Por CARLOS LOPEZ DZUR
ORANGE COUNTY: Los «mete-miedos», emisarios políticos del Apocalipsis, el Determinismo y el Choque cultural de Oriente y Occidente, es decir, los conservadores estadounidenses tienen otro nuevo portavoz, entretenido con perguntas retóricas: el columnista Mark Steyn, autor del libro America Alone: The End of the World As We Know It [América Sola: El Final del Mundo Como lo Conocemos], que pronostica que, por fuerza, mucho del mundo occidental no sobrevivirá el siglo XXI, cosa que sucederá y atestiguaremos. Steyn nos advierte de la desaparición de muchos de los países europeos. Asocia la idea al colapso demográfico de Europa y la inmigración masiva de árabes («Muslim immigration»), con el peligro de convertir a las naciones europeas en mayoritariamente islámicas para mediados de este siglo. La consecuencia de este proceso es que, con el control islámico y anti-estadounidense en ese Viejo Mundo, Norteamérica (USA) puede verse muy pronto enfrentando, sin ayuda de nadie a los Enemigos de la Civilización («it may soon force America to confront the enemies of civilization without help from anyone else»).
Steyn, en sus recuentos de caos en el Viejo Mundo (según él, ninguno ocasionado por las políticas estadoundenses) discute que civilizaciones avanzadas, como Japón y Rusia, están padeciendo su suicidio colectivo. El suicidio multicultural europeo es el botín que esperan darse a sí los jihadistas. «The Continent is ripe for the taking in a way that America isn't yet». No obstante, la esperanza de Steyn y los conservadores es que los EE.UU. lo evitará mediante un Nuevo Orden en Europa ya quer el mundo depende de cuanto los EE.UU. haga para dar reconfigurar ese emergente panorama global. Si los estadounidenses desaprovechan el momento, el planeta puede pasar a un estado primitivo. Devendremos en una nueva Edad de las Tinieblas.
Al parecer, lo que más asusta a Steyn y a los acólitos al catastrafismo conservador es que entonces, en la que será la fase post-Americana del poder en Europa y el mundo «the United States will not have the influence it has enjoyed in recent decades». Fareed Zakaria, editor de Newsweek International, lo avizora como un buen vaticinio: Estados Unidos no gozará de la influencia (porque nunca ha sido confianza) que había gozado antes. Tal es la desconfianza que el 45% de los islámicos en Gran Bretaña creen que los EE.UU e Israel fueron los que planearon los Ataques del 9/11.
Los estadounidenses reconocen que mucha de la culpa que se origina alrededor de las tensas relaciones entre el Oriente islámico y Occidente recae en el gobierno estadounidense y, particularmente, la Administración Bush. En Los Angeles Times, el columnista especializado en Seguridad Nacional, Fred Kaplan ha escrito que los acólitos del Presidente Bush son los que «han acelerado la decadencia de la influencia estadounidense... Por medio centuria, los EE.UU. habían sido una superpotencia. Ahora somos unos ejecutivos gerenciales de mediano nivel».
Ciertamente, hubo un tiempo, después del fin de la Segunda Guerra Mundial, en que en una reunión con los dirigentes de muchos países, se acordó el llamado Acuerdo de Bretton Woods. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional se dispusieron a la Reconstrucción de Europa, destruída durante la guerra, y se alcanzó cierto ézito, aunque el trato dado por el BM y el FMI a países pobres y en estado colonial, o neocolonial en el Africa, Asia y América, fue cuestionable. No obstante, los EE.UU. logró su propósito de verse juzgado «como una panacea contra la opresión». Sin embargo, los años subsiguientes transformaron la visión. Cuatro peligrosos conservadores, imperialistas y corporócratas, cambiaron los papeles, rediseñaron las políticas positivas, trocándolas por maquiabelismo y, el resultado, ha sido un gran daño a la confianza del mundo a los EE.UU.. Con el manejo político-económico de Bush, sólo se ha llegado al punto crítico.
El nuevo sistema del desastre es lo que se llama globalización, o la «integración de todas las economías nacionales del mundo en un sólo sistema de mercado global, libre, pero no equitativo», como explica Jim Garrison, presidente del foro State of the World. Los cuatro hombres peligrosos al que me refieron como padres de este engendro, a cuyo «magnetismo ineluctable», «imperio por derecho propio» [Jim Garrison] no han podido resistir la mayoría de los países del mundo, son: el expresidente George H. W. Bush, Gaspar Weinberger, Richard Cheney y Robert McNamara.
Los gestores de este sistema global, no equitativo, son los objetivos del odio encarnizado de los conservadores que demonizan la misma palabra «liberal». Liberal viene a significar a todos los estadounidenses o extranjeros que entienden los excesos cometidos por la política extranjera de los EE.UU. y Europa contra otras naciones, incluyendo las estructuras de dependencia injusta y el terrorismo de estado que los globalistas conservadores patrocinan. Lo que sucede es que en la misma Norteamérica se le ha ido perdiendo el miedo a los clichés y los estereotipos.
En primer lugar, en ese marco teórico vicioso desde el cual hablan los Steyn de la corporocracia, condenar el imperialismo es malo. No que no entiendan lo que es imperialismo; el asunto es que lo defienden sabiendo que arrastra consigo explotación y violencia. Defienden para el país es el Estado oligáquico; pero, se afan en destruir en el mundo los Estados nacionales soberanos y, en particular, cuando sus valores e ideales autóctonos no son proclives al estilo de vida occidental. El papel intervencionista que los EE.UU. se asigna entra en choque con otras culturas. Este es un país obseso con el choque de civilizaciones. Tiene un orgullo comprensible en sus valores occidentales; pero ésto no significa que haya sido siempre un país democrático y plural, como tampoco lo han sido otras naciones occidentales, con los mismos valores e ideologías.
Este embeleco, formulado teóricamente en 1993, por Samuel Huntington, fue una desorganizada práctica entre grupillos voceada por los decenios de 1850 contra italianos, judíos, chinos, negros y eslavos, entre otras etnias, en el Sur de la nación y que, en su forma de nativismo, fue un campo de batalla interno para expresar lo que Huntington en su libro de 1996 y su artículo en Foreign Affaires aplica a las relaciones internacionales con el mundo fuera de los EE.UU,. El profesor de Historia Universal de la Universidad de Harvard es un eco tardío de Oscar Splengler, el primero de acuñar el término «choque de civilizaciones». En este caso, la novedad de Huntington es que ya da por sentado que los pueblos, en tanto Estado-nación, han perdido una capacidad protagónica que salga de su base humana, individual y democrática. Lo verdaderamente actuante son los rasgos de su civilización, los valores sociales en cuanto cimientos de actividades económicas, poder y aptitudes de resistencia / sobrevivencia. Los valores humanos han de ser secundarios cuando llegue la hora de ser Lobos contra Lobos. O Todos contra Todos.
La civilización implica unas estructuras culturales más o menos herméticas e impermeables, sin embargo, aunque los valores occidentales parezcan mucho más fácilmente transmisibles que los de los países asiáticos y árabes no se deben plantear en términos de choque, sino de una diversidad natural. Pese a sus etpas anómalas de gobierno y condiciones fuera del control de la gente, en cuanto individuos, en la mayor parte de los países la población prefiere coexistir amigablemente. Su percepción de lo que sea su civilización queda a un lado. El valor humano de su hospitalidad, su curiosidad y necesidad de interacción, es preeminente. Sólo una obsesión con la doctrina hobbeana de la criatura humana como el «lobo del otro» hace que ésto parezca distinto. Son las ideologías extremas y las coacciones militares las que ponen al hombre en la frontera del conflicto y el choque.
No es la criatura humana la que se yergue, sin más ni más, como adversaria de otra. Es el estímulo social lo que le quita confraternidad. En las culturas agrarias, el afán esclavista se puede convertir en la rémora que determine un desprecio a la Revolución Industral, máxime si la revolución industrial y comercial se aboca al favorecimiento de banqueros, industriales y comerciantes, que menospreciarán al agricultor, así como el hacendado esclavista será juzgado por el campesino explotado. El capitalismo del siglo XIX se transformó en el imperialismo del siglo XX y ésto deja una impronta de resistencia en las culturas populares. Las cliques de poder son siempre una minoría. Mucha de la resistencia a la asimilación y colaboración por parte de los, no cristianos ni europeos, sobre las que Huntington especula los signos de enemistad, se comportan de esa manera por una comprensión de la fuerza que los anula y excluye. El imperialismo, es decir, la «política de expansión colonial y territorial que tiende a absorber todas las tierras que pueden servir, bien para aumentar el prestigio [político de una nación, bien para reforzar su poder militar, bien para ofrecerle campo para su exceso de poblacin o bien para proporcionarle mercados privilegiados para su comercio y fuentes abastecedoras de materias primas» [C. González Blackaller].
Huntington esboza las áreas regionales y culturales de conflicto. Destaca el hecho que él no admite ni asume que los latinoamericanos y los antiguos pobladores de la ex-Unión Soviética deban ser llamados miembros de la civilización cristiana occidental. Para él, no está claro y se dilucidará en el futur. La Cristiandad Occidental es Norteamérica y sus aliados en Europa. El resto del mundo son civilizaciones que el categoriza como mundo musulmán, el pueblo judío, civilización hindú, La civilización sínica de China, Vietnam, Singapur y Taiwán. Los africanos, japones, áreas budistas del Norte de India (Nepal, Tibet, Camboya, Tailandia y Laos) como los latinoamericanos y los rusos son otro cuento. Más entiéndase, nos dice: No son parte de la civilización occidental. A esos pueblos y civilizaciones menores, concuerdan Huntington y Steyn, son los que Estados Unidos y las potencias de Europa, únicas verdaderamente cristianas y focos de progreso y democracia, deben civilizar.
¿Quién está llamada a ganar, a la postre, en el conflicto o batalla del futuro. Huntington contesta: «Los estados-nación seguirán siendo los actores más poderosos del panorama internacional, pero los principales conflictos de la política global ocurrirán entre naciones y grupos de naciones pertenecientes a diferentes civilizaciones. El choque de civilizaciones dominará la política global. Las fallas entre las civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro». Por supuesto, es la Civilización Cristiana Occidental la que no tiene fallas. Las civilizaciones islámica y sínica son rivales de la occidental. La civilización ortodoxa (Rusia y Europa Oriental), la hindú y Japón son civilizaciones oscilantes (swing civilizations). Rusia y la India continuarán cooperando estrechamente en tanto que China y Pakistán continuarán oponiéndose a la India. Observa una peligrosa conexión islámica con los países que adoran a Confucio, eg., la colaboración de China con Irán, Pakistán y otros países para aumentar su influencia internacional.
Norteamérica se está quedando sola, aislada, en la tarea de predicar el imperialismo y el odium theologicum de la Cristiandad Occidental. Escritores como Huntington y Steyn ya no hallan cómo inventar más rivales e intensificar los tonos de esta soledad del poder. Hasta el latinoamericano, tradicionalmente católico, comienza a referirse como enemigo. ¿Cómo es posible que hasta en Europa misma los EE.UU. se quede sin amigos y tenga que observar a los gobiernos, comportándose como Estados Benefactores para los inmigrantes islámicos?
Pues, de hecho, entre los hallazgos que Steyn expone para pintar su novelita periodística de arte macabro se encuentran los siguientes:
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Bibliografía
Mark Steyn, America Alone: The End of the World As We Know It.
C. González Blackaller, Síntesis de Historia Universal {1971, México], p. 335
Edward Said, The Myth of the Clash of Civilizations.
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