Sunday, December 27, 2009

Una (des)ilusión llamada Obama

Por Gazir Sued / Doctor en Filosofía

Convencer a un niño de la inexistencia de los fantasmas, del monstruo del clóset, de Santa Claus o de los Reyes Magos, no es tarea difícil, pues en gran parte se la procura él mismo por su propia experiencia, no sin antes enfrentar una cierta dosis de frustración, propia al desencantamiento de saber que lo que creía real, en verdad, era una ilusión.

Los seres imaginarios de la infancia, aliados en sus aventuras, consoladores en sus tropiezos y cómplices de sus travesuras, que tanto deberían enriquecer su imaginación, resultaron ser mentiras. Reconocerlo y reconciliarse con esta realidad es un paso imprescindible en el desarrollo psicológico y social saludable de los niños en tránsito hacia la adultez.

Los padres, de buena fe y con la mejor de las intenciones, le exigen decir la verdad y reprenden la mentira, aunque, irónicamente, una parte de la crianza la sostengan con mentiras, piadosas y en apariencia inofensivas, pero mentiras al fin.

Los residuos de estas ficciones culturales que no se superan en la temprana edad pasan a ocupar otro lugar en la psiquis del adulto. Una buena parte de la disposición anímica a la credulidad pasa a formar parte de la vida social, de su orden y funcionamiento. En ocasiones se llama locura, en otras, religión. De la fusión entre ambos registros nace una parte de lo que constituye el imaginario político.

La puesta en escena de la figura de Barack Obama como matriz de las ilusiones de un mundo mejor, guarda cierta similitud con los modos en que los infantes practican sus fantasías y se procuran sentimientos de seguridad en que lo que creen, por el solo hecho de creerlo, es real y verdadero. Así, la mayoría de la sociedad adulta aprende a procurarse imaginariamente satisfacción para sus deseos. Y así inventan el poderío de Dios y así, los dotes y virtudes del político redentor.

Esta fuerza imaginaria, potenciada por el poder de hacer creer de las maquinarias de propaganda ideológica de los partidos políticos, con cierta dosis de desconocimiento histórico y de ingenuidad política por parte de la ciudadanía, hace posible la impresión colectiva y generalizada de que un evento electoral tendrá por efecto una revolución social y política a escala planetaria. De que el nuevo presidente del imperio económico, político y militar más poderoso del mundo, será como un buen rey o monarca, como en los cuentos de caballeros andantes, dragones y hadas, atento a las necesidades de su pueblo y presto a desafiar el devenir de la Historia para atenderlo.

La ilusión democrática se fabrica en la gran agencia de publicidad llamada Estado. La simpatía actuada con genuinidad, la sonrisa prometedora y el libreto hinchado, como la esperanza, forman parte de su gran espectáculo simulacional. Así mismo, el efecto ilusorio de creer que en el color de la piel reside la posibilidad de un mundo mejor.

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