Por Marcos Reyes Dávila / Escritor y poeta puertorriqueño
Anoche, un terremoto de 5.8 grados con epicentro en el mar del oeste, sacudió al país. Causó susto, pánico, incluso algunos destrozos. En un mundo sacudido por frecuentes fenómenos de esta clase de alta magnitud, no puede extrañarnos lo ocurrido ni puede descansar nuestro temor de que un evento catastrófico de esta naturaleza ocurra en un futuro cercano. Lo que no sé, y lo digo en serio, es si un terremoto como el de Chile pudiera causar en Puerto Rico más daño que el gobierno de Luis Fortuño.
Que la Junta de Síndicos diga que ha tenido que obtener un préstamo para pagar la nómina de la UPR de este segundo semestre, o que adeuda varios meses del pago del plan médico de los empleados, tampoco extraña. No extraña la anunciada privatización de la administración del Hospital Pediátrico Universitario, único en su clase del Caribe y orgullo del país, ni las nuevas oleadas en despidos que suman muchas decenas de miles. Parece que en la sinrazón de Fortuño, el trabajo de esos trabajadores no produce riqueza ni bienestar sino que lo consume.
¿Cómo se concilía la aparente contradicción de un gobierno que gasta cientos de miles de dólares en el Festival de la Palabra, mientras estrangula al Instituto de Cultura, al Departamento de Educación, a la Universidad de Puerto Rico, a la clase artística y teatral, al vernáculo, las bibliotecas, las publicaciones, la Escuela de Artes Plásticas y de Música, la investigación y todo lo que huela a creatividad? La respuesta es muy sencilla: con el Festival, Fortuño hizo turismo y relaciones públicas. No sueñen que en su mente había otra cosa, porque estoy totalmente seguro que no sabía que Gioconda Belli estuvo vinculada al sandinismo, ni quién era Luis Sepúlveda o Sergio Ramírez.
Por otra parte, en una reunión de líderes sindicales realizada con el propósito de apoyar la huelga universitaria, un líder sindical señaló en sus reflexiones que el movimiento sindical del país pocas veces ha estado realmente unido como cuando la huelga por «Nuestra Telefónica» –orgullo del país, ¿recuerdan?– o la lucha contra la Marina de Guerra y por Vieques.
Da pena, incluso vergüenza, tener que darle la razón al compañero. Da pena, incluso vergüenza tener que admitir la propensión caníbal y la reducida capacidad para la acción concertada y solidaria de los puertorriqueños. Eso, claro está, es uno de los efectos de la vida colonial, buscado con toda intención y propósito. El caso de la lucha por Vieques es paradigmático, pues en esa lucha convergieron casi todos los factores de fuerza del país. Incluso el gobernador Rosselló, aunque después se arrepintiera, apoyó la causa de Vieques que le dio lustre hasta a Norma Burgos, la desobediente civil. La Marina de Guerra era para casi todo el país una fuerza extranjera que abusaba de pobres viequenses. En ese sentido, es cierto que esa unanimidad no se da en el caso de la Universidad ni contra el gobierno de Fortuño.
Mas sería buscar un milagro de cielo, y además una temeridad suicida, sentarse a esperar por la unanimidad del país para actuar otra vez o promover una huelga general. Por más verdad que sea la desunión entre nosotros y la excepcionalidad del caso de Vieques, lo cierto es que el pasado enseña pero no predice el porvenir. La historia, como las estrellas de Segismundo, inclinan el albedrío y permiten proyectar los modos del comportamiento del porvenir, pero no lo fuerzan ni lo determinan. Sí así fuera, tendríamos que dar el mundo como museo, como reino de los cielos. En el reino de este mundo la voluntad de los que estamos cuenta y hace una diferencia. Esa tendencia histórica de desunión hay que superarla. Es necesario crecer. Es necesario fortalecer la unidad en la diversidad. Hay que pujar para que nazca el país que deseamos.
No. No se trata de apoyar a los estudiantes. La lucha de los estudiantes es la lucha de casi todo el país contra la Ley 7, contra la política neoliberal que restaura el capitalismo salvaje en todas partes a costa de las conquistas laborales, de los sindicatos, de todos los trabajadores, de los recursos naturales del país, de la paz social, del bienestar asesinado, de los desprotegidos y los desamparados, de la clase artística y cultural, de los universitarios. Lo que ocurre en la Universidad es consecuencia de esa Ley y de la misma política que golpea a los trabajadores y desarticula, subyuga, avasalla, al país. Es la misma fuerza enemiga de casi todos.
Los sindicatos No tienen que apoyar a los estudiantes ni a los universitarios: tienen que luchar en esa guerra porque es allí donde se está fraguando la lucha de los trabajadores. La Universidad es el frente de batalla abierto de todos nosotros. Y en ese frente de batalla se está sacrificando en el frente los jóvenes más talentosos del país, muchos de ellos menores de edad.
¿Qué? ¿Los sindicatos permitirán que se aplaste con la bota y la macana a sus menores, hijos e hijas, sobrinos y sobrinas?
Eduardo Galeano, figura cultural de importancia mundial, nos dice desde Uruguay que la comunidad internacional observa con interés esta lucha estudiantil, y, con palabras que evocan a José de Diego, añade que «los estudiantes no están atrincherados en el campus por puro capricho», sino porque «ellos son el corazón, la llama viva de la universidad».
En el célebre poema que tituló En la brecha, José de Diego exhortó al país, a principios del siglo pasado, a resistir. «Resurge, alienta, grita, anda, combate», dijo.
En gratitud y homenaje a Eduardo Galeano, editor de Brecha, de nuestros muchachos estudiantes, y de todo el que lucha y defiende sus principios, recuerdo aquí, como consigna, los versos finales del famoso soneto de De Diego: «Haz como el toro acorralado: ¡muge! O como el toro que no muge: ¡embiste!»
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