Cuatro problemas de la izquierda
POR RAFAEL BERNABE
A
nadie, o a casi nadie, le gusta que lo critiquen. Empiezo por decir que me considero una persona de izquierda, y, como la mayor parte de la izquierda en Puerto Rico, soy independentista. Lo digo, porque en lo que sigue voy a formular algunas críticas a la izquierda y deseo subrayar que no se trata de ataques enemigos sino de planteamientos de quien comparte las ideas del movimiento que está criticando. Hay cuatro problemas, cuatro actitudes o ideas que me preocupan y que deseo comentar. Sé que todas plantean problemas complejos y tienen más matices de los que aquí puedo tomar en cuenta. Pero lo importante es abrir el debate. Vamos a los cuatro problemas sin más rodeos.
El primero, para ser justos, no es un problema de la izquierda únicamente: es una noción que en Puerto Rico se afirma constantemente como una verdad evidente que ya no requiere demostración, y que la izquierda a menudo repite acríticamente. Es la denuncia o referencia al llamado problema de la “dependencia”, o, como a menudo se dice, el problema del “mantengo”. De este diagnóstico existen muy diversas versiones: “el mantengo fomenta la vagancia”, “en Puerto Rico es muy fácil vivir sin trabajar”, “vivir sin trabajar es indigno y el mantengo le ha enseñado a la gente a vivir sin trabajar”, “los cupones han desmoralizado a nuestro pueblo”, “mientras la clase media trabaja, hay muchos que viven del mantengo”, son tan solo algunos ejemplos. Planteado de esa forma la solución al problema es evidente: si el “mantengo” es el problema la solución es acabar con el “mantengo”. Esto, de hecho, es lo que plantean los ideólogos de la derecha neoliberal: los programas sociales, el welfare, fomentan la vagancia y la dependencia. La solución está en la reducción al mínimo de tales “regalos” (“hand-outs“): privados de tales refugios, cada cual tendrá que ganarse la vida y dejar de depender del estado. La iniciativa individual renacerá y cada uno aprenderá a depender de su propio esfuerzo. El estudio Restoring Growth sobre la economía de Puerto Rico, publicado en 2006, es una larga exposición de esta tesis: el problema con la economía de Puerto Rico es el exceso de generosas ayudas y subsidios a los pobres y desempleados. En el caso de Estados Unidos, a partir de la administración Reagan esta filosofía ha animado el progresivo desmantelamiento del llamado welfare, que era bastante raquítico para empezar. El resultado no ha sido el anunciado renacimiento, sino el empobrecimiento de los sectores marginados y desempleados y la presión de su miseria sobre los niveles de salario generales, que se han estancado (en términos reales). Claro está,ese precisamente es el objetivo real de tales políticas: limitar cualquier mejora en los niveles de vida del pueblo trabajador que pueda reducir las ganancias de las grandes empresas.
El hecho de que esta constante advertencia contra la “dependencia” y el “mantengo” sea parte esencial del arsenal de la derecha internacional, y de los Estados Unidos en particular, ya debiera aconsejarle cautela a la izquierda antes de abrazar este discurso y esta terminología. No es que vayamos a negar el problema, es que el problema es otro, y tiene otro nombre y exige otras soluciones: dicho en dos palabras, el problema no es la “dependencia”, el problema es el desempleo.
El problema no es que la gente sea vaga o no quiera trabajar o tenga ayudas demasiado generosas: el problema es una estructura económica que no es capaz de dar empleo a la mayor parte de la fuerza laboral. Nada más fácil para nuestros líderes políticos que culpar la “dependencia” o el “mantengo” de los males del país: esconde muy bien su incapacidad de impulsar políticas económicas que generen empleo. El problema es el desempleo y la solución no es eliminar las pocas e insuficientes ayudas que reciben los desempleados, sino una política capaz de generar empleo. Esto también es un reto para la izquierda: es más fácil culpar la “dependencia” o el “mantengo” que diseñar propuestas de reconstrucción económica.
Uno de los puntos de partida para formular tal proyecto es el doble compromiso de garantizar la satisfacción de las necesidades fundamentales de cada ser humano. Y esto nos lleva a otro problema de la constante machaca en la “dependencia” como problema: esa repetición no puede tener otro efecto que reiterar el mito del ser humano independiente, delself-made man, tan caro al capitalismo, sobre todo en su versión estadounidense. La realidad es que nadie es independiente: el ser humano es por naturaleza, sí, por naturaleza, dependiente. Hay que quitarle a la palabra dependencia el mal olor que los idólatras del mercado le han dado. Nadie que esté leyendo estas líneas estaría vivo sino fuera porque alguien se ocupó de que sobreviviera sus primeros años. No estoy hablando de intenciones: quizás lo hizo mal o bien, o sencillamente porque era su empleo. El punto es que todos dependemos unos de otros. Una sociedad que pretenda darle la espalda a este hecho no puede dar buenos resultados, en términos de convivencia humana. ¿Qué puede surgir de una sociedad montada sobre la competencia, la desigualdad, y la inseguridad? Abra usted el periódico mañana o vea las noticias y verá.
Somos dependientes unos de otros y nuestra vida económica debe tener como fundamento la solidaridad. Dejemos entonces a un lado la insistencia en el supuesto problema de la dependencia y expliquemos que el problema está en un sistema económico basado en la desigualdad y la competencia, que margina a buena parte de la población, y que la solución está en una economía solidaria a la que todos podamos contribuir y cuyos frutos se repartan entre todos.
Y esto me lleva al segundo problema que veo en algunas actitudes de la izquierda: una economía solidaria conlleva buscar aliados que aspiran y trabajan por lo mismo en todos los países, incluyendo, y, yo diría, sobre todo, en Estados Unidos. Algunos piensan que, como aspiramos a la independencia o una vez logremos la independencia, podemos desentendernos de lo que pasa en Estados Unidos. Pero esto es meter la cabeza en la tierra. Puerto Rico independiente no se mudará al planeta Marte: lo que pueda o no pueda hacer estará determinado en parte por lo que ocurra en Estados Unidos. Nuestro futuro está atado, y así debemos entenderlo, al destino de las luchas sociales y democráticas en Estados Unidos. Y ese es otro problema del independentismo: más de una vez he escuchado la descripción de la situacion de las minorías en Estados Unidos como argumento a favor de la independencia. Debemos ser independientes, se dice,… o terminaremos como las minoriás en ese país.
Hay buenas razones para ser independentista, pero esa no es una de ellas. Parecería que las minorías en Estados Unidos (incluyendo cuatro millones de puertorriqueños, by the way) están para siempre y fatalmente condenadas a la miseria, el discrimen y el maltrato que han sufrido históricamente. ¿Pero acaso no están esas comunidades también en lucha por cambiar su situación? ¿Acaso no son, o deben ser, esas luchas, hermanas de nuestra lucha en Puerto Rico? ¿Acaso no tenemos el mismo enemigo? Por tanto, en lugar de decir que queremos ser independientes pues queremos evitar caer en la condición de las minorías en Estados Unidos, como si eso fuera un abismo insuperable, digamos en su lugar que nuestra lucha por la independencia es parte de la misma lucha contra todas las formas de opresión incluso dentro de Estados Unidos: las minorías en Estados Unidos se liberarán y nosotros, junto a ellas, seremos independientes.
Y esta perspectiva solidaria más allá de nuestras fronteras me lleva al tercer problema que quería plantear: la idea que en años recientes se ha difundido que la independencia es fundamental para que Puerto Rico sea “más competitivo”. Aclaro que no me opongo, al contrario, a que seamos más eficientes y productivos, en el buen sentido de la palabra, que en la actualidad debe incorporar criterios ambientales de sustentabilidad. Tenemos que producir lo que necesitamos con el menor uso de recursos, energía y esfuerzo posible. Pero la idea de la cacareada “competitividad” trae de contrabando otros supuestos implícitos: la aceptación, casi como cosa natural e insuperable, de un orden económico regido por la competencia, por la guerra de todos contra todos y la carrera incesante por derribar la competencia. Tenemos que ser más competitivos que República Dominicana, que Costa Rica o que México… La premisa de tal razonamiento es el otro dogma neoliberal de que el libre comercio y la competencia benefician a todos los participantes. La experiencia demuestra lo contrario: un sistema económico basado en la competencia genera desigualdad, inestabilidad y crisis recurrentes. Por eso la globalización neoliberal ha generado y seguirá generando resistencias, de tipos muy diversos en todos los continentes (el zapatismo, el llamado movimiento anti-globalización, los Foros Sociales, el movimiento bolivariano, los indignados, Occupy, la primavera árabe, entre muchos otros) y países (más de los que podemos mencionar aquí). La consigna más conocida de ese movimiento es conocida: otro mundo es posible. Ese mundo tiene como horizonte la solidaridad y la colaboración, no la competencia. Nuestra lucha por la independencia debe ser parte de esa lucha por ese otro mundo posible, no por añadir un caballo más a la carrera de la competitividad. Lo cual, repito, no supone renunciar a la eficiencia y la productividad, sino aspirar a sacarlas de las reglas de la competencia entre empresas y países.
Y esta perspectiva de solidaridad internacional que subyace mis comentarios sobre nuestra actitud hacia las minorías en EE.UU. y hacia la llamada “competitividad” se relaciona igualmente con el cuarto y último problema: la tendencia a confundir la oposición, necesaria y justificada, a las intervenciones militares de EE.UU. en diversas partes del mundo, con el apoyo a, o el silencio cómplice sobre la naturaleza de algunos de los gobiernos objetos de esa intervención. Así escuchamos señalamientos contra la intervención de EE.UU. en Siria, lo cual está muy bien y comparto plenamente. Pero, ¿qué posición tenemos sobre la insurrección contra el gobierno de Asad? ¿Somos indiferentes? ¿Apoyamos la supresión de la insurrección? Si intentamos educar a nuestros interlocutores sobre la política exterior de EE.UU. ¿acaso no debemos educar también sobre esto? Me parece que en esto debemos ser consistentes: nadie que sea de izquierda puede simpatizar con un gobierno despótico, corrupto y criminal como el de Asad y debemos solidarizarnos con la lucha por derribarlo. ¿Quiero esto decir que estamos de acuerdo con todo lo que plantean los opositores de Asad? Claro que no, pero eso no elimina las razones para oponernos a su gobierno. ¿Quiere esto decir que apoyemos la intervención de EE.UU. en Siria? Menos aún: apoyamos la libertad del pueblo sirio contra la dictadura y contra una posible intervención de EE.UU., cuyas consecuencias desastrosas pueden verse en el espejo de Irak.
Sin embargo, cuando escucho hablar sobre este tema o leo lo que escribimos veo como se condena enérgicamente la intervención, pero se evade el tema de la insurrección. Algunos intentan evadir el tema planteando que debemos rechazar la intervención pero que el conflicto en Siria es algo que “deben decidir los Sirios”. Estoy de acuerdo que debemos defender el derecho de cada pueblo a solucionar sus problemas y por eso rechazamos la intervención de EE.UU. Pero cuando otros pueblos han luchado contra dictaduras (en Sur Africa, en Centro América, en Chile, etc.) nunca hemos dicho: eso es un problema que deben decidir esos pueblos sin contar con nosotros. Hemos ofrecido nuestra solidaridad. Igual principio, claro y consistente, debe aplicar en este caso: apoyo las luchas y levantamientos contra dictaduras con las cuales la izquierda no debe asociarse, ni dejarse asociar por su silencio, y rechazo la intervención de EE.UU. que solo puede ahondar el sufrimiento de estos pueblos. El hecho de que el gobierno de Obama se oponga al de Asad no hace a Asad merecedor de nuestro apoyo. Nuestros amigos son los pueblos en lucha, con todas sus complejidades y contradicciones, no los gobiernos que los masacran. Decir esto no es repetir la propaganda del Departamento de Estado, es decir la verdad y es a partir de esa realidad que podemos construir una perspectiva antiimperialista.
En fin: en lugar de las denuncias contra el “mantengo”, de la advertencia sobre el destino fatal de las minorías en EE.UU., del abrazo del culto de la competitividad y los silencios cómplices sobre gobiernos indefendibles propongo una perspectiva anticapitalista e internacionalista: no una lucha contra la “dependencia” y el “mantengo”, sino contra un sistema que genera desempleo y marginación; no una lucha por la competitividad en la globalización neoliberal, sino contra la globalización neoliberal en un mundo solidario; una lucha, no por evitar el destino de las minorías en EE.UU., sino solidaria con su lucha por cambiar ese destino y una lucha por la democracia y la autodeterminación en todas partes, lo cual incluye tanto la lucha contra los gobiernos despóticos en todos lados como contra la amenaza de la intervención. Luchamos por un mundo opuesto al creado por el capital, las dictaduras y las intervenciones y todas nuestras posiciones y actitudes deben responder a esa perspectiva. Es la clave para orientarnos en el laberinto de la realidad puertorriqueña, estadounidense y mundial.
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