Crean la célula solar más eficiente
¡Se ha alcanzado un nuevo récord mundial en la conversión de luz solar a
energía! Una nueva estructura de célula solar que contiene cuatro subcélulas ha
logrado obtener un 44.7% de eficacia. Quizá se alcance la meta propuesta por
Greenpeace en años anteriores; la energía solar fotovoltaica debería
suministrar electricidad a dos tercios de la población mundial en 2030.
Tras tres años de investigación, el Instituto Alemán Fraunhofer para
Sistemas de Energía Solar, Soitec, CEA-Leti y el Centro Helmholtz de Berlín,
han alcanzado la máxima conversión de la radicación solar con una eficiencia
del 44.7% a una concentración de 297 soles. Su logró continuará reduciendo los
costos de la electricidad solar y acerca a los científicos a conseguir el 50%
de eficacia al que aspiran.
Las innovadoras células de cuádruple unión se emplean en plantas
fotovoltaicas de concentración (CPV) y son mucho más potentes que las plantas
fotovoltaicas convencionales (cuya eficiencia ronda en un 19%). Estas células de multiunión proceden de la
tecnología espacial. Los diferentes semiconductores se apilan unos sobre otros
y las subcélulas absorben diferentes longitudes de onda del espectro solar. Sus
usos terrestres muestran un enorme potencial.
Estas células solares son producidas por Soitec y han sido instaladas en 14
países con altas concentraciones de
radiación directa. Entre ellos, Francia, Italia, Sudáfrica y en California,
Estados Unidos.
* *
Acaloradas protestas contra el cambio climático
Por Amy Goodman (DEMOCRACY NOW!)
La semana pasada, en el lejano Océano Ártico, el buque de Greenpeace Arctic
Sunrise navegó hacia una plataforma petrolera rusa para realizar una protesta
pacífica. Varios manifestantes intentaron subir a la plataforma para llamar la
atención acerca de lo que podría constituir un peligroso precedente: la
plataforma de la empresa de gas rusa Gazprom será la primera en producir
petróleo en las delicadas aguas heladas del Ártico. El Gobierno ruso respondió
rápidamente mediante el uso de la fuerza, al enviar soldados de las fuerzas
especiales al lugar, que llevaban pasamontañas y portaban armas automáticas.
Los soldados amenazaron a los activistas pacíficos de Greenpeace, destruyeron
sus botes inflables, arrestaron a treinta de ellos y remolcaron el buque de
Greenpeace hacia el puerto de Murmansk, en el norte de Rusia. Según la
información más reciente, los activistas podrían afrontar acusaciones de
piratería.
El Director Ejecutivo de Greenpeace Internacional, Kumi Naidoo, participó
en una acción similar el año pasado junto a otros activistas, aunque en esa
oportunidad no fueron arrestados. Naidoo habló acerca de la acción de este año:
“Uno de los activistas del grupo, Denis Sinyakov, un compañero ruso que es fotógrafo
a bordo del buque, dijo: ‘La actividad delictiva de la que me acusan se llama
periodismo y continuaré realizándola’. Sus palabras captan muy bien lo
sucedido. Se trata de un uso desproporcionado de la autoridad del Estado para
intentar silenciar las importantes conversaciones que necesitamos tener a nivel
global. En este momento estamos llegando a un punto de inflexión a nivel
climático. El Ártico sirve como refrigerador y aire acondicionado del planeta
y, en lugar de ver lo que sucede en el mar Ártico en los meses de verano como
una señal de advertencia, de que tenemos que tomar medidas serias para combatir
el cambio climático, lamentablemente las empresas petroleras de Occidente como
Exxon, Shell y otras se están asociando con el Estado ruso para intentar
extraer hasta las últimas gotas de petróleo en el medio ambiente más frágil,
remoto y riesgoso para realizar esas actividades”.
La protesta llama la atención por su gran audacia. Sin embargo, no es la
única protesta reciente contra la extracción y el consumo de combustibles
fósiles. En todo el mundo, cada vez hay más personas que se manifiestan para
exigir que se tomen medidas para combatir el calentamiento global. En América
del Norte, hay una coalición cada vez más grande de grupos que se unieron para
detener el proyecto de construcción del oleoducto Keystone XL y la explotación
de arenas bituminosas de Alberta, Canadá, que el oleoducto planea transportar.
El 21 de septiembre pasado, el último día de verano del Hemisferio Norte,
miles de personas se manifestaron en todo el continente en contra del oleoducto
Keystone XL. En Nebraska, activistas construyeron una granja ecológica que
funciona íntegramente a energía solar, precisamente en un lugar por donde está
planeado que pase el oleoducto. Los habitantes locales temen que el oleoducto
derrame petróleo en el frágil ecosistema de médanos de la región y contamine el
importante Acuífero Ogallala. Ese mismo día se realizó la Cumbre Internacional
de Mujeres sobre la Tierra y el Clima en Suffern, Nueva York, un encuentro de
mujeres de todo el mundo. Todas ellas son reconocidas por haber luchado de
diferente forma para reclamar que se tomen medidas urgentes para combatir el
cambio climático. Una de las participantes, Melina Laboucan-Massimo, de la
nación indígena Cree, del norte de Alberta, describió el efecto de la
extracción de arenas bituminosas en su comunidad y su territorio:
“Nada se compara con la destrucción que está ocurriendo aquí. Si existiera
un premio mundial para el desarrollo no sustentable, las arenas bituminosas
serían un claro ganador. Cubren 141.000 kilómetros cuadrados, que equivalen a
destruir Inglaterra y Gales juntos, o el estado de Florida entero. Las minas
que nos rodean son más grandes que ciudades enteras. En este momento hay seis o
siete y podría haber hasta nueve. Imperial Oil, por ejemplo, será más grande
que Washington D.C. Hay muchos problemas de toxicidad con los que tenemos que
lidiar y que están relacionados con el agua y con las grandes balsas de aguas
residuales. Las llaman balsas, pero en realidad son grandes lagos de lodo
tóxico.
Actualmente hay una extensión de 180 kilómetros cuadrados de lodo
tóxico en nuestro paisaje. Cada día, un millón de litros de estas aguas
residuales se filtran a la Cuenca de Athabasca, que es de donde se extrae el
agua que beben nuestras familias. Soy de la Región Peace, que está conectada
con la cuenca del Athabasca, que se conecta con la cuenca del Ártico, y de esta
manera es que las poblaciones del norte se contaminan con las toxinas, que
contienen cianuro, mercurio, plomo, hidrocarburo aromático policíclico, de modo
que debemos afrontar muchos problemas de salud.”
El oleoducto Keystone XL necesita la aprobación del Gobierno de Estados
Unidos, debido a que atravesará territorio estadounidense, desde la frontera
norte con Canadá hasta la costa del Golfo de México. El proceso de aprobación
se ha postergado debido a las fuertes protestas. Después de que más de 1.250
personas fueran arrestadas frente a la Casa Blanca en 2011, en lo que fue el
mayor acto de desobediencia civil en Estados Unidos en 30 años, el Presidente
Barack Obama anunció que postergaría la decisión.
Desde entonces, la
organización ambientalista Amigos de la Tierra Estados Unidos (AT) viene
denunciando que existe un conflicto de intereses con el grupo que fue
contratado por el Departamento de Estado de Estados Unidos para realizar el
estudio de impacto ambiental de Keystone XL. Amigos de la Tierra descubrió que
el grupo Environmental Resources Management (ERM), una empresa consultora con sede
en Londres, ocultó sus vínculos comerciales con TransCanada, la empresa de
combustibles fósiles que estará a cargo del proyecto Keystone XL. Del mismo
modo, el observatorio Oil Change International acaba de informar que “Michael
Froman, el representante comercial de Estados Unidos que está a cargo de
negociar una serie de tratados de ‘libre comercio’ secretos, aparentemente
apoya el lobby de las grandes empresas petroleras, al exigir a Europa que
suavice sus leyes sobre clima”. Steve Kretzmann, de Oil Change, explicó: “A
menos que Europa suavice sus leyes, la exportación de diésel de Estados Unidos,
que contendrá arenas bituminosas, será menos competitiva”.
La activista por el medio ambiente Tzeporah Berman también participó en la
cumbre de mujeres. Allí habló acerca de cómo el Gobierno canadiense del Primer
Ministro conservador Stephen Harper ha silenciado a científicos en un intento
desesperado de acallar las críticas a Keystone XL. Berman me dijo: “En primer
lugar, el Gobierno canceló la mayor parte de la investigación científica del
país que tenía que ver con el cambio climático. Se trata de un gobierno que
niega el cambio climático y no quiere hablar del cambio climático. El año
pasado clausuraron la Estación de Investigación Atmosférica, que era uno de los
lugares más importantes del mundo para obtener datos sobre el clima.
Cerraron
la Mesa Redonda Nacional sobre Medio Ambiente y Economía. Han despedido a
científicos y, a los que quedan, les dicen que no pueden hacer públicas sus
investigaciones, a pesar de que son financiadas con dinero de los
contribuyentes. También se les dice que no pueden hablar a la prensa a menos
que haya un responsable y se trate de una entrevista aprobada previamente.
Deben tener un responsable de la Oficina del Primer Ministro. De modo que los
científicos con los que he hablado se sienten avergonzados, frustrados, están
protestando. La semana pasada en Canadá cientos de científicos salieron a las
calles con su bata de laboratorio para protestar contra el Gobierno porque no pueden
hablar. Los están amordazando a un punto tal que la destacada revista
científica Nature publicó el año pasado un editorial en el que afirmaba que es
hora de que Canadá deje a sus científicos en paz”.
Las muertes provocadas por desastres climáticos son cada vez más: desde la
devastadora inundación que destruyó ciudades enteras en Colorado, hasta el
norte de la India, donde las inundaciones y los deslizamientos de tierra
provocados por una tormenta en junio de este año dejaron un saldo de 5.700
muertos. La esperanza está puesta en el cada vez mayor movimiento mundial por
la justicia climática, que exige a los gobiernos que tomen medidas reales para
detener el cambio climático antes de que sea demasiado tarde.
Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna
Texto en inglés traducido por Mercedes Camps. Edición: María Eva Blotta y
Democracy Now!.
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