Por Arturo Cardona Mattei / Escritor y poeta puertorriqueño
Don José Trías Monge, tal vez el jurista más preclaro que ha dado Puerto Rico, escribió un libro que lo tituló Puerto Rico: Las Penas de la Colonia Más Antigua del Mundo. Este es un extenso relato histórico sobre nuestra vida política desde que los norteamericanos invadieron nuestras playas, allá para el año 1898. En otras palabras, ese maridaje político ya cuenta con la friolera de 112 años. Tiempo demasiado largo para someter a un pueblo a una vida política de coloniaje. Puerto Rico parece haber sido escogido por los dioses guerreros de este mundo para que fuera una colonia por toda la eternidad. Pero los pueblos siempre se resienten y luchan bravamente por mejorar sus vidas. Puerto Rico ha pataleado más que lo que ha luchado. Hemos convertido el pataleo político en un arte. Y de ese arte viven muchos.
Vayamos al archivo de nuestra historia. El 19 de noviembre de 1493, Cristobal Colón se convierte en el primer europeo que desembarca en Puerto Rico. El Gran Almirante llegó con un propósito en mente, y para ello trajo su larga espada, su pesada cruz y su maldito carimbo. Ese mismo día comenzaron los latidos coloniales de nuestra isla.
En el 1587, el Tesoro de México envía su primer situado, una suma anual de ayuda a Puerto Rico. Ese mismo día comenzó la vagancia y la dependencia. Empezamos a mirar allende los mares para resolver nuestros problemas económicos.
En el 1810, da comienzo las guerras de independencia de las colonias españolas continentales en el Nuevo Mundo.
En el 1824, se otorga nuevamente al Gobernador poder absoluto sobre Puerto Rico.
En el 1868, un grupo de puertorriqueños se subleva en Lares y proclama la República. La insurrección es sofocada.
El 25 de abril de 1898, Estados Unidos declara la guerra a España. Tres meses más tarde, el 25 de julio las tropas estadounidenses invaden Puerto Rico. Y el 2 de marzo de 1917, los puertorriqueños se convierten en ciudadanos estadounidenses. El 25 de julio de 1952, se establece el Estado Libre Asociado de Puerto Rico bajo su propia constitución.
Este corto catálogo de eventos históricos son muy importantes para ser recordados y entender mejor nuestra vida eterna de coloniaje. Poco a poco los acontecimientos fueron amoldando al puertorriqueño para que se sintiera un ser inferior y para que siempre estuviera clamando por ayuda y socorro. Así ha sido nuestra vida de pueblo por unos 517 años de coloniaje. Primero bajo España, y luego bajo el poder del Tío Sam.
Al día de hoy seguimos con el pataleo para ver de qué forma y manera podemos dejar atrás esa cadena tan larga y pesada. El pasado jueves, 29 de abril de 2010, la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, añadió un eslabón más a esa corroída cadena colonial, al aprobar el proyecto de status 2499, para darle a nuestro pueblo una oportunidad más para manosear lo que ya tanto se ha manoseado. Como que hemos desarrollado una atracción erótica con esto del status político.
El anexionismo puertorriqueño está de pláceme con los resultados de ese concurso político. Ahora falta por ver qué va a hacer el Senado. Luego de ese triunfo agridulce nuestros líderes anexionistas tienen que moverse rápidamente para ver cómo cuelan furtivamente un proyecto en el Senado que llene sus aspiraciones. Los analistas políticos puertorriqueños auguraban un triunfo del proyecto 2499 en la Cámara, e igualmente auguran una derrota en el Senado. O sea, seguiremos en el mismo vaivén político de tantos años.
Tres cosas se destacaron en el debate sobre el proyecto 2499 en la Cámara. Primero, la representante Virginia Foxx logra la aprobación de una enmienda para que la fórmula del Estado Libre Asociado fuera insertada en el proyecto. ¿Cuál es su importancia? Su importancia estriba en que el anexionismo no quería que esa fórmula fuera parte del proyecto 2499. Los anexionista ven el ELA como su enemigo número uno. ¿Por qué? Porque ha sido la piedra histórica que ha evitado que la locura de la estadidad haya calado más profundo en el Congreso norteamericano. Segundo, una vez más le han dicho a los líderes anexionistas que el idioma inglés tiene que ser el único a ser usado en todos los trámites del gobierno. Así lo planteó el representante Mike Pence, luego de haber apoyado el proyecto 2499. «Previo a cualquier admisión como estado, el inglés tiene que ser el idioma oficial». Ese balde de agua fría provocó una fuerte jaqueca dentro de las filas de los líderes anexionistas allí presentes. Tercero, el representante Jason Chaffetz advirtió: «No queremos un matrimonio que esté comprometido en un 51%». Esto quiere decir que Puerto Rico tendría que entrar a la Unión con una supermayoría de votos. A ningún otro estado se le ha requerido tal requisito. O sea, que el nuevo romanticismo de un estado hispano está corriendo la misma suerte que corrió el romanticismo del la estadidad jíbara. El arte de la locura anexionista no puede digerir esta amarga píldora.
En el libro de José Trías Monge encontramos el siguiente dato: «Esta pequeña isla, de unas 3,600 millas cuadradas de superficie, tiene una población de más de 3.7 millones, mayor que la de veinticinco estados de la Union». Esos 25 estados no se van a tragar la cicuta de la estadidad para Puerto Rico. Eso sería entregarle a los puertorriqueños un inmenso poder político. Eso jamás lo veremos en el Congreso.
Algún día alguien en el Congreso nos dirá que ya basta de tanta irresponsabilidad por parte de los políticos puertorriqueños, y que debemos estar más que contentos con la generosidad esplendida que a través de los años nos ha brindado el Tío Sam. José Trías Monge lo expone así: «La isla se ha vuelto horrorosamente dependiente de la munificencia de Estados Unidos».
La única oportunidad que tiene la estadidad de llegar a Puerto Rico se hará realidad cuando la marina norteamericana la introduzca camuflada por las apacibles y llanas aguas del río Culebrinas, de San Sebastián del Pepino.
¿Habrá alguien en nuestro sistema solar que se conduela de nuestras antiguas penas coloniales?
Para finalizar: ¿Por qué no nos damos un viaje al estado de Arizona para comprobar cuán digna es nuestra ciudadanía norteamericana?
Caguas, Puerto Rico
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