Sandra Day O' Connor, quien recibiera en 2009 la Medalla Presidencial de la Libertad, más alto honor civil de los EE.UU., de manos del Presidente Barack Obama, decía: «La Cláusula de Establecimiento prohíbe al gobierno hacer adherencia a una religión en algún modo relevante a la posición de esa persona dentro de la comunidad política».
Por Carlos López Dzur / Fundador de La Naranja de OC
Sandra Day O'Connor (1930- ) fue la primera mujer estadounidense en ocupar un cargo en la Corte Suprema de los Estados Unidos de América. En 1981, el Presidente Ronald Reagan la nominó para una de las posiciones más altas en el gobierno, la Corte Suprema federal, y fue confirmada. Que haya sido la primera mujer en esta corte, históricamente, marcó un hito; pero, siempre ella tuvo claro este hecho. «El poder que ejerza en la corte depende del poder de mis argumentos, no en el de mi género». Y agregó: «La sociedad como un todo se beneficia, sin medida, de un clima en el cual todas las personas, no importa la raza o el género, puedan tener la oportunidad de ganar un respeto, responsabilidad, avance y remuneración en base a su habilidad».
Y no creo que haya dudas. O' Connor es una mujer brillante y habilidosa. Lo fue tanto, cuando ocupó esa posición en la cúspide del poder judicial que, tras años de servicio en la Administración Reagan, asesora de Seguridad Nacional con Condolezza Rice, la ex-Senadora Hillary Rodham Clinton y la exprimera Dama, Laura Bush, se le consideró en 2004 y 2005, primero la sexta, luego entre las 36, «mujeres más poderosas» del mundo.
Pero ella fue descubriendo, en la medida que se involucraba en los entresijos del poder y tenía que compartir responsabilidades con otros colegas, que no hay soluciones fáciles ni atajos cuando se quiere hacer un buen trabajo, precisamente, porque hay muchos estorbos y gente retardaria. Ella utilizaba una metáfora para describir a esas influencias negativas. «Dragones de la demora». A esos demonios hay que neutralizarlos, con buenas armas, no con «short-winded», o un remolinito vaporoso de aliento, cuando esos dragones echan mucho fuego.
Esta jueza excepcional sabía que lograr buenas cosas, desafiando los obstáculos y las demoras, no se puede hacer solo; hay que aprovechar el tejido de experiencias ya vividas, mucho de individualidad, además de ayudarse con la alianza de otros. «We don't accomplish anything in this world alone», decía sabiamente. Pese a su educación en Stanford University, preservó la lealtad a esos valores de familia que se aprendiera en el pequeño rancho, en el que transcurrió su niñez y que ella evocara en una biografía Growing Up on a Cattle Ranch in the American Southwest [Random House: 2002]. Ella rememoró el tiempo en que, en California ningún bufete legal deseaba emplearla como abogada por razón de su sexo y le ofrecían, como alternativa, una posición como secretaria legal.
En el mundo de la empresa privada, no se le dieron las oportunidades y eso la hizo buscar el servicio gubernamental e inclusive irse del país. Sus primeras significativas experiencias laborales las tuvo en Alemania, entre 1954—1957, trabajando para Quartermaster Market Center en Frankfurt am Main, hasta que volvió a Phoenix, Arizona, y en medio de periodos significativos en la lucha de Derechos Civiles (1965—1969) ascendió a Fiscal Auxiliar del Estado de Arizona. Una de las cosas que aprendería la dijo de este modo: «A más educación tiene una mujer, más ancha es la brecha entre lo que hombres y mujeres devengan por hacer el mismo trabajo». Y más intensa la presión de los poderes establecidos de tipo retardario.
Cuando llegó al Senado Estatal de Arizona en 1969, fue por nombramiento de un Gobernador vigente, Jack Richard Williams; después por reelección. En 1973, fue electa líder de la mayoría senatorial. Ella es republicana; pero es un Gobernador demócrata, Bruce Babbitt, quien la hará servir en tres distintas ramas del sistema judicial. Ella tiene simpatías en ambos partidos porque es independiente. No es sectaria. Cuando surge la nominación de Reagan para que ella sea Jueza de la Corte Federal, se ponen en juego las fuerzas que ella llamara los «Dragones de Demora». Los grupos anti-aborto y religiosos se le oponen. Los senadores republicanos, incluyendo a Don Nickles de Oklahoma, Steve Symms de Idaho y Jesse Helms, de Carolina del Norte, conspiran contra ella, coincidiendo en que ella es «otra a quienes los senadores republcanos, pro-familia, no apoyarían». En 1974, O' Connor había votado contra una medida que quería prohibir los abortos en algunos hospitales de Arizona.
El hecho, crudo y triste, es el siguiente: Casi la mitad de los embarazos entre mujeres estadounidenses no son deseados y cuatro de cada diez resultan en abortos. El 69% de las mujeres afroamericanas experimentan embarazos, no premeditados; así, por igual, el 54% de las mujeres de ancestro hispano y el 40% de las anglosajonas. Entre los años de 1973 al 2005, se realizaron 45 millones de abortos legales. Si no hubiesen sido legales, habría un enorme peligro de muertes de sus madres, no sólo del bebé, por contagios o prácticas insalubres y clandestinas. Con campañas de educación y protección contra los embarazos no deseados, la tasa de abortos baja. En el año 2000, se praticaron 1.31 mllones de aborto, la cifra iría en baja (1.21 millones, en 2005, por ejemplo).
La tasa de abortos entre mujeres que viven en la categoría de menos ingresos («bajo nivel de pobreza») es más de cuatro veces más alta que las de mayores ingresos. Los hijos indeseados, o no planificados, además de que imponen responsabilidades de crianza, vida familiar y manutención, no dan felicidad a los padres, sino que ponen presión social en las madres que no pueden sufragar los gastos de tener hijos; a veces son adolescentes, o madres jóvenes en pobreza y, en ambos casos, el 75% de ellas alega que tener un bebé «interfiere con proseguir en la escuela, o con un empleo» o, simplemente, no desean a un recién nacido porque no les cuadra ser «madres solteras», o no tienen el apoyo financiero ni emocional del esposo, o novio, o la familia de ellas, para facilitarles una decisión más sensible que el aborto.
Para muchos republicanos conservadores y grupos religiosos, la posición ante la sexualidad es un dogma. No un asunto de políticas públicas. Ni un asunto sobre cómo enfocar los problemas de adolescentes, en sectores pobres. O' Connor, como jueza, había entendido que educar, al tiempo de proveer protecciones legales, puede ser una solución. Son los estados de la nación, con mayor índice de adolescentes, los que engrosan el problema del aborto y el embarazo prematuro; pero, al mismo tiempo, la cifra de abortos tiende a disminuir cuando hay garantías para que los abortos, cuando los hay, sean legales y no clandestinos. Entre 1998 y 2000, el índice de embarzos adolesentes, no deseados, en la nación disminuyó y, a excepción de Dakota del Norte, entre 2000 y 2005, volvió a disminuir. California y Texas, capitales del embarazo adolescente, están teniendo los mismos resultados. Entre minorías hispanas, afroamericanas y otras, en California la baja ha sido del 26% (US Teenage Pregnancies, Births and Abortions: National and State Trends and Trend by Race and Ethnicity [GutTmacher Institute].
Cuando se educa sobre este asunto, que es la actitud que siempre ha asumido la ex-jueza O'Connor, las tendencias de la gente ante el problema crecen en favor a las ideologías de «Pro-Vida». En el año 2001, según una encuesta Gallop, los pro-abortistas (o «Pro-Choice») disminuyeron su puntaje de apoyo del 56% al 48%. Esto habla de esperanza y de fe en quienes sufren la experiencia del embarazo indeseado y la opción de acudir al aborto se estrecha en favor de explorar otras alternativas. Sin embargo, ¿qué padres, o familias, que miran una hija, entre las edades de 13 a 15 años de edad, ultrajada y embarazada, por un desconocido o un abusador; qué padres que entiendan que a una niña o mujer cualquiera, en exasperante pobreza, no le gustaría que les naciera un bebé que vendrá enfermo, o sea deforme, por males congénitos, diría a la postre no te hagas un aborto? De no existir el aborto, ¿quién sacará la cara en defensa y apoyo efectivo por madres e hijos para quienes el problema del embarazo indeseado y la tentación del aborto no es un asunto de dogma, sino un problema social?
Ciertamente, según estudios, sólo el 1% de los abortos se motivan por casos de violación o incesto; sólo el 1% por temor a anormalidades del feto y sólo el 3% se practicar al aducirse problemas de salud de la madre. Esto significa, o subraya, que el problema es social. Es asunto de educación. U.S. Teenage Pregnancy Rate Drops For 10th Straight Year [LifeNews.com / 2006].
Hoy por hoy, para fines prácticos, la forma más común de abortar son el uso contraceptivos. En los EE.UU., antes de 1965, la mayoría de los estados los prohibían y hubo que acudir a la Corte Federal (en el famoso caso Griswold) para que eso cambiara. Hipócritamente, mucha gente de «Pro-Life» acude a este método y no siente que transgrede, o que los contraceptivos deben prohibirse. En realidad, lo que con la legalización de contraceptivos y clínicas de aborto se ha logrado es que la mujer tenga una opción adicional que le ofrezca derechos sobre su cuerpo y que no se le criminalice el día que decida, a destiempo, que no quiere ser madre. Ese es el asunto y la esencia de todo.
Pondría los hechos mencionados, incluyendo la importancia que ha tenido la agenda «Pro-Choice» y la ley que legalizara el aborto (Roe v. Wade, 410 U.S. 113), en el contexto de una frase de O'Connor: «Los mujeres jóvenes a menudo tienen muy en poco la valoración de las batallas que han sido libaradas para dar a la mujer el lugar que hoy tiene en el país. No sé cuánto saben las mujeres de hoy acerca de esas batallas».
Pues, además de conseguir su derecho a la participación política, o en el caso de las mujeres afroamericanas que tiene ancestros de esclavitud, su emancipación ciudadana, uno de los derechos ganados fue decidir cuándo han de ser madres responsables, así como otro ha sido desmentir «el mito de su natural inferioridad» o la expectativa social de que, como mujeres, sólo ha sido hecha para el matrimonio y la maternidad.
Mas ahora permítanme que puntualice más en torno a esa metáfora tan significativa del «dragón de la demora» («Slaying the dragon of delay») que la ex-Jueza Sandra Day O'Connor lanzara alguna vez como una profecía, cuando también decía: «Nadie sabe más de un problema que aquella persona que está en el fondo del mismo».
El pensamiento conservador, aliado a la religión, gusta de decantar teórica y hasta dogmáticamente la igualdad de hombres y mujeres, pero la historia del mundo, como alguna vez dijera Elizabeth Cady Stanton, demuestra que no es otra cosa que la historia es «una repetición de injurias y usurpaciones de parte del hombre contra las mujeres» y que la emancipación de la mujer sólo puede lograrse cuando se abola la religión organizada, siendo que ésta sirve como obstáculo y demora a ese objetivo.
Hoy por hoy, las mujeres constituyen el 45% o más de las personas empleadas en la nación estadounidense; pero aún tienen muy poca voz en las esferas de decisión de normas en el empleo; más de la mitad de las familias afroamericanas son sostenidas con el ingreso de la mujer únicamente. Ellas se hacen cargo de los hijos y ésto comparado con sólo el 18% de las familias anglosajonas. Estos son los dragones de demora a los que O'Connor llamara rémoras de progreso. El mismo derecho al voto a la mujer, largamente luchado desde los años de la Guerra Civil y las campañas de mujeres abolicionistas, se les negó y cuando se aprobaron las Enmiendas # 14 y #16 a la Constitución, en 1868 y 1870, se les dio ciudadanía y derecho al voto al negro; pero se olvidaron de las mujeres, tanto de las blancas como de las afroamericans.
Sí, los dragones que echan fuego por la boca son demoras en términos de ley y cortinas de humo. O' Connor fue una jueza que pudo comprender cuando la afroamericana Margaret Murray Washington, segunda esposa de Booker T. Washington, en 1898, exhortaba a los miembros de su iglesia: «Debemos tener una moralidad social más limpia» y se refería a la desproporcionada tasa de mortalidad infantil, al problema de los embarazos no deseados y las altas tasas de muerte entre los afroamericanos. Si uno lee sus discursos, se entera de que los mIsmos problemas de ayer existen hoy; pero, con menores condiciones de tentación y explotación inmoral. Ella discute y da consejos en torno «the alarmingly increasing illegitimate birth rate among our women and girls». M. M. Washington: «We Must Have a Cleaner Social Morality», 1898]
La diferencia entre ayer y hoy, es que el sistema consumerista y el estilo de vida privan a la niñez de exponerse y alimentarse «con valores y principios» y de la educación que necesitan para hacerse buenos ciudadanos; o como dice O'Conors, del rol importante que la familia debe tener en nuestra sociedad, si es que quiere «el entrenamiento de la generación por venir». Nuestras cortes parecen hechas para condenar e iniciar disputas; no en lugar, donde las disputas acaban. Y mucho menos un espacio «para promover corrección de aquellas deficiencias y desabalances que ahoran existen». El conservadorismo es un dragón acusatorio y todo el fuego que le sale por la boca es para confundir, desamparar y castigar, «sin otro espacio para avanzar» («no room to advance and to promote correction of the remaining deficiencies and imbalances», escribe O' Connor.
He leído un artículo de William Mathie, «God, Woman, and Morality: The Democratic Family in the New Political Science of Alexis de Tocqueville» [University of Notre Dame. Review of Politics. Vol. 57, No. 1 (Winter, 1995), pp. 7-30], en torno a la época en que Tocqueville discutía sobre la the superioridad de ka mujer americana y su influencia en crear el poderío y la prosperidad de la democracia en los EE.UU. Hablaba de una superioridad que resulta de la educación, siendo ella capaz de libertad, no para trabajar fuera del hogar, sino el uso de esa libertad «to maintain the bonds that restrict women to the household».
Tocqueville, con sus propuestas de una nueva ciencia política y moral, me recuerda todo lo que se ha traicionado en Norteamérica y el doblez de la evolución moral y religiosa en el país. Cree él que la democracia ha tenido un impacto en las familias que no es otro que eliminar la autoridad de los pares como árbitros de costumbres («arbiters of mores») y defensores de la aristocracia. Las mujeres tienen el nuevo rol de construir la moralidad y para que ésto sea posible, dice él, deben excluirse del mundo del comercio y ceñirse a una estricta moralidad conyugal, sólo así serán «guardianas de la libertad democrática».
Me temo que toda esta ideología tocquevilliana es basura machistas, adorada por los conservadores y elitistas, desmentida por el capitalismo que se vive en el país y, por tanto, una de las razones, por las que O' Connor, mucho más brillante que éso, deserta de esos estrechos conservadurismos que siempre la objetaron por buscar la independencia como esencia de lo judicial. No me extraña que, tras esos años de servicio en la alta judicatura de la nación, concluyera que el razonamiento partidista, sectario, los ataques a la independencia de las cortes por parte de congresistas y senadores («que desean que la ley se interprete como ellos desean que esté escrita») es una amenaza directa, «una degeneración ante el país que ace enm la dictadura».
Esa visión tocquevilliana de muchos conservadores la obligó a que muchas guardara silencio respecto al reclamo de que Norteamérica es una «nación cristana». Ella, criada en la regilión espiscopal, decía ante el hecho de que el Estado no se comporta de ese modo: «En el corazón de la libertad está el derecho a definir nuestro propio concepto de existencia, de significado, de universo, y del misterio de la vida humana. Creencias acerca de estas cosas no pueden definir los atributos de persona cuando son formados bajo la compulsión del Estado». Por esta razón, ella juzgaba caso por caso los litigios ante su consideración en la Corte Suprema y defendía causas que los republicanos conservadores y la Derecha Cristiana repudiaban, por ejemplo: la educación bilingüe, la continudad de la Acción Afirmativa, leyes en defensa de la mujer trabajadora, foros en defensa de la «Independencia Judicial» y otros.
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Sandra Day O'Connor (1930- ) fue la primera mujer estadounidense en ocupar un cargo en la Corte Suprema de los Estados Unidos de América. En 1981, el Presidente Ronald Reagan la nominó para una de las posiciones más altas en el gobierno, la Corte Suprema federal, y fue confirmada. Que haya sido la primera mujer en esta corte, históricamente, marcó un hito; pero, siempre ella tuvo claro este hecho. «El poder que ejerza en la corte depende del poder de mis argumentos, no en el de mi género». Y agregó: «La sociedad como un todo se beneficia, sin medida, de un clima en el cual todas las personas, no importa la raza o el género, puedan tener la oportunidad de ganar un respeto, responsabilidad, avance y remuneración en base a su habilidad».
Y no creo que haya dudas. O' Connor es una mujer brillante y habilidosa. Lo fue tanto, cuando ocupó esa posición en la cúspide del poder judicial que, tras años de servicio en la Administración Reagan, asesora de Seguridad Nacional con Condolezza Rice, la ex-Senadora Hillary Rodham Clinton y la exprimera Dama, Laura Bush, se le consideró en 2004 y 2005, primero la sexta, luego entre las 36, «mujeres más poderosas» del mundo.
Pero ella fue descubriendo, en la medida que se involucraba en los entresijos del poder y tenía que compartir responsabilidades con otros colegas, que no hay soluciones fáciles ni atajos cuando se quiere hacer un buen trabajo, precisamente, porque hay muchos estorbos y gente retardaria. Ella utilizaba una metáfora para describir a esas influencias negativas. «Dragones de la demora». A esos demonios hay que neutralizarlos, con buenas armas, no con «short-winded», o un remolinito vaporoso de aliento, cuando esos dragones echan mucho fuego.
Esta jueza excepcional sabía que lograr buenas cosas, desafiando los obstáculos y las demoras, no se puede hacer solo; hay que aprovechar el tejido de experiencias ya vividas, mucho de individualidad, además de ayudarse con la alianza de otros. «We don't accomplish anything in this world alone», decía sabiamente. Pese a su educación en Stanford University, preservó la lealtad a esos valores de familia que se aprendiera en el pequeño rancho, en el que transcurrió su niñez y que ella evocara en una biografía Growing Up on a Cattle Ranch in the American Southwest [Random House: 2002]. Ella rememoró el tiempo en que, en California ningún bufete legal deseaba emplearla como abogada por razón de su sexo y le ofrecían, como alternativa, una posición como secretaria legal.
En el mundo de la empresa privada, no se le dieron las oportunidades y eso la hizo buscar el servicio gubernamental e inclusive irse del país. Sus primeras significativas experiencias laborales las tuvo en Alemania, entre 1954—1957, trabajando para Quartermaster Market Center en Frankfurt am Main, hasta que volvió a Phoenix, Arizona, y en medio de periodos significativos en la lucha de Derechos Civiles (1965—1969) ascendió a Fiscal Auxiliar del Estado de Arizona. Una de las cosas que aprendería la dijo de este modo: «A más educación tiene una mujer, más ancha es la brecha entre lo que hombres y mujeres devengan por hacer el mismo trabajo». Y más intensa la presión de los poderes establecidos de tipo retardario.
Cuando llegó al Senado Estatal de Arizona en 1969, fue por nombramiento de un Gobernador vigente, Jack Richard Williams; después por reelección. En 1973, fue electa líder de la mayoría senatorial. Ella es republicana; pero es un Gobernador demócrata, Bruce Babbitt, quien la hará servir en tres distintas ramas del sistema judicial. Ella tiene simpatías en ambos partidos porque es independiente. No es sectaria. Cuando surge la nominación de Reagan para que ella sea Jueza de la Corte Federal, se ponen en juego las fuerzas que ella llamara los «Dragones de Demora». Los grupos anti-aborto y religiosos se le oponen. Los senadores republicanos, incluyendo a Don Nickles de Oklahoma, Steve Symms de Idaho y Jesse Helms, de Carolina del Norte, conspiran contra ella, coincidiendo en que ella es «otra a quienes los senadores republcanos, pro-familia, no apoyarían». En 1974, O' Connor había votado contra una medida que quería prohibir los abortos en algunos hospitales de Arizona.
El hecho, crudo y triste, es el siguiente: Casi la mitad de los embarazos entre mujeres estadounidenses no son deseados y cuatro de cada diez resultan en abortos. El 69% de las mujeres afroamericanas experimentan embarazos, no premeditados; así, por igual, el 54% de las mujeres de ancestro hispano y el 40% de las anglosajonas. Entre los años de 1973 al 2005, se realizaron 45 millones de abortos legales. Si no hubiesen sido legales, habría un enorme peligro de muertes de sus madres, no sólo del bebé, por contagios o prácticas insalubres y clandestinas. Con campañas de educación y protección contra los embarazos no deseados, la tasa de abortos baja. En el año 2000, se praticaron 1.31 mllones de aborto, la cifra iría en baja (1.21 millones, en 2005, por ejemplo).
La tasa de abortos entre mujeres que viven en la categoría de menos ingresos («bajo nivel de pobreza») es más de cuatro veces más alta que las de mayores ingresos. Los hijos indeseados, o no planificados, además de que imponen responsabilidades de crianza, vida familiar y manutención, no dan felicidad a los padres, sino que ponen presión social en las madres que no pueden sufragar los gastos de tener hijos; a veces son adolescentes, o madres jóvenes en pobreza y, en ambos casos, el 75% de ellas alega que tener un bebé «interfiere con proseguir en la escuela, o con un empleo» o, simplemente, no desean a un recién nacido porque no les cuadra ser «madres solteras», o no tienen el apoyo financiero ni emocional del esposo, o novio, o la familia de ellas, para facilitarles una decisión más sensible que el aborto.
Para muchos republicanos conservadores y grupos religiosos, la posición ante la sexualidad es un dogma. No un asunto de políticas públicas. Ni un asunto sobre cómo enfocar los problemas de adolescentes, en sectores pobres. O' Connor, como jueza, había entendido que educar, al tiempo de proveer protecciones legales, puede ser una solución. Son los estados de la nación, con mayor índice de adolescentes, los que engrosan el problema del aborto y el embarazo prematuro; pero, al mismo tiempo, la cifra de abortos tiende a disminuir cuando hay garantías para que los abortos, cuando los hay, sean legales y no clandestinos. Entre 1998 y 2000, el índice de embarzos adolesentes, no deseados, en la nación disminuyó y, a excepción de Dakota del Norte, entre 2000 y 2005, volvió a disminuir. California y Texas, capitales del embarazo adolescente, están teniendo los mismos resultados. Entre minorías hispanas, afroamericanas y otras, en California la baja ha sido del 26% (US Teenage Pregnancies, Births and Abortions: National and State Trends and Trend by Race and Ethnicity [GutTmacher Institute].
Cuando se educa sobre este asunto, que es la actitud que siempre ha asumido la ex-jueza O'Connor, las tendencias de la gente ante el problema crecen en favor a las ideologías de «Pro-Vida». En el año 2001, según una encuesta Gallop, los pro-abortistas (o «Pro-Choice») disminuyeron su puntaje de apoyo del 56% al 48%. Esto habla de esperanza y de fe en quienes sufren la experiencia del embarazo indeseado y la opción de acudir al aborto se estrecha en favor de explorar otras alternativas. Sin embargo, ¿qué padres, o familias, que miran una hija, entre las edades de 13 a 15 años de edad, ultrajada y embarazada, por un desconocido o un abusador; qué padres que entiendan que a una niña o mujer cualquiera, en exasperante pobreza, no le gustaría que les naciera un bebé que vendrá enfermo, o sea deforme, por males congénitos, diría a la postre no te hagas un aborto? De no existir el aborto, ¿quién sacará la cara en defensa y apoyo efectivo por madres e hijos para quienes el problema del embarazo indeseado y la tentación del aborto no es un asunto de dogma, sino un problema social?
Ciertamente, según estudios, sólo el 1% de los abortos se motivan por casos de violación o incesto; sólo el 1% por temor a anormalidades del feto y sólo el 3% se practicar al aducirse problemas de salud de la madre. Esto significa, o subraya, que el problema es social. Es asunto de educación. U.S. Teenage Pregnancy Rate Drops For 10th Straight Year [LifeNews.com / 2006].
Hoy por hoy, para fines prácticos, la forma más común de abortar son el uso contraceptivos. En los EE.UU., antes de 1965, la mayoría de los estados los prohibían y hubo que acudir a la Corte Federal (en el famoso caso Griswold) para que eso cambiara. Hipócritamente, mucha gente de «Pro-Life» acude a este método y no siente que transgrede, o que los contraceptivos deben prohibirse. En realidad, lo que con la legalización de contraceptivos y clínicas de aborto se ha logrado es que la mujer tenga una opción adicional que le ofrezca derechos sobre su cuerpo y que no se le criminalice el día que decida, a destiempo, que no quiere ser madre. Ese es el asunto y la esencia de todo.
Pondría los hechos mencionados, incluyendo la importancia que ha tenido la agenda «Pro-Choice» y la ley que legalizara el aborto (Roe v. Wade, 410 U.S. 113), en el contexto de una frase de O'Connor: «Los mujeres jóvenes a menudo tienen muy en poco la valoración de las batallas que han sido libaradas para dar a la mujer el lugar que hoy tiene en el país. No sé cuánto saben las mujeres de hoy acerca de esas batallas».
Pues, además de conseguir su derecho a la participación política, o en el caso de las mujeres afroamericanas que tiene ancestros de esclavitud, su emancipación ciudadana, uno de los derechos ganados fue decidir cuándo han de ser madres responsables, así como otro ha sido desmentir «el mito de su natural inferioridad» o la expectativa social de que, como mujeres, sólo ha sido hecha para el matrimonio y la maternidad.
Mas ahora permítanme que puntualice más en torno a esa metáfora tan significativa del «dragón de la demora» («Slaying the dragon of delay») que la ex-Jueza Sandra Day O'Connor lanzara alguna vez como una profecía, cuando también decía: «Nadie sabe más de un problema que aquella persona que está en el fondo del mismo».
El pensamiento conservador, aliado a la religión, gusta de decantar teórica y hasta dogmáticamente la igualdad de hombres y mujeres, pero la historia del mundo, como alguna vez dijera Elizabeth Cady Stanton, demuestra que no es otra cosa que la historia es «una repetición de injurias y usurpaciones de parte del hombre contra las mujeres» y que la emancipación de la mujer sólo puede lograrse cuando se abola la religión organizada, siendo que ésta sirve como obstáculo y demora a ese objetivo.
Hoy por hoy, las mujeres constituyen el 45% o más de las personas empleadas en la nación estadounidense; pero aún tienen muy poca voz en las esferas de decisión de normas en el empleo; más de la mitad de las familias afroamericanas son sostenidas con el ingreso de la mujer únicamente. Ellas se hacen cargo de los hijos y ésto comparado con sólo el 18% de las familias anglosajonas. Estos son los dragones de demora a los que O'Connor llamara rémoras de progreso. El mismo derecho al voto a la mujer, largamente luchado desde los años de la Guerra Civil y las campañas de mujeres abolicionistas, se les negó y cuando se aprobaron las Enmiendas # 14 y #16 a la Constitución, en 1868 y 1870, se les dio ciudadanía y derecho al voto al negro; pero se olvidaron de las mujeres, tanto de las blancas como de las afroamericans.
Sí, los dragones que echan fuego por la boca son demoras en términos de ley y cortinas de humo. O' Connor fue una jueza que pudo comprender cuando la afroamericana Margaret Murray Washington, segunda esposa de Booker T. Washington, en 1898, exhortaba a los miembros de su iglesia: «Debemos tener una moralidad social más limpia» y se refería a la desproporcionada tasa de mortalidad infantil, al problema de los embarazos no deseados y las altas tasas de muerte entre los afroamericanos. Si uno lee sus discursos, se entera de que los mIsmos problemas de ayer existen hoy; pero, con menores condiciones de tentación y explotación inmoral. Ella discute y da consejos en torno «the alarmingly increasing illegitimate birth rate among our women and girls». M. M. Washington: «We Must Have a Cleaner Social Morality», 1898]
La diferencia entre ayer y hoy, es que el sistema consumerista y el estilo de vida privan a la niñez de exponerse y alimentarse «con valores y principios» y de la educación que necesitan para hacerse buenos ciudadanos; o como dice O'Conors, del rol importante que la familia debe tener en nuestra sociedad, si es que quiere «el entrenamiento de la generación por venir». Nuestras cortes parecen hechas para condenar e iniciar disputas; no en lugar, donde las disputas acaban. Y mucho menos un espacio «para promover corrección de aquellas deficiencias y desabalances que ahoran existen». El conservadorismo es un dragón acusatorio y todo el fuego que le sale por la boca es para confundir, desamparar y castigar, «sin otro espacio para avanzar» («no room to advance and to promote correction of the remaining deficiencies and imbalances», escribe O' Connor.
He leído un artículo de William Mathie, «God, Woman, and Morality: The Democratic Family in the New Political Science of Alexis de Tocqueville» [University of Notre Dame. Review of Politics. Vol. 57, No. 1 (Winter, 1995), pp. 7-30], en torno a la época en que Tocqueville discutía sobre la the superioridad de ka mujer americana y su influencia en crear el poderío y la prosperidad de la democracia en los EE.UU. Hablaba de una superioridad que resulta de la educación, siendo ella capaz de libertad, no para trabajar fuera del hogar, sino el uso de esa libertad «to maintain the bonds that restrict women to the household».
Tocqueville, con sus propuestas de una nueva ciencia política y moral, me recuerda todo lo que se ha traicionado en Norteamérica y el doblez de la evolución moral y religiosa en el país. Cree él que la democracia ha tenido un impacto en las familias que no es otro que eliminar la autoridad de los pares como árbitros de costumbres («arbiters of mores») y defensores de la aristocracia. Las mujeres tienen el nuevo rol de construir la moralidad y para que ésto sea posible, dice él, deben excluirse del mundo del comercio y ceñirse a una estricta moralidad conyugal, sólo así serán «guardianas de la libertad democrática».
Me temo que toda esta ideología tocquevilliana es basura machistas, adorada por los conservadores y elitistas, desmentida por el capitalismo que se vive en el país y, por tanto, una de las razones, por las que O' Connor, mucho más brillante que éso, deserta de esos estrechos conservadurismos que siempre la objetaron por buscar la independencia como esencia de lo judicial. No me extraña que, tras esos años de servicio en la alta judicatura de la nación, concluyera que el razonamiento partidista, sectario, los ataques a la independencia de las cortes por parte de congresistas y senadores («que desean que la ley se interprete como ellos desean que esté escrita») es una amenaza directa, «una degeneración ante el país que ace enm la dictadura».
Esa visión tocquevilliana de muchos conservadores la obligó a que muchas guardara silencio respecto al reclamo de que Norteamérica es una «nación cristana». Ella, criada en la regilión espiscopal, decía ante el hecho de que el Estado no se comporta de ese modo: «En el corazón de la libertad está el derecho a definir nuestro propio concepto de existencia, de significado, de universo, y del misterio de la vida humana. Creencias acerca de estas cosas no pueden definir los atributos de persona cuando son formados bajo la compulsión del Estado». Por esta razón, ella juzgaba caso por caso los litigios ante su consideración en la Corte Suprema y defendía causas que los republicanos conservadores y la Derecha Cristiana repudiaban, por ejemplo: la educación bilingüe, la continudad de la Acción Afirmativa, leyes en defensa de la mujer trabajadora, foros en defensa de la «Independencia Judicial» y otros.
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Bio Sandra Day / Carlos López Dzur, poeta: Rebeldía con esperanza / Los gros serpentinos de un poeta / Carlos López Dzur: Tarea Escolar / Según crezco me salva el amor / Memoria del ultraje de Floris / Mi araña predilecta en el congal / Evaristo y la Trevi / El hombre extendido / ¿Por qué no soy una mosca? / Un día que me llamaron / Cómo descubrí la vida / Pero me hallé con gente que me niega
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