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Por Arturo Cardona Mattei
Ciento trece años no ha sido suficiente tiempo para que el anexionismo haya podido calar lo suficiente para convencer al pueblo puertorriqueño de que la Estadidad es la mejor opción política para esta isla. Tampoco el Congreso norteamericano, el que tiene la llave y el poder sobre toda nuestra vida de pueblo, ha podido ser conmovido para que nos recoja en su santo seno político. Ese célebre Club de cincuenta estados no tiene la menor urgencia ante esos alaridos del anexionismo puertorriqueño.
Hoy sabemos que el propio presidente Barack Obama le ha dicho a los prestidigitadores del anexionismo que una simple mayoría del pueblo puertorriqueño respaldando la estadidad no tumbará el árbol de cerezo, aquel por el cual fue acusado George Washington, dando paso al mito de la célebre frase: “No puedo mentir, lo hice con mi hacha pequeña”. Hace tiempo que varios congresistas han estado usando pequeñas hachas para ir podando el árbol pretensioso de la estadidad para Puerto Rico. Pero el presidente en esta ocasión usó un hacha más grande, pesada y afilada. Y con esos truenos el anexionismo puertorriqueño entró en pánico. Dicen que eso es inconstitucional y que va en contra de los mejores atributos de la democracia norteamericana.
¡Pobres diablillos! Esos son los mismos que violaron el mandato soberano del pueblo puertorriqueño cuando tiraron al zafacón los resultados del referéndum sobre la propuesta de la unicameralidad. Con esos líderes, amarrados a tantos privilegios, la estadidad no tiene la menor oportunidad de llegar ni a primera base. Son magos que no han podido desenredar sus propias magias políticas. Por eso sus prédicas anexionistas son rechazadas en Washington una vez tras otra. Allá saben que son una camarilla de políticos ambiciosos y sin escrúpulos. Y que el altar desde donde predican está malamente apolillado.
El aspirante a Comisionado Residente en Washington por el Partido Popular Democrático dijo que la estadidad no es un derecho. Pues bien, el liderato del Partido Independentista Puertorriqueño le ha estado diciendo a este pueblo esa misma dolorosa realidad. Así lo hace constar para la historia Rubén Berríos Martínez en su libro La Independencia de Puerto Rico, Razón y Lucha. Cito: “La estadidad no es un derecho, sino una concesión que el Congreso otorga o niega según su conveniencia”. Esta regla innegable también fue aplicada a varios territorios, que luego advinieron a la estadidad. Por razones de la esclavitud algunos territorios vieron frustrados, por algún tiempo, sus anhelos de conseguir la estadidad. Más claro no brilla el Sol.
Ahora vemos al gato atacando al león. Líderes del anexionismo no creen que el presidente Obama esté en lo correcto. Y que su posición está de espalda a la historia de lo ocurrido en el expansionismo de ese enorme territorio llamado los Estados Unidos de Norteamerica. Lo que pasa es que los hijos biológicos y los hijos bastardos, políticamente hablando, no son tratados con el mismo cariño. Y el Congreso tiene el poder de endurecer o flexibilizar sus políticas respecto a la anexión de nuevos territorios. En el caso de Puerto Rico ni el Congreso ni la Casa Blanca han enviado señales fehacientes de que algún día pueda ser parte de ese Club tan exclusivo. Nos separan muchas realidades: idioma, pobreza y toda una idiosincrasia que crea una abismal separación. Por eso es que la “estadidad jíbara” fue un fiasco al ser presentada al Congreso norteamericano. Tan blasfema idea vestida con prendas hispánicas se fue al fondo del río Potomac. Don Luis A. Ferré sufrió su más decepcionante derrota. Ni sus grandes dotes diplomáticos pudieron enamorar al Congreso de aquellos años.
Un dato contundente contra esas aspiraciones del anexionismo puertorriqueño nos lo trae el reciente Censo del 2010. Veinticuatro estados de la Nación norteamericana tienen menos población que Puerto Rico. ¿Cómo votarían esos estados al momento de decidir el futuro político de Puerto Rico? Por el número de la población Puerto Rico tendría un mollero político más fuerte que esos veinticuatro estados. ¿Iría eso en contra de sus intereses estatales? ¿Permitirían que un intruso hispano y pobre se les fuera por encima en representación y poder? Creo que aquí hay 24 razones traumatizantes para acabar con la descabellada idea de la estadidad para Puerto Rico.
Los hijos biológicos de la casa son primero; los bastardos que se queden con sus alacenas llenas de cupones de alimento, y todas las demás regalías que el Congreso a bien tenga en otorgarles.
Ciertamente, no hay honradez intelectual en los líderes del anexionismo puertorriqueño. Las huellas de la historia los delata como meros oportunistas. Ni Miguel Angel, el genial pintor y escultor italiano, puede rivalizar con estos diseñadores del anexionismo. Un día estos líderes chocarán contra una muralla infranqueable que les indique: llegaron a su fin. Entonces, nuestra Cordillera Central derramará a borbotones todas las aguas anidadas en su vientre profundo y pedregoso. Los negocios turbios de la estadidad habrán llegado a su fin.
Los dioses tapaagujeros del anexionismo, con su insensatez aún hirviendo, dirán: ya no se puede seguir mirando y escuchando a Washington. Necesitamos de otro Diseñador. Lo intocable colapsará irremediablemente.
Caguas, Puerto Rico
1 de octubre de 2011
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