darle paso a la guerra. La guerra produce más dinero que la paz. Y la justicia se tuerce en espera de alguna buena recompensa. Así de malos y traidores son los componentes de nuestra raza humana. Luego, nos vestimos de blanco para tapar nuestra pudrición interior. «¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas!, porque se asemejan a sepulcros blanqueados, que por fuera realmente parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda suerte de inmundicia».
Así era aquella humanidad, así es la humanidad de hoy. Triste realidad que vivimos.
Caguas, Puerto Rico
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