Por ÉKTOR HENRIQUE MARTINEZ / Crítico cultural, El Charkito / Tijuana
«El esfuerzo por adquirir poderío social aniquila todo sentimiento de comunidad... Lo que persiste es la sociedad clasista. Cada vez que los desposeídos recapacitan sobre su ser más íntimo y genuino, sus reflexiones llevan a la sublevación y rebeldía contra esta ordenación social. Los abandonados, prostitutas, rufianes, ladrones, malhechores, pervertidos, suicidas, todos los que intentan rehusar acatamiento a esta comunidad, pagan su defección, su rebeldía, su hostilidad a ella con la propia ruina»: Otto Rühle, El niño proletario
LA PARTERA DE LA HISTORIA Y EL CAPITALISMO POSMODERNO
La formación antagónica de la historia aborta sus engendros, lacras y contradicciones. La escalada de actos delincuenciales, la impactante violencia criminal, el resquebrajamiento de los valores éticos, el temor traumático y el artero egoísmo, entre otras calamidades, conforman una respuesta de superación negativa a las sucesivas y ciclotímicas crisis del llamado capitalismo posmoderno. El capital —dice Marx— es la potencia e económica de la sociedad burguesa que lo domina todo. Opresión y explotación, superabundancia y pauperismo; y las clases, estamentos y grupos, corrompidos moral y socialmente.
Concretamente, refiere Rubén Zardoya Loureda, «el capitalismo sigue siendo el régimen de la esclavitud asalariada y de la marginación social, de la sumisión de la sociedad y los individuos a las leyes de la producción de plusvalía; sigue siendo la forma de organización de las relaciones entre los hombres que se construye sobre la contradicción flagrante entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación; el espacio de la concentración y centralización progresiva de la riqueza, la propiedad y el poder; de la reproducción cada vez ampliada del Estado como una maquinaria de violencia material y espiritual sobre los seres humanos, acorazada (invirtamos la expresión gramsciana) de hegemonía cultural e ideológica; de la igualdad formal ante la ley de grupos sociales e individuos profundamente desiguales por su posición en el sistema de la producción social y las formas y cuotas de apropiación de la riqueza; de la conversión de los productos de la actividad en fuerzas hostiles e incontrolables que oprimen a sus propios productores» [Rubén Zardoya Loureda, Gramsci y el capitalismo contemporáneo].
Siguiendo a Gramsci, cabe decir que la «tranquilidad interna», o sea, «el grado y la intensidad de la función hegemónica de la clase dirigente», se ha convertido en un bramido de miedo, cólera e impotencia. Después de unos tantos centenares de cadáveres triturados, hasta ahora el carnicero se ha dado cuenta que el molino de carne que manipulaba es una máquina infernal que escupe plomo y corta cabezas. Los victimarios ahora se dicen víctimas y oficialmente se han puesto al servicio de la lucha contra la peste que días antes ayudaran a difundir; y manifiestan su responsabilidad ciudadana como buenos pedagogos de la moral y las buenas costumbres.
—¡Qué barbaridad! Ya ni siquiera se puede fomentar el turismo de a dólar.
—Qué años tan felices eran aquellos.
Se anuncia la ornamentación del crimen en el opaco aparato de gobierno federal, estatal y municipal. El estucado de la desesperación y el olor a agonía. Las pudientes familias trasladan sus residencias y el crimen y la violencia tienen que hacerlo a uno productivo, aunque se pierda la sensibilidad y la fantasía. Las cosas son perecederas, la vida circunstancial y la sociedad burguesa se compone por dos tipos de personas; las que dicen que en alguna parte se ha acabado con un picadero o una tiendita, y los que se lamentan por haberse enterado demasiado tarde de la dirección de tales puchaderos. Y «esta clasificación —como dijera Karl Krauss— tiene la ventaja de que se realiza también en una misma persona, al no ser en esto decisivo el hecho de que sea contradictoria la manera de ver las cosas, sino sólo las circunstancias y consideraciones del momento. a la hora de elegir un punto de vista u otro» [Moralidad y criminalidad].
En México el advenimiento de los sucesos delincuenciales, estrechamente ligados a acciones violentas de gran proporción, se agudiza como fenómeno sociopolítico a partir del salinato, es decir, en el momento histórico de su inserción al mundo globalizado; y que además coincide con la efervescencia de las pandillas o gangas en los Estados Unidos, particularmente en estados como California, donde existe un población latina muy abundante. En su vitrina bloguera, el máster Carlos López Dzur cita los datos que proporciona Alejandro A. Tagliavini en su artículo «Las pandillas latinas en Estados Unidos», y concuerda con el investigador al indicar que a mediados de los años ochenta en Los Ángeles... grupos norteamericanos como los Creeps and Blood comenzaron a atacar a los inmigrantes mexicanos, quienes decidieron crear sus propias pandillas. Es la fecha en que las pandillas mexicanas / hispánicas / se declaran abiertamente criminales. Años antes funcionaban como palomillas y organizaciones de acción social». En los Estados Unidos a los latinos se les atribuye la responsabilidad de actos criminales en contra de los negros, pero la verdad es otra, como refiere López Dzur al señalar el montaje de ese simulacro de opinión. «Históricamente, quienes más daño, agresiones y muertes, han cometido contra los afroamericanos son los blancos con sus agendas racistas. Estas acciones son la fuente instructora y oculta del pandillismo y la criminalidad que se condonan a sí mismos estas mentes criminales» [Carlos López Dzur, La juventud como víctima, La Naranja, 20 de junio de 2008, ocnaranja.blogspot.com].
La violencia se ha convertido en una causa de sí misma y la intervención selectiva del estado sólo representa para las bandas y organizaciones criminales una restricción eventual que ha causado dispersiones y reacomodos, pero no su eliminación o expugnación. ¿Porqué? Por la sencilla razón de que los malandros —de bajo y alto rango— acreditaron sus señoríos vinculándose a las estructuras del poder político, descollándose además, con la profusión de los billetes sucios y fortunas malhabidas, como socios inversores de los reputados miembros de las confederaciones patronales y gremios empresariales. Mientras tanto, el grueso de la pequeña burguesía se ha tirado de cuclillas a lamberle las botas a la soldadesca y ruega por la militarización de su terruño para que se violen las mismas leyes que se supone se deben de respetar.
—Más perjuicios para la jericaya popular.
Junto al vacío de poder que existe, concurren y se agregan los desbarajustes de la ineficiencia, la corrupción y lo estúpidos despilfarros, los atropellos de la impunidad y la abyecta complicidad entre autoridades, las gavillas de secuestradores, sicarios, lavadores de dinero y narcotraficantes. «Podría decirse —señala Gramsci— que cuanto más fuerte es la policía política y en general la policía, tanto más débil es el ejercito, y cuanto más débil (o sea, relativamente inútil) la policía, tanto más fuerte es el ejercito» [Cuadernos de la cárcel, libro III].
Doña Vianka Santana refiere que en la «dinámica de ejecuciones, balaceras, secuestros y ajustes de cuentas» cualquiera se puede morir en el intento de ser poeta. «Los encabezados de los diarios y las primeras planas día a día llevan la cuenta acuciosa de los ejecutados, los entambados, decapitados, los asesinados a sangre fría ya no sólo en la periferia de la ciudad o al cobijo de la noche y la desolada madrugada, sino en las plazas comerciales, zonas escolares, las principales vialidades, y donde incluso las salas de cine se han vuelto escenario del despliegue ostentoso —y cada vez más cínico— alarde de impunidad de las fuerzas del crimen organizado» [La creación artística en los tiempos de indiferencia, gacetilla de El Mexicano, 9 de noviembre de 2008].
El 5 de febrero de 1924, con anticipado vaticinio, Richard Lansing, secretario de estado del gobierno norteamericano, escribió en su diario la desvaída situación de desgobierno que hoy hacen hogaño los desenvueltos y temerarios churumos del crimen organizado y desorganizado: «México es un país extraordinariamente fácil de dominar porque basta con controlar a un sólo hombre, el presidente».
HAY QUE CALENTAR LA HORNILLA ANTES DE HACERLA ESTALLAR
Muchos caraduras hablan de la violencia y la criminalidad como si tales fenómenos derivaran de fuentes ajenas al sistema que los ha engendrado; como si se trataran de monstruosos inventos, creados por seres que no tienen pinta ni vela en los entierros del conglomerado social.
— Si hasta los dioses se alimentaban con sangre.
—Y Octavio Paz decía que la vida se prolonga en la muerte.
—Y los ilustrados monjes de la cristiandad decían que la muerte es la puerta para entrar al reino de los cielos.
Las antípodas de las contradicciones y conflictos que dan origen a los acicates de la violencia también se explican por los alcances simbólicos que tienen desde los mass-media como categorías amorfas de la cultura visual. Por ejemplo, si «Bob Esponja» es la encarnación del chamaco «lúser», carismático pero estúpido; y si el jilguero es símbolo de la pena y el sufrimiento, entonces ¿qué representa para los chalinos y mangueras el emblema seudomítico de Jesús Malverde colgado del cuello?; o bien, ¿qué influjo de identidad representa la imagen en forma de equis de dos metralletas AK-27 en la hebilla de un cinto pitiado o en una camisa chera?
El máster C. López Dzur advierte cómo y dónde se indigesta la idiosincrasia para concebir el crimen y la violencia como fenómenos cotidianos. «La esencia de las historias e imágenes que la televisión y el cine patrocina (que son esencialmente mensajes de codicia, celos, ambiciones incoherentes, deslealtad, individualismo y violencia emocional) se traducen en la vida real en violencia real: asesinato, robo, pánico, etc. Los mensajes de gratificación son el sexo y el dinero. A principios de los '90, si se encuesta a la gente en cuanto a qué contenido le parecería el más indeseable o problemático en una película que viese en el cine o la TV, posiblemente, el 44% diría la violencia, frente al sexo explícito (18%). Hoy por hoy, hay menos sensibilidad. Ser listo e inteligente es no extrañarse de nada. La sociedad es más violenta y los valores han sido transvalorados. Se vale el morbo. Que su imagen visual sustituya al lenguaje porque, en ese mundo de percepciones, la realidad no existe. Un estudio de expertos en violencia juvenil explica: ‘Los niños expuestos a la violencia virtual de los medios electrónicos son más propensos a creer que la violencia es un buen medio para resolver conflictos interpersonales. Ellos también son más propensos a creer que el mundo es peligroso y malo y juzgar las situaciones ambiguas como amenazantes... Cálculos aproximados indican que en promedio el niño y el adolescente estadounidense observa más de 10,000 asesinatos, ultrajes sexuales y asaltos por año en la televisión. Esto es un promedio de 24 actos de violencia por día. Los medios hacen de la violencia un lugar común’» [Carlos López Dzur, La juventud como víctima, La Naranja, 20 de junio de 2008, ocnaranja.blogspot.com].
En el plano de los contrapesos de soberanía y consenso, el estado —como órgano de control social y jurídico— tiene asignada una hegemonía que se bifurca en poder persuasivo y disuasivo; detenta precisamente el monopolio legal de la violencia, es decir, es titular de la coerción que aplica sobre un territorio determinado, y a través del ejército y la policía, o sea, un «grupo de hombres especializados en el empleo de la represión», como anotara Engels.
Con relación a las organizaciones criminales, bandas delincuenciales y cárteles de narcotraficantes, los medios de coerción estatal no parecen cumplir con el axioma regulador. El fenómeno de la criminalidad no puede considerarse como un problema marginal. Los grupos delictivos operan impunemente al margen de toda acción punitiva y sustrayéndose de la coerción persecutoria del aparato represivo. Del ineficaz resultado parece deducirse una protección o, bien, una alianza del gobierno y las corporaciones criminales. Entre 1920 y 1922, Gramsci fue testigo presencial de un caso de asimetría similar en Italia, cuando los «squadristi», pandillas paramilitares fascistas, saqueaban y asaltaban con la anuencia de la policía (pero sólo a la gente y bienes del proletariado). Gramsci consignó los hechos en sus cuadernos: «En la luchas actuales, ocurre con frecuencia que una máquina estatal debilitada es como un ejército que vacila: los comandos o las organizaciones armadas privadas, entran en el campo de batalla para realizar dos tareas —utilizar la ilegalidad mientras el estado parece permanecer dentro de la legalidad, y de este modo reorganizar el estado mismo» [Cuadernos de la cárcel, libro I].
Gramsci explica las razones de la avenencia y laxitud del orden político estatal: «No podía haber “guerra civil” alguna entre el estado y el movimiento, solamente una acción violenta esporádica para modificar la dirección del estado y reformar su aparato administrativo. En la lucha de guerrillas civil, el movimiento fascista no estaba contra el estado, sino aliado con él». [Cuadernos de la cárcel, libro II].
En el poder acarreador de la muerte, ¿quién lleva la voz cantante de la guerra, el terrorismo, la violencia, el asesinato y demás atrocidades? Sabemos quien recibe el sebo derretido de las veladoras, pero no precisamos con certeza al dueño de la culpa; porque —como le comentaba Kafka a Janouch— aunque sepamos que «el hombre gordo domina al pobre en el marco de un sistema determinado. Pero él no es el sistema en sí. Ni siquiera es él un dominador. Al contrario: el hombre gordo lleva también cadenas... El capitalismo es un sistema de dependencias, que van de dentro para afuera, de fuera para dentro, de arriba para abajo y de abajo para arriba. Todo es en é dependiente, todo está encadenado. El capitalismo es un estadio del mundo y del alma...»
Buscando la simpatía del hombre de la calle, el gobierno presume que arresta y persigue a los responsables del crimen organizado, pero todo es un blof. Las autoridades son corruptas y oportunistas; y, por ende, sus representantes son tontos, sobornables, solapadores y hasta cómplices de la delincuencia. Además, considérese que «jamás un bribón hace la guerra a otro bribón», como decía don Francisco Zarco.
Así que esa lucha es infectiva, estéril y vana. Ambas partes son una unidad cosificada, cuajada en lo personal y colectivo por poderes abusivos que vuelcan lo negativo en positivo y viceversa. Y si se desmascaran las bribonadas es porque hay conflictos de intereses particulares, falta de concordancia en algunos métodos o desenfrenos de alebrestados que no se han podido domar por medios austeros y persuasivos. Y, si ahora, presidentes, gobernadores y secretarios de estado han dicho que es indispensable limpiar la mugre del establo, lo cual es totalmente ajeno a la justicia y seguridad para el pueblo llano, no hay que fiarse mucho de lo que vociferen, se trata de la acostumbrada demagogia, repulsiva y degenerada como el fenómeno que dicen que quieren combatir.
EN UN ASESINO SISTEMA SOCIAL LAS COSAS SE HACEN ASESINAS
Aunque en principio suele ser triste y repugnante, la esencia metafísica que subyace en el acto criminal se disuelve en la rutina social y desemboca en una tesis de poder que subvierte la moral burguesa. No es una suerte de «weltanschauung», pero su aplicación práctica destruye valores (y su reacción es rápida si son los chalinos o los mangueras quienes le den pábulo). Sus efectos síquicos se trasladan al proceso social para encontrar fundamento y justificación en cuestiones muy prácticas y concretas, es decir, objetivos inmediatos que revisten el carácter de crimen organizado o desorganizado.
Si dos fulanos «A» y «B» carecen de empleo, están en la vil ruina y no tienen expectativas laborales en la estructura formal de las relaciones sociales de trabajo; uno podrá resignarse a no robar, a no secuestrar o no despachar a un tercero a la tumba; en cambio, el otro quebrantará la ley y cometerá delito. Aunque la voluntariedad del segundo repugne, su intención es más firme y de mayor energía para afrontar la vida que la del segundo, que sin chistar se queda en el miserable atolladero que la moral burguesa le ha reservado y que de nada sirven para satisfacer sus necesidades más elementales. Y aquí sale a colación Wilhelm Reich cuando decía que «todo lo que actualmente se llama moral o ética esta, sin excepciona, al servicio de la opresión de la humanidad trabajadora».
Al rato —cuando más vivos queden reducidos en muertos— el crimen (como sinónimo de homicidio o dolosa privación de la vida) tal vez no pierda su tipicidad de acción u omisión antijurídica y sancionada por el «ius puniendi», pero sí su carácter refractario de «causa eventual», desposeyéndose tanto el asesino y su comisión homicida del rasgo de ser un «un hecho excepcional» de la existencia cotidiana; o sea, de esa «situación» a la que Raymond Chandler en su literatura negra, metafóricamente, la comparaba con «una papa de cuatro kilos o un ternero con dos cabezas», mientras apuntalaba en su novela Un largo adiós la metafísica del acto criminal como inmanencia del mal:
«Un asesino es siempre irreal en cuanto uno sabe que es un asesino. Hay gente que mata por odio, o miedo o codicia. Están los asesinos astutos que planean y esperan salir bien. Están los asesinos violentos que no piensan en nada. Y están los asesinos enamorados de la muerte, para quienes el asesinato es una clase de suicidio remoto. En cierto sentido, todos son insanos...»
—Todos son insanos... Hasta el mismísimo Salvador Díaz Mirón.
Si el pesimismo cósmico ya no se cura con la homologación de las catáforas epizóticas de la blenorragia, y en sus afiebrados cerebros se están muriendo las ilusiones, entonces pídanle a la ciudad les ayude a soñar sus pesadillas; y que siga con sus troquelados ritmos fronterizos y desenfrenos binacionales, que al cabo ningún matón es superior al incestuoso Caín, al negro Otelo, al esperpéntico Freddy Krugar o al borracho Constantino.
—Por lo pronto, ai se las van dando con las personas que están compartiendo sus corazoncitos.
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