Saturday, December 12, 2009

Entrevista con Paul Auster:


Por Francesc Peiron © Revista Ñ

El escritor habla sobre su nueva novela, Invisible, y también de las críticas, de Obama, y del desafío de narrar un incesto y ser convincente

A lo lejos se ve la figura de un hombre de caminar erguido. De su aproximación avisa una bufanda roja, que destaca en el fondo de color oscuro del resto del vestuario, incluidos unos lentes negros. Avanza sin interferencias. Es Paul Auster. Auster en su ambiente, en Brooklyn, su lugar natural. Ya está aquí. Se quita los lentes para saludar y deja escapar una mirada de efecto relajante. Tiende la mano, la estrecha con intensidad. Abre la puerta del Sweet Melissa Cafe —uno de esos locales propios de Nueva York, que aún no se han clonado, de trato familiar— y cede el paso al invitado. Elige una mesa, al lado del patio interior, en el que, pese a ser finales de noviembre, todavía se atreven algunos a acomodarse a la hora de la comida. Pone su rúbrica en un ejemplar de su nueva novela, Invisible, que Anagrama acaba de publicar en castellano. Y frunce el ceño cuando ve aparecer el grabador.

—¿Le molesta?

—No, no, pero la música está muy alta (pide que la bajen). No se qué pasa con la música en los restaurantes de este país. Es terrible, no puedes estar tranquilo.

—Unos conocidos vinieron a Nueva York a pasar sus vacaciones y alquilaron un departamento en Brooklyn para tener una experiencia 'austeriana' ...

—Me parece una locura. No puedo decir nada más. No tiene sentido que alguien venga a Brooklyn porque yo vivo aquí.

—Tal vez creían en un tropiezo casual con usted, fruto del azar, una circunstancia tan característica de sus novelas...

—No son mis libros, sino que todo en la vida es fruto del azar. Es fascinante pensar, por ejemplo, ¿dónde se conocieron tus padres? Es la suerte. Si ellos no se hubieran encontrado, tú no estarías en Brooklyn. ¿No es una historia extraña? Se encontraron por suerte, no lo dudes, y ahora estás sentado enfrente de mí...

—... hablando con Paul Auster...

—Cada vida es el producto de un accidente que sucedió una vez.

—En su última obra vuelve a producirse una historia de azar. ¿Feliz con el resultado?

—¿Feliz? Nunca.

—¿Por qué no?

—No sentirse feliz forma parte de la naturaleza de este trabajo. Experimento un minuto de satisfacción cuando acabo un libro o cuando pienso que ha sido un buen día de trabajo. Después, me gana el desasosiego, pienso que he de leer más libros para hacerlo mejor en la próxima ocasión.

—La crítica que se publicó hace unos días en el Book Review de The New York Times concluía que ésta es su mejor novela...

—Lo sé. Sólo es la opinión de una persona. Y cada una tiene una opinión diferente.

—Sí, porque esta semana, James Wood arremete contra usted en The New Yorker.

—No he leído la reseña. No leo ninguna desde hace cuatro o cinco años, aunque también la conozco. Sé que me ataca. No tengo nada personal con él, pero siempre es así. Muchos amigos me preguntan cuál es el problema. Es un reaccionario. No quiero preocuparme. Siri (Husdvedt), mi mujer, que está de viaje, me llamó para contármelo. Dijo que era como si fueras por la calle y un desconocido te soltara un trompazo en la cara.

—Son giros, tan chocantes como los de su relato, donde juega con lo que es verdad o no...

—La verdad es una de las cosas más frágiles del mundo, no sabemos qué sucede realmente. Incluso nuestra propia memoria se destruye mientras trabaja nuestra experiencia. Y descubrimos más cosas conforme nos hacemos mayores. Si yo fallo, si me equivoco al recordar cosas, y es mi propia vida, ¡imagínate cómo son las consideraciones que hace la gente! Es fascinante. La memoria juega con nosotros.

—Y usted juega con el atractivo de las versiones que se niegan. Por ejemplo el personaje de Gwyn, que desmiente el relato de su hermano, Adam...

—Sí, dice que nunca sucedió. Ella tiene un argumento, es muy lúcida y resulta convincente.

—Pero Freeman, su alter ego dentro de la historia, certifica que todo lo otro que explica Adam es cierto...

—Es lo que Freeman concluye, nada más. Es un punto de vista, y de nuevo, ¿donde está la verdad? Este es el libro de lo invisible. Tal vez la verdad es invisible.

—Lo que sí se ve es su valentía para narrar un incesto.

—Es lo más apasionante del libro.

—Los críticos han puesto el acento en su erotismo...

—Nunca había ido tan lejos. Resulta difícil de escribir, es duro. He intentado hacerlo con el máximo de honestidad, sin usar metáforas, describiendo lo que sucede con un lenguaje directo.

—Dicen no sentir culpa...

—Porque no hieren a nadie y su acto no tiene consecuencias fuera de ellos. Están convencidos de que no es un crimen ni un pecado porque no trasciende. ¿No hay pecado si todo queda en el interior de uno? Reconozco que aquí hay un punto de discusión.

—Una de sus frases: «Miedo es lo que hace que nos atrevamos a tomar riesgos».

—Lo digo a la hora de escribir, en el sentido de que es difícil de explicar una relación incestuosa y lograr ser convincente.

—Difícil por eso del pecado...

—No quiero criminalizar. Hablo de lo que sucede en el interior de unas personas y no de cómo se las ve desde el exterior, que es donde se hacen los juicios y se culpabiliza. No quería expresar el sentimiento de que se hace un juicio. Es un momento intenso.

—Otra sentencia: «La guerra es una de las más puras expresiones del alma humana».

—Yo no lo creo. Es lo que piensa Born, uno de los personajes. Pero es innegable que es una cuestión de debate. A pesar de los años de civilización, seguimos matándonos los unos a los otros. Cada día alguien mata a alguien. Es un pensamiento horrible, en cuanto nos sentimos agredidos lo asociamos a matar al que nos agrede.

—La novela arranca en 1967, la guerra de Vietnam está presente, hoy es Afganistán...

—Estados Unidos siempre está envuelto en guerras, donde sea, en cualquier lugar del mundo. Irán, Iraq, ocho años terribles, Israel, Palestina, Oriente Medio, Ruanda... Es una verdad terrible.

—¿El conflicto afgano será el Vietnam de Obama?

—Espero que nos saque de allí, donde cada día perdemos gente, derrochamos mucho dinero, causamos dolor y aumentamos la animadversión hacia nosotros como nunca antes. Sin embargo, no sé si ahora puede sacarnos.

—Le gusta Obama...

—Su elección me alegró. El presidente es brillante, tiene talento y la derecha republicana se ha de reconstruir, está verdaderamente muy deprimida. Sin duda, es mucho mejor que el anterior.

—El terrible atentado del 2001 vuelve a salir en su libro, aunque sea sólo una pincelada.

—Si escribes sobre algo que sucede después del 2001, y eres americano y más en concreto neoyorquino, es imposible no pensar en lo que sucedió. Piensas cada día.

—También se refiere a la pesadilla de los neoyorquinos de que alguien, de repente, les salga con una pistola...

—Sí, es cierto, pero especialmente entonces, cuando se encuadra esta historia. Los 60 y 70 eran muy violentos, mucho más que ahora. La ciudad ahora es más segura. Esa imagen del libro explica lo peligrosa que era entonces la ciudad, con drogas por todos los lados, pistolas y navajas, amenazas, tiroteos. Todavía los hay pero no en el grado de entonces. Cuando yo era estudiante ibas por la calle mirando a tu alrededor.

—¿En Manhattan?

—Sí, en todos lados, pero sobre todo en Manhattan. En esa época nunca había puesto los pies en Brooklyn.

—¿Por qué eligió Brooklyn para vivir?

—Fue hace casi 30 años. Y fue sencillamente porque no podía vivir en Manhattan por una cuestión de dinero. Era más barato. Me trasladé en 1981 y jamás pensé que no me movería. Cuando vino mi mujer del medio oeste, en 1978, estaba en Manhattan, pero era caro, y se vino a Brooklyn. Hace unos años, el departamento nos quedó chico, nos teníamos que cambiar a uno más grande. Le dije si quería volver a Manhattan, ése era el momento. Pero no, nos quedamos en Brooklyn, sólo nos movimos una cuadra. Ahora hay muchos escritores jóvenes norteamericanos que viven en Brooklyn, al menos la mitad.

—¿Qué lo ha llevado escribir esta novela?

—He trabajado en ella seis o siete meses, cada día. Pero cada libro es diferente. Algunos los escribes en diez años, otros, en uno, todo depende.

—¿Los piensa y los madura durante mucho tiempo?

—No, por lo general, pienso algo y lo escribo. Pero por ejemplo, después de haber estado trabajando durante años en Brooklyn Follies, cuando por fin la terminé me quedé vacío, no sabía qué hacer. No tenía ideas.

—¿Y ahora?

—Ya tengo otro libro listo. Lo terminé hace dos meses y saldrá el próximo año. Finito.

—¿De que va?

—Ya se verá.

—Dice que está vacío. ¿No se refugiará en el cine? ¿Algún proyecto de película?

—No, no.

—Se había dicho que podía hacer algo con Almodóvar.

—Nada. Estuve con Pedro hace unos días, cuando vino por el Festival de Cine de Nueva York. Es un tipo muy inteligente, listo, controla todos sus proyectos y no ha querido irse a Hollywood como muchos directores europeos. Su última película, Los abrazos rotos, me ha encantado. Ya sé que en España la criticaron, pero a mí me gustó. Me gusta su historia, cómo la organiza, las referencias a otras películas, el ambiente. Y Penélope está fascinante.

—¿Cree que sus libros son cinematográficos?

—No, es una concepción errónea. Mis libros no son nada cinematográficos. Entre otras cuestiones, son muy descriptivos, tienen muy poco diálogo. Tal vez lo que ocurre es que la gente visualiza mis novelas.

—Aunque también, de pasada, en Invisible hace una referencia a la imposibilidad de olvidarse del béisbol...

—Y más en temporadas como esta, que ha sido terrible. Todos los jugadores de los Mets se lesionaban, todo el equipo ausente. ¡Pero estoy esperanzado con el próximo año, será diferente!

—¿Y los Yankees?

-En la Serie Mundial (las eliminatorias finales) quería que ganaran. Soy neoyorquino. Además tienen un jugador que me gusta mucho, Derek Jeter. En los momentos de presión, él sabe jugar cuando muchos fallan.

—¿Por qué los jugadores de béisbol siempre escupen?

—Será por los nervios...

Auster Básico Nueva Jersey, 1947.

Entre el decorado humano de Nueva York y la lectura profunda de Samuel Beckett y Franz Kafka, Paul Auster construyó una de las narrativas estadounidenses más sólidas de los últimos veinte años. Su obra persigue los pliegues misteriosos de lo cotidiano y anodino, clave resuelta en libros como Leviatán (1992), La música del azar (1990), La noche del oráculo (2004) y Brooklyn Follies (2006). Fue distinguido con la Orden de las Artes y Letras de Francia (1992) y el Premio Príncipe de Asturias (2006). [giecoleon]

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