Por Fanny G. Jaretón / poeta y escritora argentina
Los médicos son los agentes del desprecio, de la precariedad a la hora de tender una mano humana, tal vez porque la metálica del hambre les ha comido el corazón y entonces esa pinza virulenta y cruel, ese tentáculo de hierro con que nos aprisionan la carne del alma y la otra; ya no quiero regresar.
No voy a regresar a los médicos, ya fui, ya me metieron la manguera por la nariz hasta la garganta, por la vagina hasta el ombligo y por el culo hasta el ano de Dios, no quiero más mangueras, no quiero más médicos alopáticos. Ahora ya que el dolor ha cedido con su cortesía para dejar paso aparente a mi alivio estomacal, ahora con el alcalselzer de la risa, ahora con mi medicina alopática, ahora bebo agua, té verde, té rojo, sumos y restos y estoy feliz, feliz porque sonrío, feliz porque ya no me doblo sobre la computadora para poder escribir.
¿Quién dijo que la salud es más importante que muchos poemas?
Creo, que se ha equivocado, no hay nada más importante en mi vida, para mí, que la escritura, no hay nada más importante, no lo hay.
No se necesita amor para crear o cohabitar, sí se necesita del amor para escribir, para escribir de manera compulsiva, de manera fiel, de manera desesperante y desesperada, para escribir se necesita muchísimo amor, tanto que sobre pasa de nuestros límites y necesidades corporales, ni el sueño, ni el hambre ni la sed, nada de eso importa a la hora de escribir, todo el tiempo todo. Es una urgencia, es una atrapante urticaria, que si pica con sarna gusta; es, cuando todo ha dejado de ser.
Los médicos son los agentes del desprecio, de la precariedad a la hora de tender una mano humana, tal vez porque la metálica del hambre les ha comido el corazón y entonces esa pinza virulenta y cruel, ese tentáculo de hierro con que nos aprisionan la carne del alma y la otra; ya no quiero regresar.
No voy a regresar a los médicos, ya fui, ya me metieron la manguera por la nariz hasta la garganta, por la vagina hasta el ombligo y por el culo hasta el ano de Dios, no quiero más mangueras, no quiero más médicos alopáticos. Ahora ya que el dolor ha cedido con su cortesía para dejar paso aparente a mi alivio estomacal, ahora con el alcalselzer de la risa, ahora con mi medicina alopática, ahora bebo agua, té verde, té rojo, sumos y restos y estoy feliz, feliz porque sonrío, feliz porque ya no me doblo sobre la computadora para poder escribir.
¿Quién dijo que la salud es más importante que muchos poemas?
Creo, que se ha equivocado, no hay nada más importante en mi vida, para mí, que la escritura, no hay nada más importante, no lo hay.
No se necesita amor para crear o cohabitar, sí se necesita del amor para escribir, para escribir de manera compulsiva, de manera fiel, de manera desesperante y desesperada, para escribir se necesita muchísimo amor, tanto que sobre pasa de nuestros límites y necesidades corporales, ni el sueño, ni el hambre ni la sed, nada de eso importa a la hora de escribir, todo el tiempo todo. Es una urgencia, es una atrapante urticaria, que si pica con sarna gusta; es, cuando todo ha dejado de ser.
Sobre éste instinto de amor, de fidelidad, de propiedad, de sexualidad, de dominación me he entregado a esta pasión suprema y gozo sufriente al límite del delirio por ello.
A veces pienso si en éste pacto con la escritura hubiese entregado otro bien, otra cualidad, tal vez hoy escribiría con otro tenor, pero yo claudiqué, puse sobre el altar del holocausto, mi sexualidad y es por eso que éste humo que me antecede a la hora de escribir arde junto a mi carne de sangre y promesa que nunca consumaré.
Wagner y el romanticismo, Kafka y qué. Yo y vos tampoco, a Dios gracias y suerte, de ser así, de ser concretado este sulfur de mi palabra, apagado con tu agua bendita, creo que daríamos sepelio a las horas que marcan armoniosas a mi funeral del otro lado. Tras la ventana de la civilización que no quiero, porque no se me da la gana ventilar.
Y si alguno osa como muchos nombrarme la ramera de la palabra, ¡me alegro! Quién esté libre de culpa y encargo que arroje la primera.
Está puta de la palabra, palabra que me parió nace la que por detrás inaugura la noche de los cristales vírgenes. Beatitud y transpezonecencia, más que la quinta y la sexta, una escala mayor para dar de mamar a los sólo para excluyentes, sí, vos el loco, y el otro y el otro, Rómulo que Rema hacia el barquero para robarle las monedas que intentan cerrar la clausura de lo que mejor no ver, ver y mirar casi lo mismo pero no.
Nadie que no haya comido moras puede entender de qué está batido este duelce que duele dulce.
El cuchillo metafórico que abarca todos los cuellos que por mi verdad vienen, no quiere hacerles daño, la verdad que me escribe no soy yo; la verdad que me escribe, es la que me librera de la cárcel donde estoy puesta y me jodo porque me jodo, porque ya es tarde y no hay nada más que hacer, salvo que liberarme por la reja de la escritura! bendita seas entre todas las mujeres, que viniste a beatificarme en el cuerpo donde por puta me hiciste santa! y viniste a liberarme en ésta suelta de palabras palomas que van tras la libertad que mi cuerpo tanto fantansía.
¿Por qué tan dura de palabra? ¿Por qué latígan hasta herir la hiel y explotarla y regar con verdor todo lo que toca? De niña ella calentaba la cuchara de alpaca para la sopa, la más grande, sobre la hornalla más chica, y me la daba por la boca, por las dudas, para que no hable; y entonces mi boca además de desarrollar una sensual y natural silicona de lo aparentemente bello, así mismo una engrosada mudez implacable a la hora de que la voz se exprese; pero a la hora señalada, cuando el papel, me exprime y me esgrime, mis palabras se ponen de pié y gritan, azotan cantan, aman, lloran, dicen, se desdicen, son libres, lloran y cantan, susurran, pero en voz alta, en la más alta expresión de libertad que pueda alcanzarse.
En el lugar del cráneo, el Gólgota del sinsentido, he llamado a claudicarlo para que se exprese mi emoción, para que de rojo mar, sangre, abierto de par en par se libere la esclavitud donde mi cuerpo fue condenado, ésta puta redimida con el único perdón donde las palabras escurren a la mocosa mía.
Me autodeclaro contraria a todas las religiones donde los hombres me han defraudado, alzo los brazos embriagada por el amor a Dios; ¿debo ser por eso condenada con rigor?
No quiero explicar el por qué del cuerpo caliente de mi palabra, no quiero explicarme, así como las buenas poesías no se explican. Prefiero que me adivinen, cuesta y duele menos. Cada uno a la hora de, hará sus propias conclusiones, yo no escribo para los otros, sólo escribo para mí, para que las palabras muertas de sed no hagan de mi cuerpo un cementerio de hipérboles.
En ésta celebración de mezcla erótica de timbre y de lenguaje quiero inaugurarme. Con la escritura fragmentaria hecho cuerpo y un lenguaje del cuerpo donde el mapa de metáforas construye mi isla. Isla donde los peces eróticos tiran red para que los pescadores de la estética y la sensualidad se contorneen como el cardúmen que danza Carmina Burana.
Parir con dolor a la palabra, acaso ¿no hace uso del cuerpo?; embriagarse de anochecer y desmadrarse con nauseas de ausencias, ¿no hace uso del cuerpo?; gesticular el beso, en la memoria del beso, “con ésta boca en éste mundo”, ¿no es usar el cuerpo?; mover la pelvis, arrastrando al hueso de la palabra para cohabitar en el “sacrado” nombre el instrumento para engendrar mundos nuevos donde sílfide y salamandra sean las angelinas que nos delatan mundo nuevos, ¿no es usar el cuerpo?
La escritura que me resulta, puede, es un juego corporal que me da placer, Sueño y Libertad, por eso no voy a renunciar a la forma, ni me voy a quedar en el libro sino que voy a verterme en la Obra, no puedo renunciar a ella, no puedo hacerlo.
Luego tal vez en las Palabras de Federico Nietzsche que dice:
«Quien sepa respirar el aire de mis escritos, sabe que éste es un aire de altura, un aire fuerte. Hay que estar hecho para las alturas, o existe el peligro de enfriarse. El hielo está cerca, la soledad es enorme…»
Y en mi caso, en ésta Tierra de mi Sur, hacía falta ¡Tanto Fueguito! para no desaparecerme.
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