Revista Hola PR / El Librepensador / Indice / Hola / OccupyPRPuerto Rico sufre por los cuatro costados. Sin pena se ve azotado por una plaga de males que parecen no tener fin. Las noticias que nos llegan a diario solo expresan dolor, coraje, frustración y desesperación. Sufren los viejos, los jóvenes, los niños y hasta los que están por nacer. Las contradicciones en los discursos son elocuentes. Nadie parece tener la verdad y nadie quiere cargar con la culpa de nada. Nuestros líderes se culpan mutuamente, mientras el pueblo, la gente de abajo, queda atrapada entre los muchos problemas y las escasas soluciones.
Por Arturo Cardona Mattei / Escritor puertorriqueño
Nuestros líderes están famélicos de ideas y soluciones.
En sus ojos hay cataratas muy pesadas. En sus oídos no hay receptividad a nuevos argumentos. Sus lenguas solo profieren el insulto degradante. Sus pies de plomo no conocen la agilidad. Sus manos son vagas para el trabajo placentero y fructífero. Todos los indicadores nos llevan por un camino sin salida triunfante.
Estamos agotados de ideas que nos puedan salvar del miserable estado anímico en que nos encontramos. ¿Estaremos predestinados para un sufrir eterno? ¿Estarán los ejércitos de los muchos cielos en contra de nuestra existencia? ¿Por qué están tan precarias todas nuestras instituciones? Como que el látigo del destino se ha empeñado en azotarnos sin ninguna piedad. Hay un divorcio cruel entre el mundo de nuestros líderes y el pueblo que ellos gobiernan. La empatía está a grandes distancias medidas en años luz; la apatía se nos cuela por los techos de nuestras viviendas.
Las cosas importantes de nuestra vida de pueblo se tambalean en tal forma que meten miedo. La seguridad de nuestros ciudadanos es de grados calamitosos. La educación de nuestros niños y jóvenes ha dado saltos gigantes hacia atrás. La salud ha caído a niveles bajos nunca antes conocidos. Hasta los niños por nacer están amenazados de venir a un mundo sumamente complicado y absurdo.
El servicio público ha sido sometido a la corrupción más denigrante jamás conocida en nuestra historia de pueblo. La degradante política ha puesto en fuego ardiente el espíritu de la honradez. Nuestro sistema económico se nutre de el alto índice de desempleo. Sabe que le sobra la mano de obra barata, ofreciendo así salarios miserables. Toda una juventud que se aupa es presa de ese egoísmo descarado. Hay cuerpo y sangre en cantidades inmedibles para llamarlos al mundo de las fuerzas armadas. ¡Al mundo de la muerte!
Los líderes gremiales se afincan en sus puestos sin disposición alguna para pasar la batuta a otros pretendientes amantes del liderazgo. Nadie quiere soltar lo que tiene tan apretado entre sus manos. Se autoproclaman indispensables. De esas grandes aspiraciones nacen las grandes frustraciones de los miembros unionados. Con el correr del tiempo esos líderes obreros masacran a sus propios representados. Se ensalzan desmedidamente para lograr permanecer en sus tronos de barro. .
¿Y qué decir de los gozosos líderes religiosos? ¡Ah!, estos son seres que al parecer nos llegaron de otros mundos. Estos son los impolutos líderes que se mezclan en todo. Estos son los sabios que pretenden enseñarnos el camino correcto; aunque estén más torcidos que una caña azotada por el viento. En verdad, son ciegos guiando a otros muchos ciegos. Hablan de la piedad, pero viven glorificando al cielo por las muchas bendiciones recibidas de esas alturas celestiales.
Estos son los intérpretes inequívocos que resuelven secretos a millares y sanan cuerpos y almas en cantidades industriales. Se venden como los salvadores de este mundo cruel. Ya lo dice la Biblia: son sepulcros blanqueados por fuera, pero llenos de toda inmundicia por dentro. Son los que proclaman sin descanso lo que Dios no le ha puesto en sus bocas. Son falsos y malcriados.
Se enaltecen llamándose pastores de Dios, pero andan y duermen con César todos los días de sus vidas. Ahora se arrodillan una vez más en una nueva misión: recoger las armas de todo delincuente que quiera ir hasta sus recintos a depositarlas. Pero no tienen la menor disposición para enseñarles a sus feligresías, específicamene a sus jóvenes, a que le digan no a las armas de los ejércitos que se pasan matándose los unos a los otros. En ese foso están los cristianos, los musulmanes, los hindúes, los judíos, los budistas, y demás religiones. Esa es la falsa religión de la cual habla tan claramente el libro de Apocalipsis. Esa es la llamada Babilonia la Grande, la que tiene pecados amontonados hasta el mismo cielo.
Nuestra sociedad puertorriqueña está hondamente resquebrajada desde sus mismos cimientos. La hipocresía, el engaño, la avaricia, la lucha de clases, el oportunismo y el amiguismo han colaborado para que nuestra vida de pueblo haya llegado a los niveles tan desastrozos en que se encuentra en estos tiempos.
¿Dónde está el genio que nos guíe a través de una metamorfosis que nos quite estos dolores agonizantes, estos dolores de espantos? ¿Dónde está ese ángel de luz que con cálculos astronómicos precisos nos saque de este camino tan atropellante? ¿Dónde están esos mentalistas agoreros que con sus sortilegios nos empujen por el camino de la paz y la felicidad?
Creo que estamos necesitados de todos los dioses y diosas que hemos conocido desde aquellos viejos tiempos de la Babilonia del rey Nabucodonosor. Y no olvidemos la larga lista de los Papas infalibles que han dejado sus huellas en el diminuto Estado de Roma. ¡Gracias Musolini por tan formidable Pacto político/religioso!
Puerto Rico, ¡hasta cuándo habrás de soportar tan infame azote! Somos un pueblo de muchas lágrimas y poca agua bendita. Nuestra cruz es grande y pesada. Nuestra dolorosa situación social, política, económica y espiritual es un verdadero monumento al cinismo. Vivimos de escándalo en escándalo. Y todo ello en grado superlativo.
¿Qué premio nobel en astronomía nos podrá poner en posición y alineación correcta con el Sol, la Luna, los planetas y constelaciones para que este sufrido pueblo alcance el puesto de sociedad civilizada? Ya lo dijo el célebre Cantinflas: «Ahí está el detalle».
Caguas, Puerto Rico, 23 de septiembre de 2011
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