Por Arturo Cardona Mattei / Escritor puertorriqueño
En todos los continentes, en todas las naciones, en todas las lenguas, en todas las culturas la palabra paz está en boga. La pobre paloma de la paz no parece tener descanso. Noche y día se habla sobre la paz. Conciertos y manifestaciones de pueblo son anunciados a través de todos los medios de comunicación en el mundo entero. Hombres, mujeres y niños caminan y cantan por la paz. El mundo de la farándula está impregnado con los deseos de paz. Los grandes filántropos están decididamente a poner sus riquezas donde está su boca. Las Naciones Unidas llena el planeta de preciosos mensajes proclamando la paz. Y las religiones del mundo se desviven en actos ecuménicos para rezar, orar y bendecir los buenos oficios a favor de la paz. Mucho tiempo, esfuerzo y dinero se han destinado a estos pedidos de paz. Entonces, ¿qué pasa que el mundo sigue sufriendo por la falta de tan elevado anhelo?
Hay que preguntarse a quién se le dirige tan noble pedido. Hay que preguntarse si los mensajeros cumplen con los requisitos para tan encumbrado pedido. Hay que preguntarse cuáles son los verdaderos motivos que están detrás de todos estos diligentes ruegos. Hay que preguntarse cuán presente está la hipocresía en estos cálidos deseos. El hombre no siempre pide por principios altruistas. Muchas veces detrás de la fachada se esconde una cara diferente. Ahí empiezan los dolores de tales pedidos. El hombre, las naciones y los gobiernos se distinguen por torcer sus pedidos y ambiciones. Se sientan en una mesa para hablar de paz, luego, se sientan en otra para delinear los últimos trámites para la venta de armas de toda clase. Los grandes dirigentes de este mundo no saben cuándo están bien y cuándo están mal. Para todas sus posiciones tienen flamantes excusas tratando de quedar bien con todo el mundo.
Hoy tenemos a un presidente que acaba de recibir un precioso galardón: el Premio Nobel de la Paz. Al mismo tiempo estaba completando sus planes y estrategias para enviar muchos miles de hombres y mujeres a pelear una guerra que no vislumbra un final en el horizonte cercano. ¿Cómo ha sido posible un acto de tanto cinismo? ¿Cómo se puede poner en la misma balanza la sangre de la guerra y los pedidos de paz? ¿Quién ha dicho que hay guerras justas? ¿Quién ha dicho que a través de la guerra se llega a la paz?¿Quién ha demostrado beneficio alguno para toda la humanidad luego de pelear una guerra? Las guerras solo traen grandes malestares a la humanidad. Hambre, violaciones, pillaje, destrucción del medio ambiente, encarecimiento de la vida, enfermedades y cadáveres por millones son algunos de los problemas que vienen con los conflictos bélicos, sean estos grandes, medianos o pequeños.
Un llamativo titular de prensa, dice: «La paz no es una estatua, es un trabajo de todos los días». Irónicamente, la noticia está acompañada de un gran despliegue de estatuas e iconos representando a Jesucristo y la Virgen María. Rezos, oraciones y plegarias llenaron ese recinto religioso pidiendo la paz para las naciones, por la paz interna de cada ser humano y por la paz de Puerto Rico. Es una gran pena que teólogos tan eminentes no se den cuenta que esas representaciones están en conflicto con las enseñanzas bíblicas.
Casi dos mil años de cristianismo no han servido para que la Iglesia Católica aprenda lo condenada que es esa práctica en las Escrituras. Las cosas de Dios se dan en blanco y negro. Cualquier añadidura a esas palabras anulan cualquier pedido que el hombre le haga a Jehová a través de Jesucristo. ¿Por qué esos teólogos no acaban de comprender que a Dios hay que enseñarlo «en espíritu y en verdad? No, no es posible llegar a él a través de imágenes e iconos y largas letanías cansonas y repetitivas.
Estos señores teólogos, los llamados pescadores de almas, están tratando de pescar ballenas con anzuelos apropiados sólo para camarones. La sabiduría terrenal no es lo más importante para tener una buena relación con Dios. Se necesita algo más. Se necesita la verdad y la rectitud de espíritu. Se necesita la humildad y la limpieza moral. Tambien se necesita una ética cristiana que no esté como el mono brincando de árbol en árbol.
Ahora cito lo siguiente: «En un esfuerzo por reforzar las esperanzas de la humanidad, la Organización de las Naciones Unidas proclamó el año 1986 Año Internacional de la Paz, con el tema: «Para salvaguardar la paz y el futuro de la humanidad». En apoyo a esa gestión tan noble, representantes de las religiones del mundo ofrecieron una babel de oraciones en Asís, Italia, pero ninguno oró al Dios vivo, Jehová. A lo largo de ese mismo año los gastos militares del mundo alcanzaron la cifra monstruosa de $900.000.000.000 (EUA). Esa es la gran paradoja de la paz.
Preguntémonos: ¿A qué Dios le rogamos? ¿A qué deidad le soplamos el oído? ¿A qué estatua le doblamos nuestras rodillas? ¿A qué ángel impertinamos con nuestras inquietudes? ¿Tendrá todo esto algún valor e importancia espiritual? Son muchos los ciegos, la ceguera es de alcance mundial. Me refiero a la ceguera espiritual. Estamos enredadamente alucinados. Vemos lo que no existe y escuchamos lo que no se ha hablado.
Caguas, Puerto Rico
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