Por Julio Ioseph May / Escritor judeo-argentino
Este texto se publicó mas o menos en el año 2003, muchos publicistas intentan olvidarse y estan con la banderita: los palestinos no existen, no existieron, etc. Es bueno recordar que ya no estan Ben Gurion, Golda Meir, Menahem Begin, Itzhak Rabin y Sharon, tampoco Arafat y Palestina es una idea dificil de comprender (Abu Mazen, Hania) y en el mundo, especialmente EEUU, donde empezar la lista? Eizenhower?, Nixon? Kennedy, Bush padre e hijo, Clinton o sencillamente Obama. Una cosa es absolutamente cierta: En estos años el fanatismo religioso, en todas las religiones aumento mucho, es un problema Ariel Sharón y el 'Mapa de Ruta': La rama de olivo en las garras del halcón
En 1982, en plena Guerra del Líbano, el entonces primer ministro Menajem Beguin publicó un artículo titulado En defensa de la guerra como alternativa. Según la historiadora israelí Anita Shapira, esa declaración en favor de la ofensiva militar abiertamente promovida marcó una desviación de la tradición sionista de muchos años. Hasya entonces -aclara Shapira- los dirigentes del movimiento sionista y del Estado de Israel habían procurado cuidar la imagen de aspirantes a la paz, que salen a la guerra no porque ven en ella un medio para conseguir objetivos nacionales, sino porque les ha sido impuesta.
El concepto 'no hay alternativa' había servido de explicación a la salida bélica y de fuente de legitimación de la misma.
El artículo de Beguin simbolizó un cambio en la línea de difusión sionista, en la autoimagen y en el sistema de valores orientador que se escondía etrás de ella. Este giro en el discurso ideológico hacia la justificación el uso de la fuerza militar como opción elegida y hasta deseable, más que inevitable, que según Shapira se dio con la invasión al Líbano, motivó a la historiadora a escribir un libro titulado La espada de la paloma. El sionismo y el poder: 1881-1948.
La reciente aprobación del Mapa de Ruta por parte del gobierno israelí encabezado por Ariel Sharón, y su consiguiente reconocimiento de un futuro estado palestino, también aparentan tener la impronta de un giro histórico, o al menos de un viraje dramático. Así lo perciben sus opositores más acérrimos entre el público israelí, los partidarios del Gran Israel y de la punta de lanza de su ideal: la colonización judía en Cisjordania y Gaza. Para ellos se trata de una tragedia más peligrosa que la precipitada -a su entender- por los acuerdos de Oslo.
En el campo opuesto, el de los partidarios de la concesión territorial a cambio de la paz con los palestinos, la decisión de Sharón es vista también como un cambio sustancial -por lo menos en el terreno de las declaraciones, pero por supuesto que positivo, una tardía pero bienvenida adopción del principio que viene sosteniendo durante varios años el movimiento Paz Ahora.
EL NUEVO DISCURSO: Más allá de la distancia entre las intenciones declaradas y su traducción en los hechos (una distancia que Ariel Sharón supo transformar varias veces, como en su operación quirúrgica de 18 años en el Líbano, en un abismo nsalvable), el giro discursivo en sí mismo es más que significativo en el caso de la nueva lectura cartográfica que Sharón hace del mapa diseñado en Washington.
Tras la conquista militar de Irak, una vez que la administración norteamericana está empeñada en el negocio de la reconstrucción de ese territorio liberado, le toca el turno al conflicto palestino-israelí. La dirigencia palestina ya ha pagado su cuota de ingreso al club del nuevo orden regional: las reformas interiorizadas incluyen un nuevo gobierno y
un nuevo primer ministro, Abu Mazen. En tales circunstancias, aun cuando los atentados terroristas contra ciudadanos israelíes recrudecieron precisamente luego de que el nuevo gabinete palestino fuera conformado, Sharón no pudo seguir postergando y boicoteando el Mapa de Ruta.
En este contexto surge su nuevo discurso, que habla de la necesidad de aceptar la creación de un estado palestino, la inviabilidad de la dominación sobre tres millones y medio de (sus futuros) ciudadanos y su disposición a efectuar renuncias dolorosas.
Este giro de Sharón puede interpretarse, por lo menos en el plano ideológico, como una suerte de reencarrilamiento a la vía de la tradición sionista resumida en la consigna no hay alternativa, pero esta vez no para justificar la guerra sino para explicar el amargo pero inevitable camino hacia la paz. Si Beguin rompió, en 1982, con una larga historia en la que el enfrentamiento militar era inevitable, para convertirlo en opción preferible, Sharón estaría intentando corregir ese desvío a través de un nuevo encauzamiento en la senda principal del sionismo clásico.
Pero ese intento de retorno implica una inversión en los términos: ya no es la guerra el mal necesario que le es impuesto a Israel, sino la paz. Siguiendo con la metáfora empleada por Anita Shapira, si la espada de la paloma (el sionismo históricamente hegemonizado por el movimiento laborista) cambió de dueño y fue empuñada por el halcón (el sionismo revisionista que subió al poder con Beguin en 1977), el camino de este último para reparar el daño causado por el uso indiscriminado de la espada no es -o no puede ser- convertirse en paloma, sino abandonar la espada y atrapar la rama de olivo largamente olvidada (tanto por una como por la otra de las dos aves).
Esa atípica hibridación entre la naturaleza halcona y el objetivo paloma encarnada en el nuevo Sharón es la que tanto perturba a sus fieles seguidores y desconcierta a sus adversarios. Comandante de los actos de represalia contra poblados árabes durante los años '50, arquitecto de la Guerra del Líbano, el más consecuente impulsor de la colonización judía en los territorios palestinos conquistados en 1967, mentor de la política de represión de la segunda Intifada por la vía militar férrea y masiva, con esos antecedentes Ariel Sharón genera una curiosa disonancia cognitiva en varios sectores políticos y sociales cuando habla de ocupación y sostiene que no es bueno dominar a tres millones y medio de palestinos.
Con todo lo que tiene de novedosa y embrionaria, aun cuando su futura implementación genere más preguntas que certezas, la adopción del Mapa de Ruta provoca, sin embargo, una verdadera conmoción en la tradicional división entre derecha e izquierda en Israel. Así lo expresa incluso la publicación Nekudah (Punto), vocero de la colonización judía más allá de la Línea Verde, cuya última nota editorial sostiene que, mientras la derecha en Israel ha venido triunfando mediante su política de hechos consumados en el terreno, la izquierda lo viene haciendo creando hechos consumados en la conciencia. Que Sharón -tal como es visto ahora por los colonos- se haya sumado a las filas de la izquierda en esta kulturkampf (guerra cultural) implica un verdadero terremoto en el mapa cognitivo de quienes consideran que cualquier renuncia territorial es un acto de traición que anuncia un futuro apocalíptico para el pueblo de Israel.
¿DE QUE ESTADO PALESTINO HABLA SHARON?: La aprobación del Mapa de Ruta significa, para el gobierno de Israel, el desmantelamiento de los nuevos asentamientos judíos erigidos en Cisjordania en los últimos dos años, el congelamiento del crecimiento de los asentamientos previamente existentes allí y en la Franja de Gaza, el retiro del ejército de las zonas palestinas nuevamente ocupadas en el marco de la lucha contra el terrorismo y, por último, la aceptación de la creación de un estado palestino a fines del año 2003, con límites temporarios en primera instancia y límites definitivos que serán fijados en un acuerdo posterior (en 2004 ó 2005).
Si en el terreno de las declaraciones Sharón despertó la conmoción y el sentimiento de injuria del nacionalismo integrista, en el plano de los hechos su política consecuente genera el escepticismo de los partidarios de la partición territorial. Tal como lo señala la periodista Amira Haas (Haaretz, 28/05), cuando uno llega al terreno y ve lo que allí hacen los trabajadores de obras viales, el Ministerio de Defensa y las aplanadoras del ejército, es posible entender por qué a Ariel Sharón le resulta fácil hablar de un estado palestino. De acuerdo a esos hechos topográficos, el estado que podría levantarse estaría compuesto por tres enclaves desconectados entre sí en la Cisjordania, más el enclave de la Franja de Gaza.
En torno de los asentamientos judíos existe una verdadera geografía de la ocupación (como reza el título de un libro de reciente aparición en Israel, escrito por el geógrafo Elisha Efrat). Ese enorme complejo de ciudades y pequeñas poblaciones unidas al territorio israelí por una amplia y moderna red de carreteras es ya hace mucho tiempo un hecho consumado y -para gran parte de la dirigencia israelí, incluyendo a Sharón- una realidad irreversible, ya incorporada al espacio natural israelí (1).
La última sofisticación de esta megaempresa nacional, la construcción de un cerco de separación entre las poblaciones israelíes y palestinas, significa otra vuelta de tuerca del mecanismo de confiscación de tierras, aislamiento de poblados palestinos y su desconexión de sus tierras de cultivo. Más del 40% de los territorios palestinos conquistados en 1967 son parte de este gran complejo de asentamientos. Entre éstos últimos y los enclaves que integrarían el futuro estado palestino ya existe una desigualdad básica: la continuidad territorial garantizada para los colonos judíos les es negada a los palestinos. Frente a esta realidad contundente, la discusión en torno del congelamiento del crecimiento vegetativo de esos asentamientos se parece a una polémica sobre si darle o no una curita a un herido que se está desangrando.
Desgastados y desesperanzados ante los nulos resultados del enfrentamiento desigual contra Israel por la vía militar, los palestinos también parecen estar dispuestos a retornar a la política de no hay alternativa a la mesa de negociaciones, abandonada por Yasser Arafat en el año 2000, con el inicio de la última Intifada. Por eso tal vez acepten el estado de los Bantustanes que Israel les ofrecerá, en el que recibirían a cientos de miles de refugiados dispuestos a concretar su derecho al retorno.
Sin el espacio adecuado para el desarrollo urbano y económico, crecerán los campamentos precarios, buenos semilleros de penurias y pobreza. Si las próximas generaciones de palestinos -cuestiona Amira Haas- aceptarán seguir viviendo así 'en paz', en enclaves asfixiados y asfixiantes, es otra cuestión.
Y otra pregunta es si la fuerza de disuasión que a Israel le confiere su poderío militar, y gracias a la cual podría atraer a la dirigencia palestina a la mesa de negociaciones con renuncias mínimas, le bastará para convencer a la administración norteamericana que es posible transformar al Oriente Medio en un mercado estable y atractivo para los grandes inversores haciendo un esfuerzo ínfimo, casi sin transpirar. Después de la faena que las tropas norteamericanas realizaron en el desierto iraquí, no parece que a Sharón le vaya ser tan fácil con George W. Bush.
Ver
El gobierno actual de Israel {Netanyahu, Liberman, Ishai y el finado Laborismo conducido por Barak) son un castigo para el pueblo de Israel, un pueblo masoquista pues lo eligio democraticamente.
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