Por Imam Mahmud Husein / Ver
El surgimiento del Islam y el papel de los pueblos árabes se inscriben en el gran contexto de los pueblos semitas, cuya historia es casi la historia de la civilización misma. En realidad el nombre semita no es del todo correcto[1], siendo preferible la denominación de arábigos, ya que la lengua y cultura de todos esos pueblos está emparentada con la de los árabes actuales.[2]
Se tienen noticias de civilizaciones semíticas o arábigas casi desde 10.000 años antes de Cristo, con la civilización de Ebla en Siria. La ciudad de Jericó se remonta a 7.000 años A.C, mucho antes de la aparición de los sumerios (pueblo no-arábigo) en la Mesopotámica, cuyos registros escritos más antiguos son cercanos al 3.000 a.C. De esta época datan los acadios, pueblo (o seguramente conjunto de pueblos) arábigo que convivió, absorbió y enriqueció la cultura sumeria. El gobierno de Sargón de Akkad fue el primero que dominó a numerosas ciudades-estados diversas en esa zona. La perdurabilidad de la cultura de los pueblos arábigos es evidente en el hecho de que pronto la lengua sumeria fue una lengua muerta (sin ningún equivalente en ninguna lengua actual), a diferencia del acadio y las posteriores lenguas arábigas que perduraron a través del árabe hasta hoy.
Posteriormente llegarían los amorreos, que dominaron la Mesopotámica luego de un segundo período de predominio sumerio. El representante más famoso de los amorreos es Hammurabi, que instituyó del código homónimo, el primero que históricamente se reconoce como tal, aunque le precedieron otros. Posteriormente aparecieron los arameos. Los asirios, fundadores de una gran potencia, pertenecían también al gran tronco de los pueblos arábigos, así como los fenicios, los cananeos y los hebreos.
Con el advenimiento de los hititas, y luego del Imperio persa, se inicia un período de predominio de los pueblos indoeuropeos que se continúa con el advenimiento de los griegos y los romanos, prácticamente hasta la llegada del Islam.
Sus características culturales: Son varias las características de los pueblos arábigos que contribuyeron al desarrollo de la civilización, características que los distinguen de otros pueblos, y que luego se perpetuarían en el Islam.
En primer lugar, los arábigos tuvieron la idea del soberano representante de la divinidad, no como la divinidad en persona, según creían en Egipto, sino el soberano cuyo dominio refleja el Poder divino y a él se remite. Una segunda característica, es la del soberano legislador, que recibe la ley divina y la aplica, como el código de Hammurabi, que constituye una de los documentos jurídicos fundamentales en la historia de la humanidad, y donde en una estela (lápida cincelada con la figura del soberano y el texto del código) se puede ver al rey recibiendo el código del cielo como rayos del dios Shamash («sol»). La tercera característica es que estos pueblos cultivaron en forma especial el comercio que resultó su vehículo privilegiado de intercambio cultural. Es el caso de los fenicios que introdujeron el alfabeto en el desarrollo de su actividad comercial, y gracias a la misma difundieron la civilización en todo el Mediterráneo, incluyendo Grecia, Italia y la Península Ibérica. Aun en los extensos períodos en que los pueblos arábigos no dominaron políticamente toda la extensión del Medio Oriente, influyeron igualmente en forma decisiva a través del comercio en el desarrollo de la civilización y la cultura, independientemente del poder de las armas.
La última característica, que es en realidad la principal y al mismo tiempo corolario de la anterior, es la universalidad de la cultura arábiga, que se asimila a otras, asimila a sí misma a todos lo pueblos, y trasciende sus propias parcialidades, las diferencias regionales, contrario a otros pueblos que se identifican más precisamente con una etnia y un lugar geográfico definido (los indios y chinos por ejemplo), y no tienen la misma facilidad de asimilación.
Los prejuicios occidentales al respecto: Existe una perspectiva occidental que, fundando el origen de su civilización en Grecia y Roma, desvaloriza sistemáticamente el aporte de las culturas arábigas, ubicándolas conceptualmente en la prehistoria de la civilización. Al pueblo judío, por su parte, se lo saca del contexto de los pueblos arábigos y se lo convierte en el inventor del monoteísmo. El cristianismo, por su parte, con Pablo, adopta definitivamente una forma romana y se desprende de todo rasgo oriental. Esta desvalorización de las culturas arábigas como factor civilizador se trasuntará luego en los prejuicios de Occidente contra el Islam.[3]
Grecia y Roma, que parecen salir de la nada, asomaron a la civilización gracias al contacto con los pueblos mediterráneos de oriente, entre los cuales los pueblos arábigos desempeñaron un gran papel, como ha sido el caso de los fenicios.[4] En Grecia como en Roma los mediterráneos orientales siguieron influyendo decisivamente en la cultura, y filósofos como Platón remiten su conocimiento a Oriente, de Pitágoras y Tales de Mileto se dice que fueron de origen fenicio. El concepto de ley surgió en el ámbito de los pueblos arábigos, y Ulpiano, Papiniano y Pablo, fundadores del derecho romano, son de ese origen.
En cuanto al monoteísmo, la ciencia histórica confirma que no existió un mismo pueblo judío desde los albores de la historia, sino confederaciones de tribus (como los hebreos) que luchaban y pactaban entre sí, con una cultura y religión común, en donde la idea de la divinidad única coexistía con la idolatría (como también en los textos sumerios, acadios y asirios). La idea de la divinidad que legisla (al modo de los Diez Mandamientos recibidos por Moisés -P-) está presente desde antiguo en los pueblos arábigos de Oriente.[5]
Esta semblanza histórica, que quizás parezca desgajada del tema del Islam, tiene por finalidad clarificar algunos malos entendidos que afectan la perspectiva occidental en cuanto a la comprensión de los hechos históricos que se desarrollaron a partir del Islam.
El rol de Arabia en la historia antigua: Suele mencionar cierta historiografía actual que Arabia no había entrado en la historia antes del Islam, lo cual falta a la verdad. Cierto es que no se tienen registros escritos que atestigüen la existencia de grandes civilizaciones, como se tienen de Egipto y del Medio Oriente (de la llamada «media luna de las tierras fértiles»), si bien se sabe que los pueblos de la Península Árabe tuvieron lazos comerciales inmemoriales con Mesopotamia, Siria, África y la India. Por ejemplo, la antigua Tilmun, correspondiente a la actual Bahrein, a orillas del Golfo Pérsico, es conocida desde tiempo inmemorial y mencionada por diversas fuentes antiguas como centro comercial. Por otra parte, se han descubierto numerosas inscripciones y asentamientos en las zonas del Hiyaz (Arabia) y del Yemen, que hablan de la presencia de civilización desde antiguo.
Los pueblos de la península árabe intervinieron en la política del antiguo oriente como vasallos de los imperios asirio o persa, y a veces tomando parte en rebeliones contra éstos. Posteriormente los árabes pasarían a la órbita de los príncipes seleucidas, sucesores de Alejandro, que dominaron Siria. El principado de Petra, en el norte de Arabia, floreció en el siglo tercero de la era cristiana, asimismo como el de Palmira, con su momento de apogeo bajo el reinado de la princesa Zenobia. Ambos cayeron en manos del imperio romano. Posteriormente encontramos otros dos principados de importancia, los cristianos laymíes y gassaníes, los primeros dependientes de los sasánidas de Persia, y los segundos de Bizancio. Hacia el siglo quinto se tienen noticias del principado de Kinda, una federación de tribus, que en cierto modo constituye un antecedente efímero, aunque significativo, de la unidad política posterior de las tribus árabes bajo el Islam.
La situación de Arabia en la época en que surgió el Profeta (BPDyC): Hacia esa época Meca, ubicada en el Hiyaz (franja de territorio al oeste de la península arábiga, paralela al Mar Rojo), era una ciudad relativamente independiente, que se dedicaba al comercio de caravanas. Su templo, la Ká`bah, era lugar de peregrinación de los idólatras, alrededor del manantial de Zamzam que surge hasta hoy. Los encargados de custodiar el templo y el manantial gozaban de gran prestigio, el clan de los Banu Háshim, de la tribu de Quráish, la nobleza de Meca, clan al que también pertenecía el Profeta Muhammad (BPDyC). La tradición, tanto preislámica como islámica posterior, atribuye el descubrimiento del manantial de Zamzam a Agar, esposa de Abraham (P) y madre de Ismael (P), ancestros espirituales del pueblo árabe.
Manifestaciones culturales de los árabes de aquella época: La manifestación cultural más preciada por los árabes de entonces, aparte del comercio, era la poesía amorosa y guerrera, en forma de epopeyas que narraban las hazañas de los antepasados. En época del Profeta (BPDyC) existía una oligarquía que había desplazado del poder a los hashemitas y explotaba el culto idolátrico, a través de las peregrinaciones. También Meca era sede de ferias comerciales anuales, y torneos de poesía que convocaban a las tribus vecinas.
Además de los árabes citadinos estaban los nómades que se dedicaban a la cría de camellos y de caballos, y a la conducción de las caravanas.
El contexto político de entonces: En la época del Profeta (BPDyC) las principales potencias de la región eran la bizantina, de cultura griega y religión cristiana ortodoxa, en constante lucha en sus fronteras occidentales con los pueblos eslavos, que pugnaban por fundar sus nuevos estados (ávaros, búlgaros, serbios). Bizancio era además escenario de cruentas guerras civiles, lo que ocasionaban terribles persecuciones religiosas, como las sufridas por los monofisitas a manos del emperador Justiniano.[6] Esta atmósfera de intolerancia fue una de las causas del posterior éxito arrollador del Islam, visto entonces por los pueblos perseguidos como una fuerza liberadora. La otra potencia de la región eran los persas sasánidas, en constante guerra con los bizantinos.
El pueblo árabe era conciente de que no había recibido Revelación alguna, que entre los descendientes de Ismael (P), el primogénito de Abraham, no había existido una progenie de Profetas como había existido entre los descendientes de su hermano Isaac (Jacob y los Profetas de su prole). Entre los árabes había hunaf´a`, palabra que podría traducirse como "ateos a los ídolos", que estudiaban las Escrituras bíblicas y los anuncios de éstas sobre un Profeta por llegar, como lo hacía Uáraqah Ibn Náufal, tío de Jadíyah, la esposa del Profeta (BPDyC), que reconoció a Muhammad como Profeta. También se relata que un monje cristiano de nombre Buháirah o Bahírah reconoció al Profeta mucho antes de su misión, cuando éste sólo tenía doce años y viajaba en caravana hacia Siria, con su tío.[7]
Se citan también signos cosmológicos del nacimiento del Profeta (BPDyC), en los cielos y en la tierra, del mismo modo que se menciona en los Evangelios la estrella del nacimiento de Jesús. Su madre relató que cuando lo concibió se le presentó un ángel y le dijo: "Has concebido al señor de este pueblo, y cuando llegue al mundo di: `¡Suplico para él la protección del Único contra el mal de todo envidioso!'". También narró que al concebirlo vio una luz salir de ella, que alumbró las fortificaciones o castillos de Busra, en tierras de Siria.
Importancia de la primera comunidad islámica de Medina: En Medina el Profeta estableció las bases del respeto y la convivencia con otras religiones reveladas, en principio con los judíos y con los cristianos, a los que el Sagrado Corán llama "Gente del Libro", porque basan su doctrina en una Escritura revelada. En la ocasión de concertar el pacto con la comunidad cristiana de Nayrán (una región del sur de Arabia) dejó inclusive que éstos realizaran su oración dentro de la mezquita que utilizaban los musulmanes.[8]
El Profeta promulgó al respecto un edicto o constitución, llamada posteriormente la «Constitución (o reglamento) de Medina» (Dustúr al-Madina), un documento inapreciable de la doctrina política islámica. En principio este edicto se aplicó a los judíos, luego a los cristianos, y cuando el Islam se expandió, a otras religiones, como la hindú en la India, o los mazdeos de Irán. Algunos de sus términos sobre la convivencia con otras religiones son: "[Me comprometo a que] defenderé su religión [la de los judíos y cristianos] y su propiedad en cualquier sitio y modo en que se hallaren, en igual grado que lo haría por mí mismo, por mi religión, por mis allegados y mis pertenencias, y que les cobijaré también contra cualquier daño, disgusto, imposición ilícita, o responsabilidad ilegítima, escudándoles contra toda fuerza extranjera que pretendiese atacarlos...".
Los hechos salientes que llevaron al triunfo del Islam en Arabia: Pronto el Profeta (BPDyC) fue combatido por los idólatras de Meca, a los que se aliaron otras tribus de Arabia y los judíos de Medina, por lo cual se vio obligado a defender su comunidad. Luego de diversas luchas, el Profeta concluyó un tratado de paz con sus enemigos, acordando inclusive condiciones que le eran desfavorables, dando así ejemplo de su preferencia por la paz y la persuasión racional. En la tregua de Hudaibíah (localidad de donde se concretó) el Profeta (BPDyC) firmó un acuerdo por el cual los musulmanes podían peregrinar a Meca sin ser molestados. En esa ocasión el Profeta prefirió no responder a la provocación de los idólatras que se negaron en el documento a poner Mensajero de Dios, o Profeta, para referirse a él, dado el beneficio que traía el acuerdo de paz a su comunidad. En sólo dos años el Islam pudo fortalecerse en Arabia, concertando alianzas con otras tribus de la Península, y en el año 630, Muhammad, al mando de 10.000 hombres, entró en Meca sin combatir. Se dirigió al Templo de la Ká`bah y derribó con su bastón uno a uno los ídolos que la ocupaban, proclamando los siguientes versículos del Sagrado Corán: Vino la Verdad y se disipó el error. Por cierto que el error es evanescente (17:81). La historia ha registrado su bondad para con sus enemigos más encarnizados, absteniéndose de toda venganza contra ellos.
Los primeros tiempos de la expansión del Islam: Cuando el Profeta dejó este mundo tenía aproximadamente 63 años, y había establecido una comunidad unida por la fe que pronto habría de expandirse por todo el mundo conocido en un proceso sin igual.
Las primeras conquistas del Islam fuera de Arabia se produjeron en tierra de Siria, en ese entonces bajo poder bizantino, con gran apoyo de la población local que veía a los musulmanes como liberadores. Las acciones militares más notorias fueron las batallas de Ainadain en el 634. En el 635, la milenaria Damasco luego de una serie de negociaciones pasa a manos de los musulmanes. En el 636 los musulmanes vencen a un importante ejército enviado por Heracleo en la batalla de Iarmuk, y en el 638 los musulmanes toman Jerusalén, quedando en el 640 toda Siria y Palestina bajo dominio islámico.
Simultáneamente los musulmanes, apoyándose en los cristianos monofisitas, cruelmente perseguidos anteriormente por el Imperio bizantino, toman la Baja y Alta Mesopotamia (actual Irak) hasta Armenia. De esta época data la fundación de dos ciudades de gran importancia en la futura historia del Islam: Basra (Basora) y Kúfa. Hacia el 642 los musulmanes dominaban todo el Cercano Oriente, deteniéndose en primera instancia ante los montes Taurus que los separaban de Asia Menor.
La conquista de Persia comienza a concretarse en el verano de 637 con la batalla de Qadisiíah y culmina con la batalla de Nahrauand (642), tomando Ctesifonte, capital del imperio sasánida. De la misma época data la conquista de Egipto, que tuvo características similares a las mencionadas en cuanto a Siria, en el sentido del amplio apoyo de la población local que contaron los musulmanes de parte de los cristianos coptos, explotados y perseguidos por el imperio bizantino que procuraba imponerles la iglesia ortodoxa. En el 641 toman Babilonia (de Egipto), importante baluarte estratégico bizantino, y en el 642 Alejandría.
Durante los años subsiguientes la presencia islámica se extiende a todo el norte de África. En el 695 los musulmanes entran a Cartago, derrotando definitivamente a las tropas bizantinas y bereberes (comandadas por una bravía mujer llamada Kahina o "Profetisa") el año 702. El gobernador de la zona, denominada Ifríqiia por los musulmanes, llamado Musa Ibn Nusáir, extiende la presencia islámica hasta el Atlántico y, posteriormente con la conducción del gobernante bereber de Tánger, Tariq Ibn Ziiád, penetran en el año 711 en España, tiranizada por la monarquía visigoda, con el apoyo de los cristianos arrianos (unitaristas) y de los judíos que sufrían, ambos, cruel persecución.
La batalla de Poitiers en el año 732, engrandecida por la crónica occidental, fue más bien una escaramuza más entre las varias que existieron con las tropas francas. De hecho no existió un afán expansionista de los musulmanes más allá de los Pirineos, seguramente por la falta de afinidad con aquellos pueblos.
La expansión islámica posterior: Hacia el Este el Islam siguió extendiéndose en los siglos subsiguientes por Afganistán, el Turkestán y la India, especialmente a partir de los siglos noveno y décimo, destacándose la figura del sultán Mahmud de Gazna. Los mongoles, que habían hecho caer el califato abasida de Bagdad en el 1245, fueron civilizados por el Islam y habrían de extender la presencia islámica en toda la India durante más de cinco siglos, hasta la llegada de los ingleses. Gradualmente también el Islam fue creciendo hasta el día de hoy en todo el continente africano.
En los siglos 16 y 17 se extiende por Indonesia, gracias a la influencia de comerciantes y espirituales sufis provenientes de la península árabe y de la India. El Imperio Otomano a partir del siglo 14 y 15 llevaría la presencia islámica a toda Asia Menor (en este marco se inscribe la conquista de Constantinopla en 1453) y de parte de Europa Oriental. Muchos pueblos de esas zonas, sometidos a regímenes feudales oprobiosos, adhirieron al Islam procurando su libertad y reconocimiento como propietarios de la tierra. Los musulmanes bosnios y albanos de hoy son sus descendientes.
¿Es verdad que el Islam se expandió por la espada?" Esto no es así ni a la luz de las fuentes islámicas ni de la evidencia histórica. Estas afirmaciones se originaron en la Edad Media y funcionaban como aliciente político para combatir al Islam, que era la fuerza económica y política más importante del mundo mediterráneo.
En primer término, que el Profeta haya combatido se inscribe dentro de la conducta de los Profetas desde Abraham, Moisés, David y Salomón, con todos ellos sea la Paz, quienes también combatieron, y nadie llama por eso a judíos y cristianos "violentos" por aceptarlos. En los Evangelios Jesús (P), si bien no empuña la espada, no reniega que otros Profetas la hayan usado. Si en el Sagrado Corán se menciona al combate, muchísimo más se lo hace en el Antiguo Testamento, y en forma más cruda y cruel.
El Profeta con el ejemplo de su vida dio muestra de detestar la lucha y la violencia, y acudió a las armas sólo cuando no fue posible la paz por otros medios. Está demostrado históricamente que la expansión del Islam no se cumplió por las armas. Se sabe que los musulmanes no penetraban a las ciudades, sino que establecían campamentos paralelos para ganar una posición de negociación con los gobiernos. Dichos campamentos a su vez daban origen a otras ciudades, como fue el caso de El Cairo (Egipto).
En la mayoría de los lugares a los cuales los musulmanes llegaron en su primera expansión, ellos fueron vistos como liberadores. Tal sucedió en Persia y Bizancio, donde la situación social era caótica, la disconformidad del pueblo mucho y la persecución de las minorías religiosas una costumbre (por ejemplo la persecución de las sectas cristianas minoritarias). En España los musulmanes penetraron con un importante apoyo local, como demuestra la historiografía moderna.
Cuando los musulmanes se establecían en un lugar no imponían su religión sino que pactaban con los pobladores. Si decidían no ser musulmanes se respetaba sus bienes, tribunales y organización interna, a cambio de un impuesto establecido que los eximía de la participación en la lucha armada. Esto explica la existencia de importantes comunidades cristianas y judíos que siempre existieron en el mundo islámico. Por ejemplo, en Egipto el Islam no fue mayoritario allí sino muy tardíamente, y las comunidades judías todavía subsisten allí como en Siria o Marruecos.
Para combatir al Islam en la Edad Media se esgrimió un argumento religioso que impulsaron las Cruzadas, llamándose a los musulmanes infieles. La historia ha registrado las carnicerías de los Cruzados en Oriente y la caballerosidad de gobernantes musulmanes como Saladino. Los Reyes Católicos expulsaron a los musulmanes, los persiguieron y los mataron (así como a los judíos) en nombre de la cristiandad. Dicho espíritu fanático e inquisitorial se trasladó a América cuya política de «la cruz y la espada» arrojó el estremecedor saldo de más de cien millones de indígenas desaparecidos.
No hay ejemplos en el Islam, ni aun en sus gobiernos más despóticos, de hechos semejantes. El imperio otomano, el último gran imperio islámico, a pesar de su despotismo, fue respetuoso con las minorías religiosas como no lo eran los imperios europeos contemporáneos. No se niega que la guerra de ciertos gobernantes musulmanes haya tenido otros móviles que los de la justa defensa o la justicia, ya que todos los gobiernos, también los islámicos, son pasibles de corromperse y de hecho así sucede. Solamente se trata de despejar la espesa niebla de prejuicios y mentiras tendida por largos siglos de enfrentamientos.
Influencia de la cultura islámica: La cultura islámica constituyó una verdadera renovación espiritual e intelectual en un mundo que vacilaba luego de la desaparición de la cultura antigua como consecuencia de la caída del imperio romano. Fue a partir del desarrollo que imprimió el Islam a la ciencia, el comercio, la industria, el arte, la filosofía y la metafísica, que Occidente pudo salir de su postración cultural, a través del llamado "Renacimiento".
Dicho legado muchas veces es menospreciado, atribuyéndose en Occidente con mucha más facilidad los aportes de la ciencia y la cultura a los chinos, a los indios, y, retrocediendo en la historia a los griegos y romanos, antes que a los musulmanes. Este desprecio por la cultura árabe-islámica parece ser una continuación de aquella visión referida al principio de la historiografía occidental al estudiar a los pueblos arábigos del Antiguo Oriente. En parte este desconocimiento se debe a que durante mucho tiempo en Europa el sólo hecho de saber el idioma árabe o demostrar la mínima afición hacia la cultura islámica era visto como una herejía y se corría peligro de muerte. Un claro ejemplo de esto son las crónicas de Marco Polo, quien a pesar de haber atravesado una gran extensión de territorios islámicos no se refiere prácticamente a los musulmanes, lo cual es incomprensible.
La situación actual de la población islámica en el mundo: El Islam en la actualidad constituye cerca de un cuarto de la población mundial. Muchas naciones tienen mayoría islámica, no sólo los países árabes, cuya población constituye sólo un 15% del total de los 1200 millones de musulmanes que existien hoy en el planeta. Más allá de los conflictos políticos que puedan existir en la comunidad islámica, el Islam constituye indudablemente un Mensaje vivo en los corazones de la gente, y esa es su virtud principal en un mundo que sufre una aguda crisis como consecuencia de su materialismo y "olvido de Dios".
El Islam es una doctrina en crecimiento, además de su desarrollo en el Extremo Oriente, las repúblicas del sur de la ex-URSS y todo el continente africano, está presente en Europa en proporción muy elevada, especialmente en los países eslavos, como Albania, Bulgaria y Bosnia. En Europa occidental los musulmanes constituyen importantes minorías en Francia, Inglaterra, Alemania y España, así como en los Estados Unidos, donde suman unos 10 millones, integrado por un número importante de la población negra. Es de hacer notar que el Islam desde su surgimiento extinguió el racismo, y hay ejemplos de notables compañeros del Profeta que eran de raza negra.
La clave del crecimiento actual del Islam está en la vigencia de lo que los musulmanes denominan Din, el modo de vida y cultura islámicos, su conjunto de creencias y prácticas, que no deja de regular ningún aspecto de la vida humana, tanto social como personal e íntimo. El musulmán concibe al Din o modo de vida como su cultura, en la que se alberga y encuentra el fundamento de su libertad, desarrollo y plenitud.
Quizás la diferencia principal entre el Din y la cultura moderna radica en que el Islam no entiende a la libertad y el desarrollo humano como actos de rebeldía a Dios y lo sagrado, sino que, por el contrario, los funda sobre el pacto de paz entre Dios y los hombres.
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Autor Imam Mahmud Husein, tomado de Ver / Sendero Islam
[1] Dicho nombre remite el origen de ese pueblo, según la tradición bíblica, a uno de los hijos de Noé, Sem, y sería como llamar camitas a los pueblos bereberes y africanos, o jafeítas a los pueblos amarillos.
[2] Del mismo modo se llama hoy árabes no sólo a los habitantes de la Península Árabe sino a toda una cultura vinculada principalmente a la expansión de esa lengua en Cercano y Medio Oriente y en el norte de África. Se ha comprobado que los dialectos de las lenguas semíticas (o arábigas) antiguas tienen el mismo tipo de distribución que los dialectos árabes actuales, lo cual apoya la idea de que existe una continuidad cultural de los pueblos semitas o arábigos hasta hoy.
[3] Recordamos en este punto uno de los más remanidos mitos de la historiografía antislámica, el del incendio de la Biblioteca de Alejandría, la cual se sabe por investigaciones históricas que había dejado de existir doscientos años antes de la llegada de los musulmanes a Egipto. La Biblioteca de Alejandría se incendió durante la conquista romana, y luego fue vuelta a destruir durante las cruentas guerras civiles que asolaron el imperio bizantino, en los primeros siglos de la era cristiana. Sin embargo todavía se sigue leyendo en libros de historia que el Califa Omar quemó la Biblioteca, alegando que «con el Corán era suficiente», lo cual es contradictorio con la avidez con que los musulmanes investigaron y absorbieron las culturas de los países en los que entrababan. Asimismo el califa Omar jamás estuvo en Egipto...
[4] Fiel reflejo de ello son las ciudades fenicias como Barcelona o Marsella, cuyos nombres se perpetúan hasta hoy.
[5] La fundación de Israel, a partir de Moisés, tampoco agrupa a ninguna etnia en particular, sino que es el producto de la entrada de diversos pueblos, muchos de ellos arábigos, en Palestina, como consecuencia de la debilitación del poder de los imperios que dominaban la región. Esto se refleja en la Biblia, donde es posible ver cómo Moisés aprende y obedece a Jetro, jefe de tribu (sheij o jeque) del desierto, Profeta del pueblo madianita, descendiente de Abraham (P). Jetro era, entonces, tan monoteísta como Moisés.
[6] Lamentablemente, hoy en día (1998) a los musulmanes de esta última región están sufriendo el genocidio de una limpieza étnica criminal por parte de los serbios.
[7] Muhammad (BPDyC) estuvo en Busra, al sur de Siria, cuando era un pequeño de unos doce años y acompañaba a su tío Abu Tálib en un viaje de comercio. Los cristianos primitivos creían en una promesa de un Mensajero de Dios, el Paracletos anunciado por Jesús. Cuando surgió el Profeta Muhammad (BP) los cristianos conocían todavía esta promesa, y durante el citado viaje del Profeta (BPDyC) con su tío, un monje de un monasterio de Busra, de nombre Buháirah, reconoce en el niño Muhammad los signos del Profeta anunciado.
[8] Los cristianos de Nayrán, localidad del sur de Arabia, se presentaron ante el Profeta (BPDyC) para conocerlo y cerciorarse sobre la veracidad de su misión, y la doctrina revelada sobre Jesús y María, con ambos sean la Bendición y la Paz, y acerca del cristianismo en general. Entre ellos había gente sabia y sacerdotes, y es en esa ocasión que se plantea el episodio extraordinario de la ordalía, es decir, de la prueba sagrada llamada en árabe al-Mubáhalah, por la cual se invoca la maldición de Al-Lah sobre el que mentía. Pero en el momento culminante, cuando deben confrontar a través de una ordalía, los cristianos se retractan por temor a ser fulminados por el Señor. Este sería el primer contacto registrado históricamente.
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