Por Ernesto Gómez Abascal, Embajadoe cubano en Oriente Medio
Hoy me inclino por esta última apreciación. No es lo mismo un lobby, que por muy poderoso que sea se supone que existe para influir o hacer labor de cabildeo desde fuera, que formar parte del propio poder. El lobby, representado fundamentalmente por el American Israeli Public Affairs Committee (AIPAC), puede seguir existiendo como mecanismo de relaciones públicas, pero es solamente parte del juego.
Y hablo de sionismo, no de judaísmo, pues aunque los dirigentes de Israel tratan de identificar los dos términos como si hablaran de lo mismo, para mí está claro que el primero expresa una categoría política y el segundo una condición religiosa. Hay judíos, aunque sean una minoría, que son antisionistas.
Por estos días se discute también la exigencia de los gobernantes de Tel Aviv para que los palestinos y los árabes reconozcan la condición de Israel como Estado confesional judío, lo que conllevaría la exclusión o desconocimiento de un 20% de su población que está compuesta por palestinos que profesan la religión musulmana o cristiana. La exigencia sionista puede estar dirigida a que se acepte una futura expulsión de esta población árabe como culminación de las operaciones de limpieza étnica y religiosa, que vienen practicando desde hace más de medio siglo para dejar un Estado puro. Ya hace años la Organización de las Naciones Unidas había declarado, con razón, que el sionismo era una forma de racismo.
Hasta los años cuarenta, los sionistas habían mantenido vínculos privilegiados con los británicos, que fueron los que propiciaron en 1917, con objetivos colonialistas, la constitución de un Hogar Nacional para el pueblo judío en Palestina, una tierra que no les pertenecía. Este fue el antecedente directo de la creación en 1948, del Estado de Israel. Pero desde 1942, cuando la Agencia Judía dio a conocer el Programa de Biltmore, se venía produciendo un traslado de los intereses sionistas hacia los Estados Unidos y el centro de actividad de sus organizaciones pasó de Londres a Nueva York. Decenas de miles de judíos alemanes y europeos que habían emigrado a Estados Unidos huyendo del fascismo, estaban escalando posiciones en los medios masivos, en las actividades culturales y en los estamentos científicos y financieros. Igualmente comenzaron a introducirse en posiciones políticas influyentes. Ya en 1944, se consideraba que contaban con el apoyo de 77 senadores y 318 representantes en el Congreso.
Desde esa época, aunque hubo altos y bajos en el apoyo y el compromiso de los gobiernos estadounidenses con los intereses sionistas, el poder de éstos se fue extendiendo y consolidando, por encima de uno u otro partido. Sin embargo, fue posiblemente durante el gobierno del presidente George W. Bush cuando se pudo apreciar con más claridad que el lobby había pasado a ser parte integrante del poder establecido. Un grupo significativo de judíos sionistas estadounidenses y de estadounidenses pro sionistas, participaron en la elaboración después de finalizada la Guerra Fría de las principales ideas recogidas en el conocido Proyecto para el Nuevo Siglo, un programa para el pleno dominio mundial. Muchos de ellos pasaron a ocupar cargos en su administración neofascista: Paul Wolfowitz, Richard Perle, John Bolton, Elio Cohen, Lewis Libby, Dov Zekheim, Stephen Carbone…, una verdadera pandilla de delincuentes políticos.
Ellos fueron los hombres de Cheney y Rumsfeld en la implementación de la guerra total contra el terrorismo, desatada a partir del ataque a las Torres Gemelas en septiembre de 2001, acción que no pudo realizarse de forma más oportuna para poder instrumentar sus planes y a partir de la cual lanzaron su campaña para intimidar y someter al mundo.
Observé desde Bagdad cómo los sionistas y pro sionistas fueron levantando la gigantesca ola de mentiras para preparar una guerra que iba en contra de los verdaderos intereses del pueblo estadounidense. Washington pudo haber negociado con el gobierno iraquí y haber obtenido incluso concesiones muy importantes en la explotación de sus enormes reservas de petróleo y gas. Ya antes, cuando Saddam Hussein lanzó una guerra insensata contra Irán, habían mantenido una estrecha colaboración con su gobierno.
Cuando en los meses anteriores, al inicio de la guerra en 2003, conversaba con dirigentes iraquíes sobre la posibilidad o no de que ésta estallara, encontré en muchos de ellos la convicción de que el diferendo se resolvería mediante la negociación. Hasta mediados de marzo de ese año, siendo ya evidente que estaban a punto de llover bombas y cohetes sobre Bagdad, percibí que al menos en una parte importante del mando iraquí, predominaba el criterio de que la movilización militar enemiga era parte de la presión para llegar a negociaciones. Y ellos estaban dispuestos a negociar. Tal vez ésa fue la razón de la falta de preparativos para una defensa efectiva que observaba en mis recorridos.
Si el gobierno estadounidense hubiera optado por la negociación, se habría evitado una criminal guerra que ha costado cientos de miles de muertos al pueblo iraquí y la destrucción de una buena parte del país, pero los sionistas pensaban que si ello ocurría se fortalecería al país árabe al cual los dirigentes de Israel siempre han considerado una amenaza para su seguridad. El objetivo sionista no sólo era deponer al gobierno de Saddam, sino destruir el país, retrasar un siglo su posible desarrollo y tal vez dividirlo. Todavía están en eso.
Por intereses sionistas, ahora convertidos en punta de lanza del poder imperialista, el pueblo norteamericano ha debido pagar sin embargo un alto precio. La montaña de muertos iraquíes significa una montaña de resentimientos y odio acumulado entre árabes y musulmanes. La guerra ha costado cifras incalculables de millones de dólares, lo cual ha sido un factor en el desencadenamiento de la crisis económica que todavía sacude el país. Y lo que es más doloroso para el pueblo estadounidense, cerca de 4.500 jóvenes han muerto y decenas de miles han sido heridos, muchos de los cuales quedaron lisiados o arrastrarán otras secuelas.
El próximo objetivo es Irán. Habrá que ver si después del desastre de Iraq los sionistas pueden imponer sus criminales propósitos y desatar otra guerra que se aprecia como de terribles e incalculables consecuencias… también para el pueblo estadounidense.
Ernesto Gómez Abascal es escritor y periodista cubano. Ex embajador en varios países del Medio Oriente.
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