Sunday, May 23, 2010

Conociendo a nuestros detractores


Por Arturo Cardona Mattei / Escritor y poeta puertorriqueño

Desde la invasión norteamericana por las playas de Guánica en 1898, Puerto Rico ha sido sometido a insultos y agravios por parte de ciudadanos norteamericanos. Muchos son los que han desprestigiado y han difamado y han engañado al pueblo puertorriqueño. El general Nelson A. Miles, el comandante de las fuerzas militares invasoras, desembarcó con muchas promesas de libertad y progreso que aún siguen flotando por los aires coloniales de nuestra isla. Esa espera ya lleva 112 años. Y Puerto Rico sigue pataleando, vociferando y mendigando lo que aquel general prometió. Toneladas de saliva han naufragado entre San Juan y Washington.

Así ha ido pasando el tiempo. Otros muchos trogloditas del mundo anglosajón han disfrutado de su día de fiesta haciendo comentarios insultantes sobre los puertorriqueños. Ellos se autoproclaman Amos y nosotros ponemos nuestras espaldas para que pisen sobre ellas. Es la combinación perfecta salida de un largo proceso colonial. Y como Puerto Rico se ha convertido en un pordiosero consuetudinario nos creemos que vivimos en una jaula de oro. Increíble, pero hemos convertido el pedir en un derecho. Cuanta cosa apetece nuestra alma de pueblo, allí están los americanos para satisfacer nuestras orgías estomacales y de bolsillos. Comida y dinero es el credo que amansa a este pueblo desde hace largos años.

Veamos algunos ejemplos insultantes y fastidiosos que hemos soportado como pueblo dócil que no encuentra su sitial entre los pueblos del orbe. Nuestra brújula de pueblo solo se enfoca en una dirección: Washington, D.C. Como que no hay otros pueblos más allá del río Potomac. Como colonia explotada hemos puesto todos los huevos en una sola canasta. Así seguimos atrapados por las artimañas de un destino que no se consuela de nosotros.

El senador republicano Jim Bunning se expresó de la siguiente manera frente a los tres líderes máximo de nuestra vida política mientras se discutía el actual proyecto de plebiscito. «Donde quiera que se junten tres puertorriqueños se forma una discusión». Esto lo dijo de forma claramente peyorativa. Dando a entender que Puerto Rico no tiene ninguna importancia para él como senador. De este minusvalido intelectual no se puede esperar nada bueno para nuestra isla.

La congresista republicana por el estado de Florida, Ginny Brown, llamó a los puertorriqueños ciudadanos extranjeros en una discusión sobre el estímulo económico en 2008. Aquello hirió a los anexionistas del patio en lo más profundo de su villano ideal. Algunos hasta hablaron de devolver la tan amada ciudadanía, que nos fue impuesta en el año 1917. Estos puertorriqueños de espíritu encorvado y corazón dividido no salían de su estado de estupor. Sus funciones intelectuales se fueron atrás en el tiempo por muchos años. ¡Se quedaron pasmados! Una rigidez y tensión convulsiva llegó hasta sus músculos faciales. Se veían americanos feos. Aquel golpe les causó un enfriamiento ideológico. Pero nada, siguen rascándole las espaldas a sus amos. Sin honor patrio no hay agravios.

El senador republicano James Inhofe, en un discurso de corte militar, dijo así: «que la discusión sobre Vieques debía centrarse en la preparación militar, no en salud ni ambiente». Este pichón de dinosaurio es capaz de pulverizar la humanidad viequense con el solo propósito de disponer de esa bella geografía para juegos militares. Este personaje político es todo un guerrero del Senado de los Estados Unidos. Por encima de esos discursos tan brutales el pueblo de Vieques izó la bandera de la dignidad y logró escapar de los abusos militares que allí se cometieron por más de sesenta años. La marina se llevó sus barcos, aviones y cañones, pero dejó una infame contaminación que durará por muchos años.

Finalmente, llegamos al recuerdo de cuando Madonna trajo su concierto a Puerto Rico. Se llevó los chavos de sus fanáticos puertorriqueños y se burló de nuestro pueblo cuando, en un gesto de perversion artístico, agarró la bandera monoestrellada y se la frotó por entre sus partes más impúdicas. Con ese menosprecio tan vulgar le puso punto final a sus conciertos en Puerto Rico.

En nuestra hibridez cultural, política y económica esos episodios contra nuestra vida de pueblo no parecen tener mucho significado. El pueblo se alborota y patalea momentaneamente para luego olvidar indefinidamente. Reclamamos, pero no exigimos. Ladramos, pero no mordemos. Alguna que otra vez tenemos nuestros mugidos, pero no embestimos. Nuestra cautela se pierde en el miedo.

Nuestra larga cadena colonial como que nos a puesto a jugar el papel de extranjeros en nuestra propia tierra. Somos pisoteados y nos reímos de nuestros propios dolores. Tampoco podemos articular una contestación contundente para que se nos limpie de tanta humillación. ¿Cómo es posible que nuestros detractores queden impunes?

El Josco y el toro americano siguen frente a frente en una lucha campal. El Josco «no nació pa’ yugo».

Caguas, Puerto Rico

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