Desde el inicio mismo de la Guerra de Iraq en 2002, Barack H. Obama se opuso. En un país que requiere cambios fundamentales, este nominado a la Presidencia es el más valiente en ofrecerlos: el más dispuesto a trabajar por una reforma migratoria, que es prioridad del electorado hispánico. (Foto: Annie Leibovitz)
Por CARLOS LOPEZ DZUR
ORANGE COUNTY: Al fin, Hillary Rodman Clinton concedió lo que la mayoría de sus partidarios esperaban: un llamado a sus 18 millones de simpatizantes a cerrar filas con Obama y un apoyo incondicional a él. Hillary se expresó con estas palabras: «I have seen his strength and determination and his grace and his grit. In his own life, Barack Obama has lived the American dream» / He visto su fortaleza y determinación su gracia y su grit. En su vida, Barack Obama ha vivido el Sueño Americano». Algunas «hillaristas» del bloque feminista de Clinton darán su apoyo con reticencia, como se ha visto en entrevistas por la televisión, porque lo consideran un «soñador inocente» al que lo molería fácilmente la maquinaria republicana. Steve Chapman, comentarista y miembro de la Junta Editorial del Chicago Tribune, nos recuerda que Obama es el hombre de los muchos epítetos y etiquetas y en «Obama and his labels» nos recuerda algunas que le endilgan: «una amenaza», «el senador más liberal» de la nación, o al menos el décimo entre los diez congresistas más liberales (National Journal). En la despectiva lista se incluyen a Ted Kennedy, John Kerry, Chuck Schumer, Barbara Boxer, Russ Feingold y Bernie Sanders.
Al joven B. H. Obama, algunos afroamericanos lo han juzgado como «demasiado blanco» para sus gustos etnocentristas; otros, los republicanos se entretienen llamándolo un odioso izquierdista («an America-hating left-winger bent on socialism and surrender»), «a sleazy Chicago pol», «criado obediente del status quo» y el Establecimiento, tomando las órdenes de avariciosas corporaciones, tal como haría «an obedient steward». No importa quien haga la lista, o ponga estos calificativos, eso es parte de una actitud muy simplificadora, estereotipante y la afición tan norteamericana de solucionarlo todo con slogans o jingles, artificios retóricos. En una nación donde a las elecciones se las proyecta como un espectáculo más característico de la sentimentalería y la imagen que de la sustancia, más apto para que se ofrezcan las habilidades de prefabricación de imágenes y artesanías demagógicas, Obama corre el riesgo de ser demasiado auténtico.
Aquí expondré por qué apela al electorado latino.
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Bibliografía
Steve Chapman, «Obama and his label». Chicago Tribune. June 8, 2008
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