Monday, April 12, 2010

La izquierda mezquina


Por Roldán Esteva-Grillet

Quien visitara en 2006 el Centro de Estudios Latinoamericanos «Rómulo Gallegos» (Celarg), en Altamira, no habría encontrado sino un triste busto del célebre novelista y expresidente venezolano arrinconado a una pared. Pero, si levantaba los ojos en el hall, vería una serie de gigantografías colgando, con los rostros de reconocidos literatos venezolanos defensores del régimen, entre los que se cuelan dos glorias pasadas de la izquierda: el filósofo Ludovico Silva y el poeta Víctor 'Chino' Valera Mora.

Si uno lee la revista del Ministerio de Cultura A plena voz, entre firmas notables de intelectuales adheridos al régimen como el escritor Luis Brito García o el antropólogo Esteban Emilio Mosonyi, reencuentra colaboraciones de ultratumba de glorias pasadas de la izquierda como Orlando Araujo o Carlos Contramaestre, cuando no un héroe accidental de esa misma izquierda como el guerrillero Argimiro Gabaldón. Hasta ahora no se han atrevido a usar imágenes o textos de otras glorias pasadas de la izquierda como José Ignacio Cabrujas o Luis Castro Leiva, quizá porque alcanzaron a verle las pezuñas al monstruo estalinista que se escondía tras el teniente coronel.

La afición a manipular muertos notables de la izquierda empezó con el cantautor coriano Alí Primera, a quien han convertido en animador de cuanto evento electoral acontezca; la voz se calla sólo para ser sustituida por la diana cuartelaria el día de votación. Y todas aquellas pasadas glorias de la izquierda que no se sometieron a los dicterios del populismo militarista bolivariano, como Manuel Caballero o Antonio Pasquali, se ridiculizan o ningunean, en caso de ser mencionadas. La pauta inicial la dio el propio Chávez cuando descalificó al caricaturista Pedro León Zapata, o al historiador Elías Pino Iturrieta; tampoco se ahorró descalificaciones contra el peruano Mario Vargas Llosa: ante una pregunta de un periodista sobre si acaso no sabía que era un famoso escritor, Chávez se limitó a desaconsejar su lectura.

Buena parte de la plana mayor de la intelectualidad orgánica actual disfrutó de cargos burocráticos (Conac, Ministerios, Embajadas, PDVSA) o en la empresa privada o de substanciosas becas u bolsas de trabajo durante la larga e inolvidable hegemonía de las «cúpulas-podridas-del-puntofijismo». Editó libros en Monte Ávila, expuso en museos nacionales, pudo hacer sus películas y hasta premios recibió. Pero ahora ven como una maldición el que muchos intelectuales -antes meritorios, hoy vendidos al imperio- defiendan los valores democráticos que nos permitieron convivir y producir sin necesidad de exhibir los respectivos carnets políticos; o reclamen un mínimo de tolerancia ya que no ecuanimidad, y al menos acepten el providencialismo carismático sostenido a punta de chequera petrolera, amenaza de «gas del bueno», vulgaridad y demagogia del teniente coronel.

Lo más vergonzoso es la ofuscación política que llega al extremo de sólo reconocer a los suyos: artistas y pensadores que antes recibían el aplauso general, ahora son denostados por resguardar su integridad y no participar en el festín. Basta ver cómo se conforman los jurados para otorgar premios nacionales o internacionales: siempre la cosa es entre ellos para escoger uno que no vaya a dar declaraciones inoportunas. Cuando el Ministro de la Cultura quiso congraciarse con su antiguo socio Oscar Tenreiro, otorgándole el Premio Nacional de Arquitectura, a la pregunta del periodista al hoy crítico del régimen si asistiría al acto de premiación, contestó el arquitecto: Yo voy, agarro mi premio y me cago en Farruco. Otro , en cmabio, el medico y cronista José León Tapia, autor de la biografía novelada de Maisanta (un bisabuelo forajido de Chávez), se excusó por razones de edad y salud. El miedo al qué dirán y la premiación endógena.

Otro aspecto de esta conducta perversa de parte de esta izquierda mezquina es que sólo reserva sus elogios para los suyos: es un Hernández d' Jesús desvanecido ante Stefanía Mosca (su propia esposa), o es Luis Brito García babeándose por Laura Antillano. Y el extremo, es Marciano, alias José Vicente Rangel, reclamándole a los miembros del grupo 2D (integrado por Marcel Granier, Enrique Otero Castillo, pero también por Heins Sontag, Antonio Pasquali o Colette Carriles, entre otros intelectuales) el que estén conmemorando con una misa a Miguel Otero Silva como si fuera uno de ellos, olvidando su condición de comunista defensor fervoroso de la revolución cubana y de furioso anticlerical.

Pensar que en 1997 el Consejo Nacional de la Cultura le organizó una exposición antológica e itinerante en el exterior al pintor Manuel Quintana Castillo, bajo la curaduría del “efímero” crítico Juan Carlos Palenzuela (lo de “efímero es creación exclusiva del director de la revista oficial Memorias de la Historia). Quién diría que al cabo de unos años, gracias a Chávez, el mismo pintor estaría aplaudiendo las trastadas y desmanes de Farruco en su Megatorta del arte venezolano II; y que otra revista oficial que no superó el tercer número, Diacrítica, descalificara, mezquinamente, la actividad curatorial y crítica de Palenzuela, sólo por disentir de las políticas culturales oficiales. No le alcanzó la intensa y productiva vida que llevó, para vivir lo que le sucedió a un colega, el curador Miguel Miguel, a quien se le vetó el ingreso al V Salón Pirelli en el Museo de Arte Contemporáneo como represalia por un artículo demoledor sobre la representación de Venezuela en la Bienal de Venecia. O algo peor, la amenaza de muerte por aporrea.con contra el escritor Israel Centeno a raíz de la publicación de una novela suya con el tema del complot. Como para recordar aquella nefasta anécdota nazi, del militar que se llevaba la mano a la pistola apenas oía la palabra cultura.

El ejemplo de los humoristas es el más patético. Antes todos vivían de criticar al gobierno o a los políticos; hoy unos -como Zapata, Rayma, Weil, Edo y otros- siguen criticando al gobierno de turno, aunque éste se crea eterno, y el resto se ocupa de burlarse de quienes critican al gobierno, es decir de medio país.

Antes había revistas culturales de iniciativa privada como Zona Franca, del poeta y ensayista Juan Liscano, donde todos escribían; compitiendo con revistas oficiales como Imagen, en su mejor época dirigida por el poeta, crítico y dibujante Juan Calzadilla, donde todos también escribían. En ambas se exigía calidad y pertinencia.

Hoy los intelectuales, si creen en la democracia, escriben en revistas independientes como El Puente, Siglo XXI (ya desaparecida) o periódicos de gran tirada como El Nacional, El Universal; en cambio, si se sienten revolucionarios, escriben en revistas oficiales como A plena voz, Todos adentro o periódicos filochavistas como Vea. En casi todos los medios de prensa privados caraqueños (tanto los ya mencionados, como Últimas Noticias, El Mundo, Quinto Día, La Razón) aceptan colaboradores contrarios a la línea editorial, algo que no sucede en la contraparte que se ufana de inclusionista.

Más bien, la principal editorial del Estado, Monte Ávila Editores –ahora fundida con la del Ministerio de la Cultura, El Perro y la Rana-, ha devuelto los derechos de autor a un Antonio Pasquali porque -a pesar de ser tan requeridos sus libros sobre comunicación-, no conviene seguir editándolo debido a su posición crítica al régimen. Y si uno revisa en las Librerías del Sur (antes indígenamente llamadas Kuaimare, con emblema de la diseñadora Waleska Belisario ), la presencia de libros de carácter ideológico de autores desconocidos es sorprendente, reservándose una colección nueva para los grandes ideólogos del régimen: Marta Haenecker, Ernst Dietrich, Mario Sanoja e Iraida Vargas.

Por lo menos la colección Biblioteca Ayacucho se ha mantenido fiel a sus pautas originales de publicar clásicos latinoamericanos, antiguos y modernos, con estudios de especialistas y cronologías. Aunque en 2000 cometió el pecadillo de iniciar una colección menor, Agua y Cauce, con la Antología poética del vicepresidente de la República, Isaías Rodríguez. El juicio ponderado pero valiente de un intelectual afecto entones al régimen, el poeta y ensayista Alfredo Chacón, me libra de emitir un juicio más fuerte. Así escribió el 29 de agosto en su artículo Ayacucho entre dos aguas:

¿A qué justificación se pudo recurrir, entonces, para editar en una colección de la Biblioteca Ayacucho la antología de un poeta a quien nadie conoce como tal, pero a quien todo el mundo conoce como el segundo hombre en la jerarquía del Estado y el Gobierno? El más elemental sentido de la corrección le hubiera recomendado al poeta empezar por confrontarse con los lectores a través de los recursos editoriales que para eso existen, y al Vicepresidente, declinar la invitación a publicar bajo el sello de la Biblioteca Ayacucho.

La desvergüenza ha sido paleada por la no inclusión del despreciable libro en el catálogo oficial de la Biblioteca. Pero el colmo del exabrupto y la petulancia ha sido la actuación de otro intelectual del régimen, Francisco Sesto Novas, quien, siendo Ministro de Cultura, se hizo publicar en 2006 una compilación de sus garabatos más diez poemitas (Con la cabeza en otro parte) en un volumen de quinientas páginas bajo el sello del Perro y la Rana, editorial del propio ministerio; no contento con ello convirtió su novelín La clase, en un guión para ser filmado en la Villla del Cine y ambientado en el Carachazo, que en 2008 pasó fugaz por nuestras pantallas cual bodrio tardío del realismo socialista.

Confiemos, como dijo una vez el artista Carlos Cruz Diez, que esta idiotez sea sólo pasajera y el país recupere la capacidad de distinguir entre posturas políticas y valores artísticos (artes plásticas, cine, música, literatura, teatro) y, sobre todo, se revalorice la tolerancia que permite ver en el otro un disidente y no un traidor. No nos consolemos con que todavía sólo es desprecio, pues puede pasar a mayores y ya será tarde.

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