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Más dañina la coca-cola que la cocaína
Por Jorge Zepeda Patterson
¿Qué es peor, la coca-cola o la cocaína? Podría parecer una comparación absurda. Si de adicciones se trata, todos preferiríamos tener un pariente cocacolero y no un cocainómano. El primero se daña solamente el sistema digestivo y los dientes, al segundo se le funde el cerebro. En algunos casos es una gran pérdida.
Pero cuando hablamos de salud pública, la coca-cola terminaría siendo una substancia mucho más dañina. La estadística no engaña. La manera en que esta bebida ha penetrado en los hábitos de consumo de millones de mexicanos tiene un carácter poco menos que epidémico.
En muchos pueblos y barrios del País es el líquido más socorrido que utiliza la gente para quitarse la sed. México rebasó hace poco tiempo a Estados Unidos como el país con mayor proporción de habitantes con sobrepeso, lo cual no deja de ser paradójico si consideramos que todavía no dejamos atrás rezagos importantes en materia de hambre y desnutrición.
No toda la culpa la tiene el refresco de cola, por supuesto, pero es el principal aditivo que los mexicanos usan para libar el resto de la comida chatarra. Según datos proporcionados el pasado abril por la propia compañía, con sede en Atlanta, México no sólo es el país que con mayores índoles de consumo de coca-cola, es también un líder absolutamente desproporcionado a escala mundial.
El año pasado tomamos 745 botellas per cápita (de 355 mililitros); es decir, alrededor de dos cocas diarias por persona. El país que sigue, Chile, consume “apenas” 486 botellas anuales por cabeza, es decir 56 por ciento menos que el primer lugar.
No es que quiera echarle a la coca-cola la culpa de todos los males nacionales -derrotas de la selección incluidas-, pero tendríamos que comenzar a reflexionar sobre los efectos que produce a largo plazo un consumo de azúcar y de cafeína de tal magnitud en el conjunto de la población.
Consideremos que si ese es el promedio, eso significa que millones de mexicanos consumen entre tres y cuatro refrescos de cola por día, y cada día de sus vidas. Supongo que un pueblo “encocalocado” no es el mejor caldo de cultivo para generar atletas de alto rendimiento.
A razón de 12 cucharadas de endulzante por botella, es cuestión de asumir lo que medio tarro de azúcar diaria producen en el cuerpo. No es casual que México sea uno de los países con mayor índice de enfermos de diabetes: se estima que 10 millones de mexicanos la padecen, un sexto de la población adulta.
Después de las enfermedades del corazón, y a veces superándola, la diabetes es la segunda causa de mortalidad en el País (datos publicados en The Economist). La diabetes mata 70 mil mexicanos anualmente; el crimen organizado necesitó de siete años para alcanzar la misma cifra. Lo cual nos regresa de nuevo a la comparación entre cocaína y coca-cola.
El común denominador, además de que ambos son productos nocivos para la sociedad, es que las dos apelan a las responsabilidades del Estado en materia de salud pública.
La reforma fiscal intenta tasar el consumo de los refrescos a razón de un peso por litro. Como sabemos, la industria refresquera ha puesto el grito en el cielo y asegura que se perderán 10 mil empleos por la probable disminución de la demanda.
También perderán una proporción de las enormes ganancias con las que han operado en esta mina de oro que es la garganta insaciable de los mexicanos. Me parece que es un lamento exagerado y una cifra desproporcionada. Pero incluso si así fuera, es un costo social menor que continuar en la situación en la que estamos.
El año pasado el consumo aumentó 2 por ciento con respecto a 2011, una tendencia ascendente que parece interminable. La obesidad infantil es aún más preocupante que el de la población adulta.
Por negligencia o ignorancia, las familias están en su derecho de comer hasta matarse, si así lo desean, pero el gobierno tiene una responsabilidad social para con las futuras generaciones.
En otro lugar expresé mis reservas sobre el contenido de la iniciativa de reforma fiscal que se encuentra en revisión en el poder legislativo. Sin embargo, creo que el tema de la comida chatarra y los refrescos es urgente y debe ser tratado como una tragedia en términos de salud pública.
No es un mal camino introducir un desincentivo al consumo de algo tan perjudicial. Pero sería lamentable que la política oficial al respecto se quede simplemente en una medida impositiva.
Es deseable que los recursos adicionales obtenidos por este impuesto sean, en efecto, canalizados a promover una cultura dietética que ataque al problema de raíz: los malos hábitos alimenticios de la gran mayoría de los mexicanos.
¿Y la cocaína? Ese también es otro tema sobre el cual el Estado tendría que cambiar sus política públicas. Pero, como el cartón de Boligan lo ilustra muy bien, mucho más urgente es comenzar por el de la coca embotellada. ¿No cree usted?
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