De Indice / Las juderías / de Carlos López Dzur
19. Presentaciones de rigor
Considerando el hecho de que, por la euforia de Abram, Sara no sintió que fue adecuadamente presentada, ella misma lo hizo. Abram ni siquiera recordó cuán cansada estaba su delicada Camarada. Antes de retirarse a la habitación, por estar su yerno presente, saludó a Andrés como se debe. Abram, que ni por cortesía le invitó a su paseo, dijo que tenía que salir en la noche, caminar por la ciudad, ver La Habana, su barrio y localizar a amigos que creyó que tuvo. O que hizo antes de su estadía de muchos años por Europa. A ella sí la invitó, pero Sara se le quejó, aduciendo el cansancio y el desempacar y no dejar a su anfitriona sola.
Entonces, hizo claro que deseaba ir solo (porque su medio-hermano lo opaca, por ser gregario y miel para los amigos). El médico necesita la visibilidad de sus dotes e instintos, su individualidad. Entonces, dijo a Sara que atendiera a su hermano, o que dejara que se fuera a donde quisiera. Y, para corregirla, otra correccioncilla:
«Malká no es anfitriona. No estamos de visita. Estamos en nuestra casa y Malká es mi madre y la tuya desde hoy».
«Pero yo soy, por de pronto, quien me siento extraña. Ház lo que quieras hacer. A mí, déjame descansar», le dijo al marido.
«No es para que repliques, mi amor».
Cuando Sara conversó con La Sueca, a quien le encantara que le llamaran Malká (y así la trataría), simpatizaron profundamente. Le dijo que su padre a ella le llamaba la Abejita. «Pues, como eres tan dulce, así te llamaré», le dijo Malká Aaarhaus, la sueca.
Le dio el debido tour por la casa y le mostró algunos de los retratos que hizo de Benavito y de su parentela. «Te pintaré. Me queda energía». La Abejita Sara comenzó a sentirse feliz, zumbar, curiosear todo lo que veía. Cuando aludió a que había estudiado medicina, con Abram en Berna, aunque no tenía su carrera terminada como él, Malká la animó. «No dejes eso sin acabar» y se refirió al servicio médico, o todo cuidado de salud, como lo sagrado: «La medicina es la más generosa de las ciencias. Así lo había entendido Gregorio, Ruy, Otilio y Moritz, para quienes la medicina era el sacerdicio mayor.
Hablaron sobre Leopoldín. De su padre Sara sólo tuvo referencias y le confirmó algo triste. El sí murió. José Finat Escrivá de Romaní, embajador de España en Alemania, le escribió una carta que Malká no le pudo enviar al pobre Leopoldo. La abrió y leyó, porque Andrés la instó a hacerlo a finales de 1941, ya muerto Benavito.
«Será un joven con la edad aproximada de 30 a 35 años y colgada a su cuello estaba una pequeña Estrella de David y corresponde a la descripción que diera usted. Ante nadie que lo reclamara, se incineró el cadáver, que ya estaba muy deshecho».
Es cierto, insistió Sara, quien dijo que su padre también había muerto en combate.
De algún modo, estas cosas llevaron a hablar de Leopoldo, quien se desvió y, aún cuando dio fervor a las ideologías por las que él se fascinara, no vio cómo «se unirán extranjeros y se juntarán a la familia de Jacob», y que, con alianza tal, serán los opresores de Babilonia, «ciudad codiciosa de oro», y serán quebrantados. Malká la sueca no hablaba así. Mas Sara, la Abejita, sobreentendía que eran las profecías de Benavito. El profetizó que Leopoldo, «con el báculo de los impíos, el centro de los señores», sería cortado y se vería cautivo de los que le cautivaron y que los que él llamó amigos se señorearían sobre él, oprimiéndole. Y, a pesar de su pretensión de predicar las Siete Lámparas, fue llamado Leopoldo a Oscuras y su hijo, el desobediente soñador, murió sin gloria y su cadáver siquiera fue recuperado.
«No debe ser fácil la vida con mi hijo», se sinceró Malká. «Cuando Benavito vivía, Abram no tuvo ojos para mí porque mi esposo era el Juez y Anciano Sefatzer, nuestro Rey (y era una devoción merecida)... Tenía mucha influencia entre algunos grupos judíos habaneros entonces: El Centro, Adath Israel y El Patronato... Con el Patronato sigo con mis caridades para los pobres».
La referencia carácter arduo de su hijo, o la gravitación excesiva de Benavito sobre él, intereso mucho a Sara, mas no creyó que sería conveniente discutirlo; pero se han tratado durante cinco años por lo menos y, como vida de pareja, funcionan. Es ardiente y tierno.
Sara volvió al tema de Joachim de Riga, su padre convencido de que la guerra que Alemania libraba contra el mundo era, sobre todo, una guerra contra la más alta visión de la historia, la de Sión como Ciudad Deseada y «linaje escogido, pueblo santo». Cuando el jefe de la Gestapo alemana, Adolf Eichmann, se asignó la tarea de destruir a los judíos en toda Europa, tanto Sara, como Abram, siguiendo el consejo de Joachim: combinar el ministerio de la medicina y la honra de su fe con la autodefensa, las armas. Todavía dudaba; pero la destrucción y la mortandad de judíos en Rotterdam les convenció a todos.
«He visto a mi hijo y no lo reconozco», dijo su madre. Su temperamento auto-centrado, indiferente a la bulla, lejano como quien dice adiós, sin prodigar besos y últimos abrazos, «y ha venido como una tromba. Mira que antes de preguntar por su padre, o Andrés, me dijera: 'Vengo loco por ver al Cotorro'... Ahora. ¿es siempre así?»
«Hasta yo misma necesitaré mi tiempo para saberlo», dijo Mamá Sara.
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De algún modo, estas cosas llevaron a hablar de Leopoldo, quien se desvió y, aún cuando dio fervor a las ideologías por las que él se fascinara, no vio cómo «se unirán extranjeros y se juntarán a la familia de Jacob», y que, con alianza tal, serán los opresores de Babilonia, «ciudad codiciosa de oro», y serán quebrantados. Malká la sueca no hablaba así. Mas Sara, la Abejita, sobreentendía que eran las profecías de Benavito. El profetizó que Leopoldo, «con el báculo de los impíos, el centro de los señores», sería cortado y se vería cautivo de los que le cautivaron y que los que él llamó amigos se señorearían sobre él, oprimiéndole. Y, a pesar de su pretensión de predicar las Siete Lámparas, fue llamado Leopoldo a Oscuras y su hijo, el desobediente soñador, murió sin gloria y su cadáver siquiera fue recuperado.
«No debe ser fácil la vida con mi hijo», se sinceró Malká. «Cuando Benavito vivía, Abram no tuvo ojos para mí porque mi esposo era el Juez y Anciano Sefatzer, nuestro Rey (y era una devoción merecida)... Tenía mucha influencia entre algunos grupos judíos habaneros entonces: El Centro, Adath Israel y El Patronato... Con el Patronato sigo con mis caridades para los pobres».
La referencia carácter arduo de su hijo, o la gravitación excesiva de Benavito sobre él, intereso mucho a Sara, mas no creyó que sería conveniente discutirlo; pero se han tratado durante cinco años por lo menos y, como vida de pareja, funcionan. Es ardiente y tierno.
Sara volvió al tema de Joachim de Riga, su padre convencido de que la guerra que Alemania libraba contra el mundo era, sobre todo, una guerra contra la más alta visión de la historia, la de Sión como Ciudad Deseada y «linaje escogido, pueblo santo». Cuando el jefe de la Gestapo alemana, Adolf Eichmann, se asignó la tarea de destruir a los judíos en toda Europa, tanto Sara, como Abram, siguiendo el consejo de Joachim: combinar el ministerio de la medicina y la honra de su fe con la autodefensa, las armas. Todavía dudaba; pero la destrucción y la mortandad de judíos en Rotterdam les convenció a todos.
«He visto a mi hijo y no lo reconozco», dijo su madre. Su temperamento auto-centrado, indiferente a la bulla, lejano como quien dice adiós, sin prodigar besos y últimos abrazos, «y ha venido como una tromba. Mira que antes de preguntar por su padre, o Andrés, me dijera: 'Vengo loco por ver al Cotorro'... Ahora. ¿es siempre así?»
«Hasta yo misma necesitaré mi tiempo para saberlo», dijo Mamá Sara.
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