Por Arturo Cardona Mattei / Poeta y escritor puertorriqueño
Ignorancia en su modo más sencillo es «falta de conocimiento». Tomado así, todos somos ignorantes en muchos aspectos. El Dr. William Osier dijo: «A mayor ignorancia, mayor el dogmatismo». Cuando hablamos de política puertorriqueña la ignorancia corre sin restricción alguna. De esto son muy culpables los propios líderes políticos, de todas las ideologías. Y un pueblo ignorante de sus asuntos políticos es presa fácil de toda la demagogia que circula por todos los medios de comunicación. La consigna parece ser darle dosis pequeñas de verdad a los votantes. Los políticos parecen temer a un pueblo bien educado. La verdad tiene visos de peligrosidad.
Bueno, nuestro pulseo político parece que nunca va a tomar un descanso. Al día de hoy estamos inmersos en otra carrera por un nuevo plebiscito. Nuestros avezados líderes políticos nos dicen que eso es necesario, pues hay que llegar al final del asunto del status, ya que el mismo es un gran dolor de cabeza para Estados Unidos y Puerto Rico. Pero el dichoso consenso necesitado no aparece por ninguna esquina.
Sabemos que el anexionismo está en su mejor momento para ir al Congreso a mendigar la estadidad. Pero la ignorancia sobre ese ideal arropa a todos los puertorriqueños en algún grado. No sabemos con claridad ni sus beneficios ni sus puntos negativos. Una cosa sí sabemos, que sus puntos más fuertes para llegar a la estadidad se han visto erosionados a lo largo de los años. Por un lado, realidades divorciadas de la política han contribuido a desmitificar la tan adornada seguridad que vendría envuelta con la estadidad. Hoy en día no hay sistema político que pueda garantizarle a sus ciudadanos una seguridad plena.
Y en lo económico, ya sabemos que la estadidad no es un banco comercial donde guardar nuestro dinero. La propia nación norteamericana está viendo derrumbarse muchos de sus pilares económicos. Y es que el mundo ha entrado en un nuevo juego donde nadie parece ser un ganador seguro. Muchas son las fuerzas que empujan y halan, creando mucha incertidumbre en todo tipo de gobierno.
La estadidad que vociferan los líderes anexionistas está llena de grandes escollos. Con la misma intensidad que ellos empujan la estadidad, el Congreso se apasiona en unos puntos que dan al traste con esas ambiciones desmedidas de los puertorriqueños asimilistas.
Si la estadidad es un ideal tan respetado, que promete extraordinarios niveles de bienestar, igualdad y seguridad, entonces ¿Por qué el pueblo no acaba de exigirle al Congreso que la ponga en marcha? ¿Por qué la estadidad nunca ha ganado un plebiscito en Puerto Rico? ¿Por qué no ponen en marcha su tan aclamado Plan Tenesí? Estados Unidos necesita de un Puerto Rico estable y próspero. Esa es una conveniencia mutua. ¿Acaso hay terquedad de parte del Congreso? No lo creo. Lo que sí creo es que el Congreso no va a darnos las estadidad a cambio de esas conveniencias mutuas.
Hay razones históricas y sociológicas para negarnos la entrada a ese Club tan cerrado. El idioma español y nuestras costumbres forman un ADN que nos hace muy diferentes al pueblo norteamericano. Otro escollo lo conforma nuestra vida deportiva. Y por qué no, hasta nuestra participación en los concursos de Miss Universo le pone los pelos de punta a los entreguistas del patio. Hay una serie de cosas que ellos quisieran borrar de nuestra vida de pueblo. Desde el 1948 Puerto Rico ha participado bajo su propia bandera en los Juegos Olímpicos, y en otros muchos eventos atléticos internacionales. Y ya contamos con cinco reinas que han ganado el concurso Miss Universo. Todo este bagaje patriótico se iría al cementerio del olvido con la llegada de la estadidad a Puerto Rico. El pueblo puertorriqueño sabe atesorar esas riquezas culturales y deportivas. Y nadie se las va a quitar. Tremendo dilema el de esos líderes que proponen extirpar y destripar de nuestra vida de pueblo algo tan valioso. Aquí hay patria y nación puertorriqueña. Ambas juntitas, como novios bailando bolero a la luz de la luna.¡Alma mía, no me recuerdes tiempos idos!
El problema del idioma sí tiene un sitial de honor en el Congreso cuando se trata de recibir un nuevo miembro en la federación norteamericana. Ahí están los casos de Luisiana, Nuevo México, Arizona y Oklahoma. ¿Qué nos dice el jurista José Trías Monge? Empecemos a descorrer el velo.
«El problema del idioma ha sido abordado antes por el Congreso. Cuando Luisiana fue admitida como el décimo octavo estado en 1812, siete años después de que el Congreso ratificara su cesión por Francia, una gran parte de la población hablaba o francés o español. La ley habilitadora requería que los procedimientos judiciales y legislativos se condujeran en inglés. En el caso de Nuevo México y Arizona, con sus grandes poblaciones hispanohablantes, el Congreso fue más lejos, e insistió en que la educación escolar se condujera en inglés. Se requirió a todos los funcionarios, y a los miembros de la legislatura del estado leer, escribir, hablar y entender el idioma inglés suficientemente bien para llevar a cabo el cumplimiento de sus funciones sin ayuda de intérprete. Oklahoma, con su gran población indoamericana, enfrentó un problema parecido. Fue admitido a la estadidad en 1906, también con la condición de que la educación en las escuelas públicas siempre sería en inglés». E pluribus unum.
La estadidad jíbara y el estado hispano, dentro de ese E pluribus unum’ huelen a cadáver sin enterrar. Ya le llegará el momento de su entierro. Por más que insistan en esa locura, siempre van a tener de frente esos hechos históricos. Sin el idioma inglés no se puede navegar por las aguas de la estadidad. Estas son aguas no aptas para ser navegadas en goleta. Y el Congreso no va a permitir, bajo ninguna circunstancia, que Puerto Rico sea para ellos una Quebec. Otra cosa, a la estadidad se llega por consideraciones patrióticas, no por necesidad económica. Si el Congreso quitara las ayudas federales a Puerto Rico, los proamericanos, de la noche a la mañana, se convertirían en los nacionalistas más rabiosos del patio. Entonces, Pedro Albizu Campos llegaría a ser su inspiración máxima. El velo de la ignorancia satisface muchos estómagos.
Sigue diciendo Trías Monge: «A este respecto, es importante conocer el grado de dominio del inglés en Puerto Rico. Solo el 19% de los residentes hablan inglés con relativa fluidez, y otro 23% con dificultad. Para el restante 58%, daría lo mismo que el inglés fuera chino». Continúa: «La experiencia de Luisiana, Oklahoma, Nuevo México y Arizona enseña que, después de la estadidad, las tendencias hacia la homogeneidad se encarga, normalmente, de hacer que otros idiomas que no son el inglés se retraigan a funciones secundarias».
Nada más con el testigo, su señoría.
Caguas, Puerto Rico
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