Este es el Día del pequeño huesito de la Luz.
Luz que no es asimilada al polvo de la tumba.
Luz que no muere con la muerte:
De Teth, mi serpiente / Carlos López Dzur
Solo, entre la gente, está él (aunque conoce las uvas del majuelo); y triste ... pero los jilguerillos trinan como siempre y las golondrinas se anidan en balcones y él las mira con la dulce piedad de la simbiosis... A él esperaban muchos de los que sufren, niños con trichulis y parásitos, guajiritoscon los ojos tan grandes como sus barrigas, mulatas que serán primerizas. (Su clínica está llena de enfermos y nadie le llama Simón sino Viejo Santo y bendito).
Las sombras lo acompañan, pero no le hablan. La Habana conoce su ternura; sus amores, admira; pero la calle es dura... y es como cerviz de piedra, muy pulida y jabata.
En la noche volverá a casa y estará solo. La vejez está diciendo: No sonrías. Su boca ya no quiere tantas voces. El corazón multiplica más recuerdos que paliques en guatequerías.
El hijo de su carne está en la guerra; el hijo de su hermano, tan amado, está en la noche, muerto. Los nazis lo reventaron a balazos.
Mi abuelo Benavito ya no es pobre, pero la riqueza de su casa tiene lágrimas y el azar del capricho hila ironías con lutos y premeditaciones. ¡Mirad qué solo está, abuelo solo, porque Elohim se hizo para él una simple, hueca palabra del Siddur! La palabra sola y el solo Dios caminan entre infieles e incrédulos, entre saduceos como él, que antes litaba, y se comía el libro de los píos. Hoy no visita ni a los templos del consuelo. Realenga está su alma, sin sábado de justo, sin havdalah en el vino.
Bet ha tefillah fue asaltada en riña de estos años de guerra sucia y de imperialismo anglo-británico, fascismo sin sentido, ultraje colectivo. Y el abuelo maldijo y se mordió en su lástima por no querer la lengua como llama ni la Mano de Elohim como su amparo.
La soledad da coces al aguijón y en el abuelo triste, viejo solo, la historia pudo más que el príncipe del sábado y la reina Nashim, Sueca, abuelita.
Ella, dulce de alma, a su sombra permanece y le seca sus lágrimas y le oculta las suyas. Con la pipa en los labios, Simón está y oculta que está solo, aunque hay gente que lo llama a los partos, y lo abrazan y le besan en el pecho, porque es alto como nube o vara larga de guayabo.
Triste se tiende sobre el lecho al lado de la esposa. Vehemente en dolor, en yugo primitivo, su barba amanece, crecida en grises; pero no piensa cortarla jamás.
Como al hijo del castigo, la soledad saluda a su mañana; el sol de baronshin está en desobediencia: el viejo está sin fe, por días y días. Seco de labios, mustio, aunque del vino rutinario él probara su dulzura y del secreto majuelo del ayer bebiera dicha, aún no se seca la queja: «Se fue a la guerra» o el aviso del maskilim, es por falta de ángel, de dulce fantasía, o vigor en la carne.
La soledad te vencerá poco a poco, le dijeron, hasta la muerte, pero la gente ¡qué sabe! El se sostiene activo y, en privado, La Abuela con los suyos consolidan su mundo: «¡Te amamos, Benavito! ¡No llores!»
Eisenhower sería el fin del cambio de actitud: la señal que esperaba de Roosevelt. Benavito si odiaba lo vicioso de la guerra. Sin embargo, en la barbería de Lleó se escuchaba, por la radio, con el mismo alboroto con que otrora, antes de la guerra, se sintonizaban los partidos de Grandes Ligas, los boletines explicativos del discurso de W. F. Churchill, Blood, Toil, Tears, and Sweat.
«Como la guerra no es aquí en América, acá estamos como noveleros. Esta es nuestra película», comentaba con amargura.
Y, entre los propalados decires y titilares, se magnificó la noción de que: «Se rindió el ejército holandés». Otros editorializaron: «Polonia ahora es de Alemania». «Los rusos se quedaron con Finlandia». Imagino que Abram, donde quiera que esté, se clavará en la lectura de los periódicos ingleses que destacaban la tercera reelección de Roosevelt.
A Benavito le aseguran que, a lo mejor, debido a que el Congreso en Washington aprobó la Ley del Servicio Selectivo, se enlistarán los judíos, todos esos infelices que sufren en Europa, con la resistencia aliada. Y a Leopoldo lo enorgullecería que se dijera: «Claro, claro. Es lo que debemos hacer. Es lo que hizo el hijo mío, der Soldaten Leopoldín». En parte, es por lo que han vivido, su padre Otilio y él. Se supo que Leopoldín se unió a la resistencia austríaca, porque había conocido a Karl Gruber, quien lo instó a reclutarse, en los días en que llovieron las bombas alemanas sobre Bélgica, Francia y Luxemburgo.
Alguna cartas, de procedencia desconocida, llegaron más rápidamente. Unas con significativos detalles y no por eso más esperada que la que enviara Andrés, tan lacónico y, aún peor, impreciso para dar informes. Abram debió escribir para consuelo y alegría de su padre, no él. Abram y hacerlo con su puño y letra, no delegando su mensaje a un tonto, que no sabe expresarse sin que vea a los ojos y se convenza que tiene un interlocutor. El es práctico. Ve y cree lo que toca. «Escribir cartas no se hizo para él».
«Perdona, ama a tu muchacho. No seas tan cruel por Andrés», le dice Malká La Sueca.
«El hizo ya lo que pudo. Me dijo que está vivo. Lo que dijo en su carta: ¿Puedo ayudar en algo? es evidencia de lo tonto que es. Si puede ayudar que ayude, que no ofrezca nada. Que haga. Ya sé que se fue a Basilea, ¿por qué no se llevó a Abram consigo, que es más joven y ha viajado menos?»
«Volvamos al campo porque no hay disfrute en tus sábados. ¿Cuánto hace que no escortas a la Reina? Antes me llamas Malkah... yo era tu Ceres / Java / la amada del Sábado representada en una aceituna / y contigo despedía al rey quien nos dio su huesito de luz, la vida... pero ya no tienes gozo. Se'udata d'Dovid Malka Meshicha', tu fiesta de David y el rey Mesías, no te nutre... ya no me llamas tu Aceitunita... ¿Es que no ves en mí el huesito de la luz? y ¿dejaste de ver Creador que hizo a la mujer en la séptima hora de la Semana de la Creación y la llamó Java -Eva. Un alma adicional... bendíceme en el próximo Melaveh Malkah y, si la muerte es designio de estos días, en la base del cráneo, amarremos el Tefillin y recrearemos desde ya resurrección; pero que Luz nunca se destruye y vamos a bendecir huesitos de luz de tus hijos... y vamos a hacerlo en el campo, en Ceiba Mocha, donde te sientas en contacto con la cosecha y el reposo....». E intervino así La Abuela porque venía mucha gente con fastidios, aún en días de la Despedida del Sábado y la comida de Melaveh Malkah...
Llegaron, quizás no de mala fe, a dar versiones sobre la guerra en Europa marinos con prostitutas, empleadillos y sinvergüenzas, ebrios fingindose llorosos, y fue Benavito echó a correr el aviso de que se urgían noticias sobre Leopoldín, Andrés y Abram. Y todos tenían amistades en barrios de gentiles... Y cierto es que Benavito murió sin saber que Abram, el estudiante de medicina, vistió el uniforme americano. «¡Ay, Abram, nunca lo esperé de tí, porque las guerras matan, aunque quede uno vivo». Ni supo sí, efectivamente, se había casado, y si lo hizo fue sin su bendición. Mucho de lo que se le informó fue cierto; pero no pudo ser su consuelo...
Según Benavito, para los trafalmejos, todos estos pueblos tan lejanos no significaban la vida espiritual, unicidad, lo único que atesora el judío. Le son como entidades abstractas: idea-nación, otredad extranjera y prescindible. Los germanófilos cubanos aplaudían los triunfos nazis alegando que Alemania había sufrido con los tratados humillantes que contra ella se pactaron tras la primera Guerra Mundial. Justificarían el derecho alemán a la represalia. En violación de la neutralidad declarada por los Países Bajos, las tropas alemanas entraron a Holanda. Establecieron su imperio de terror en Rotterdam en 1940. Con exterminios judíos en Holanda y las bombas alemanas, como en el centro de la ciudad de Rotterdam, cumplen esta ignorancia que llaman las «últimas noticias». Y lo hastiaban. Ya no desea oír.
Cuando pasó a Ceiba Mocha, celebraron el primer Sábado. Escortada la Reina del Shabat, como correspondía y La Sueca bonita, lo amó cuando le escuchó su plegaria, Acción de Gracias para morise en paz:
Siempre me comprendo como Ser, ker que crece, hijo del crecimiento, ente sembrado en la Tierra, puesto para el cultivo. Esta fue mi ser es, mi ceremonia en silencio prometeico de luz porque el Rey vendrá. Vendrá mi día de reposo y veré un fruto, mi forma de aceituna, yo brotando de la tierra, de lo profundo de lo oscuro para ser un huesillo de luz bajo la mirada del Sexto Día que me entierra y dice Ser-semilla, hueso primero, único entre los cinco misterios de Iejidá y Jaiá, la vida.
Aunque la tierra, lo coma, Ser es. No será Nefesh, porque la sangre es vida que nadie ha de comer. Este huesito de luz Ser-es, y «no comerás tú la vida con la carne».
El mejor de tus huesos pongo como tu espiga de trigo, más allá del polvo de la muerte y te lo entrego con instancia de Melave malka para que sea tu ceremonia cuando me esperes, cuando me despidas, Sembrador, panadero de trigo limpio. Ser es, como esperanza de crecimiento, Ceres como diosa de lo agrario, ser es en el Shejiná de tu hembra en los sábados.
Desde el sexto día, en la primera hora cuando Tu Creador hizo, como Saturno, el Tiempo y con él la bondad de Tu Ser. En la sexta hora se te hizo Alma porque todo debe ser de ese modo, que en el espacio donde se te echara la tierra sea transformada en barbecho, preparada, abierta en surcos, arada con dedos que puedan hacer agujeros, sembrada por el Aliento y el Sudor gozoso del Creador / el Gran Labriego / Rey de la Tierra y el Agro / como Ceres / es Tu Rey Obarator divino. El escarifica y escarda para mejor clarearte en los días de la cosecha, Messor.
Después, antes de gozarse en su audacia, te esconde, bondosamente, el brindis de tu aceituna, te da su Java, su delicia, ese huesito de su luz, Eva, premio para la octava hora de Tu Día porque mujer Ser-es, y ceremonia del Descanso, cúspide del Reposo. Recibe a tu Rey, Shabat es Su Nombre y luego, en el Melave malka, agradece, despídelo, y entra en la novena hora para seguir cultivando el Jardín de la Tiera, al Edén planetario.
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