Por Arturo Cardona Mattei / Escitor y poeta puertorriqueño
Sin duda alguna este es un tema que siempre trae mucha controversia. Es muy antiguo, pues se remonta a los mismos comienzos cuando Los Padres de la Iglesia Católica empezaron a tejer las ideas y conceptos que habrían de formar el cuerpo mismo de la Iglesia. El hablar de religión es aún más divisivo que la política. Y es muy difícil romper con tradiciones familiares e institucionales que datan de siglos. Pero en algún lado, en algún lugar tiene que estar la verdadera y única verdad. Pues Dios no puede estar regando porciones de su verdad aquí y allá. No pueden haber muchas fuentes diferentes hablando la única y absoluta verdad. Algo podemos sacar en claro: las mayorías nunca han estado del lado de Dios, y Dios nunca se ha dejado llevar por manifestaciones mayoritarias ni por números ni estadísticas que lo puedan presionar para que cambie su posición de pensar.
En el libro de Mateo encontramos lo siguiente: «No piensen que vine a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada. Porque vine a causar división, y estará el hombre contra su padre, y la hija contra su madre, y la esposa joven contra su suegra».
Las ideas y principios del verdadero cristianismo a veces se nos antojan difíciles de comprender. Y es que la verdad que hay encerrada en esos principios no suelen ser cómodos ni apetecibles por la inmensa mayoría de la gente. Aún más, esos principios nos son incómodos, pues desnudan nuestra verdadera personalidad; dejando al descubierto nuestras hipocresías, nuestros errores y nuestros pecados. Nuestra piel espiritual tiene muchas llagas y arrugas. Hay mucho matojo en nuestro jardín espiritual.
Las tríadas de dioses nos vienen de las antiguas sociedades paganas. Esa fue la fuente que llenó el cristianismo con tan absurdas ideas provenientes, principalmente, de los filósofos griegos. Platón fue el máximo exponente de la idea de la inmortalidad del alma. Ya dentro del cristianismo, Tertuliano -uno de los Padres de la Iglesia- puso la zapata desde donde se lanzó la idea de la Trinidad. Fue Tertuliano quien elaboró la teoría de «una sustancia, tres personas”. Un libro de referencia dice: «Fue una curiosa mezcla de ideas y términos jurídicos y filosóficos lo que permitió a Tertuliano presentar la doctrina trinitaria en una fórmula que, pese a sus limitaciones e imperfecciones, supuso la base de la doctrina que se presentó posteriormente en el Concilio de Nicea». Esa teología entró en la Iglesia y no fue corregida por la Reforma Protestante. Por lo tanto, la fórmula de Tertuliano -tres personas en una sustancia divina- desempeñó un papel importante en la difusión del error religioso por toda la cristiandad.
Cuando la cristiandad se refiere a Dios menciona a Jesús como si este fuese el Dios del cual habla la Biblia. Más sin embargo, es la propia Biblia la que enseña que ambos son personas diferentes y que uno es mayor que el otro. Es la propia Biblia la que enseña que solo hay un solo Dios; uno que es celoso y que no admite otros dioses. El propio Tertuliano creía que el Hijo estaba subordinado al Padre. También demostró que las Escrituras hacen una clara distinción entre el Padre y el Hijo cuando razonó y citó:”Aquel que sujetó todas las cosas y Aquel a quien le fueron sujetadas tienen que ser dos personas distintas”. Citó directamente las propias palabras de Jesús cuando este dijo: «El Padre es mayor que yo». El que engendra es mayor que el engendrado, el que envía es mayor que el enviado, y el que crea es mayor que aquel mediante quien se crearon todas las cosas.
La Biblia es diáfana cuando dice: «Este es mi Hijo, el amado, a quien he aprobado». O sea, Jesucristo es el Hijo de Jehová Dios. Jesús también dijo: «Que no se efectúe mi voluntad, sino la tuya». Y lo más grandioso de todo, Jesús no se resucitó a sí mismo, sino que fue Dios quien lo levantó de entre los muertos. No hay en toda la Biblia una sola referencia a Jesús como todopoderoso. Esa cualidad la reserva la Biblia para Jehová. Es un hecho irrefutable que Jesucristo -en su fase humana- murió. Pero es sumamente interesante que en el libro de Habacuc se encuentra lo siguiente: «Oh Dios mío, mi Santo, tú no mueres». Luego, en el libro a los Filipenses encontramos lo siguiente: «Mantengan en ustedes esta actitud mental que también hubo en Cristo Jesús, quien, aunque existía en la forma de Dios, no dio consideración a una usurpación, a saber, que debiera ser igual a Dios».
Jesucristo tiene un puesto de suma importancia en los propósitos de Dios, pero la Biblia dice que luego de terminado su reinado milenario, Jesús «entrega el reino a su Dios y Padre», y se somete a «Aquel que le sujetó todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas para con todos».
En este tema la Biblia no da margen para que haya una interpretación trinitaria. Las personas de Jehová y Jesús están claramente delimitadas. Es increíble cómo un error de esta naturaleza ha podido ser arrastrado por tantos siglos. La cristiandad se quema en su propio infierno, y arde en su propia hoguera.
El Credo Atanasiano, de alrededor del siglo octavo de la era común, dice que los tres, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son de la misma sustancia, que los tres son eternos –y por lo tanto no tuvieron principio-, y que los tres son todopoderosos. De manera que el credo dice que en la «Trinidad nadie está antes ni después del otro; nadie es mayor ni menos que el otro».
La palabra de Dios es terminantemente clara a este respecto. Ni los profetas hebreos ni los apóstoles cristianos conocían esta doctrina. El propio Jesús habló de su Padre como «mi Dios» y como «el único Dios verdadero». ¿Por qué este terco error bíblico no ha sido corregido en tantos siglos? Porque no tienen ni la verdad ni el Espíritu Santo. Tampoco entienden que Jesús no puede ser representado a través de imágenes que no tienen ningún valor espiritual. Jesús dijo: «los verdaderos adoradores adorarán al Padre con espíritu y con verdad». En el propio Antiguo Testamento quedó plasmada la advertencia contra las imágenes. En Exodo leemos: «No te harás imágenes talladas, ni figuración alguna… No te postrarás ante ellas, y no las servirás».
Las aguas contaminadas con ajenjo siguen impidiendo que una inmensa humanidad llegue a la verdad exacta de cómo adorar al Padre y al Hijo. Así se destruyen almas, no se salvan.
Caguas, Puerto Rico
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