Saturday, April 17, 2010

Los Neoconfederados


Tomado de CubaDebate

Tras la votación del domingo 21 de marzo, en la que por apenas siete votos el Congreso aprobó el proyecto de reforma sanitaria del presidente Obama, la política norteamericana ha entrado en un espiral de pasiones encontradas, cuyo fin es impredecible. Cualquier observador, no necesariamente imaginativo, sentirá en el aire ese presentimiento colectivo de que tras la agudización de las contradicciones entre las dos naciones que se disputan el control del país, podría hallarse el germen de una lucha aún mayor, inesperada, indeseable. No es exagerado afirmar que en la atmósfera se sienten las vibraciones que anteceden a otras conmociones más directas, más enconadas, quizás más violentas.

Precisamente cuando el país conservador y ultramontano se enfrenta al país liberal, hallo reminiscencias de aquellos días que fueron antesala de la Guerra Civil. Lo encendido de los ánimos y le escalada en la retórica revanchista de la oposición neoconservadora, paleoconservadora y teoconservadora así lo demuestra. Y a la par que aumenta la sensación de que se acercan días de prueba, y que la situación podría escalar hasta salirse de control, actúa como telón de fondo una crisis galopante e interminable, un desempleo que toca ya las puertas de la pequeña burguesía de los suburbios, y se agiganta la incertidumbre ante las perspectivas de un futuro pauperizado.

Y he aquí que la derecha rabiosa revisa su arsenal y bruñe con gesto torvo y demorado las carabinas y sables de sus abuelos Confederados, desempolva los uniformes grises de la Secesión y cuelga de nuevo en la pared los retratos de Jefferson Davis y el general Lee. He aquí que de la noche de los tiempos regresan conceptos y propuestas que se creían sepultados para siempre bajo las ruinas de la Historia y el progreso. He aquí que toman por asalto las tribunas y claman desde la radio, los blogs, la prensa plana, la televisión y las redes sociales esos logreros de siempre, los incendiarios fervientes, los rabiosos febriles, los arrebatados que pronostican hecatombes, alertan de peligros tremebundos y proponen remedios apocalípticos a nombre de “los valores de América”, “el proyecto traicionado de los Padres Fundadores” o la
“salvación de la Cristiandad”.

Leer, después del domingo 21 de marzo a los editorialistas de “Townhall.com”, brazo armado vociferante de la correcta y atildada Heritage Foundation, es como comprar boletos para un escalofriante recorrido por el Parque Jurásico de la política norteamericana; es como volver, no ya a los tiempos anteriores a Marx y Freud, sino también de Darwin. En virulencia, compiten con los traga-fuegos radiales al estilo de Seann Hannity, Rush Limbaugh y Newt Gingricht. Solo los superan esos seráficos cruzados sureños del movimiento Neoconfederado, agrupados en organizaciones-fósiles como el Council of Conservatives Citizens(CCC) , cuyos enviados regalaron una bandera confederada al cuasi-fascista Jean Marie Le Pen, del Frente Nacional de Francia, o la League of South, del New Dixie Manifesto y la exaltación de una fantasmal herencia anglo-celta que dicen defender en medio de un «diabólico imperio multicultural», viviendo en un país «salvaje y anti-cristiano», como ha tildado a su propia patria Thomas Flemming, uno de sus ideólogos.

Los gurúes del neoconservatismo agrupados en “Town Hall.com, no repuesto aún de la derrota del domingo, enseguida abrieron fuego de contención. Para ello, siguiendo la tradición neo que encarnó en el gobierno de George W. Bush, no se reparó en daños colaterales. David Limbaugh se preguntaba, al día siguiente, si “… estábamos en presencia del principio del fin o de una dramática oportunidad para propiciar el renacimiento de la nación”. Para Thomas Sowell, uno de los tantos voceros de minorías raciales, en este caso afroamericana, que con delectación ha cultivado el neoconservatismo en sus verdes invernaderos, se traba del anuncio de que estaba cerca un «punto de no retorno en la historia de los Estados Unidos», y que la última oportunidad ante el pueblo norteamericano para frenar lo que llamó «el desmantelamiento de la nación a manos del gobierno actual», se ubicaba en las elecciones de medio término, del próximo noviembre.

Dos días después, una sibilina Carol Platt Liebau, escribía en el blog de Townhall.com que las denuncias hechas por demócratas, amenazados con violencia, una vez llevada a cabo la votación del domingo, se debía a la «justificada ira de los americanos por los dictados de un gobierno burocrático”, y que si bien, el uso de la fuerza no era la solución, «entendía (y compartía entre líneas) la opinión de muchos lectores conservadores que le recordaban que la Guerra Revolucionaria (de independencia) fue necesaria…» No en vano esa Barbie de la reacción que es Sarah Palin, principal animadora del Tea Party Movement contra Obama, había proclamado, apenas un mes antes en la Convención de Nashville , ” que lo que el país necesitaba era una revolución”, conservadora, por supuesto.

Pero el más claro de todos fue Dennis Praguer, al reconocer que “esto es ya la Guerra Civil” antes de responder a la pregunta de, en lo adelante, qué hacer. “Lo ocurrido es terrible-argumentaba-. El país ha dado un paso peligroso en una dirección diametralmente opuesta a su sueño original de tener un gobierno pequeño e individuos libres. Experimentamos una crisis de valores sin precedente. La gente no entiende que luchamos contra la izquierda, no contra los liberales, y la izquierda no cree ni en el excepcionalismo de la nación, ni en la creación de riquezas… Hay que luchar sin tregua para lograr la revocación de esta ley. Hay que reconocer, de una vez, que nos hallamos en medio de una Guerra Civil no violenta, gracias a Dios, pero lo cierto es que la izquierda no comparte los valores del resto del país. Ambos son irreconciliables. Si la izquierda vence, pierden los valores norteamericanos. Por primera vez en mi vida-concluyó- tengo dudas de si el sistema americano podrá prevalecer. Y si no luchamos por ello, lo lamentaremos.”

Apenas once días antes de la votación del domingo pasado, en un anuncio de Townhall. Spotlight se era aún más claro, si cabe. «Un patriota millonario te quiere armado y entrenado».- se anunciaba, sin especificar para qué. Ni falta que hacía. «Este patriota, el Dr Ignatius Piazza, pagará de su peculio la diferencia del costo si adquieres un arma y entrenas tiro, durante cinco días-se anunciaba-. Cada solicitante sólo deberá pagar un dólar… Ya se han repartido 4500 armas…»

¿Sorprende que quien sepa escuchar ya distinga en el aire las belicosas notas del himno confederado, aquel de God Save the South, o los gritos de Deo Vindice con que las tropas rebeldes tomaron por asalto Fort Sumter, en Carolina del Sur, enarbolando la bandera de la cruz sureña?

Pero los atizadores del odio de hoy olvidan que aquella contienda, casi inocente y rudimentaria, se selló tras cobrar la vida de más de un millón de ciudadanos, el 3% de la población de entonces. Y también olvidan aquellas proféticas palabras de Lincoln, él mismo devorado por aquella conflagración fraticida, pronunciadas tres años antes de aquel 12 de abril de 1861, cuando se rompieron las hostilidades. «Un hogar dividió contra sí mismo, no puede sostenerse en pie… No creo que este gobierno pueda fortalecerse, siendo mitad libre y mitad esclavo… No espero que el hogar se venga abajo, pero sí que cese la división».

Pero estos neoconfederados renacidos son capaces de todo, con tal de saciar sus instintos de venganza y odio contra la otra mitad del país que osó castigar en las urnas a los neoconservadores y elegir a Obama. Son capaces, incluso, de derribar con sus propias manos el hogar común e incendiar el hogar de todos los demás seres del planeta.

¡Pobre Honesto Abe! ¡Pobre Lincoln!

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