Tuesday, August 4, 2009

Ronald Kessler y sus libros sobre espionaje




Portada del libro — In the President's Secret Service: Behind The Scenes With Agents In The Line of Fire And The Presidents They Protect — de Ronald Kessler, jefe de corresponsales en Washington del servicio Newsmax.


Por CARLOS LOPEZ DZUR / Fundador de La Naranja de OC

Desde que me he interesado por la historia estadounidense, el nombre de Ronald Kessler se me hizo muy familiar, asociado particularmente a lo que es su muy especial interés, o tema recurrente. Las lealtades, secretamente organizadas o revestidas, para el hombre poderoso. Ningún autor coloca una urgencia tan publicitada y apasionada vsión por la necesidad de proteger a los agentes del Servicio Secreto, siendo que son valientes y dedicados, para que a su vez sean los que cuiden las espaldas del Super Jefe. Cuando de magnicidios se trata, «few agencies are as important as the Secret Service». En cuanto el aparato de seguridad que el Gobierno requiere y su interno santuario, «inner sanctum of the White House», Kessler se preocupa porque las normas de protección se han relajado. «Resulta un milagro que no hayamos tenido un asesinato exitoso», escribe al lamentar que la administración del Servicio Secreto, en años recientes, ha traicionado su misión «by cutting corners, risking the assassination of President Barack Obama, Vice President Joe Biden, and their families». Desde que Obama tomó la Presidencia, las amenazas de muerte se han disparado un 400%, — «up 400% since he took office», le indican los encargados de su protección.

Mas antes de comentar sobre los detalles de tal afirmación y otras, así como sobre el libro que la contiene, consideremos otros hechos. Kezsler es el defensor por excelencia del espionaje, lo secretivo y todo lo que a la postre sirva para montaje secreto de protección y la seguridad dizque nacional, y por ello en cada libro que escribe, expresa abierta o tácitamente, su queja: los agentes secretos [SS] continúan («as lone gunman») siendo el sujeto solo y armado «malamente equipado, pobremente preparado», en el caso de que tenga que encarar ataques terroristas y atacantes suicidas con bombas.

Ronald Kessler ha escrito
The Bureau: The Secret History of the FBI [2003], Inside the CIA [1994], The CIA at War: Inside the Secret Campaign Against Terror [2004], y The Terrorist Watch: Inside the Desperate Race to Stop the Next Attack [2008] que dan buena cuenta de lo que me refiero: una obsesión casi paranoica de que Norteamérica será atacada, con muy poca intención de explicar los expedientes en que Norteamérica es quien va y ataca. En los libros de Kessler hay, por igual, una fascinación voyerista por el otro, el espiado. Entonces, surgen títulos de su autoría como: The Sins of the Father: Joseph P. Kennedy and the Dynasty He Founded [1996], Laura Bush: An Intimate Portrait of the First Lady [2007] y éste, su nuevo libro, In the Presidents Secret Service: Behind the Scenes with Agents in the Line of Fire and the Presidents They Protect [Crown Publishing Group (NY), 2009]

La Presidencia es una estructura de poder, símbolo de un gobierno constituído y una experiencia de vida en Norteamérica que ha evolucionado dentro de las corrientes hoy llamadas la democracia y el sistema político del capitalismo. Cuando uno compara los libros de Ronald Kessler, con el tipo de investigación y análisis de Harold Zinn, que toma en cuenta la amplia perspectiva de lo dicho, el primero (Kessner) se percibe trivial, sectario, chismoso, insincero y parcializado con alguna élite de poder. Es un intelectual hegemónico de la ultraderecha. Lo mejor que se puede decir de este libro sobre el Servicio Secreto [SS] es que es divertido. Nos da otras imágenes que no conocíamos acerca de figuras públicas relevantes, como son los miembros de Gabinete y otros ayudantes presidenciales. Kessler realiza una buena labor humanizándonos al agente secreto que, después de todo, es un trabajador que se gana la vida, cumpliendo con lo que se le pide y se espera de sus labores asignadas. No obstante, él no prescinde de su mentalidad policíaca.

Para documentar el libro, Kessler entrevistó a más de un centenar de agentes secretos juramentados para la tarea de defender las vidas de los Presidentes y sus familias con la suya, si es necesario. Alcanzado el privilegio de ser presidente, más que ninguna otra persona que sea ajena a sus familias, es cierto, surge una necesidad adicional de protección. En el mundo de la división del trabajo y la profesionalización, se satisface esta necesidad. Y un presidente es rodeado con una comitiva donde no faltan sus asesores, sus escuderos, sus adláteras, todo lo que le brinde la confianza de que no está solo ni es tan vulnerable.

Son los agentes secretos quienes pueden confirmar que no son sólo íconos, sino seres humanos, con sus cosas buenas y malas, abiertos o cerrados como personas. Ser presidente en un mundo como el que vivimos da miedo, requiere una estámina moral, sicológica, intelectual y espiritual, que muchos no tienen a grado necesario para ser competentes y brillantes. Es que el Presidente no es sólo un símbolo de una suma de fuerzas políticas, orientadas ideolígicamente, es una posición colectiva y, al mismo tiempo individual, que compromete durante su mandato lo que había sido su vida privada, sus círculos de compañía, a quiénes conocicíste o les hicíste defensa.

Consideremos, por ejemplo, la importancia que le da Kessler y los agentes secretos al hecho de que Obama haya realizado reuniones secretas con el Reverendo Jeremiah Wright: Kessler pregunta, como periodista obseso con los arreglos conspiratorios o mangoneos a escodidas: «Was a secret deal cooked?» ¿Por qué un pastor como Wright tiene que estar bajo el recelo de agentes secretos y de Kessler?

Jeremiah Alvesta Wright, Jr. es también un individuo influyente en el ámbito de su iglesia que tiene 8,500 miembros (aunque recientemente se acogió a la jubilación) y su papel en la promoción de educación teológica y preparación de seminaristas para la Iglesia Afroamericana y una Teología de la Liberación sistematizada para afroamericanos. Tal teología fue iniciada por escritos de James Hal Cone. Los sectores ultraconservadores blancos quierem hacer pasar al Pastor y amigo de Obama como un hereje religioso que enseña «doctrinas controversiales». Wright, Jr. no tiene derecho a decir, o a ser tolerado por decir que con el Ataque Terrorista del 9/11, «Dios amonesta» a los norteamericanos. Los defensores de Obama, J. H. Cone y el pastor Wright, Jr. tienen que defenderse como personas con amor en sus corazones para el país, así como con «cólera justa por los Estados Unidos» («righteous anger for USA». USA Today

Se ha creado toda una malsana costumbre de espiar a Obama, como a su pastor, sin que haya un delito que persiguir. Sólo la valentía de opinar. A Obama lo quieren hacer culpable de algo que ni siquiera es un delito. Los agentes secretos, consultados por Kessler, no sólo abrieron la boca por la alegada visita secreta, también por algo más cotidiano. Pocos estadounidenses han visto fumar a Obama durante una actividad pública, o han visto que lo haga y haya sido sorprendido por la TV o la prensa. Kessler cree que este problema (trivial si no fuera el presidente), su lucha contra esa adicción, no debe pasar inadvertido. Quiere hacer una prohibición general al tabaco, quien no tiene la fuerza de voluntad inmediata para dejar el vicio cigarrillo.

El autor Kessler «ventanea», o expone, no siempre con buena fe, a muchos presidentes en este relato de In the President's Secret Service: Behind The Scenes With Agents. No será algo personal, pero deja que sean los agentes secretos los que diluciden cuando se llevan de maravillas con sus protegidos; o cuando éstos marcan una cierta distancia afectiva. El trigésimo noveno Presidente Jimmy Carter, demócrata, fue uno de esos «odiosos», «hipócritas», o «menos gratos» para el SS.

Como Ronald Kessler no tiene intención ninguna de hacer un planteamiento sobre Carter, sino abonar en torno a las conveniencias de una estructura de seguridad fuerte en la nación cuando se refiere a ese periodo como uno muy peligroso. Carter es el presidente que, con estilo propio, a espaldas de interses especiales, está en tareas de conciliación pacífica y de promoción de los derechos humanos; pero, como lo quiere recordado Kessler y la ultraderecha, es por la Crisis de los Rehenes en la Embajada estadounidense en Irán que duró 14 meses. Una creciente inflación en la economía estadounidense, 52 rehenes estadounidenses en Irán que sólo serán liberados el día que Carter deja la Casa Blanca, contribuyen a que en 1980 pierda la presidencia y se vengan abajo muchas de las iniciativas positivas de su gestión en Casa Blanca, por ejemplo, la normalización de las relaciones diplomáticas con China, la confirmación de un Tratado sobre el Canal de Panamá, un tratado de limitación de armas nucleares con la URSS («SALT II pact») y los Acuerdos de Camp Davis de 1978 entre Egipto e Israel.

Lo que ocurre, entre telones, una vez que ocurre la Crisis de los Rehenes en Irán es lo que el historiador Zinn llama «The Bipartisan Consensus» sólo que con las administraciones de Ronald Reagan y George H. Bush se lleva a los extremos. La política secreta de inteligencia intensifica su protagonismo. El pueblo estadounidense es convencido de que Carter es un débil, santón, tonto que no sabe dónde está parado cuando de tratar con criminales se trata. Carter tenía una confianza en la diplomacia y la gestión pacfíica que Reagan-Bush no convalidaban porque, en tiempos de mala economía y de muchos conflictos extranjeros, vender armas e incentivar guerras es negocio más lucrativo.

El Dr. Zinn, profesor eméritus de Ciencias Política en Boston University y autor de más veinte libros, no se llama a engaño cuando habla del consenso bipartidario que cubre estas tres administraciones. El gobierno continuará esencialmente sus políticas de la manera que sea más favorable para las corporaciones más que a la gente. La mediocridad de Carter estriba en no percatarse que, a partir de la Crisis en Irán, no verá cómo los grupos de inteligencia secreta y militar le relevan del control y, siendo que él no hizo contacto verdadero con lo que Zinn llama «the Unreported Resistance», los movimientos populares y comunitarios («that were ignored by much of the mainstream media»), no pudo hizo otra cosa que abrir puertas al triunfo Reagan-Bush.

¿Cuáles son los representantes o grupos de la resistencia que Carter desaprovechó? Habría que mencionar [y Zinn lo hace]: el movimiento anti-nuclear, el Concilio para el Congelamiento de las Armas Nucleares, el grupo Physicians for Social Responsibility, el Farm Labor Organizing Committe, movimiento contra los desperdicios tóxicos, movimientos sociales como LGBT, los proyectos pacifistas, el Teatro Campesino, el activismo de Marian Wright Edelman, David Barsamian, Rethinking Schools y otros.

Lo que sucederá tras la derrota de Carter es más importante que lo que Kessler informa con tanto aspaviento [Jimmy Carter, como el ex-presidente más antipático con los miembros del SS. Un egomaníaco qie, en la mansión presidencial, sustituía cada foto que hallaba de Nixon y Ford por las suyas]. Uno puede entender el enojo de este presidente cuando entiende que los agentes secretos, espías y gente de inteligencia, operan ya casi autónomamente y que esa autoridad inconsulta crecerá con Reagan y Bush. El indicio de tal frustración podía sacar de sus casillas a un hombre de temperamento bastante tranquilo como él. Kessler cuenta que, en una ocasión Carter se enfureció a tal punto que intentó matar a un perro con quien sus agentes se habían encariñado


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