Thursday, September 5, 2013

SIRIA EN OTRO CIRCO ROMANO



SIRIA EN OTRO CIRCO ROMANO

Por Jorge Rendón Vásquez

Entre los estereotipos creados por la cinematografía estadounidense uno es el del matón que ingresa a un bar decidido a pegarle a alguien, simplemente porque es guapo. Por lo general, mide un metro noventa o más, viste el atuendo típico del Oeste: sombrero tejano y botas en punta con taquitos cónicos; o puede ser un tipo igualmente grandazo, con tatuajes en el cuello, el torso y los brazos, blue jeans y escueto polo. Se aproxima a la barra y con rictus de matachín le pide al barman un trago doble. Mientras lo bebe, mira de reojo a los lados y detecta a su víctima, un ciudadano común que está allí porque en la tradición anglosajona los pubs se han hecho para socializar y él participa de ese hábito. El matón no necesita que la adrenalina lo estimule. Se aproxima al ciudadano, le clava una mirada despectiva y, sin decirle una palabra, le lanza un derechazo en la mandíbula, o un izquierdazo si es zurdo, y lo hace volar hacia una mesa, que cae aparatosamente, arrastrando a sus ocupantes. Sigue una pelea de todos contra todos. Los espejos, los vidrios de las ventanas y las sillas quedan hechos trizas. Nadie responde por nada. Si el matón tenía algún agravio que vengar, se podría decir que se ha hecho justicia por mano propia, hasta que aparece otro matón justiciero, y, con flemático desparpajo, le pega un tiro.

La presencia de sujetos calcados de este estereotipo se ha vuelto cada más frecuente en la sociedad estadounidense, y hasta es posible que su influencia haya contaminado a los políticos a cargo del gobierno.

Una de las tareas de los maestros de escuela, si es que de veras lo son, es tratar de reprimir los impulsos agresivos de los chicos, que no suelen ser dominados sino cuando se acercan a la mayoría de edad, a fuerza de un control continuo. Entre las enseñanzas que se trata de fijar en ellos está la de que nadie debe hacerse justicia por mano propia. Si uno de esos chicos llega a la Facultad de Derecho tendrá la oportunidad de informarse que la humanidad ha tenido que avanzar milenios para sustituir la venganza personal y tribal por un sistema de justicia encargado a un rudimentario gobierno, función que unos milenios después asumió un tribunal de justicia. Aún vivimos con ese sistema.

También los Estados han tratado de arribar a la noción de un tribunal internacional para resolver sus disputas, casi siempre mortíferas. Los juristas de la doctrina del Derecho Natural del siglo XVII —Hugo Grotius, Samuel von Pufendorf, Christian Thomasius y Francisco Suárez, entre los más eminentes— pensaron que el hombre era portador de ciertos derechos inmanentes a sí mismos, y, proyectando esta idea a la vida de los Estados para promover su convivencia pacífica, ajena al casus belli, idearon la máxima pacta sunt servanda, que quiere decir que los tratados deben ser cumplidos. No pudieron hacer más. Pero con esa máxima pusieron las bases del Derecho Internacional Público. Ya se sabe que los Estados más poderosos, conducidos por pequeñas y codiciosas cúpulas, prescindieron de ella y se fueron encima de los otros, generando horrorosas matanzas, de las cuales la Segunda Guerra Mundial causó unos ciento veinte millones de muertes.

Franklin D. Roosevelt, el gran Presidente de los Estados Unidos, que condujo a su país a la victoria en esa guerra, avizoró claramente que se debía crear un organismo internacional con la misión de tratar de prevenir e impedir las guerras. Y ese organismo nació, gracias en mucho a su empeño. Son las Naciones Unidas.

Desaparecido Roosevelt, Estados Unidos se atuvo a las deliberaciones y decisiones de este organismo, pero sólo cuando contaba con una mayoría de gobiernos a los que podía manejar o influir. Así sucedió en 1950 para lanzarse a la guerra contra Corea del Norte, que había transpuesto el paralelo 38 atacando a Corea del Sur. Pero, después, cuando la composición de las Naciones Unidas fue cambiando por la incorporación de nuevos Estados, en particular los liberados del colonialismo, los Estados socialistas y otros con gobiernos progresistas o menos conformistas, el club de Estados capitalistas más ricos fue dejado en minoría. Convertido en una voz casi solitaria, el gobierno de Estados Unidos se inclinó a actuar por su cuenta, prescindiendo de la opinión de las Naciones Unidas.

Luego de sus intervenciones armadas en Vietnam, Afganistán, Irak y Libia, ahora sus armas apuntan a Siria. Para tratar de doblegarla se vale de una coalición de terroristas fanáticos a los que ha avituallado y armado, utilizando como bases a Turquía y Arabia Saudita. El actual gobierno de Turquía sueña con reencarnar al feroz Imperio Otomano, y los ultra millonarios emires de Arabia Saudita odian a muerte al régimen basista de Siria. Esos rebeldes han fracasado, y el gobierno de Estados Unidos entiende que no puede quedarse con los brazos cruzados.

Pero como sería muy burdo atacar sin un pretexto, ha tenido que acusar al gobierno de Siria de haber utilizado gases tóxicos contra la población civil en un área ocupada por los rebeldes. Este procedimiento fue ya utilizado por el gobierno nazi de Alemania en 1939 para atacar a Polonia. Un grupo de oficiales de la SS, vistiendo uniformes polacos, mató a algunos soldados alemanes en la frontera. Siguió la guerra relámpago, organizada de antemano, que pulverizó al ejército polaco.

El gobierno de Obama rehúsa dar a conocer las “pruebas” que dice tener del uso de gases tóxicos por el ejército sirio. Las oculta, aduciendo que es información clasificada. Se puede inferir que no las tiene, puesto que de otro modo ya las hubiera hecho públicas.

Pero, aun cuando esas pruebas existieran, no se justificaría un ataque de Estados Unidos a Siria.

1) Porque Estados Unidos carece de legitimidad para obrar; no es legalmente parte del conflicto que se libra en Siria.

2) Porque tendría que someterse al veredicto de las Naciones Unidas, que sigue integrando, antes que pavonearse como un estereotipo de sus películas, buscando hacer justicia (su justicia) por mano propia.

3) Porque para vengar la muerte de centenares de personas por efecto de los gases tóxicos, imputada al gobierno sirio, Estados Unidos pretende matar posiblemente a miles que no serán sólo soldados sino civiles, y encender una hoguera en el Medio Oriente, con la perspectiva de multiplicar el número de víctimas. ¿Si esto no es un retorno a la barbarie qué es?

Felizmente en los Estados Unidos la oposición de la mayor parte de la población a ese ataque crece.

Pero eso sólo no basta.

Algún país o bloque regional de países debería plantear en las Naciones Unidas un pronunciamiento para evitar la matanza que un ataque con sofisticadas armas desde la impunidad de la distancia causaría. Y el mundo debería dejar de mirar este espectáculo como una nueva versión del circo romano, en cuyo palco principal el emperador Obama, coronado con los laureles del Premio Nobel, espera a los miembros del Congreso que están de vacaciones, para ordenar a sus legiones armadas hasta los dientes lanzarse contra un grupito de sirios medio desnudos y sin más defensa que unos trozos de leña.

(6/9/2013)

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